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HISTORIA
REPÜBLICA ARGENTINA
274(>
VIOEKTTE F. LOFEZ
HISTORIA
DE LA
REPÚBLICA AUGENTINA
SU ORIGEN
SU REVOLUCIÓN Y SU DESARROLLO POLÍTICO
HASTA 1852
NUEVA. EDICIÓN
Tomo V
BUENOS AIRES
Librería LA FACULTAD, de Juan Roldan '
418 - FLORIDA - 418
191 1
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2.831
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XliTJDXa
Capítulos Págs.
Advertencia 9
I. — Nueva ocupación de Salta y su desalojo por
la toma de Montevideo 15
II. — La restauración de Fernando VII. — Inglate-
rra y Portugal 62
III. — Efectos de la toma de Montevideo sobre el
espíritu público de los pueblos del Perú ... 98
IV.— El organismo político de la capital y sus ad-
versarios 114
V.— Sublevación del ejército del Norte y modifica-
ción interna de la oligarquía liberal 140
VI.— Dictadura y caída de la oligarquía liberal ... 173
VII. — Esfuerzos del espíritu público contra la inmi-
nente disolución de los vínculos nacionales. 233
VIII.— Ocupación de Santafé. — Desastre de Sipe-
Sipe 264
IX.— Efectos políticos del desastre de Sipe-Sipe... 294
X. — El Congreso de Tucumán y el estado general
de las provincias 347
XI.— Restablecimiento del capitalismo y del siste-
ma unitario 383
XII. — El régimen directorial y las provincias disi-
dentes 426
XIII.— La oposición y la prensa de la capital 445
VI
ÍNDICE
Páps.
Apéndice I.— Documentos sobre el motín del gene-
ral Rondeau y del ejército de Jujuy. 501
— II. — Las relaciones de Alvarez-Thomas y
del Cabildo de Buenos Aires con Ar-
tigas después de la caída de la Asam-
blea General Constituyente 516
— III. — Comunicaciones encomendadas al co-
misionado don Manuel García, acre-
ditado ante la corte de Rio Janeiro. 520
— IV. — Enjuiciamiento y proceso contra los
miembros de la Asamblea General
Constituyente 528
— V. — Los sucesos de la ocupación de Santafé
por el general Viamonte 538
— VI. — Parte oficial de la derrota de Sipe-Sipe. 551
— VIL — El almirante Brown y los tribunales
ingleses 562
Antagonismo de las masas bárbaras del
Uruguay y de sus caudillos, contra las
tendencias orgánicas y cultas de la ca-
pital (1815 á 1820).
ADVERTENCIA
Los grandes conocedores en la arquitectura pe-
culiar que corresponde á una obra literaria, han de
notar que el capitulo con que comienza este volu-
men, habría figurado con mejor orden al final del
anterior. Pero una dolorosísima pérdida de familia
abatió de tal manera mi espíritu que quedé inhabi-
litado para continuar de pronto la tarea; y de ahí
la ligera imperfección en que fué editado el cuarto
volumen, y la incongruencia, diré así, con que co-
miensa el actual, cuando era en el otro en el que
había pensado cerrar el cuadro general de la pri-
mera campaña del general Belgrano, tan gloriosa-
mente iniciada con las memorables jornadas de
Tucumán y de Salta, y cerrada con su destitución
y proceso después de los desastres de Vilcapugio
y Ayauma.
Diremos ahora algo que nos concierne sobre el
plan general y ordenación sistemada de nuestro tra-
bajo actual y de los anteriores. Si no tuviésemos
más que nuestra propia convicción, no nos atreve-
ríamos d decir que habíamos sido los primeros que
habíamos puesto en manos del público un cuadro
vasto general y detallado de la Historia de la Re-
I o ADVERTENCIA
pública Argentina, de que carecía nuestra literatu-
ra histórica, en las cohivinas de la Revista del Río
de la Plata. Pero, afortunadamente para el derecho
que tenemos á reclamar esa honra, hemos encon-
trado entre los papeles de un amigo justamente llo-
rado por las letras argentinas, el testimonio del juez
más competente que aun tenemos en materias de
erudición patria, antigua y moderna : testimonio
tanto más lisonjero cuanto que era dado en carta
privada, y como incidente espontáneo de ella, que
no se dirigía á nosotros mismos.
El señor don Manuel Ricardo Trelles le escribía
en los términos siguientes al lamentado amigo que
hemos mencionado : uAl doctor Lopes, que he leído
el capítulo relativo á Güemes, y que, con perdón de
usted (*) lo considero uno de los mejores de la
importante obra con que enriquece la historia de
nuestra Revolución, y que lo creo tal vez el de más
alcance político para la patria, de los que han apa-
recido hasta ahora.
))¡Qué falta tan grande nos hacia un trabajo so-
bre la Revolución Argentina como el que está pu-
blicando el doctor López! ¡Qué útil sería que se
popularizase más la lectura de esa interesante obra!
))Pero las ideas de nuestros gobiernos no son
favorables á las producciones literarias ó de otro
género (**) de nuestras propias imprentas. Al me-
(*) El amigo á quien escribía mantenía aún las pre-
ocupaciones del viejo partido unitario contra Güemes.
(**) Suponemos que ha querido decir de género cien-
tífico. Hemos subrayado porque así lo encontramos en el
original.
ADVERTENCIA I I
nos no ha proyectado todavía la protección que
debe dárseles, como lo ha hecho respecto de las
producciones extranjeras de lectura general (***).
))Un proyecto semejante para las obras que, co-
mo la del doctor López, son de lectura general y de
utilidad general para los argentinos, seria muy con-
veniente.
nPongo aquí punto final, con el gusto de repe-
tirme como siempre su affmo. amigo. — (Firma-
do)— Maní. Ricdo. Trelles. — Marzo 2^ de iS'^^.-»
Este cuadro vasto y general de nuestros aconte-
cimientos revolucionarios, apareció como he dicho
en la Revista del Río de la Plata (1822 á i8y6) ocu-
pando una larga serie de números. Puedo decir
con toda verdad que fué un trabajo improvisado, y
desempeñado bajo el peso de las necesidades de cada
cuaderno mensual, que ni tiempo bastante me per-
mitían para consultar documentos propios y ajenos,
pedir el servicio de que me los proporcionasen, ó
rebuscarlos y copiarlos en los archivos. Seguro por
otra parte de la verdad general y del enlace histó-
rico de los sucesos que historiaba, me servía de
pronto de aquello que tenia más á la mano, y de la
tradición que por causas especiales había tomado
en fuentes puras.
La obra era nueva, como el señor Trelles lo dice
con justicia. Hasta entonces la Revolución' Argen-
tina era una región inexplorada cuyos secretos in-
ternos y configuración geográfica eran algo de obs-
(***) En cuanto á nosotros, sabido es que posterior-
mente hemos obtenido esa protección.
1 2 ADVERTENCIA
curo y de enmarañado que nadie se había atrevido
á demarcar y distribuir ; y á eso es á lo que el señor
Trelles se refiere haciendo notar la novedad de la
obra.
Levantada la perspectiva y llenados sus planos,
el trabajo quedó hecho y en manos de todos; fácil
fué, como era también natural, que resaltaran algu-
nos detalles defectuosos, incorrectos, ó imperfeccio-
nes, indispensables dada la manera con que se ha-
bía ejecutado la obra. En tales ó cuales puntos de
los que yo había puesto á la luz en el conjunto,
existían, se dijo, cartas, apuntes, documentos pri-
vados, en posesión de familias relacionadas con los
actores, que no eran acordes con la forma en que
se les había presentado. Sin desconocer la exacti-
tud de algunas de las rectificaciones que con los
años han ido apareciendo, y que apuntaré en notas
ó discutiré en Apéndices, tengo ya la convicción de
que en cuanto á la verdad del conjunto y á la verdad
del encadenamiento de las causas y de los efectos
políticos, de los caracteres y personas que actuaron,
y de la justa imparcialidad con que procedí enton-
ces, nada, absolutatnente nada de fundamental se
me haya observado.
Y en cuanto á los detalles mismos, ha sucedido,
como sucede casi siempre, que si de unas manos
•particulares han salido á luz algunos que parecen
contradecirme, de otras manos y posteriormente han
salido otros documentos que han venido a confir-
mar el fondo de los asertos que yo había avanzado
fundado en la tradición oral, como creo que apare-
cerá de las notas que en esta nueva obra pondré al
tocar en los Í7icidentes aludidos. No serán muchas
ADVERTENCIA I3
por cierto ; y aun en ellas mismas tampoco quedará
sin fundamento verdadero la parte esencial de los
hechos que yo haya aseverado, por natural que sea,
que en un trabajo tan extenso y complicado como
el que di á luz, haya yo podido ser mal informado en
puntos de Ínfimo detalle que estrictamente hablando
no serían históricos sino meramente anecdóticos.
La forma de los trabajos que publiqué en la
Revista del Río de la Plata, debía ser forzosamente
una sucesión ó larga serie de artículos sucesivos,
que, á causa de su misma extensión, tomaban una
forma enteramente diversa de la de un libro, por
su distribución y por sus contornos. La necesidad
de entregar un artículo mensual, me obligaba á dar
á ese artículo la unidad de contexto que correspon-
día al número de la Revista que había de insertar-
lo. Debía pues resultar en el conjunto una falta
de proporciones y de formas arquitectónicas que
es fácil de reconocer, y de disculpar, en el tiraje que
se hizo, por separado, de toda la serie. Esta nueva
obra corrige esa grave imperfección, pues, aunque
es enteramente nueva y distinta de aquella otra,
tendrá que reproducir por fuerza el mismo fondo
histórico que fué su materia; así como me obligará
también á ser menos anecdotista, pues aquélla par-
ticipó en mucho de un cierto carácter de Memorias,
que no condice con la forma histórica sino cuando
entra delicada y prudentemente incorporada.
Antagonismo de las nnasas bápbat^as
del Uruguay y de sus caudillos, con**
tpa las tendencias orgánicas y gu1»<
tas de la capital (1815 á 1820).
CAPITULO I
NUEVA OCUPACIÓN DE SALTA Y SU DESALOJO
POR LA TOMA DE MONTEVIDEO
SUMARIO: El general Belgrano. — Estado de sus tropas. —
Indignación general producida por sus errores. — Su im-
pasible resignación. — Las condiciones misteriosas de su
temperamento y carácter. — Su bondad, su devoción y sus
rezos. — Síntomas de despecho. — Injusticia terrible de al-
gunos de sus actos. — La Casa de Moneda de Potosí, y el
doctor don Tomás M. de Anchorena. — El coronel Ze-
laya y el capitán José María Paz. — Llegada á Jujuy.—
Energía del espíritu público en Salta. — El comandante
don Martín Güemes. — Sus antecedentes. — Dorrego lla-
mado al mando de la retaguardia y protección de la re-
tirada.— El éxito y brío de sus operaciones. — El coronel
realista Castro. — Llegada del general San Martín al ejér-
cito.— Sus relaciones con Dorrego y sus primeras me-
didas.— Acción de las Lomas de San Lorenzo. — Coope-
ración de los gauchos. — Cuartel general en Tucumán. -
Relevo de Belgrano. — Resolución de procesarlo. — Su de-
ficiencia en la nueva situación de las cosas. — Comparti-
ción amistosa entre Alvear y San Martín de las opera-
l6 XUEVA OCUPACIÓN
ciones en ambos extremos de la lucha. — Motivos natura-
les de incongruencia posterior entre ambos. — Situación
precaria de San Martín. — San Martín y Belgrano. — Su
primer encuentro en Yatasto. — Su recíproca benevolen-
cia y sus medidas. — Retirada á Tucumán de la división
de Dórrego. — Elevación de Güemes al mando superior
de las fuerzas populares de Salta y de las fronteras de
Tucumán. — Opinión de Dorrego sobre la composición y
el personal del ejército. — Dorrego y el general Belgra-
no.— Enojo de San Martín y necesidad en que se vio
de separarlo del ejército. — Orden del gobierno para que
el general Belgrano fuese separado y confinado en Cór-
doba mientras se le procesaba. — Resistencia y reclamacio-
nes de San Martín contra esa orden. — Su evidente sofisma
sobre la necesidad que tenía de conservar á su lado al
general Belgrano. — Sagacidad y motivos verdaderos de
su conducta. — Prevenciones latentes del ejército y de los
pueblos del norte contra la oligarquía liberal de la ca-
pital.—Su decidida predilección por el general Belgra-
no.— Reiteración de las órdenes del gobierno y salida del
general Belgrano para Córdoba en calidad de proce-
sado.— Instancias de San Martín para que se le relevase
del mando del ejército por motivos de salud arruinada. —
Honrosa y recíproca amistad de San Martín y Güemes. —
Trabajos de San Martín en la reorganización del ejér-
cito.— La Cindadela de Tucumán. — Su plan y acertados
fines de su construcción. — Ardides de San Martín para
mantener en alarma al enemigo y estorbar su interna-
ción.— El patriota coronel Arenales en Cochabamba.— Si-
tuación difícil de Pezuela. — Triunfo de los realistas so-
bre Arenales en San Pedrillo y sobre Wames en Santa-
cruz de la Sierra. — Adelanto del cuartel general realista
hasta Jujuy. — Victoria de Güemes sobre Castro en So-
malao. — Espléndida victoria de Arenales en la Florida.
—Noticia de la caída de Montevideo. — Efectos continen-
tales del suceso.— Retroceso precipitado de Pezuela con
todo su ejército hasta el centro del Alto Perú.— Alarma
profunda y angustias de Abascal. — Exoneración del ge-
neral San Martín. — Su retiro á Córdoba. — Sus solicitu-
des para obtener la gobernación de Mendoza. — Situación
Y DESALOJO DE SALTA 17
de los negocios de la capital.— Descontento y síntomas
de trastornos políticos. — Precauciones y reserva del ge-
neral San Martín. — Su temor y su antipatía á figurar en
los partidos ó facciones de la política gubernativa. — Su
desaliento. — Sus deseos de servir en la división auxiliar
de Chile. — Sus miras sobre las ventajas que ofrecía ese
país para llevar la guerra al Perú por las costas del Pa-
cífico.—Poco valor dado á sus ideas en aquel momento. —
Prestigio y esperanza que se fundaban en la nueva cam-
paña del general Alvear al Alto Perú.
Cuando la oligarquía liberal de octubre (1812)
se daba con tenaz afán á la adqui-
1814 sición y preparativos de los me-
Enero dios con que se proponía resolver
el problema vital de aquel mo-
mento, que era la rendición de Montevideo, el ge-
neral Belgrano, seguido de cerca por los realistas,
venía desde Potosí buscando su salvación en las
provincias argentinas. El ejército, si es que ejér-
cito podía llamarse lo que traía á sus órdenes, era
un menguado agrupamiento de los restos á que
habían quedado reducidos los brillantes batallones
sacrificados sin juicio ni previsión en Vilcapugio
y Ayauma. El general preveía necesariamente que
el gobierno, la capital y el país entero, tenían so-
bradísimos motivos para estar indignados contra
él. Su descalabro, no tanto era resultado de su mala
suerte, cuanto de los evidentes errores que había
cometido, y de la incompetencia de que había dado
palmarias pruebas desde aquella inconcebible ca-
pitulación otorgada al ejército realista rendido en
Salta (i), sin haber obtenido otro resultado que el
(i) Tomo IV, pág. 269 á 271,
HIST. DE LA REP. ARGENTINA. TOMO V.— 2
1 8 NUEVA OCUPACIÓN
volver á encontrarlo reorganizado, reforzado y ven-
cedor en esta subsiguiente campaña ; c[ue, por eso
mismo, se hacía más funesta aun y más vergonzosa
para las armas argentinas. Lo que colmaba el se-
vero cargo, que merecían tantos errores, era que
no hubiese sabido siquiera salvar el precioso ejér-
cito que se le había confiado, haciendo á tiempo
una retirada honrosa y oportuna sobre Chuquisaca,
como había podido hacerla entrando en un terreno
favorable para su causa y sacando al enemigo del
centro de sus recursos, antes de comprometerse en
una posición que lo forzaba á aceptar condiciones
altamente desfavorables como la que había elegido
él mismo. Si lo hubiese hecho, es de toda eviden-
cia que Pezuela no s€ hubiese aventurado á perse-
guirlo con precipitación, y habría tenido tiempo
de reformar su plan de campaña y de reunir recur-
sos muy superiores á los del enemigo.
El general Belgrano sabía bien que estos car-
gos justificadísimos, que no pocos de sus jefes le
hacían en derredor suyo, debíah reproducirse con
un eco general en la opinión de todos los patriotas,
y no podía menos de estar dolorosamente impresio-
nado por las terribles responsabilidades que le im-
ponía el desacierto de sus operaciones. Pero nunca
como entonces se mostró mejor el raro y flemático
temperamento de que estaba dotado. Aquella tran-
quilidad inexplicable de su fisonomía, de sus pala-
bras y de su tono; aquella conformidad mística, no
diremos con su mala suerte, sino con la horrible
situación en que había puesto la suerte misma del
país ; aquella quietud opaca del espíritu y de la pa-
sión, que no estaba justificada por nada que fuese
V DESALOJO DE SALTA I9
el cálculo de un talento político ó militar de orden
superior, de un carácter vivaz siquiera, ¿ qué eran ?
¿ qué encubrían ? ¿ Eran signos de fortaleza, ó sim-
ple efecto de una naturaleza apática que se resig-
naba con mansedumbre á los hechos adversos que
no sabía remediar ni esquivar?
La desgracia no había alterado en él la exqui-
sita bondad de su trato con sus oficiales y sus sol-
dados. Todos sabían que no era un carácter militar,
que era un político inocente y sin calidades ; pero
su bondad y las virtudes personales que brillaban
en todos sus actos, la sensatez tranquila de su con-
ducta, y su amor desinteresado por la disciplina,
hacían que se le disimulasen todas las condiciones
á^i la carrera que le faltaban ; y si en privado era á
veces objeto de burlas para los hombres del cam-
pamento, nadie violaba en público la veneración y
la gratitud con que todos lo miraban ; y quizás la
lástima misma que inspiraban sus contratiempos,
influía en que se le soportase hasta la exageración
de rezos y rosarios que en su desastrosa retirada
venía imponiéndole al ejército, como si quisiera
hacer acto de contrición por los pecados propios y
ajenos, ó buscar el cambio de su mala fortuna por
el exceso de sus diarias oraciones. De hinojos y en
el centro del cuadro de su tropa, se rezaba un ro-
sario cada maíiana en que él mismo hacía de pa-
dre de familia. A la tarde, después de pasar las
listas y de resonar el lúgubre eco de los que fal-
taban á la voz de ((muerto en el campo de batalla»,
se rezaba otro rosario; y no sería extraño que en
esta práctica poco concordante con los hábitos de
los ejércitos modernos, entrase por algo el recuer-
?0 NUEVA OCUPACIÓN
do aquel de las tropas suizas vencedoras de Carlos
de Borgoña en la batalla de Morat, 6 la esperanza
de que igual suerte le deparase la providencia en
sus futuros encuentros con el enemigo que lo había
vencido.
Sin embargo, uno ú otro hecho de los que se-
ñalaron esta dolorosa retirada podría dar mérito
para pensar que debajo de su apacible resignación,
de su aparente mansedumbre, ocultaba el general
un profundo despecho que no siempre pudo sofo-
car, y que alguna vez se señaló con evidente injus-
ticia y hasta con un exceso de crueldad rarísimo
en él. Levantábase una tarde de rezar el habitual
rosario, cuando un ayudante del jefe de la reta-
guardia vino á decirle que se acababa de tomar al-
gunos prisioneros en una guerrilla, y que entre
ellos había dos de los juramentados en Salta. Oirlo,
y mandar que fuesen ejecutados en el acto, y pues-
tos sus miembros en el camino sobre picas, para
escarmiento, fué todo uno. Además de cruel y de
injusta, la medida era completamente impolítica.
Entre los juramentados había gran número de pe-
ruanos, ocultamente afectos á la causa de la inde-
pendencia: tratarlos así era irritarlos y quitarles
toda esperanza de encontrar amistad y benevolen-
cia en las filas de los patriotas. El acto de haber
vuelto á tomar las armas no había sido un acto vo-
luntario, y el general Belgrano no se tomó tiempo
para averiguarlo. Ese acto les había sido impuesto
por las autoridades supremas militares y religiosas
del Perú, sin que esos infelices hubieran tenido
medios ni libertad para eludirlo, ni para evitar los
castigos de la autoridad militar en caso de que lo
Y DESALOJO DK SALTA 2 1
hubieran intentado invocando sus deberes de leal-
tad para con los insurgentes. Era el mismo gene-
ral Belgrano quien había incurrido en la culpable
flaqueza de entregarlos así á los jefes y al gobierno
que los habían forzado á volver al servicio del ejér-
cito realista. ¿ De qué crimen castigaba, pues, el
general Belgrano á esos infelices, que por culpa
de él mismo se hallaban quizás forzados en las filas
enemigas? ¿Refluía acaso ese cruel desquite sobre
el virrey Abascal, y los arzobispos de Charcas, del
Cuzco y de Lima que eran los criminales?
í.a violencia de la orden que dio al oir la pala-
bra juramentados podría ser una prueba del juicio
desfavorable que el general mismo hacía de la lige-
reza de su proceder en aquel momento solemne de
su carrera en que obtenía también el último y el
más correcto de sus triunfos. No hay militar nin-
guno, por ilustre y benemérito que sea, que pueda
apartar el severo cargo de la historia, cuando los
castigos de sangre que impone no han sido medi-
tados, justificados, y notoriamente necesarios para
la seguridad y la suerte de sus armas.
Al convencerse de que no podía hacer pie en
Potosí, ni contener el avance de las columnas rea-
listas que lo perseguían, aceptó las indicaciones
apremiantes de su secretario don Tomás Manuel
de Anchorena, joven de carácter soberbio, de claro
talento pero inspirado siempre por pasiones ren-
corosas y recalcitrantes. De común acuerdo con él,
dio órdenes de hacer volar la espléndida y majes-
tuosa casa de moneda : ya para quitarle al enemigo
los medios de acuñar los metales de aquel rico dis-
trito, ya «para arruinar ese pueblo que siempre ha-
22 NUEVA OCUPACIÓN
bía sido y siempre había de ser enemigo nues-
tro» (2).
Afortunadamente la tentativa se frustró por la
traición del capitán Anglada, intendente militar de
la casa, que cortó la mecha, y se pasó á los rea-
listas.
En la desastrosa retirada lució su bravura y su
pericia el coronel Zelaya, encargado con algunos
piquetes de dragones de contener las avanzadas im-
petuosas del enemigo, á la par del capitán Paz y
de otros oficiales que obraban á sus órdenes. Aco-
sado de cerca, pero ganando terreno siempre sobre
el grueso de las tropas enemigas, que no podían
adelantarse con la misma celeridad por lo pesado
del bagaje que tenían que arrastrar sobre aquellos
lugares escabrosísimos, el general Belgrano llegó
á Jujuy el 27 de diciembre con 900 hombres ape-
nas, pero contando ya aumentar sus fuerzas y su
armamento con los recursos de que podía proveer-
se en Salta, y con los que á toda prisa le venían de
Buenos Aires para defender el territorio argentino.
Razón tenía para esperarlo todo del patriotismo
de las provincias más amenazadas de cerca por la
invasión. La de Salta, irguiéndose ya á la apro-
ximación del peligro, corría toda entera á las ar-
mas con una energía apasionada, resuelta á en-
volver á los invasores en una red menuda de auda-
ces guerrillas. A la cabeza de este movimiento ar-
doroso, en que se habían echado no sólo los viriles
habitantes de la ciudad sino las masas de la cam-
paña renombradas ya de tiempo atrás por su des-
(2) Memorias del general Paz, vol. I, pág. 167.
Y DESALOJO DE SALTA 2^1,
treza sin igual en el arte de manejar los bravios ca-
ballos de sus campos, se había colocado el joven
esforzado don Martín Güemes, comandante de mi-
licias, afamado ya por su notoria superioridad en
esos ejercicios, por su fortuna, por su lujoso porte,
por su audacia en esas difíciles correrías y por la
extraordinaria habilidad con que había sabido gran-
jearse una popularidad tal que lo hacía la base fun-
damental de la defensa de su provincia contra las
tropas del rey de España. A los veinte años, Güe-
mes era teniente en el regimiento llamado el Fijo
durante el régimen colonial, por su carácter de
cuerpo veterano. Con este grado sirvió en la Re-
conquista de Buenos Aires contra el general inglés
Beresford, y en la Defensa contra el teniente ge-
neral Whitelocke. Había abandonado el servicio,
y vivía en Salta llamando la atención del vecinda-
rio, y debiéramos decir escandalizándolo también
con sus audaces y repetidas calaveradas, á la ca-
beza de muchos otros jóvenes como él, jinetes y
desalmados por pasatiempo y esterilidad de la vida
de provincia en aquella época embrionaria, cuando
rompió la Revolución de Mayo en Buenos Aires.
Levantado el espíritu de aquellos calaveras que
hasta entonces no se habían ocupado sino de asal-
tos amorosos, de raptos, de bromas arriesgadas y
de mil otros desacatos, con los prestigios de la nue-
va aurora política que amanecía para el país, y con
las excitaciones de la guerra nacional contra los
funcionarios y mandones españoles, Güemes fué
uno de los primeros que arrastrando bajo sus ór-
denes á sus amigos, y usando de la fama que le
habían dado entre el pueblo sus audaces correrías,
24 NUEVA OCUPACIÓN
se pronunció por la Revolución, armó partidas con-
tra los jefes realistas de Córdoba que pretendieron
combatirla, y con un escuadrón levantado armado
y vestido á su costa, se unió al general Balcarce,
cuando deshecha la tentativa de Liniers y de Con-
cha, pasaba este general por Salta tratando de en-
trar á toda prisa en la provincia de Potosí. El ge-
neral Balcarce, que lo conocía, ó que tuvo motivos
personales para apreciar su extraordinaria vivaci-
dad y su cabal conocimiento del país, lo despren-
dió desde Yavi al departamento de Tarija con el
fin de que reuniese prontamente caballos y muías,
que era lo que más necesitaba para internarse (3).
Una falta grave de disciplina y más que todo de
cordura, fué causa de que el coronel Viamonte se-
parase á Güemes de su división en Potosí, y de que
le diese orden de presentarse en el estado mayor de
la capital. Después de algunos meses fué incor-
porado á un escuadrón de dragones de los que bajo
las órdenes de Sarratea y de Rondeau acudieron
al segundo sitio de Montevideo. Destituido Sarra-
tea y los jefes argentinos por el movimiento sedi-
cioso de Rondeau y Artigas (4), Güemes, siguien-
do á los primeros, se separó del campamento y re-
gresó á Buenos Aires. Como veremos por los su-
cesos posteriores, Güemes salió de allí penetrado
de la ineptitud de Rondeau, y ofendidísimo del pa-
pel desleal y poco patriótico con que había respon-
dido á la inmerecida confianza que el gobierno ha-
bía hecho de él, Al saberse el desastre de Vilcapu-
(3) Véase el tomo III, pág. 205 y 207-209.
(4) Tomo III, pág. 341.
Y DESALOJO DE SALTA 25
gio se comprendió el peligro que iba á correr la
provincia de Salta, y Güemes obtuvo licencia para
trasladarse á ella, á levantar cuerpos de milicias y
guerrillas que pudieran contener al enemigo.
Su crédito no era tanto todavía que pudiera
confiársele el primer puesto de esa defensa; no sólo
porque sus hechos no se habían elevado aún á un
orden superior, sino porque aunque se le tenía por
habilísimo guerrillero carecía de aquel carácter ver-
daderamente militar que da el servicio regular en
los cuerpos de línea. Para el general Belgrano, y
á fe que tenía razón, á nadie se le podía encargar
con mayor confianza que á Dorrego el mando ge-
neral de la retaguardia y la seguridad de la reti-
raáa hasta Tucumán. «Si en Vilcapugio hubiera
tenido á Dorrego, repetía á cuantos podían oirlo,
yo no regresaría derrotado» ; y su primer medida
fué llamar á su lado á este bravo coronel que se
hallaba á la sazón desocupado en Salta. Dorrego
llegó al ejército cuando el general Belgrano eva-
cuaba ya la ciudad de Jujuy. Encargado del mando
supremo y absoluto de la retaguardia v de los te-
rritorios que quedaban en esa dirección, hizo sen-
tir muy pronto su genio vivaz y sus bríos en las
operaciones con que lograba contener las marchas
impetuosas de los invasores. Distinguíase entre és-
tos el coronel de caballería don Saturnino Castro,
hombre de una bravura instintiva y febril que arre-
batado por puras personalidades se hallaba incons-
cientemente unido á los realistas á pesar de ser
nativo de la provincia de Salta, y de que los más
distinguidos miembros de su familia actuaban en
20 NUEVA OCUPACIÓN
los más altos empleos de la capital (5). Venía con
quinientos y tantos hombres de caballería y caza-
dores, apoyado por el viejo y competente general
don Juan Ramírez Orozco, que ya hemos visto
figurar en la campaña que terminó en Huaquí. La
división realista contaba con cinco batallones de 700
plazas cada uno, y con 14 piezas de artillería, que
hacían un total de más de 3,200 hombres (6). Bo-
rrego supo contrariar el avance de estas columnas
con fuertes guerrillas y movimientos estratégicos,
que si no podían rechazarlas de un modo absoluto,
hacían difícil y mortífero su progreso al menos. En
este servicio mereció generales elogios ; y después
de los primeros encuentros, el enemigo se hizo tan
prudente en sus marchas, que no avanzaba si'no
con fuerzas superiores ; y aún así mismo, cuidando
mucho de no aventurarlas demasiado en el terreno
quebrado y montuoso por donde tenía que andar.
En ese momento se acercaba al teatro de las oi>e-
raciones el coronel don José de
1814 San Martín con la investidura de
Enero 20 general en jefe á reemplazar al
general Belgrano. Cuidadoso el
nuevo jefe de que los realistas no diesen algún otro
golpe decisivo sobre las fuerzas exiguas que ve-
nían defendiendo el territorio, había hecho adelan-
tar un escuadrón de granaderos á caballo, advir-
tiéndole á Borrego que no comprometiese su divi-
sión antes de que se le incorporase esa fuerza, y
(5) Como veremos más adelante, algún tiempo des-
pués trató de cambiar de bandera; pero descubierto, fué
ejecutado al frente de su regimiento.
(6) General Camba, Memorias, tomo I, pág. 112.
Y DESALOJO DE SALTA 27
el regimiento número 7 de infantería que traía con-
sigo al mando del teniente coronel don Toribio de
Luzuriaga. Convencido de antemano de que no
debía comprometer su fuerza en un ataque á fondo
sobre una vanguardia tan poderosa como la que
avanzaba contra él, Dorrego retrocedía defendien-
do con éxito y bravura el terreno que tenía que
abandonar. Puesto ya en las orillas de Salta, y te-
niendo que evacuarla, ejecutó una hábil y preciosa
operación en las lomas de San Lorenzo, batió com-
pletamente la división de Castro, y la obligó á re-
plegarse al cuerpo principal con pérdidas de alguna
consideración. Más efectivo hubiera sido ese triun-
fo, si el oficial don Mariano Ríos que mandaba los
granaderos á caballo hubiera demostrado la debida
decisión para ejecutar á tiempo las órdenes que se
le dieron. Gra\^s cargos debieron resultar contra
él en ese día, pues fué depuesto inmediatamente
después por el general San Martín.
Cooperando á estas operaciones del coronel Do-
rrego fué que se levantó la fama de Güemes y de
sus enjambres de valientes gauchos. Era tal la au-
dacia y la rapidez de su aparición sobre las descu-
biertas y piquetes enemigos, y sobre las colum-
nas mismas que atravesaban los bosques ó los te-
rrenos enmarañados que son muy comunes en aque-
llas latitudes, que los realistas tuvieron que dete-
nerse en la ciudad de Salta, postergando su
marcha sobre Tucumán hasta la llegada de su ge-
neral en jefe con mayores recursos, y con fuerzas
capaces de dominar la oposición general de aquellas
masas, que como si estuvieran protegidas por es-
píritus invisibles asaltaban de improviso y diez-
28 NUEVA OCUPACIÓN
maban las descubiertas y avanzadas de los inva-
sores.
Dentro de la ciudad misma vivían los realistas
azareados y en alarma continua por las audaces
incursiones de los patriotas sáltenos, que al favor
de sus veloces caballos aparecían por algún lado
inesperado, daban un golpe tremendo al menor
dessuido, mataban los centinelas, enlazaban los ofi-
ciales que marchaban á la cabeza de los piquetes,
y desaparecían como sombras impalpables (7).
Escarmentada por la división de Borrego y por
las guerrillas de Güemes la auda-
1814 cia ó la confianza de los jefes de
Enero 23 la vanguardia realista, pudo Bel-
grano dejar contenida la marcha
del enemigo en Salta y entrar en el territorio de
(7) El general español García Camba, actor honorable
de esta guerra, dice: «Al invadir nuestras tropas la pro-
vincia de Salta los enemigos se habían replegado á Tucu-
mán, obligando á retirarse allí á todas las familias más se-
ñaladas por sus opiniones realistas, y haciendo conducir al
mismo punto cuantos ganados y víveres les fué posible. De
cuando en cuando se acercaban á Salta algunos grupos de
gauchos sostenidos por dragones más regularizados á las
órdenes todos de Güemes, un vecino notable de la ciudad,
y con habilidad suma interceptaban las comunicaciones de
nuestros cantones, y estorbaban la introducción de víveres
en ellos. Era de todo punto indispensable emplear fuerzas
proporcionadas que ahuyentaran á los insurrectos, a-prove-
chando las lecciones que ofrecían los descalabros ex-peri-
mentados for el escuadrón de fartidarios á causa de la de-
masiada confianza con que el coronel Castro le empleaba
en recorrer el campo dividiéndolo en cortos destacamentos,
los cuales, acechados por el enemigo, eran cargados de
improviso por otros mejor montados y casi siempre destro-
Y DESALOJO DK SALTA 29
Tucumán, en cuya ciudad pensaba reorganizar los
restos del ejército, y remontarlo con las nuevas tro-
pas que debían venir de la capital, y con los con-
tingentes de las provincias inmediatas. Dominado
por su desaliento, convencido quizás de su incom-
petencia, sensible al descrédito en que, suponía su
nombre como general, y más que todo conturbado
por las terribles responsabilidades que le iba á im-
poner una campaña defensiva en que había de de-
cidirse la suerte suprema de la Revolución Ar-
gentina, Belgrano se había adelantado á pedir su
relevo, antes de saber que en i6 de diciembre había
sido ya nombrado el coronel don José de San Mar-
tín para substituirlo, con orden de que al entregar
el mando permaneciese en el ejército en su clase
de coronel efectivo del número i.° de infantería.
Este término medio ó paliativo tenía por causa con-
temporizar momentáneamente con la adhesión que
sus virtudes y su bondad le habían granjeado en
el ejército y entre los habitantes de Tucumán, pro-
vincia altamente interesante en las actuales circuns-
tancias. Pero la verdad era que el gobierno no sólo
tenía la resolución de separarlo sino la de proce-
sarlo, así que el cambio de general y de mando se
hubiese consumado y quedase afirmada la nueva
situación. Al pedir su separación, y al acordársela
el gobierno, ambos habían procedido con acierto.
El virtuosísimo y patriota general no era hombre
zados ó hechos prisioneros». Memoria -para la Historia de
las Armas Españolas en el Perú, por el general Camba,
tom. I, pág. 114 (1814). Véase también el parte oficial del
general San Martín en la Gaceta Ministerial de 11 de abril
de 1814.
30 NUEVA OCUPACIÓN
capaz de responder de la situación de las cosas de-
lante de un militar como Pezuela, y de un ejército
muy superior por las tropas, armamento y pertrcr
chos, como el que venía á invadir día más ó menos
buscando su contacto y combinación con los seis
mil veteranos españoles que guarnecían á Monte-
video, y con una escuadrilla que podía ponerlos en
Santafé así que Pezuela ocupase á Córdoba.
Esto era precisamente lo que con su ojo rápido
y vivaz había alcanzado el coronel Alvear desde
el primer momento en que llegó á la capital la no-
ticia del desastre de Vilcapugio. «En Montevideo,
decía con calor, es donde está la suerte de la cam-
paña del Norte. Armemos buques; tomemos la
plaza con operaciones activas, bien dirigidas, y res-
pondo con mi cabeza que Pezuela tendrá que re-
troceder aprisa hasta Oruro».
A lo que parece, Alvear había dividido con San
Martín los dos términos del problema, en buena
amistad y armonía. El uno debía decidir de la
suerte de Montevideo ; el otro, aprovecharse de la
caída de esta plaza para arrollar á Pezuela hasta el
Desaguadero con el ejército del Norte reorganiza-
do y reforzado, llevando después una poderosa in-
vasión sobre el Perú. Pero, como el primero se que-
daba con la influencia suprema en el centro de los
recursos y en el gobierno de la capital, era difícil
que la ambición y el deseo de tomarse toda la gloria
de las dos campañas no conturbara su ánimo, po-
niéndolo en la pendiente de las tergiversaciones, y
escaseándole al otro los recursos, con el fin de so-
breponerse cuando hubiera triunfado en Montevi-
deo, y tomar para sí la parte que antes le había
V DESALOJO DE SALTA 3 I
abandonado. Sobre esto no es posible dar pruebas
asertivas; pero los hechos posteriores, y las habli-
llas de los contemporáneos, lo hacen compren-
der (8). Así es que los que suponen que el general
San Martín fué al ejército del Norte como un ente
y sin grandes fines ulteriores, están equivocados y
manifiestan no conocer á este hombre tan sagaz co-
mo distinguido. San Martín tenía una alta idea de
los talentos militares y de la vivacidad de Alvear ;
pero desconfiaba de su carácter y temía el arrojo
con que su joven compañero de los primeros días
se había echado en los movimientos de la opinión
y en la vorágine de las facciones. Prudente, cauto,
moderado, San Martín se mantenía para con aquél
en una reserva cuidadosa sin pretender contrariar-
lo, ni someterse á seguirlo; lo primero, además de
ser peligroso por el fuerte partido de que Alvear
se había hecho dueño, no estaba acorde con la dig-
nidad severa y sensata de su carácter; y lo segundo
habría sido derogar de su propia importancia como
militar, y tomar un papel secundario para correr
aventuras políticas de que toda su vida supo abs-
tenerse con alto y severo criterio. Pero, por lo mis-
mo su situación era precaria y muy indecisa en
aquel momento.
Entre San Martín y Belgrano mediaban calida-
des morales de alto mérito, que les eran comunes.
Eran ambos incapaces de envidia, moderadísimos,
y. de una bondad genial que los alejaba de toda idea
dañina, de toda intriga desleal y contraria á la fran-
queza ó á la decencia de los procederes. Estas ca-
lidades estaban envueltas con toda naturalidad en
(8) Memorias del general Pas, tomo I, pág. 182.
32
NUEVA OCUPACIÓN
el candor angelical del uno, y en la diestra saga«
cidad y profundos talentos del otro. El uno resistía
lo malo y lo impropio con la inocencia y con el de-
coro espontáneo de un gentil hombre bien nacido;
el otro, con la malicia de un hombre de mundo^
avezado á todas las peripecias de la vida social, á
todas las dificultades de su carrera, que por carác-
ter y por principios es incapaz de doblegarse á
obrar mal, 6 de asumir la responsabilidad de actos
indignos de su buen nombre, de la buena opinión
y del respeto que exigía de los demás. Ninguno de
los dos era impetuoso ni soberbio, antes bien, no-
toriamente sumisos á la autoridad constituida, poco
inclinados á usurpar el poder público, llanos y hu-
mildes en las posiciones oficiales á que eran desti-
nados. Y lo singular es que San Martín, con toda
la elevación de sus ideas y de sus talentos, con la
plena confianza que tenía en sí mismo para desem-
peñarse, era mucho más clemente y menos rígido
en sus actos que Belgrano, cuya dulzura de trato
y de hábitos se convertía con frecuencia en tran-
quila dureza, cuando alguna doctrina ó algún texto
de las ordenanzas ó de la ley, cuando la letra estric-
ta, aunque fuera poco oportuna, le marcaba la re-
solución del momento; mientras que San Martín
ponía su discernimiento y su clemencia en la me-
ditación con que juzgaba de la oportunidad y de
la necesidad' de su proceder.
Los dos generales, pues, al encontrarse en Ya-
tasto (al norte de Tucumán) cuan-
1814 do el uno entregaba el mando del
30 de enero ejército al otro, estrechaban sus
manos y se "daban el abrazo sin-
cero de dos hermanos, hijos y honrados servidores
Y DKSALOJO DK SALTA ;^;^
de la misma patria, con las calidades que les eran
naturales. El uno, bueno y humilde, entregaba ese
mando haciéndose gustoso y lealmente subalterno
de su nuevo jefe; el otro, simpatizando con la des-
gracia de su compañero, y lleno de una noble com-
pasión al verlo decaído bajo sus órdenes, estaba na-
turalmente inclinado y decidido á protegerlo con
su autoridad, con su confianza y con el grave res-
peto á que lo hacían acreedor sus servicios anterio-
res, su posición social, y sobre todo sus virtudes.
La suposición que el general don José María
Paz hace en sus Memorias de. la rivalidad y mal-
querencia entre los dos personajes, y de las indi-
caciones de Sari Martín para que el gobierno sepa-
rase á Belgrano de Tucumán, es una ofensa gra-
tuita é inexacta que se hace al grande capitán que
libertó á Chile y al Perú,
El señor Mitre lo, ha probado con documentos
irrefragables que nos permitiremos transcribir des-
pués, como un deber que pesa sobre todos los que
escriban y juzguen de estos dos patriotas, á quie-
nes en obsequio de la verdad es menester dejar tari
puros como eminentes, en la historia argentina.
Después de su primera entrevista en Yatasto,
San Martín aprobó completamente las disposicio-
nes que el general Belgrano había tomado para
proteger sri retirada. Confirmó á Dorrego con li-
sonjeros elogios en el mando de la retaguardia con
que hacía frente al enemigo; y manteniendo á Bel-
grano por lo pronto en el del ejércitOr regresó á
Tucumán á tomar todas aquellas medidas que juz-
gaba necesarias para recibir, reorganizar y aumen-
tar las fuerzas que se retiraban.
HIST. EE LA REP. ARGENTINA. TOMO V.— 3
34 NUEVA OCUPACIÓN
Después de estudiar el movimiento popular de
los sáltenos, y la situación de Borrego en Guachi-
pas, que era la única que se ofrecía para mante-
nerse en el territorio de Salta, creyó San Martín
qué esa era una posición aventurada, poco firme,
muy peligrosa, en la que aquella fuerza veterana
de que harto necesitaba en el cuartel general, estaba
muy expuesta á sufrir un severo golpe. En la duda,
prefirió consultar esto mismo con Dorrego antes de
resolver, seguro de que el juicio militar y el valor
acreditado de este oficial servirían para ilustrarlo
sobre la conveniencia de mantener aquella posi-
ción, ó de abandonarla librando la defensa del país
á las guerrillas de sus naturales y de Güemes, que
cada día se hacían más dignos y más merecedores
de esa confianza. La opinión de Dorrego fué ente-
ramente conforme con la del general San Martín.
La organización y la instrucción del ejército, dijo,
era no sólo incompleta, sino viciosísima; los oficia-
les conocían muy poco, ó nada, de los nuevos ade-
lantos de la táctica y de la estrategia; el general
Belgrano con su extrema bondad era por demás
crédulo; y bastaba que un oficial cualquiera bla-
sonase de arrojado, para que lo tuviese por un es-
forzado campeón, aunque fuese un aturdido capaz
sólo de comprometerlo todo, ó un farolero sin ta-
lento ni ojo militar. Opinó que en efecto la división
que él mandaba en la retaguardia quedaba muy
comprometida desde que se insistiese en mantener-
la en Salta, donde el enemigo estaba en una fuerza
muy superior; que su disciplina y organización
eran muy poco satisfactorias, y que á su parecer
convenía mucho más incorporarla al cuartel gene-
Y DESALOJO DE SALTA 35
ral para hacerla entrar en la reforma completa que
exigía el ejército antes de ponerlo á operar activa-
mente, dejando á Güemes y sus guerrillas de gau-
chos el cuidado de defender la provincia de Salta,
para lo cual eran muy superiores á toda fuerza re-
glada que tuviera que operar en línea ó en posicio-
nes militares.
Dorrego estaba profundamente resentido con el
general Belgrano. Llevado de su carácter burlón,
inexperto á causa de su extrema juventud, poco
considerado entonces en sus juicios y palabras, y
aún en sus actos, no se contenía en los términos
del respeto para manifestar el menosprecio que ha-
cía de las aptitudes militares del vencedor de Tucu-
man y de Salta, en cuyas glorias se atribuía, con
verdad, pero con demasiado engreimiento, una
parte principal. En cuanto á la jornada de Tucu-
mán no había que hablar ; pero en cuanto á la de
Salta, cuya corrección y regularidad revelaba un
verdadero plan militar, Dorrego pretendía haber
tenido parte en ese plan y atribuía al general Are-
nales las disposiciones tomadas en la marcha y en
la formación de la batalla (9).
(9) Siendo gobernador de Buenos Aires en 1828, y
siendo mi padre su ministro de Hacienda, tenía la costum-
bre de venir casi todas las tardes á tomar el café en nues-
tra casa, y allí le he oído hablar con admirable verbosidad'
y gracia de los sucesos y accidentes de su carrera. Cuando
hablaba del general Belgrano se mostraba arrepentido de
las burlas poco respetuosas que le había hecho, las atri-
buía á su extremada juventud, á la mala educación del
tiempo colonial, y sobre todo de los cuarteles, donde antes
de San Martín prevalecían, según decía, las tnaneras de las
mesas de billar. Pero hacía sinceros elogios de las virtudes
30 NUEVA OCUPACIÓN
Más que al general Belgrano, ofendían al ge-
neral San Martín estos desacatos é insolencia del
joven coronel ; y como no cediera á las primeras
¿idvertencias que se le hicieron de que el genera) en
jefe tenía bajo su protección y amparado con su
más profundo respeto á su virtuoso antecesor, llegó
un momento en que fué preciso contenerlo de una
manera imperativa, separándolo del ejército y or-
denándole que fuese á esperar órdenes en Santiago
del Estero. De allí pasó á la capital, sin que vol-
viese en adelante á tomar parte en las operaciones
del ejército del Norte,
Considerando el gobierno que la autoridad del
general San Martín estuviera ya
1814 consolidada en el ejército y en las
Enero 26 provincias de Tucumán y Salta,
se declaró resueltamente decidido
á separar de allí al general Belgrano, para proce-
sarlo por su conducta en la campaña anterior. El
general San Martín, profundamente contrariado
con esto, suspendió la ejecución de la orden que
se le daba, mientras hacía valer ante el gobierno
las razones de conveniencia y de alta política que
hacían imprufdente y perjudicial semejante me-
dida (10).
y de la puieza del patriotismo del general Belgrano, man-
teniendo sin embargo su opinión sobre sus pocas aptitudes
para dirigir una campaña y coordinar con previsión una
batalla. En la de Salta decía que la presencia de Arena-
les al lado del general Belgrano había sido de una impor-
tancia decisiva.
(10) Con fecha 13 de febrero de 1814 escribía al go-
bierno lo siguiente: «H« creído de mi deber imponer á
Y DESALOJO DF. SALTA 3/
Basta que se ponga los ojos sobre el documento
•transcrito en esta nota para observar la notoria
exageración con que el general San Martín habla
de la falta que le hace el general Belgrano, y de
\'ue^tra Excelencia que de ninguna manera es conveniente
la separación del general Belgrano de este 'ejército ; en
primer lugar porque no encuentro un oficial de bastante
suficiencia y actividad que lo subrogue en el mando de su
regimiento, ni quien me ayude á desempeñar las diferen-
te- atenciones que me rodean con el orden que deseo, é ins-
truir la oficialidad, que además de ignorante y presuntuo-
sa, se niega á todo lo que es aprender, y es necesario estar
constantemente sobre ellos para que se instruyan al menos
de algo que es absolutamente indispensable que sepan...
Me hallo en unos países cuyas gentes, costumbres y rela-
ciones me son desconocidas, y cuya to-pografia ignoro; y
siendo estos conocimientos de absoluta necesidad para ha-
cer la guerra, sólo el general Belgrano puede suplir esta
falta, instruyéndome y dándome las noticias necesarias de
que carezco (como lo ha hecho hasta aquí) para arreglar
mis disposiciones, pues de todos los oficiales de gradua-
•ción que hay en el ejército no encuentro otro de quien ha-
cer confianza, ya porque carecen de aquel juicio y deten-
ción que son necesarios en tales casos, ya porque no han
tenido los motivos que él para adquirir uno¿ conocimien-
tos tan extensos é individuales como los que él posee. Su
buena opinión entre los principales vecinos emigrados del
interior (Alto Perú) y habitantes de este pueblo, es grande ;
V á pesar de los contrastes que han sufrido nuestras armas
á sus órdenes, lo consideran como un hombre necesario al
ejército, porque saben su contracción y empeño, y conocen
sus talentos y su conducta irreprensible. Están convenci-
dos prácticamente que el mejor general nada vale si no
tiene conocimientos del país donde va á hacer la guerra,
y considerando la falta que debe hacerme, su separación
del ejército les causará un disgusto y desaliento muy no-
table, y será de funestas consecuencias para los progresos
de nuestras armas. Estos no son temores vagos, sino te-
3o NUEVA OCUPACIÓN
la suprema necesidad en que se ve de pedirle al go-
bierno que se le mantenga en el ejército, para que
lo dirija y lo instruya en sus operaciones ; sólo él
(dice el general San Martín) puede suplir la falta
de conocimientos que tengo del país, de sus habi-
tantes, y de su topografía : sofisma evidente de cuya
inexactitud nadie estaba más convencido que el há-
bil guerrero que trataba de hacerlo valer. Sin em-
bargo de no haber visto jamás á Chile ó al Perú,
expedicionaba poco después por conocimiento pro-
pio, adquirido por sí mismo como lo hace todo ge-
neral encargado de invadir países ó provincias que
nunca ha visto, pero que puede y debe estudiar por
sí mismo; y allí no pedía tutores ó directores que
lo dirigiesen como más competentes que él, que
era sobre quien reposaban las responsabilidades de
las operaciones y de los resultados. Pero la inocen-
te modestia que el general San Martín afectaba,
aunque de un fondo ingenuo porque tenía en efec-
to un carácter modesto, y más que modesto, cauto,'
encubría también en este caso una sagacidad ex-
quisita que era propia de su genio, é inseparable de
su luminosísimo talento. Manteniendo á su lado al
mores de que hay ya alguna experiencia, pues sólo el re-
celo de que á su separación del mando se seguiría la orden
para que bajase á la capital, ha tenido y tiene en suspen-
sión y como amortiguados los espíritus de los emigrados
de más influjo y de más séquito en el interior, y de mu-
chos vecinos de esta ciudad que desfallecerán del todo si
llegan á verlo realizado. En obsequio de la salvación del
Estado dígnese V. E. conservar en este ejército al briga-
dier Belgrano». M. SS. del Archivo General^ sacados á luz
por el general Mitre en su Biografía del general Belgra-
no, vol. II, pág. 57.
Y DESALOJO DE SALTA 39
general Belgrano como jefe natural y preciso del
ejército, y limitándose él á un mando cuasi inte-
rino y efímero, el general San Martín trataba de
colocarse con su habitual destreza en una situa-
ción que le permitiera eludir los compromisos y al-
teraciones (un triste desaire también) que veía ve-
nir sobre el país, sobre el ejército v sobre él, por
la ambición impetuosa del general Alvear y por
las ambiciones oligárquicas y dominadoras del par-
tid© que lo sostenía en el gobierno de la capital y
en la Asamblea General Constituyente, convertida
por la gravitación necesaria é inevitable de los su-
cesos, en cuerpo legislativo y actuante en el seno
de la política revolucionaria.
San Martín estaba viendo que toda la actividad
de la administración de la guerra en la capital es-
taba contraída á preparar la escuadra y la remonta
del ejército que debían operar sobre Montevideo.
Todo hacía presumir que esa espléndida gloria le
estaba reservada al brillante joven que encabezaba
la facción predominante, y que actuaba allí en pri-
mera línea. El ejército acantonado en Tucumán
era apenas atendido con aquello de estricta nece-
sidad para operaciones defensivas en caso de que
el enemigo se introdujese en el país á buscarlo. El
general San Martín, aunque acreditado como mili-
tar competente, no había salido hasta entonces de su
modesta posición social y militar por hecho alguno
de alta notoriedad, y estaba muy lejos de gozar del
prestigio y del favor que Alvear había logrado
crearse con su natural petulancia, con sus talentos
reales, y con su desembozada confianza en el éxito.
San Martín era uno de esos militares juiciosos y
40 XUEXA OCUPACIÓN'
cautos que necesitaba de un gobierno establecido
que le diese los medios y recursos administrativos
con que debía operar. Eso de avanzar al poder po-
lítico para crearse una prepotencia personal y co-
rrer con ellaá la gloria militar, y á la victoria, era
cosa no sólo ajena á su índole natural, sino á su
sólida y cuerda moralidad. El general Alvear, al
contrario, era entonces una personalidad propia,
incorrecta si se quiere, pero pestigiosa por su mis-
mo desembarazo para imponerse, con un fondo in-
negable de méritos reales y notorios. San Martín
estaba observando con toda claridad, que si Alvear
triunfaba sobre Montevideo, no renunciaría por
nada á la gloria de venir á Tucumán con el ejército
vencedor para abrir una campaña poderosa contra
el Perú, cuya primer medida debía ser una sepa-
ración desairada de su persona ; y aún suponiendo
que no obtuviese el éxito que esperaba en la cam-
paña oriental, eso mismo haría que en la capital se
hiciese el esfuerzo de reforzar con nuevas tropas el
ejército del Norte, y de que Alvear tomase su man-
do apoyado por el partido que encabezaba.
Entre tanto, San Martín veía al mismo tiempo
que si bien estas eran las ideas dominantes en la
capital, estaban muy lejos de ser acogidas en los
pueblos del norte y en el ejército. En este otro tea-
tro prevalecían las inspiraciones locales, los reza-
gos de los sentimientos simpáticos de que el par-
tido saavedrista había gozado por el origen pro-
vincial de sus miembros principales. No eran allí
bien mirados los hombres del 8 de octubre de 1812.
Eos jefes de los cuerpos del ejército, que desde
cuatro años antes estaban en campaña y lucha con
V DESALOJO DI-: SALTA 4I
las tropas realistas, no sólo carecían de afinidades
con el general Alvear v con sus adictos, sino que
los miraban con celos, y con una resistencia que no
por estar indecisa y taimada, era menos conocida.
El mismo general San Martín no se sentía cómodo
entre ellos, los encontraba soberbios, y 1:an infa-
tuados con su bravura personal, que menosprecia-
ban las instrucciones teóricas y las enseñanzas de
la nueva táctica que él creía indispensable darles.
Entre tanto, aunque poco respetuosos con los talen-
tos y conocimientos militares del general Belgrano,
le daban la adhesión personal que los niños rega-
lones dan á los padres ó madres que les consienten
ciertas libertades y goces un tanto ajenos á la es-
tricta disciplina y al estricto orden del hogar. Las-
virtudes del general Belgrano, su hombría d-e bien,
su incontrastable moralidad y su sumisión al man-
do legal que investía, eran una garantía para San
Martín, de que interviniendo Belgrano como su
agente subalterno todo había de marchar orgánica
y tranquilamente; y de que si llegado el caso, sen-
tía acentuarse en el ejército síntomas de rebelión
contra el partido y los hombres de la capital, tenía
una manera fácil de eludir los graves compromisos
de la situación, deshaciéndose del mando del ejér-
cito y depositándolo en el ilustre y venerable pa-
triota que acababa de ser su jefe, que contaba con
las sinceras simpatías de aquellos pueblos, y que
era el más indicado para correr con las responsabi-
lidades de hacer obedecer las órdenes políticas y
militares de la capital, ó para justificar las resisten-
cias que se produjeran.
Esa era la situación difícil y ambigua que el
42 NUEVA OCUPACIÓN
general San Martín, prevenido por su admirable
sagacidad, había sabido prever ; y de ahí sus apre-
miantes solicitudes para que el gobierno no sepa-
rase del ejército al general Belgrano.
Pero los hombres del partido gubernamental
que trataban en efecto de allanarle el camino al ge-
neral Alvear para que tomase el mando del ejér-
cito del Perú á su regreso de la campaña oriental,
comprendían también que el medio más convenien-
te era separar al general Belgrano, y que para se-
pararlo con causas verdaderamente justificadas era
menester abrirle un proceso por la capitulación ar-
bitraria y ruinosa que había concedido en Salta
al ejército realista y por sus erradísimas operacio-
nes en la campaña subsiguiente, tan triste y tan fa-
talmente terminada con los desastres de Vilcapu-
gio y Ayauma. El gobierno insistió, pues, en que
el general San Martín cumpliese la orden de hacer
bajar á la capital al general Belgrano ; y á pesar
de toda su repugnancia, y de la petición que le hi-
cieron los vecindarios de Tucumán y los asilados
de Salta, de Jujuy y del Alto Perú, tuvo que cum-
plir la orden perentoria que se le reiteraba de una
manera categórica. Belgrano, enfermo, melancóli-
co y humillado, aunque siempre de una santa é
incontrastable obediencia á las autoridades públi-
cas, se alejó de Tucumán en camino hacia Córdo-
ba, donde tenía orden de quedar confinado mien-
tras se le seguía el proceso.
Bien al cabo pues de los fines políticos que se
cobijaban en este rigor, San Martín tomó la reso-
lución de separarse también del ejército de allí á
poco sin ruido y sin dar asidero á la crítica ni á la
Y DESALOJO DE SALTA 43
bulliciosa reprobación de los partidos. Comenzó
por escribir privadamente á algunos de los miem-
bros del gobierno sobre los malos efectos que el cli-
ma producía en su salud ; pasaba la mayor parte
de los días de la semana en cama, procurando que
se hiciesen públicas sus dolencias, y que todos su-
piesen que estaba resuelto á dejar el mando del
ejército, para curarse en alguna otra provincia se-
parada de los sucesos de la guerra y lejana de la
capital.
Sin embargo, en la medida de sus pocos recur-
sos y de su situación poco sólida, dio un esmerado
y hábil cuidado á las necesidades de la guerra. vSu
principal empeño fué afirmar y fomentar la resis-
tencia de las masas de Salta, y poner á Tucumán
en estado de contener la invasión de las tropas de
Pezuela en caso de que intentara adelantarse hasta
ahí. Desde entonces San Martín trabó con don
Martín Güemes una de esas amistades sinceras y
perdurables, que son efectivas entre caracteres al-
tamente dotados de grandes calidades públicas. Se
consagraron, de uno á otro, una estimación justi-
ficada por la ilustre y gloriosa carrera del uno y por
la lealtad patriótica del otro; y si fué gloria del
caudillo de Salta comprender desde entonces lo que
debía ser San Martín, no menos honra fué en éste
comprender á su vez todos los servicios extraordi-
narios con que el otro iba á contribuir más tarde
á su heroica empresa de trasmontar los Andes, y
de salvar la independencia del Plata, de Chile, del
Perú, del Ecuador, en Chacabuco y en Maipú. en
Lima y en Pichincha.
Entregado al mismo tiempo á la reforma y ade-
44 NUEVA OCUPACIÓN
lantamiento táctico del ejército, fundó academias
militares para los oficiales de los cuerpos que lo
componían, y de las clases subalternas de cabos y
sargentos. Tomó por base de esta laboriosa tarea
la organización y ejercicios que él mismo había in-
troducido en el regimiento de granaderos á caballo,
dos escuadrones del cual unidos al ejército servían
de modelo , y en el número 7 de infantería man-
dado por el coronel don Toribio de Luzuriaga é ins-
truido también en la táctica y reglas que habían
prevalecido en los ejércitos europeos después de las
guerras con el imperio francés. Con esa labor in-
sistente que hace fructíferos los trabajos de los
hombres de voluntad, y se puede decir que con
poca cooperación de la capital, San Martín logró
remontar el ejército hasta el número de 3,000 hom-
bres más ó menos, proporcionándose hombres re-
clutados por las autoridades locales de Santiago
del Estero, de Catamarca y de la Rioja : jinetes
consumados de que pensaba sacar gran partido, si
los realistas trataran de penetrar en Tucumán.
Con el fin de hacer operar libremente en la cam-
paña á las masas del país, y de mantener un punto
asegurado para sus pertrechos, capaz de resistir un
ataque repentino ó un sitio transitorio, de dar abri-
go á su infantería y de ocupar al enemigo, empren-
dió la construcción de un campo fortificado con ar-
tillería, muros ó trincheras, idea acertadísima con
la que se propuso sacar partido de la luz que habían
arrojado en su espíritu las casualidades y perifK?-
cias de la victoria de Tucufnán. Nada más admira-
blemente concebido como plan de campaña, dadas
las condiciones del país, que la construcción de un
Y DESALOJO DE SALTA ^ 45
punto de seguridad, libre de todas las aflicciones
y conflictos que una ciudad padece en tales casos
donde asegurar todos sus bagajes, contener el avan-
ce del enemigo, y maniobrar entre tanto alrededor
de él con cuerpos de caballería locales, diestros,
irreducibles, que inflamados en ardor belicoso des-
de Salta á Tucumán, Catamarca y la Rioja, debían
ocupar todo el país, interrumpir en los caminos los
convoyes del enemigo, privarlo de los recursos, y
obligarle á estrellarse además contra un campo for-
tificado antes de aventurarse á dejar todo eso á
su espalda. Lo que fué casual en la victoria de Tu-
cumán vino á ser regularizado y reducido á perfec-
to sistema en el plan de San Martín, con una admi-
rable previsión y sin ninguno de los riesgos y err'o-
res que entonces pudieron ser fatales.
En medio de estas serias y acertadísimas pre-
visiones, San Martín tenía tiempo todavía para em-
plear las traviesas sugestiones de su talento' YiVilitar
en pegarle tremendos sustos á los cuatro rnil hoín-
bres de tropas veteranas con que el general de la
vanguardia enemiga don Juan Ramírez Orozcó ocu-
paba á Salta, en espera del general en jefe don Joa-
quín de la Pezuela que con mayores tropas venía
á ponerse á la cabeza de la grande invasión, con-
tando con amenazar á la capital por el río Paraná,
y ponerse al habla con la guarnición de Monte-
video. .
Preferimos presentar este curiosísimo incidente
en la narración genuina de un general realista, pa-
ra darle mayor viveza y lucidez que la que tendría
en la nuestra, naturalmente inclinados como s<' nos
había de. suponer, á exagerar el colorido de los su-
46 NUEVA OCUPACIÓN
cesos y la inquietud extraordinaria que produjeron
en el enemigo. El general realista García Camba
lo refiere así: «En este año de 1814 comenzaron las
operaciones del ejército del rey por el movimiento
de la vanguardia sobre Jujuy y Salta á las órdenes
del general Ramírez. El coronel Castro ocupó á
Salta estableciéndose Ramírez en Jujuy. Con este
motivo el cuartel general se trasladó de Potosí á
Tupiza el 8 de febrero, dándose el general Pezuela
con toda actividad á consolidar la pacificación de
las provincias que había ocupado, y á la organiza-
ción y aumento de su numeroso ejército para em-
prender sus marchas sobre la de Tucumán. En los
primeros días de abril recibió Pezuela en Tupiza
comunicaciones del general Ramírez fechadas en
Jujuy en las que le participaba que próximo á tras-
ladarse á Salta había suspendido este movimiento
por las voces que corrían de que los enemigos, en
número de 4,000 hombres, la mayor parte monta-
dos, se acercaban en dos divisiones con seis piezas
de artillería, una por el camino del Pasaje y la otra
por Guachipas, en cuyo concepto pedía algunas
municiones de que carecía. Coincidía la circunstan-
cia de que por este tiempo había sido atacada una
gruesa parte del escuadrón Castro, quedando en
poder de Güemes 45 prisioneros. Al recibir esta
alarmante noticia, Pezuela ordenó que el coronel
Marquiegui practicase un esmerado reconocimiento
f)or el camino de Cobos hasta el río Pasaje, y re-
forzó inmediatamente á Ramírez con el batallón
Centro á las órdenes del teniente coronel Na-
vas» (11).
(ir) García Camba, Memorias, tomo I, pág. 113.
Y DESALOJO DE SALTA 47
Entre tanto, esta falsa alarma con que se había
contenido ventajosamente la marcha invasora de la
vanguardia realista, no era otra cosa que un efecto
de las hábiles estratagemas y ardides de guerra en
que el general San Martín era un artista consu-
mado. Tenía la costumbre de permitir á inmedia-
ciones suyas espías enemigos, que figurándose en-
cubiertos cuando á su vez eran constantemente ob-
servados y vigilados, transmitían á los jefes rea-
listas noticias é informes de lo que decían, ejecu-
taban ó preparaban los patriotas de Tucumán ;
cuando no eran en verdad sino movimientos falsos
y aparentes con que el general los alucinaba para
engañar á su vez á los que recibían estos avisos,
hasta el momento en que le convenía apoderarse de
ellos, cortar sus relaciones, y aprovecharse, así de
los errores á que había inducido á sus adversarios.
Aparentando grande reserva y misterio, se servía
del campo atrincherado en que tenía encerrada su
tropa, para hacer movimientos simulados y noc-
turnos, entradas de nuevas tropas, de artillería, ca-
balladas, que eran siempre el mismo grupo, la mis-
ma fuerza, pero que los extraños tomaban como
una poderosa y oculta concentración de tropas nue-
vas, y como preparativos de marcha contra el ene-
migo.
Otras causas más serias habían contribuido tam-
bién á paralizar las operaciones de Pezuela. El co-
ronel don Juan Antonio Alvarez de Arenales, en-
cargado por el general Belgrano, antes de sus de-
sastres, de ir á tomar el gobierno de la patriota
provincia de Cochabamba, unido con Cárdenas, el
caudillo prestigioso de los quichuas de Chayanta,
48 NIKVA OCUPACIÓN"
se había retirado con numerosos grup>os de natu-
rales á Valle-Grande, desde donde hacía correrías
por el país adyacente sorprendiendo piquetes y
guardias realistas, manteniendo la insurrección po-
pular y causando estorbos alarmantes á la retaguar-
dia del ejército del rey. No habría sido prudente
en el ánimo de Peztiela comprometerse á fondo en
una campaña sobre las provincias argentinas tan
poderosamente levantadas contra su frente, y dejar
á su espalda los elementos vigorosos de otra insu-
rrección muy capaz también de tomar proporciones
generales, si no la sofocaba y castigaba previamen-
te extirpando los gérmenes de ese levantamiento.
Por eso fué que manteniéndose en Tupizay hizo
organizar una nueva columna con partes tomadas
de las .guarniciones de Oruro, de Chuquisaca y de
Cochabamba. La puso á las órdenes del coronel
Blanco con orden de internarse en busca de Are-
nales, y de deshacer los grupos con que este bravo
y firme patriota operaba todavía en las provincias
del Este después de los dos desastres de Belgrano.
Chocó esta columna con los insurrectos patrio-
( .;r ) tas en San PedriUo el 3 de fe-
: •:; : 1814 brcro y logró arrollarlos, aunque
•i: Febreros no someterlos. Arenales, con los
Marzo 24 dispersos, en número 'de tres mil
y tantos hombres, logró retirarse
por él río de Pulquina, y entró en la provincia de
Santacruz de la Sierra, donde el gobernador coro-
nel Warnes, no menos enérgico y denodado, se
mantenía ventajosamente en armas contra los rea-
listas. Considerándose débil para emprenderla con-
tra^ Warnes v Arenales, Blanco se detuvo en Valle-
Y DESALOJO DE SALTA 49
Grande, limitándose á observar á sus enemigos ;
pero, como era probable que Arenales, rehecho y
reforzado por fuerzas de Warnes, volviese sobre
Cochabamba, donde bullía el espíritu insurreccio-
nario con extraordinaria vivacidad, pidió que se le
aumentase la fuerza de su columna para operar de-
cididamente, y doblar la tenaz resistencia que le
oponían aquellos dos jefes patriotas. Pezuela le en-
vió 600 hombres veteranos y tres piezas más de ar-
tillería, con lo que esa columna expedicionaria del
Rste quedó levantada á la fuerza de mil y cuatro-
cientos soldados; fuerza no sólo suficiente sino ex-
cesiva, al entender del general español, para aven-
tar y someter los grupos populares y mal armados
que iba á atacar.
Mientras se concentraba esa fuerza y se prepa-
raba á abrir su campaña, tenían lugar por el lado
de las fronteras y del Río de la Plata sucesos que
cambiaron completamente el aspecto y la condición
militar de las cosas. Confiando en que Blanco no
estaba expuesto á sufrir ningún contratiempo dada
la fuerza de que disponía y la importancia del triun-
fo de San Pedrillo, Pezuela se trasladó de Tupiza
á Jujuy en mayo llevando todas sus fuerzas, que
con dos gruesos batallones de nueva creación for-
maban un cómputo general de 6,000 hombres con
17 piezas de campaña. «Era entonces su pensa-
miento dominante, dice el escritor realista García
Camba, hacer una poderosa diversión en auxilio
de la apíura'da plaza de Montevideo». Decidido pues
á operar con la urgencia del caso, mandó que el
coronel de ingenieros Mendizábal, protegido por
300 hombres al mando del coronel Antonio María
HIST. DE LA REP. ARGENTINA. TOMO V.— 4
50 NUEVA OCUPACIÓN
Aharez, hiciese un prolijo reconocimiento del te-
rreno intermedio de Salta á Tucumán. Pero se en-
contraron con los denodados gauchos de Güemes
en Somalao, que ((favorecidos, dice García Camba,
del bosque y de los callejones intrincados que lo
cruzan en cien sentidos», envolvieron y destroza-
ron tres compañías enteras del batallón de cazado-
res reales. Al mismo tiempo Alvarez recibía un ofi-
cio del coronel Castro, jefe de la caballería, noti-
ciándole que 600 hombres del batallón de Libertos
de Buenos Aires marchaban próximos ya al encuen-
tro de la columna realista; lo que hizo que sus je-
fes tuvieran por más prudente retirarse á toda prisa
por la orilla del río Chicuana hasta tomar el camino
de la Isla y regresar á Salta,
Mas, como Pezuela estaba bien informado de
todo lo que hacía el enérgico y
1814 activo gobierno de la capital por
Mayo 13 someter de una vez á Montevideo,
y urgido también por órdenes in-
sistentes del virrey de Lima, resolvió abrir inme-
diatamente su campaña sobre Tucumán. Se tras-
ladó personalmente á la ciudad de Salta, y comen-
zó á hacer allí la concentración de todas las fuerzas
y pertrechos con que contaba para la empresa. Po-
cos días habían pasado cuando recibió la inespe-
rada n(3ticia de que Blanco, después de algunos
encuentros felices contra el coronel Warnes, go-
bernador de Santacruz, acababa de ser completa-
mente derrotado y muerto en un reñidísimo y glo-
rioso combate que había tenido lugar el 25 de mayo
con la división de Arenales en la Florida (12). El
(12) Esta victoria es la que conmemora la calle cen-
tral de Buenos Aires que lleva es€ nombre. Pero también
V DESALOJO DE SALTA 51
jefe patriota después de este señaladísimo triunfo
había recuperado la completa posesión de las dos
provincias de Cochabamba y de Santacruz. Los
restos de la célebre expedición de Blanco, dice
García Camba, procuraron salvarse como pudieron:
los más tomando por el valle de Somaipata; y la
guarnición de Santacruz salió por el partido de
Chikhuitos, único que le quedaba libre por haberse
puesto en combustión toda la provincia (13).
Con el triunfo de Arenales en la Florida y con
la nueva insurrección de Cochabamba, volvía á que-
dar bastante comprometida la retaguardia de Pe-
zuela. Su posición an Salta, era mala; porque ro-
deado de una insurrección general, y la más vigo-
rosa entre las que le estorbaban sus operaciones,
Oruro, Cochabamba y Chuquisaca volvían á estar
amenazadas por Arenales. Desde que este intrépido
é incansable patriota reorganizase el estado militar
de sus provincias, quedaban completamente rotas
las comunicaciones entre Salta y el Perú, que era
la base de las operaciones de Pezuela.
Pero era tan notoria y tan urgente la necesidad
de salvar á Montevideo, que el virrey Abascal in-
sistió en que á pesar de todo invadiese á Tucumán
y tratase de ocupar á Córdoba con toda brevedad,
encargándose él de volver á poner libres las comu-
es menester decir que se le puso recientemente en 1826,
cuando resistiendo algunas provincias á la presidencia irre-
gular que se erigió al señor Rivadavia, el general Arena-
les, gobernador de Salta, se declaró su sostenedor en el
norte; y para agradecérselo se consignó en ese recuerdo su
glorioso triunfo de doce años antes.
(i'^) García Camba, Memorias, tomo I, pág. 114.
52 NUKVA OCUPACIÓN
nicaciones del ejército y de contener ó destruir á
Arenales, con los recursos y reclutamientos que ha-
cía por todo el Perú.
En consecuencia de estas órdenes, Pezuela co-
menzó á poner en marcha sus
1814 fuerzas. Había avanzado hasta los
Julio 17 Cerrillos una fuerte vanguardia
de las tres armas, cuando á me-
diados de julio le llegaron rumores alarmantes de
que había caído Montevideo en manos del gobierno
de Buenos Aires. García Camba dice «que al prin-
cipio se tomó esto como un ardid empleado sagaz-
mente por los disidentes para detener los progresos
de las armas que mandaba Pezuela y mantener en
esperanza el espíritu de insurrección de los pue-
blos». Sin embargo, Pezuela creyó más prudente
suspender su marcha, antes que internarse expo-
niéndose á que fuese cierto el triunfo de los pa-
triotas, y que tuviese él que hacer una retirada de-
sastrosa, envuelto por las masas sublevadas, y per-
seguido por el ejército de la capital, que, puesto en
libertad de acción por la toma de Montevideo, ha-
bría de ocurrir necesariamente con toda rapidez á
reunirse con el que estaba estacionado en Tucumán.
Los rumores siguieron acentuándose por mo-
mentos y llegaban contestes al cuartel general de
los realistas por diversas vías. El coronel Marquie-
gui había interceptado en Oran comunicaciones del
gobierno de Tucumán dirigidas á los comandantes
patriotas de Pintos y del Río del Valle, que ratifi-
caban oficialmente la noticia con los partes y pro-
clamas del general Alvear y con circunstancias ven-
tajosísimas para los independientes. A los realistas
Y DESALOJO DE SALTA 53
les parecía imposible semejante cosa. Hacía muy
poco tiempo que el navio de guerra Asia, proce-
dente de Cádiz había llegado al Callao y comuni-
cado al virrey la salida de fuertes remesas de tropas
veteranas con destino á reforzar la guarnición de
Montevideo (14). Ellos no podían suponer que una
guarnición tan poderosa, amurallada en la plaza
de armas más fuerte de la América del Sur, y do-
tada de cerca de cuatrocientas bocas de artillería
hubiera tenido que rendirse á las tropas de la nueva
República.
A pesar de esas dudas, Pezuela se detuvo. Por
un expreso urgente consultó su
1814 posición al virrey Abascal ; pero
Febrero 3 antes de tener la contestación su-
po de una manera incontroverti-
ble el desastre de las armas del rey en la margen
oriental del Río de la Plata. «(Bastábale calcular
(dice Camba) la temible influencia que necesaria-
mente había de ejercer en el país la pérdida de Mon-
tevideo, y los mayores medios de que podría dis-
poner el gobierno de Buenos Aires para que el ge-
neral Pezuela comprendiera las dificultades con que
tendría que luchar si se empeñaba en mantenerse
en la provincia de Salta hasta recibir nuevas ór-
denes del virrey de Lima ; pero la muerte del bravo
coronel Blanco en la Florida y la derrota de su co-
lumna en Santa Cruz de la Sierra, las pérdidas ex-
perimentadas en Vallegrande de que daba parte el
comandante Barra, la retirada precipitada que el co-
ronel Valle había tenido que hacer en la Laguna
(14) García Camba, tomo I, pág. n6.
54 NUEVA OCUPACIÓN
de Tarabuco, la insurrección genera] del departa-
mento de Cinti poblado de gentes belicosas, y el
aumento considerable que tomaban á vista de ojos
las guerrillas de los gauchos saltEíÑos decidieron
afortunadamente al general en jefe á replegar -el
ejército á Suipacha.
))La retirada se verificó en el mejor orden (con-
tinúa diciendo) aunque experimentando grandísi-
mas penalidades no sólo por el rigor de la estación,
sino por la escasez de los forrajes» ; resultado, agre-
gamos nosotros, de las acertadas correrías y de la
persecución que les hacían los terribles milicianos
de Güemes. (cEl general en jefe realista dejó á Ju-
juy el 3 de agosto. Encargó á su segundo el ge-
neral Ramírez que cubriera la retirada con las tro-
pas ligeras, y se replegó á Suipacha el 21 del pro-
pio mes. No tardó mucho el general Pezuela en
recibir la contestación del virrey á la consulta que
le había hecho. Lo autorizaba plenamente en ella
para replegarse hasta donde fuera menester, ron
tal de que sólo en un último evento, cediese la línea
del Desaguadero después de haber defendido el te-
rreno palmo á palmo, y por partes» (15).
Fueron tales y tan grandes los apuros y las an-
siedades en que la toma de Montevideo puso al
(15) García Camba, Memorias, tomo I, pág. 111 á 117.
Hemos preferido seguir en este período la obra del gene-
ral realista, porque además de haber sido actor en los su-
cesos, los considera en el terreno en que tuvieron lugar,
y en el recinto oficial en que producían sus consecuencias ;
todo lo cual da á su narración mayor autoridad y preci-
sión que la que pudiera haber tenido la nuestra de simple
historiador de un pasado en que no hemos actuado.
Y DESALOJO DE SALTA 55
virrey de Lima, que no sólo se declaró impotente
para reforzar á Pezuela, como éste se lo exigía con
urgencia temiendo el rápido avance de las fuerzas
argentinas, sino que formó Consejo de guerra en
Lima el 30 de agosto. Se acordó en él aprobar la
precipitada retirada de Pezuela; oficiar inmediata-
mente al general don Mariano Osorio, comandante
de las fuerzas realistas que operaban en Chile, que
en el caso de haber triunfado de los patriotas de esa
gobernación, despachara á Arica el fuerte regi-
miento Talaveras, compuesto de viejos soldados
europeos, y los dos batallones de ChUoe que tenía
allí á sus órdenes; y por fin, (cque si el estado de
la guerra en Chile no era tan lisonjero como se es-
peraba, celebrase con los independientes un con-
venio cualquiera cuyas estipulaciones le permitie-
sen dirigirse con todas sus fuerzas al Perú para
ayudar á salvar este vasto país, y su ejército de
operaciones, de los complicados peligros que le amc-
nazahann.
He aquí, pues, como fué que la victoria marí-
tima del almirante Brown, el éxito brillante de las
operaciones del general Alvear, y los actos de la
política altamente inspirada de los ilustres prohom-
bres del 8 de octubre de 181 2, produjeron conse-
cuencias continentales en toda la parte austral de
la América del Sur. ¡Y de cierto que Pezuela y
Abascal no se engañaban ! Si nuestro estado social
no se hubiera hallado fatalmente envenenado en
ese mismo momento, como lo vamos á ver, por el
torrente de la anarquía bárbara que se desató sobre
las provincias litorales, alrededor de la capital, azu-
zado y enardecido por Artigas, la nueva expedí-
56 NUEVA OCUPACIÓN
ción al Alto Perú que el general Alvear debía ha-
ber llevado inmediatamente después de la toma de
Montevideo, hubiera coronado en Lima en 1815 la
obra de la Revolución de Mayo de 1810. Pero... no
nos adelantemos con sugestiones dolorosas á los
tiempos posteriores.
Al correr de estos sucesos, y cada vez más des-
alentado por la falta de medios en
1814 que se le tenía y por la evidente
Marzo 10 sospecha de que se le mantenía
en una posición insubsistente,
precaria, que se reservaba para aumentar las glo-
rias del general Alvear, San Martín había conse-
guido en marzo de 18 14 que se le exonerase del
mando del cuerpo de ejército acuartelado en Tucu-
mán ; y retirado á Córdoba, solicitaba la obscura
gobernación de Mendoza, puesto demasiado humil-
de entonces, para que pudiera despertar los celos
del vencedor de Montevideo que, como una águila
recientemente salida del nido al alto vuelo, fijaba
ya sus ojos en la región luminosa del sol peruano.
Más reflexivo y más cauto en sus propias obser-
vaciones, San Martín preveía serias dificultades á
los pasos atrevidos é intemperantes de su antiguo
y joven amigo. Conocía el estado de los ánimos en
el ejército de Tucumán, los resabios localistas de
las poblaciones, las prevenciones desfavorables que
germinaban contra la índole imperante é impetuo-
sa de la oligarquía del 8 de octubre y de su bri-
llante é inexperto caudillo. Ligado por matrimonio
con una hija de la rica é influyente familia de los
Escalada, adversarios decididos del orden de cosas
establecido, v muy mal avenidos con el torrente de
Y DESALOJO DK SALTA 57
novedades en que aquella oligarquía echaba á la
Revolución, advertía también el desarrollo latente
pero poderoso que en la capital tomaba el espíritu
público contra el gobierno y contra la concentra-
ción militar del poder en manos de un partido in-
transigente, tan infatuado y tan atrevido como el
joven que lo encabezaba. Convencido de todo esto
San Martín, tenía una convicción completa de que
la nueva tentativa que iba á hacerse para entrar por
tercera vez al Perú por las provincias argentinas
del norte, estaba muy expuesta á fracasar como ha-
bían fracasado la de 1811 en Huaqui, y la de 1813
en Vilcapugio y Ayamna.
Al solicitar, pues, con aparente modestia pero
con cauta sagacidad la humilde gobernación de
Mendoza, San Martín se proponía eludir respon-
sabilidades personales en los movimientos convul-
sivos que temía y preveía, y ver si conseguía el
mando de una división argentina que á las órde-
nes del coronel don Marcos Balcarce y del coman-
dante don Juan Gregorio de Las Heras operaba en
el ejército de Chile como cuerpo auxiliar ; porque
sabía que aquel jefe estaba resuelto á retirarse á
Buenos Aires, después de haber prestado allí ser-
vicios importantes en varias acciones de guerra.
\iste puesto le ofrecía una ocasión para salir del
influjo de las facciones argentinas, cuyos hombres
y confusos movimientos le inspiraban profundo te-
dio y desaliento, muchísimo temor, porque no ha-
bía nacido para esas turbulentas luchas, ni contaba
con medios de genio, de palabra y de audacia para
figurar y predominar sobre ellas. Sus calidades y
sus talentos corrían por otros senderos; y decían
NIEVA OCUPACIÓN'
algunos que en su triste desencanto estaba conven-
cido de que se había alucinado desgraciadamente
dejándose entusiasmar en Europa por la indepen-
dencia de la tierra en que había nacido ( i6) .
Puesto en Chile y sin las rivalidades que que-
ría eludir en la República Argentina, pensaba te-
ner una acción más libre para su genio militar, v
premeditaba ya como una consecuencia de las vic-
torias que se alcanzaran una expedición marítima
sobre las costas del Perú, que levantase y sostu-
viera allí el espíritu de insurrección. Pero todo esto
lo transmitía privadamente á sus amigos particu-
lares como proyectos y como ventajas que podía
ofrecer una hábil gobernación de la provincia de
Mendoza, que la constituyera en cuartel general de
la insurrección y emancipación de Chile.
En aquel momento no se hacía gran caso de las
ideas de San Martín. Se tachaban de ilusorias, de
poco prácticas, de demasiado remotas en sus re-
sultados para que conviniese tomarlas en cuenta.
Todo el prestigio, todo el brillo y todas las espe-
ranzas se cifraban en la campaña definitiva que los
vencedores de Montevideo debían abrir y llevar á
cabo sobre Lima por las provincias y por los ca-
minos del Norte. Los enemigos mismos temblaban
al anuncio de esta operación como hemos visto; y
el supremo director del Estado don Gervasio Po-
sadas, sin consultar quizás el parecer del general
Alvear, dio la gobernación de la provincia de Cuyo
(i6) Algunas veces nos ha dicho el doctor Tagle á nos-
otros mismos: «San Martín nunca le tuvo cariño ni afecto
personal á Buenos Aires: nos tenía miedo y no se intere-
saba por nosotros».
Y DESALOJO Dlí SALTA 59
(Mendoza, San Juan y San Luis) al general San .
Martín, de cuya obra en ese terreno nos ocupare-
mos á su tiempo : pues ahora, después de haber de-
tallado las grandes consecuencias que produjo la
toma de Montevideo en la- guerra continental de
la independencia argentina, tenemos que estudiar
las que produjo en los sucesos políticos de la ca-
pital, y en las convulsiones con que comenzaron
á alterarse las bases orgánicas del orden social.
Por un error de cálculo de que no pocas veces
son víctimas las ambiciones precipitadas, Alvear,
que había suplantado á Rondeau con justicia y con
ventaja en Montevideo, influyó para que el director
Posadas lo consolase con el mando del ejército de
Tucumán. Alvear contaba con que la escasa im-
portancia personal y la flemática ó traposa resig-
nación con que el nuevo general tenía costumbre
de avenirse á todo, le daban la seguridad de que
llegado el caso próximo de tomar ese puesto para
sí, ningún trabajo le ofrecería la separación de un
hombre, como ese, desprovisto de calidades polí-
ticas, notoriamente incompetente para dirigir y lle-
var á cabo la grande campaña que preparaba. Pe-
ro esa figura boba y avenida que Alvear y los hom-
bres influyentes de su partido tomaban por un ma-
niquí cómodo para suplir faltas momentáneas (y
que en efecto no hizo otra carrera ni desempeñó
otro papel que ese durante toda su vida), tenía de-
bajo de su callada y paciente mansedumbre una
calidad que casi nunca falta á los de su especie, la
beata hipocresía que se aprovecha de las circuns-
tancias, y que se deja poner siempre en buen lugar
6o NUEVA OCUPACIÓN
abandonando á otros las responsabilidades de lo
que ellos mismos desean y fomentan (17).
Lo peor era que todo en el ejército del Norte es-
taba fatalmente preparado para que se colmasen
los efectos dañinos y ruinosos que debía producir
Rondeau por sus mismas calidades negativas y por
su misma insignificancia. Los jefes antiguos esta-
ban acostumbrados á una vida arbitraria y capri-
chosa; á una independencia incorrecta y soberbia.
Ensimismados también por la fama de bravos y
de insubordinados de que gozaban, habían tomado
profundas prevenciones contra los hombres nuevos
que habían comenzado á figurar en la capital con
Alvear, y contra el orden de innovaciones que pre-
tendían introducir en los cuerpos y en la discipli-
na del ejército. Agregábase á esto, que habiéndose
retirado del ejército algunos oficiales superiores co-
mo Díaz-Vélez, Viamonte, Balcarce, Dorrego y
otros, se les había suplido con oficiales casi des-
conocidos, de una escuela dudosa al menos, como
Pagóla y los demás que veremos figurar después.
La composición de ese ejército lo tenía, pues, per-
fectamente dispuesto á anarquizarse así que las cir-
cunstancias ó el soplo de los partidos políticos vi-
niesen á inflamar los malos elementos que germi-
naban en su seno.
(17) Al escribir así, nos fundamos, como se verá, en
los juicios exactísimos que en sus Memorias Postumas for-
mula el general don José María Paz, confirmados por todos
los contemporáneos del general Rondeau. á quienes mil
veces hemos oído lo mismo, además de estar justificados
por sus propios hechos, y por una nulidad que no se des-
mintió jamás.
V DKSALOJO 1)K SALTA 6l
Rondeau, por su propia insignificancia era pues
el general mejor adaptado, el más aceptable para
los jefes que en vez de tener que obedecerle, lo en-
contraban más bien obediente, solícito, ó apático
ante todos los desacatos y la anarquía que había
prevalecido después de la separación de San Mar-
tín ; y su misma hipocresía para condescender con
sus subalternos, debía coincidir, por un efecto ne-
cesario, con el interés de éstos en preferirlo á Al-
vear, costase lo que costase.
Veamos ahora la situación de los negocios en
las márgenes del Río de la Plata, para que quede
completo el cuadro de la situación en 1814.
CAPITULO ÍI
LA Ri:STAURAClÓN DE FERNANDO VII
INGLATERRA Y PORTUGAL
St'mariO: Fernando VII vuelto á la libertad por Napoleón.
— Cambio radical en la faz diplomática de la Revolución
Argentina. — Previsiones y consejos de lord Strangford. —
Cautelosa neutralidad de Inglaterra. — Poderosos presti-
gios de España sobre el ánimo de los insurgentes. — Go-
biernos transitorios sin régimen conocido y de pura anar-
quía electoral. — Ni república ni monarquía. — Descrédito
natural de la Revolución de Mayo. — Simpatías retros-
pectivas del monarquismo. — Vacilaciones aparentes y
mérito persistente en la obra regeneradora. — Concordan-
cias naturales de las ideas y propósitos de lord Strang-
ford con las de los hombres políticos de la Revolución
Argentina. — Carácter soberbio y hostil del gabinete bri-
tánico.— Dificultades de su posición. — Odio de Fernan-
do VII contra la nación inglesa. — Su resistencia tenaz
á acordarle un tratado formal de comercio. — Sus medi-
das contra las manufacturas. — Su espantosa y bárbara
tiranía en el interior. — Naturaleza reaccionaria y retró-
grada de su gobierno. — Indignación del parlamento in-
glés y de la prensa. — Política reservada y taciturna del
ministerio.— El teniente general Dyer.— Los grandes ora-
dores ingleses y Fernando VII.— Acusación universal del
carácter pérfido y bajo del rey de España.— Votos pú-
blicos porque se Ife expulsara del trono. — La orden del
Garter. — La entrega de los patriotas de la Nueva Espa-
ña.— Asentimiento del ministerio á las quejas de la opi-
nión pública. — Vivas simpatías del Parlamento por la
independencia del Río de la Plata. — Comparación de los
intereses ingleses en América ó en España. — Protestas y
INGLATERRA Y PORTUGAL 63
seguridades del ministerio sobre su absoluta neutrali-
dad.—Opinión unánime de los grandes diarios, de los
comerciantes, de los banqueros y de los industriales. —
Iracundo desquite que toma Fernando VII prohibiendo
los^algodones ingleses. — Reclamaciones del ministerio in-
glés.—Obstinada negativa de Fernando VIL — Tratado
respectivamente ilusorio y vano para ambas partes. — Es-
tado vidrioso de las relaciones. — Complicación gravísima
de las relaciones entre Portugal y España. — Esfuerzos de
Fernando VII por aparejar prontamente la grande ex-
pedición contra Buenos Aires al mando del general Mo-
rillo.— Maniobras reservadísimas de Inglaterra y de Por-
tugal.—La rendición de Montevideo. — Primer contra-
tiempo de la expedición. — Cambio de rumbo cuidadosa-
mente ocultado. — Sospechas y agravios de Fernando VII
por los procederes ambiguos y solapados de Inglaterra. —
Empeños del gabinete inglés y de su embajador en Río
Janeiro para que el gobierno de Buenos Aires entre en
negociaciones de arreglo con el rey de España. — Formas
alternativas del arreglo. — Dificultades insuperables de la
negociación.— Acuerdo del Directorio sobre esto.— Mi-
sión de Sarratea. — Misión del general Belgrano y Riva-
davia.— Los dos motivos del cuadro general trazado en
este capítulo.
La rendición de Montevideo y una vivísima in-
surrección que casi al mismo tiempo estalló en el
Cuzco extendiéndose por todo el centro del Perú,
fueron dos acontecimientos de la mayor importan-
cia que parecían abrir á las tropas argentinas una
ancha y fácil entrada para ir á ventilar la cuestión
de la independencia allí mismo dondi' tenía su tro-
no el más poderoso de los virreyes coloniales. Pe-
ro, como en la historia de las naciones no hay
acontecimientos simples, coincidió con esos felices
sucesos la noticia de que Napoleón había puesto
repentinamente en libertad á Fernando Vil, por
64 FERNANDO VII
un tratado firmado el ii de diciembre de 1813. De
manera que con la vuelta al trono del legítimo mo-
narca de España y de las Indias, caía el telón con
que se había pretendido disimular hasta entonces
los fines verdaderos de la Revolución Argentina;
y de allí adelante se hacía imposible que ella con-
tinuase invocando, como base de sus poderes pro-
pios para gobernarse, la cautividad de su rey.
Desde algunos meses antes, lord Strangford ha-
bía previsto en Río Janeiro la variación radical en
que por este suceso iban á entrar los asuntos polí-
ticos americanos.
El fracaso de Napoleón en Rusia; el alzamiento
de todas las naciones del norte ; el agotamiento de
Francia, y la expulsión casi total de los franceses
de España, reducidos á fuerzas muy inferiores de-
lante de los ejércitos vencedores con que Welling-
ton los arrollaba al centro del territorio francés,
habían dado al embajador de Río Janeiro la certi-
dumbre de que en muy pocos meses más, Bona-
parte se vería reducido á abdicar, ó á tratar cuando
menos contentándose con fronteras reducidas; y
que tendría que devolver su natural soberanía á
los reyes de España y de Portugal. Sentado eso,
que para el embajador y para su gobierno era ya
como un hecho consumado cuyo cumplimiento de-
bía efectuarse en muy poco tiempo, el noble lord
sabía bien que Inglaterra no podría esquivar jamás
los estrechos compromisos que la ligaban á Espa-
ña. Si antes, durante el cautiverio de Fernando VII,
el gobierno británico se había escudado de las exi-
gencias españolas con su falta de derecho para pro-
nunciarse entre las Juntas de la Península y las
INGLATERRA Y PORTUGAL 65
Juntas de América, creadas y sostenidas en nombre
del mismo rey y de la misma nacionalidad, resta-
blecido ahora en su trono el soberano legítimo, no
le era posible seguir tergiversando los principios
monárquicos, ni desconocer los exclusivos y regios
derechos que Fernando VII tenía al gobierno de sus
colonias, cuya resistencia desde ese momento no
podía ya tener otro carácter que el de una abierta
rebelión contra el legítimo soberano con quien ella
estaba aliada.
Temiendo pues que la situación viniese á ser
desesperada para los independientes del Río de la
Plata, el embajador inglés de Río Janeiro repetía
aviso sobre aviso al gobierno de Buenos Aires,
con un interés que nunca se desmintió. Su viví-
simo deseo era que los patriotas enviasen á Europa
comisionados, que protestando su vasallaje á los
pies del trono, procurasen obtener del gobierno es-
pañol la erección de una monarquía templada en
cabeza de alguno de los infantes hijos de Car-
los IV, que á la vez que garantizase la perfecta
unión de intereses con la madre patria, por el ha-
bla común, por las costumbres, por la raza y por
la religión, salvase los derechos fundamentales de
la causa de la independencia; y que si esto fuera
imposible volviesen las provincias del Río de la
Plata al vasallaje de su legítimo rey, con tal que
se les otorgase un nuevo régimen colonial basado
en el'gobierno propio interno, aunque políticamen-
te quedase sumiso á la corona, que era lo que nues-
tros publicistas y estadistas llamaban entonces un
gobierno de libertad civil. Creyendo ilusoriamente
que pudiera llegarse á la segunda forma, cuando
m'ST. DE LA REP. ARGENTINA. TOMO V. — 5
66 FERNANDO VII
menos, si se veía que la primera fuera de todo pun-
to imposible, lord Strangford insistía por cuantos
medios tenía á su alcance por conseguir que el di-
rector Posadas nombrase agentes caracterizados
que abriesen esta negociación ; y aseguraba tam-
bién que el gabinete inglés, sin ampararlos 7nam-
fiestamente bajo su mediación, haría todo lo nece-
sario para que fuesen oídos y se tomasen en cuenta
las proposiciones qu€ hicieren en uno ó en otro de
los dos sentidos mencionados; y como los hom-
bres políticos del Directorio y de la Asamblea, ade-
más de las dudas y ansiedades que les inspiraba la
anarquía republicana. en que se hallaban envueltos
por la fuerza de las cosas, le conservaban á Es-
paña no solamente respeto, sino profundo miedo,
coincidían en las mismas ideas del embajador in-
glés; y á pesar de que no esperaban que España
tuviese la sensatez y la sabiduría de tomarlas por
base de una negociación seria, creían que Ingla-
terra, por sus intereses comerciales, podría darles
un apoyo eficaz para consolidar su emancipación
■económica sobre alguna de esas dos bases.
Si quisiéramos juzgar de lo que ofuscaba enton-
ces el ánimo de los patriotas argentinos, por la
manera en que hoy se nos presenta el cúmulo ma-
ravilloso de las coincidencias y de los esfuerzos
heroicos que nos salvaron, cometeríamos una ver-
dadera necedad. No es después de salvar los terro-
res de un momento supremo y crítico, que se puede
juzgar de las ansiedades y de las tribulaciones que
sufrieron los que pasaron por ellos. La España que
hoy se nos presenta á la vista, no es la España
cuyo gigantesco fantasma pesaba sobre las ideas
INGLATERRA Y PORTUGAL 67
tradicionales de nuestros padres, cuando nada co-
nocían ellos del mundo, sino la vasta y poderosí-
sima monarquía que tenía en sus manps una gran
parte de Europa, América entera y otra parte no
menos opulenta de Asia. Verdad es que inespera-
damente la habían visto caída en las garras de Na-
poleón. Pero ¿con qué sublime esfuerzo, con qué
prepotencia no había dado ella el ejemplo de la
energía á los pueblos de Europa? ¿y con qué ro-
bustez no había, ella sola, trozado la cadena con
sus heroicos brazos? Retemplada y victoriosa vol-
vía á levantar su viejo trono. Un monarca popular,
pero bárbaro, descargaba los furores de su saña
contra los progresos revolucionarios de su siglo,
y armado con el poder de la vieja nación, se apron-
taba ya á pedir cuenta á los rebeldes americanos,
en su propio suelo, de los ultrajes que habían he-
cho á su corona. ¡Quos cgo...!
Suponer que tan terrible amenaza no debió pre-
ocupar á los que tenían que defender, contra ella,
su independencia, sus personas y sus familias, es
no conocer la naturaleza aprehensiva y febril de los
pueblos conmocionados, cuando sacados de los
asientos tradicionales en que había reposado su
orden social y político, sobrenadaban como náu-
fragos en el desorden de la borrasca.
Por lo demás, el movimiento confuso de gobier-
nos transitorios y eventuales en que los partidos
se hallaban arrojados sin criterio político propio,
no era un régimen político sino un fenómeno es-
pontáneo que no tenía de república sino su forma
electoral anárquica y tumultuosa. Nadie que tuvie-
ra un ápice de sentido común, un sentimiento algo
68
FERNANDO VII
Vivaz siquiera de las exigencias del patriotismo y
del orden social, podía prever ó esperar con la cal-
ma de un fatalista ascético, que aquel primitivo
desquiciamiento fuera un medio razonable de lle-
gar á constituir y consolidar los grandes fines eco-
nómicos y políticos de la Revolución de Mayo,
harto desacreditada ya por la ruina de todas las
ilusiones que la habían prestigiado en los primeros
días, y de cuyas consecuencias nadie sabía cómo
salir; pues para saberlo habría sido preciso tener
en la mano el hilo de los secretos de la providencia,
y verlos antes que se produjeran. Exigir que hom-
bres tan cabalmente instruidos y tan capaces como
los hombres políticos de la Revolución, pensaran
y creyeran que era república y forma definitiva de
gobierno aquel movimiento descabellado y sin fre-
no que los llevaba arrebatados en alas del tiempo,
sería precisamente negarles las virtudes, la previ-
sión, y la actitud con que trataban de salvar la pa-
tria de acuerdo con los elementos de orden cientí-
fico que imperaban en su tiempo. Y de que busca-
ran una monarquía constitucional y parlamentaria
como término de sus tribulaciones, no puede hacér-
seles cargo ninguno; porque además de que eso era
eminentemente patriótico en su tiempo, aunque hoy
nos aparezca como ilusorio, ellos, aunque arrastra-
dos por esa ilusión, no economizaron tampoco los
deberes ni los esfuerzos que les imponía la salva-
ción de la patria; y supieron triunfar al fin por sí
solos, sin sacrificar esos deberes, ni economizar
esos esfuerzos gigantescos, al influjo de aquellos
fines ilusorios, que si han dejado un simple recuer-
do entre las eventualidades de su tiempo, no han
INGLATERRA Y PORTUGAL 69
dañado, con rastro ninguno que sea perjudicial é
incurable, el organismo progresivo con que á pesar
de todo, vamos marchando desde entonces y cuyo
fin complementario será el régimen republicano
parlamentario, sin el cual no hay verdadera liber-
tad, ni honra, en la vida de las naciones modernas
que aspiran á ser verdaderamente libres.
Ofuscados, pero no descorazonados, nuestros
hombres de entonces no podían menos que ver con
terror la resurrección del trono absoluto en España,
y la exaltación en él de un monarca bárbaro, per-
verso y reaccionario como ese que desde esa altura
soberana, semidivina, amenazaba descargar sus
fuerzas iracundas al tiempo mismo en que el des-
orden interno parecía inhabilitarlos para tentar una
resistencia eficaz y bien organizada. El fantasma
de la reacción se levantaba, pues, formidable y ame-
nazante delante de ellos. España tenía todavía fuer-
zas y elementos, tan vivos como consistentes, en el
suelo colonial. Nadie había que fuera capaz de con-
tar con otra cosa que con una lucha larga, san-
grienta, tenaz, y de un éxito sumamente problemá-
tico. Todo pues — las ideas políticas que profesa-
ban, las circunstancias desfavorables y apremiantes
que pesaban sobre ellos, las exigencias del patrio-
tismo, la necesidad suprema de hacer servir toda
su actividad á salvar el orden social para poner á
la patria á cubierto de un desastre final, — contribuía
á que los hombres eminentes del Directorio de 1814
y de la Asamblea General Constituyente, acepta-
ran con un perfecto acuerdo las indicaciones del
embajador inglés, resueltos á todo <(antes que
aceptar el vi'GO colon'lal absoluto que imperaba
70 FERNANDO Vil
en España con toda la fiereza de un monstruo
brutal».
Haciendo esta salvedad, fué que el Supremo Di-
rector del Estado accedió á nombrar á don Manuel
de Sarraíca para que se trasladase á Río Janeiro
é informase desde allí sobre los medios prácticos
de establecer esa negociación con el gobierno es-
paíiol á que con tantas instancias quería llegar el
embajador .de Su Majestad Británica.
Pero unido á Fernando VII en virtud de unos
mismos intereses políticos, y aún de los principios
dinásticos contra las insurrecciones provocadas por
el espíritu liberal y democrático, que no bien so-
metido agitaba todavía á los pueblos europeos y
levantaba su poderosa cabeza en la América del
Norte, el gabinete tory se había apoderado del po-
der con elementos vigorosísimos de duración ; y no
disimulaba el rencoroso menosprecio con que mi-
raba estas republiquetas del Occidente, que sin for-
ma de gobierno conocida, ni regla alguna orgá-
nica, guerreaban en medio de un verdadero y ver-
gonzoso caos, por una independencia de la que se
mostraban completamente incapaces é indignas.
Y sin embargo, este altivo y potente coloso, que
nada habría deseado tanto como ayudar á España
con sus escuadras, su dinero y sus soldados, á ba-
rrer de la haz de la tierra americana la insolente
canalla que pretendía constituir en ella repúblicas
independientes y rebeldes, tenía trabados sus pasos
y enredadas sus piernas en los valiosísimos inte-
reses comerciales de esos mismos pueblos que odia-
ba. La cuestión de los mercados de consumo, que
jamás había tenido un interés más absorbente para
INGLATERRA Y PORTUGAL 7 I
SUS fábricas y sus enjambres de proletarios, eran
amarraduras que no sabía cómo romper ese Eolo
forzado á mantenerse encerrado en los antros tor-
tuosos de su diplomacia, sin poder dar salida á sus
furores contra nosotros, porque la primera conse-
cuencia habría sido arruinar sus propias industrias
y ahogarlas en su mismo lecho privándolas de los
mercados que las consumían y de los retornos que
las alimentaban. El arbitro que en fuerza de sus
opulentas riquezas rugía en las alturas de la diplo-
macia europea, tenía que doblar su cerviz, por in-
terés de esas mismas riquezas, ante la soberanía
comercial del Río de la Plata; y de ahí sus vaci-
laciones, sus rencores impotentes, sus dobleces con
España y por último su prudencia para no mal-
quistarse con la opinión pública de su mismo país
y con los intereses del comercio que eran prepo-
tentes en su Parlamento.
Lo curioso es que Fernando VII, libertado por
acto de Napoleón, antes de que Inglaterra lo hu-
biese previsto, había regresado á España animado
de la más violenta aversión y enojo contra los in-
gleses. El círculo que lo inspiraba, compuesto del
duque de San Carlos, de Escóiquiz, de Chamorro,
y de todo aquello que el partido reaccionario y ser-
vil tenía de más virulento y perverso, emponzoña-
ba con chismes y reminiscencias el ánimo preve-
nido del rey contra los ingleses. Atribuíanles todas
las novedades liberales, de Constituciones y Cor-
tes introducidas en el reino durante el cautiverio,
no sólo por el ejemplo pervertidor de sus institucio-
nes libres, sino por los influjos directos de los per-
sonajes, dedicados á conseguir que España, dan-
72 FERNANDO VII
dose instituciones libres, asegurase sus vínculos so-
ciales con la política comercial y con los intereses
ingleses ( i). Aunque taciturno é insistente en man-
tener su papel de aliado de España, por cuanto no
podía hacer otra cosa en el concierto de las poten-
cias europeas reunidas en Viena después de la caí-
da de Napoleón, el gabinete inglés se sentía ofen-
dido y perjudicado por la mala voluntad con que
Fernando V^II ponía estorbos á los intereses de su
comercio de importación, y á sus pretensiones á
gozar del comercio sud-americano, precisamente en
unos momentos de crisis manufacturera aterrante,
en que no tenía otro medio que ese con que resar-
cirse de las enormes erogaciones que le costaba la
emancipación misma de España, y en que la sal-
vación de su industria, la reposición de su tesoro
y el alivio de su espantoso proletariado reducido á
una miseria desesperante, dependían de que sus fá-
bricas encontraran mercados de consumo (2),
Apenas pisó Fernando VII la península, en
marzo de 1814, comenzó el embajador inglés á ges-
tionar la formalización del tratado de comercio que
venía ofrecido, proyectado, pero nunca concluido,
(O Véase el cuadro palpitante que de esta enemistad
hace Gebhardt en su Historia General de Es-paña, volu-
men VI, pág. 640, 643 y pág. 39, especialmente esta última.
((Le vemos igual deseo de estrechar alianza con el empe-
rador de los franceses conservando aún miedo, ciega admi-
ración por su persona ; y este afán era, en su nueva situa-
ción, robustecido por el odio que sentía hacia los ingleses,
de quienes suponía que eran invenciones las reformas, et-
cétera, etc.»
(2) Spencer Walpole, Hist. of. Eng. from the conclu-
sión of the Great 7var in /SiS-
INGLATERRA Y PORTUGAL 73
desde el ajuste del año de 1809. La cuestión de la
introducción de las mercaderías inglesas, de los al-
godones y ferretería sobre todo, en los puertos de
la Península y en los de América, había sido hasta
entonces un escollo insalvable para el buen éxito
de la negociación. A pretexto de que ausente y
cautivo el rey no tenía poderes para variar en esa
parte las leyes del reino, pero no tanto por eso,
cuanto por el influjo con que dominaban en su seno
los monopolistas del comercio de Cádiz, la Regen-
cia primero, y el mismo rey después que recobró
su f>oder absoluto, rehusaron pertinazmente alte-
rar el orden comercial establecido de antiguo en los
puertos de la Península y de América; porque ((Con
la facilidad de introducir mercaderías inglesas en
la Península, de donde se difundían á América,
volvía á Inglaterra el dinero anticipado á los espa-
ñoles, ó invertido en el pago de sus propias tro-
pas» (3).
Otra de las razones, y quizás la más fundada,
que España oponía á las pretensiones del gabinete
inglés, ávido de obtener la apertura legal de los
puertos americanos, era la de que, para obtenerla,
se hacía menester que Inglaterra cumpliera con sus
deberes de aliada, y ayudase á someter á los insur-
gentes á fin de que los resultados económicos de
las franquicias que pedía entraran en el tesoro real,
V no en el de los gobiernos rebeldes que hacían la
guerra á su soberano. Inglaterra contestaba á eso
(|ue una alianza entre dos potencias no arrastraba
(3) Gebhardt, Historia General de España y de sus
Indias, tomo VI, pág. 529 y 530.
74
FERNANDO Vil
consigo la ciega obligación de inmiscuirse en las
guerras, civiles ó en las cuestiones de gobierno in-
terior que pudieran suscitarse entre las provincias
de un reino y su legítimo gobierno, porque si así
fuese tendría que hacerlo con criterio propio, ó sin
criterio : si lo primero, tendría el derecho de optar
por uno de los partidos; y si lo segundo, tendría
que convertirse en instrumento ciego de otro poder
extraño con pérdida de su propia soberanía. En ese
caso, contestaban los consejeros de Fernando, In-
glaterra no puede tampoco exigir franquicias con
derogación de usos antiguos que vendrían a redun-
dar en beneficio de los rebeldes.
Pero lo que ponía el colmo á la embarazosa si-
tuación del gabinete británico, era la política vio-
lenta y tiránica que Fernando había adoptado des-
de el momento mismo en que había pisado el te-
rritorio español. Su primer acto había sido resta-
blecer por un real decreto el régimen absoluto de
la vieja monarquía, restaurar el tribunal de la In-
quisición con todas sus antiguas facultades para
perseguir opiniones, libros y escritores que ofen-
diesen en algo la unidad de las doctrinas consagra-
das por el Trono y el Altar; para encarcelar, dar
torturas y quemar, en público auto de fe, á los que
hubiesen tenido la audacia de imprimirlas ó de pro-
palarlas en asambleas ó pretendidas Cortes de la
nación.
Abolió también por igual decreto la Constitu-
ción. Mandó disolver las Cortes por la fuerza; de-
claró nulas todas las leyes orgánicas y administra-
tivas que hubieran sancionado, y declaró crimina-
INGLATERRA Y PORTUGAL 75
les de lesa m'ajestad á todos los diputados señalados
como liberales.
Ocho mil personas, y entre ellas lo más hono-
rable y distinguido de las clases ilustradas, fueron
aherrojadas en las cárceles, en los castillos y en las
plazas fuertes de la Península y de África. Otros
muchos fueron fusilados por haber hablado de des-
obedecer los mandatos inicuos del rey. Como quin-
ce mil ciudadanos, ocultos los unos, huyendo des-
pavoridos los otros, vagaban perseguidos como bes-
tias de cacería en el afán de ganar las vecinas fron-
teras para salvarse de la espantosa tiranía desatada
por la rabia fría y cruel de aquel monstruo exacer-
bado con el loco deseo de exterminar jacobinos,
como llamaba éí á los liberales que habían luchado
por libertar la patria del yugo de los franceses y
reponerlo á él en el trono de sus abuelos.
Lo más grave era que las masas abyectas, los
frailes, la bruta aristocracia de los campesinos y
lugareños, los gremios, los curas, las aldeas, y al-
gunos de los -generales más señalados en el servicio
militar, como Elío, Calderón, La Bisbal, acompa-
ñaban al rey en su bárbaro desenfreno. Con esto
se aumentaba su poder personal ; y el incontrasta-
ble impulso de sus perversas pasiones allanaba toda
especie de garantías, sin estorbos ante la voluntad
de este Soberano Absoluto por la gracia de
Dios, cuyas opiniones é intereses eran mandatos
de la autoridad divina consustanciada en el alma
de un animal privado de conciencia y de honra,
que en el trono y fuera del trono no era ni más ni
menos que un facineroso depravado, tenido y de-
clarado por tal á ¡a jas de] mundo como lo vamos
76 FERNANDO VII
á ver, por los hombres más eminentes y honorables
del Parlamento inglés, sin que nadie osase allí le-
vantar la voz para atenuar en lo más mínimo el
tétrico y repugnante perfil que hacían del rey de
España.
Fernando VII proponía á Inglaterra hacer un
tratado especial de alianza bélica contra los insur-
gentes de América, y en remuneración de su coo-
peración, le concedería un arreglo de franquicias
comerciales. Pero el gabinete inglés no podía acep-
tar semejantes bases. El estado de la opinión en el
Parlamento y en la generalidad del país era resuel-
tamente favorable á los americanos, al mismo tiem-
po que la persona y el gobierno de Fernando VII
eran mirados por toda la prensa como una de esas
abominaciones indignas de la época y de la civili-
zación. Tales fueron los actos inicuos, la mala fe,
las atrocidades, el salvajismo y las proscripciones
á que se abandonó desde el primer día en que reasu-
mió el poder, que el escándalo de su conducta pro-
vocó el horror de la opinión pública de Inglaterra,
é hizo estremecer á las clases políticas y comercia-
les de un extremo del reino á otro. El ilustre ge-
neral Thomas Dyer, uno de los héroes del ejército
que había arrojado á los franceses de España, y
que por sus altos hechos había merecido que el go-
bierno de la Regencia lo condecorase con cien cru-
ces y con el grado de teniente general español, in-
dignado de los atentados del gobierno de Fernando,
escribió al secretario de guerra de Madrid devol-
viendo todas las cruces y grados (4).
(4) No habiendo obtenido respuesta, reiteró su renun-
cia en estos términos: «...y ruego por segunda vez á Vues-
INGLATERRA Y PORTUGAL 77
Estas ideas, y los cargos más tremendos contra
Fernando Vil y contra las contemporizaciones del
gabinete inglés, tenían un eco general y apasiona-
dísimo en el Parlamento : y no pocas veces queda-
ron mal parados los ministros, que inhabilitados
para defender sus obscuras relaciones con el go-
bierno español, se escurrían de las dificultades con
reservas y breves disculpas de su política. Los ora-
dores más respetados y más populares aprovecha-
ban cuanto se les venía á la mano para presentar
al gabinete inglés como cómplice y manchado en
todas las infamias y torpezas que cometía el rey de
España. El famoso orador Mr. Mackintosh decía
en una de las más ardientes sesiones á que dio lu-
gar este estado de cosas : ((El ministerio debe hacer
una declaración que libre á Inglaterra de la graví-
sima imputación de haber tomado parte contra los
patriotas americanos. Desde el momento en que
entró en España Fernando VII ha prevalecido la
impresión (algo justificada sin duda) de que In-
glaterra aprueba y auxilia las maldades de ese nue-
vo rey. Todos sabemos que el general Withingham,
tra Excelencia que mi nombre sea borrado cié la lista de
los generales del ejército español, porque jamás puedo con-
sentir en aceptar rango alguno de un gobierno que priva
á su nación del derecho de representaci(5n, pero especial-
mente no puedo aceptarlo del gobierno español que ha re-
cibido tantas pruebas del afecto de sus subditos en los es-
fuerzos que han hecho, y de que yo mismo soy testigo,
para el restablecimiento de la independencia de la monar-
quía. Me parece que los ministros, al regreso de S. M. de-
bían haber aconsejado á su soberano que confirmase todos
los antiguos derechos de la nación, que para sostenerlo,
ha ofrecido tan nobles y gloriosos sacrificios».
78
FERNANDO VII
oficial inglés pagado por este país, mandaba el
ejército que en su marcha hacia Madrid destruyó
el gobierno de las Cortes para establecer una tira-
nía más horrible y feroz que el reinado sanguinario
de Robespierre ; señalándose así la felonía más
odiosa con que la historia puede estigmatizar á un
rey ingrato».
Entrando el orador en la narración de algunos
hechos recientes lanzaba estas durísimas palabras:
«A no ser que estas atrocidades se desaprueben ca-
tegóricamente por el gobierno británico, no sólo
por palabras, sino por actos ejemplares, él será con-
siderado como un cómplice en el restablecimiento
en España de aquel orden de cosas, del que si bien
hay algunos ingleses (los ministros) que hablan
con cuidadosa reserva, es el objeto de una general
detestación y 'horror en toda la Europa, Es en ver-
dad profunda la degradación que ha sufrido nues-
tra patria. Antes éramos la esperanza y el refugio
de los oprimidos; y nuestra influencia se fundaba
en nuestro carácter moral y en nuestro honor.
Pero ¡ quién se atreverá ahora á decir que i^uestro
■ honor permanece sin mancha cuando un cónsul
britáijico se ha rebajado hasta el punto de conver-
tirse en alguacil del Santo Oficio, y cuando un
general inglés se ha constituido en carcelero de un
Fernando VII! (Rumor: ¡Oigan! ¡ Oigan !))^ (5).
(5) Otros oradores de no menos peso, sostuvieron la
discusión con igual vehemencia en medio del silencio del
ministerio. Un miembro obscuro del partido ministerial osó
decir que estaba muy lejos de justificar les hechos que se
relacionaban, pero que creía 'impropia la manera con que
se hablaba de un rey aliado de Inglaterra. uVút mi parte,
INGLATERRA Y PORTUGAL 79
El ministerio inglés, empeñado en atraerse el
ánimo de Fernando VII hasta obtener el tratado de
comercio que miraba como una consecuencia indis-
pensable de los sacrificios y esfuerzos que le cos-
taba la guerra de la Península, había incurrido en
debilidades que la oposición le reprochaba como
crímenes, casi con evidente raz(3n. La una era ha-
ber entregado al gobierno español los patriotas de
Colombia, general Miranda y otros que habiendo
logrado evadirse del buque en que iban presos, se
habían asilado en Gibraltar, y que el gobernador
de esta plaza, asesorado por su secretario, había
vuelto á prender y entregado á las autoridades es-
pañolas, á la primera reclamación. El otro era ha-
ber conferido á Fernando VII la orden especialí-
le .contestó Mr. Horner, opino qtie así es como debe ha-
blarse en el Parlamento, de los malvados; y no juzgo que
la alianza de Fernando VII sea de tal importancia que la
Cámara deba suprimir, por respeto á él, su indignación
contra sus procedimientos». A eso agregó Mr. Grant, u*o
de los miembros más influyentes de la gentry: ((Tal es el
aborrecimiento y el desprecio que tengo' por Fernando VII,
que no puede haber un motivo tan fuerte que sea capaz de
contenerme. Yo espero qué ese odioso tirano sea expul-
sado del trono». — ((En efecto, contestó Mr. Whitbrcad, ha-
bría sido muy de desear que Fernando VII hubiese pasado
todo el resto de su vida como vivió en Valencey, bordando
por sus manos un manto -para la Virgen Santísima. (Risas
prolongadas.) Fernando VII (agregó el orador) entró en
la capital de su reino con banderas desplegadas, pero á un
lado de ellas estaba escrito perfidia y en el otro tiranía;
y por eso hago notar á la Cámara que en las cuentas que
el ministerio ha puesto en la mesa, hay un ítem de 53 mil
libras esterlinas para el pago del ejército que entró en Ma-
drid con esas banderas. (¡Oigan! ¡oigan!)
8o FERNANDO VII
sima del Garter que Inglaterra no había conferido
hasta entonces sino á muy pocos v muy ilustres
reyes. Ambos actos tuvieron una repercusión ruido*
sísima en la Cámara, «Por lo que respecta al Nue-
vo Mundo, dijo Mr. Mackintosh, los actos de nues-
tros ministros han confirmado plenamente los re-
celos de los amigos de la libertad de España y de
sus colonias, si es que pueden llamarse colonias
unas regiones que inevitablemente serán indepen-
dientes, si son eficaces los esfuerzos y los votos de
todos los hombres de bien. Ellos recelan con fun-
damento que Inglaterra, lejos de mantenerse neu-
tral en la contienda entre las dos Españas, ha au-
xiliado á la Península con armas, municiones y
vestuarios para una expedición que España prepara
contra América y que sin esos auxilios no podía
moverse. Los oficiales ingleses Smith y Duff que
han entregado á los patriotas de la Nueva España
asilados en Gibraltar han manchado su nombre y
las banderas inglesas con .una infamia eterna, y la
Cámara debe dirigirse al príncipe regente con su
más severa reprobación de semejantes actos para
que Su Alteza Real dirija la más severa reprensión
á esos oficiales con las consecuencias represivas que
son del caso».
((La Cámara entera, dice el Morning Chronicle,
ha convenido en que semejantes actos eran tanto
más deformes cuanto que había coadyuvado á las
miras injustas y ((atroces» de un gobierno ((tiránico
y bárbaro». Pero los ministros, después de haber
asegurado que esos oficiales habían sido reprendi-
dos severa y ásperamente, explicaron que si no ha-
bían sido castigados con mayor pena, era porque
INGLATERRA Y PORTUGAL 8 1
habían procedido por equivocación y por falsos in-
formes.»
Tomando la palabra Mr. Bennett, dijo: «Señor,
el gobierno inglés se ha deshonrado á sí mismo
confiriendo la orden del Garter á un rey como Fer-
nando VII, y yo desearía saber cuál es el ministro
de la Corona que se ha atrevido á aconsejar seme-
jante acto al príncipe regente». «Y en efecto, agre-
gó Mr. Whitbread, la Cámara debería saber cómo
es que una orden tan esclarecida se ha conferido á
un hombre que no es otra cosa que un usurpador
de los derechos de su pueblo. Es necesario que se-
pamos por qué se ha degradado tanto la orden of
the Garter que ha llegado á conferirse al actual rey
de España cuando tantas otras veces se ha negado-
este honor á grandes monarcas que lo han solici-
tado. Yo espero que los ministros nos lo expli-
quen». (Rumores de aprobación.) Levantándose
entonces el primer ministro lord Castlreagh, dijo
que el derecho de conceder esa decoración pertene-
cía exclusivamente á las prerrogativas de la Coro-
na; que no podía ser materia de discusión en la
Cámara, y que el asunto, por otra parte, no era de
bastante importancia para ello. «Lo sé, contestó
Mr. Whitbread, pero como estoy viendo que la opi-
nión de la Cámara se halla justamente ofendida con
semejante concesión, insisto en hacerlo notar para
que el rey de -España comprenda que no es digno
de este honor, y devuelva esa orden á Inglaterra,
así como el ilustre general Dyer le devolvió sus tí-
tulos é insignias de teniente general español, que
tan lejos de honrarlo siendo rey Fernando VIU
creyó que lo deshonraban».
HIST. DE LA REP. ARGENTINA. TOMO V. — 6
82 FERNANDO VII
«Con este motivo deseo saber si el señor minis-
tro ha dado algún paso para detener la efusión de
sangre en Sud-América. Yo puedo asegurarle que
en aquellos infelices países han perecido ya por la
espada un millón de hombres, y me horrorizo de
pensar lo que les espera si un Fernando VII vuelve
á imponerles su yugo. De lo que ha hecho en Es-
paña se puede ya decir lo que hará en América».
El orador entró en detalles sobre las matanzas de
México y otros puntos, donde sin embargo de las
capitulaciones y promesas de amnistía miles de je-
fes V oficiales habían sido degollados traJdoramen-
te, repitiéndose por todas partes iguales escenas de
devastación y sangre. «(Acabo de saber que está
por salir de Cádiz una expedición, que ojalá pe-
rezca toda entera en las costas del Nuevo Mundo.
Nuestros ministros deben examinar si es más con-
veniente mantener relaciones amistosas con nueve
Tnillones de esclavos, que es la población de la Pe-
nínsula, ó con die^ y ocho millones de hombres li-
berales que luchan heroicamente por ser libres y
que están ofreciendo á Inglaterra su comercio y
alianza al mismo tiempo que el rey de España, con-
decorado por el ministerio, se los niega obstinada-
mente (¡oigan! ¡oigan!). Se nos dice que el gobier-
no de Su Majestad conserva una perfecta neutra-
lidad con los dos mundos; pero no es cierto, por-
que á nuestra costa España ha remitido armas y
tropa contra América ; y al mismo tiempo que esas
armas y tropas se recibían y repartían á los realis-
tas en nuestra isla de la Trinidad, se negaba hos-
pitalidad á los patriotas, y se les obligaba á buscar
refugio en Haití, donde Petion, un negro lleno de
INGLATERRA Y PORTUGAL 83
sabiduría y de virtudes que adornarían á un prín-
cipe, los recibía, y aliviaba sus .desgracias».
El ministerio negó categóricamente la verdad
de los hechos que se referían, y aseguró á la Cá-
mara que desde mucho antes había hecho empeños
por mediar, tratando siempre de conservar su amis-
tad con los americanos sin perjudicar la alianza con
España, que además de ser una consecuencia de los
grandes sucesos pasados, era un medio de conse-
guir en más ó menos tiempo un ajuste sólido y con-
veniente entre España y las provincias de América
rebeldes contra su gobierno. «La Cámara puede
estar cierta que el gobierno de Su Majestad no ha
tenido jamás la intención de intervenir en las con-
tiendas de España y sus colonias».
Sin embargo, contestó Mr. Mackintosh, (ces
tiempo muy oportuno para que el gobierno de Su
Majestad examine atentamente el estado de Amé-
rica. Suceda lo que suceda, á nadie puede ocultár-
sele que estamos en víspera de abrir un comercio
general y libre con sus puertos y comarcas, puesto
que- á eso tiende la abolición de la Compañía del
mar del Sud. Pero con respecto al abominable go-
gierno de España, yo deseo que los ministros ex-
pongan sus sentimientos con más claridad, y que
refuten la acusación de haber ayudado á España
contra los patriotas de América. La cuestión de
mayor importancia es que sepamos una vez por to-
das qué conducta piensa seguir el gobierno de Su
Majestad, si felizmente América sacude su odioso
yugo. ¿ Puede concebirse que sigamos indiferentes
á la subyugación de unos países con quienes espe-
ramos poder entablar el más extenso y ventajoso
§4 FERNANDO VII
comercio?»... Lord Ponsomby agregó que Sud-
América era de la rnayor importancia para Inglate-
rra por su comercio; que no había país con el que
debiera conservarse más estrecha amistad, y que
el pueblo británico esperaba de su gobierno que
ni directa ni indirectamente ayudase á su subyuga-
ción. Eso es al menos, observó Mr. Whitbread,
lo que exige la opinión de todo nuestro país in-
clusa la de los miembros que toman asiento detrás
de los señores ministros; así es que espero también
que ninguna parte de esta suma de treinta millones
de libras que hemos acordado para los gastos de
la nación, se entregue á España para asistirla en
sus expediciones contra la América del Sur ; y lo
digo porque algunos de aquellos patriotas perse-
guidos hoy, que contribuyeron antes al restableci-
miento de su presente opresor, dan suma impor-
tancia al rumor de que el gobierno tenía intención
de prestar ese auxilio. Yo creo infundada tal sos-
pecha, y la he traído á consideración tan sólo para
dejar satisfechos á los que la han tenido. Mr. Ben-
nett dijo entonces que esperaba que el noble lord
se negaría á la idea de-asistir con armas ó dinero
á los españoles contra los americanos; y lord Castl-
reagh repitió, breve pero categóricamente, las se-
guridades que había dado de no faltar á la más es-
trict-a neutralidad.
Pero como la oposición creyese que no era eso
lo bastante y que lo que á Inglaterra le convenía
era obligar á España á que pusiese á sus colonias
en la posesión .de franquicias comerciales bien ga-
rantidas, insistió en que se elevase al príncipe re-
gente una exposición de las miras y de los deseos
INGLATERR.\ Y PORTUGAL 85
de la Cámara, y obtuvo 56 votos contra 67 : lo cual
en un asunto de este carácter era ya un síntoma
muy serio para los ministros.
Todos los grandes diarios casi sin excepción,
el Times, el Morning Chronicle Advertiscr, etcé-
tera, etc., acreditaban y propagaban en el público
las mismas opiniones favorables á la causa de los
independientes de Sud-América, hasta que Fer-
nando VII, irritadísimo, y sin disponer de voces
autorizadas que pudieran amenguar el oprobio que
echaban sobre él las discusiones del Parlamento y
los periódicos comentados y aplaudidos por el po-
deroso gremio de los comerciantes y de los fabri-
cantes ingleses, lanzó un decreto prohibiendo la
entrada en España y en América de los algodones
ingleses y artículos de ferretería. Fácil es compren-
der la irritación que produjo esta medida (6).
(6) «La conducta del gobierno español, decía el Ti-
mes, en pFohibir un ramo tan considerable de nuestras ma-
nufacturas como el de los algodones, ha excitado una fuer-
te sensación en el mundo comercial, y no poca ansiedad
por saber qué conducta adoptará nuestro gobierno en este
caso. Que los ministros ingleses sufran y vean humilde-
mente sacrificados los intereses vitales del imperio, es lo
que nadie puede creer ni esperar. Hay medidas que distan
muy poco de la hostilidad, y por las cuales podemos hacer-
nos una amplia justicia. Prescindiendo de los millares de
vidas y millones de dinero prodigados por Inglaterra para
reponer á Fernando en el trono, nos limitaremos á señalar
el olvido en que se pone la obligación de pagarnos. Por el
tratado de enero de 1809 España se obligó á proceder con
la posible brevedad al ajuste de un tratado de comercio,
abriéndonos mientras tanto un comercio libre con sus sub-
ditos. En vez de esto recibimos sobre el rostro, como un
acto hostil, un nuevo decreto prohibitivo. Los americanos
86 FERNANDO VII
Renováronse con nueva virulencia los ataques
de toda la prensa contra Fernando Vil. Dentro del
Parlamento se le atacó como un tirano sin que los
ministros pudieran disimular la indignación que
les había causado un acto tan agresivo como el de
la prohibición de la entrada en España de los al-
godones ingleses, asegurando que acto continuo ha-
bían hecho las reclamaciones convenientes, y que
tenían la esperanza, así como también los m,edios,
de llegar muy pronto al ajuste de un tratado que
sin violar los derechos propios de la monarquía
española, ni intervenir en sus contiendas con los
del Sur que componen 17 millones solicitaron con ansia
por repetidas veces el comercio libre con nosotros desde
1809. El distinguido político que representaba á este país
como embajador cerca de la corte de España (el marqués
de Wellesley), solicitó del modo más urgente, pero en v-ano,
que se hiciese esta justa concesión á los americanos. Es-
paña era entonces, como es hoy, enteramente inca-paz de
surtir á sus necesidades, y de aumentar por su propia pro-
ducción (que no la tiene) los recursos y riquezas de los
americanos del Sur : semejante al perro del hortelano, ha
rehusado tercamente acceder á nuestras insinuaciones ; y
las medidas violentas que se tomaron contra el comercio
de las provincias americanas, es lo que ha movido á algu-
nas de ellas á defender su independencia. Desde entonces,
nos están ofreciendo y aun nos solicitan con el mayor an-
helo que participemos de su comercio, no habiéndonos atre-
vido á hacerlo por una delicada consideración á las pre-
ocupaciones de nuestros aliados los españoles europeos.
Quizás esa delicadeza haya sido excesiva contra los justos
derechos que tienen los americanos del Sur á nuestra aínis-
tad. Acaso una conducta tnás firme y decidida de nuestra
parte hubiera sido mejor para España, para la América
del Sud, y para nosotros mismos.»
INGLATERRA Y PORTUGAL 87
americanos del Sur, daría plena satisfacción á Ids
intereses comerciales de Inglaterra, que era cuanto
se f>odía esperar y pedir á su gobierno en momen-
tos en que los más graves intereses europeos obli-
gaban á todas las potencias á seguir una política
sabia y prudente.
Y sin embargo de todo eso, Inglaterra no pudo
doblar el ánimo hostil y terco de Fernando VII, y
lo único que obtuvo fué un tratado indeciso para
ella, algo más satisfactorio para Fernando, pero que
en nada alteraba lo fundamental del estado en que
se hallaban las cosas desde fines de 1813. En ese
tratado, España se limitó á ofrecer: «Que en el
caso que el comercio con las posesiones españolas
de América fuese abierto á las naciones extranje-
ras. Su Majestad Católica 'prometía que la Gran
Bretaña sería admitida á comerciar con dichas po-
sesiones á la par de la nación más favorecida». Pe-
ro en cambio de esta promesa harto intítil, pues
era bien sabido que España no abriría á ninguna
nación extranjera los puertos de América, Ingla-
terra hacía á España otras promesas no menos ilu-
sorias y ridiculas. Parecía que una y otra potencia
estuvieran burlándose mutuamente. «Deseando Su
Majestad Británica (decían los artículos adiciona-
les de 1814) que las discordias que se han susci-
tado en los dominios de Su Majestad Católica en
América, cesen enteramente, y que los subditos de
estas provincias vuelvan á la obediencia de su so-
berano, Inglaterra se compromete á tomar las me-
didas más eficaces para impedir que sus siibditos
proporcionen armas, municiones ú otro articulo de
OO FERNANDO VII
guerra de cualquier género que fuese á los insur-
gentes de América» (7).
A nadie se le puede ocultar que en un estado de
cosas como éste, las relaciones entre España é In-
glaterra eran de un carácter enojosísimo, y tan vi-
driosas que por todas partes se auguraba un rom-
pimiento. La misma prensa española puesta bajo
la más severa censura, y sin poder abrir los labios
para nada que no fuese previamente acordado, atri-
buía á Inglaterra, como veremos, influjos y medi-
das favorables á los americanos y hostiles á las em-
presas españolas.
Aunque guardándose hasta entonces una reser-
va que fué impenetrable, totalmente impenetrable
durante cuatro años, Portugal sostenía también
con España una gravísima cuestión que había pro-
ducido entre las dos Cortes un entredicho que por
momentos hubo de amenazar entre ellas un rom-
pimiento.
Cuando Bonaparte obligó á Carlos IV á que hi-
ciera la guerra del iSoS y que invadiera á Portugal,
acongojado y aterrado el pobre rey de España Car-
los IV, cumplió las órdenes de su opresor; pero
convencido de que cometía una iniquidad contra
los derechos de su yerno y de su hija, así que^ob-
tuvo algunas ventajas se apresuró á hacer el tra-
tado de Badajoz sin conocimiento de Bonaparte.
Indignado éste de que el rey de España no hu-
(7) Tan poco satisfactorio era este insignificante tra-
tado para Inglaterra, que después de tres meses se le con-
serv^aba en la mayor reserva, y nadie lo conocía, como
puf-de verse en el Times de 8 de octubre de 1814.
INGLATERRA Y PORTUGAL 89
biera despojado al de Portugal de las plazas fuer-
tes de la frontera en que tenía la intención de poner
guarniciones francesas para apoderarse en seguida
de Portugal, procedió como si no existiera el tra-
tado ; y al celebrar la paz de Aniiens hizo que las
plazas portuguesas de Olivenoa y Jurunienha, con
sus respectivos territorios, quedasen desprendidos
del reino de Portugal y adjudicadas al de España,
como le convenía para guarnicionarlos (8).
Pero cuando los franceses arrollados por We-
llington y por los aliados portugueses y españoles,
hicieron desalojar las fronteras de Portugal y Es-
paña en 1813, la regencia de Portugal reclamó de
la de España la devolución de los territorios de
Olivensa y Jurumenha, como procedentes de una
usurpación á que la mism^^ corte de Madrid había
sido forzada por el déspota continental. La regen-
cia española se negó á resolver por sí misma en
este asunto antes de la restauración de Fernando.
Fueron iniítiles las insinuaciones que el embajador
inglés y el mismo gabinete hicieron para que se
acordase á Portugal esa justa devolución. Resta-
blecido Fernando VII, la corte de Río Janeiro re-
novó su reclamación en febrero de 18 14; mas como
el rey español lo rehusara redondamente y persis-
tiera en sostener la estabilidad del tratado de Bada-
joz, el gobierno portugués insistió duramente en su
derecho, protestando que si no se le hacía justicia,
tomaría compensaciones en la política y en los te-
rritorios de Sud-América que tenía próximos á sus
fronteras del Brasil, sobre lo cual guardaría por
(8) Véase el vol. I, pág. 459-461 de esta obra.
90 FERNANDO VII
el momento la más estricta y religiosa reserva en
la esperanza de que Su Majestad Católica volviese
á más justos pareceres. Lo que es indudable es que
en esta reserva no estaba incluido el gabinete in-
glés; y que por el contrario, sin descubrirse en lo
más mínimo ni alterar la severa y taciturna neutra-
lidad en que parecía encastillado, se entendía se-
cretamente con el gobierno portugués, y protegía
sus miras en el Río de la Plata, desquitándose así
de las hostilidades de Fernando VII,
Ambos gobiernos, inglés y portugués, se ha-
llaban pues en un casi entredicho con Fernan-
do VII, cuando éste, haciendo esfuerzos desespe-
rados y sobreponiéndose á la espantosa miseria en
que se hallaba España, y á las angustias de un
erario exhausto, se había dado con un afán iracun-
do á la tarea de formar y hacer salir de Cádiz sobre
el Río de la Plata una expedición de 15 mil solda-
dos aguerridos, pertrechada y provista de todo, co-
mo para dar cima pronto y rápidamente á la sumi-
sión ó exterminio completo de los insurgentes. Por
lo que Fernando el Amado estaba haciendo con
los liberales de España, puede conjeturarse lo que
sus sicarios habrían hecho en Buenos Aires y en
las demás provincias argentinas el día que hubie-
ran pisado en ellas. Habíase puesto á la cabeza del
formidable armamento á don Pablo Morillo, el
hombre de guerra más duro y más experto que ha-
bía salido formado de la tremenda y larga lucha de
españoles y franceses. Sus formas eran toscas y at-
léticas. No era ni un cumplido caballero como Abas-
cal, Goyeneche ó Pezuela, ni un hombre entera-
mente brutal. Su educación era deficientísima, pe-
(
INGLATERRA Y PORTUGAL 9I
ro se había modificado un tanto al roc€ con los
generales ingleses de Wellington y con los nobles
portugueses que comandaba Beresford. En el fon-
do era cruel y desapiadado: tenía el corazón de
godo bárbaro, pero sabía hacerse tratable cuando
preveía que un acto inclemente podía traerle malas
consecuencias. Hombre de guerra y nada más que
hombre de guerra, todo lo sometía al interés ó á la
ley de la guerra, sin poner escrúpulos ó delicade-
zas en el empleo de los medios, ó en la rigurosa
barbarie de las represiones y de los castigos.
Cuando se ponía ese armamento en estado de
zarpar, con la mira de reconcentrar 22 mil hombres
en Montevideo, caer sobre la capital y abrir el ca-
mino al ejército de Pezuela concentrado en Salta,
era también cuando Buenos Aires bajo las lumi-
nosas inspiraciones del general Alvear preparaba
su escuadra y su ejército, ponía en movimiento á
la primera, triunfaba con ella, y fuertemente refor-
zado el segundo, se hacía abrir las puertas de la
plaza, y privaba á España del baluarte más pode-
roso que debía haber sido el sólido punto de sus
operaciones.
Inglaterra y Portugal, interesadísimos en que
España tropezara con grandes estorbos, por las
conveniencias comerciales y por las miras territo-
riales de la corte de Río Janeiro, permanecían in-
móviles á la vista de los acontecimientos ; y lejos
de sentirse dañados, escondían debajo de su neu-
tralidad una verdadera satisfacción al ver alejado
así el conflicto con España, que de otro modo ha-
bría sido irremediable porque Portugal habría te-
nido que oponerse á la ocupación de los españoles
9^
FERNANDO VII
en las riberas orientales del Río de la Plata, mien-
tras no se le devolviesen en Europa las plazas
de Olivenca y Jiirumenha, é Inglaterra no hubiera
podido contener la irritación de su comercio, si la
expedición de Fernando VII venía á cerrarle el
puerto de Buenos Aires, antes de haberle acordado
las franquicias comerciales que reclamaba. Ambas
potencias lo habían protestado así, haciendo pre-
ver medidas más eficaces y directas si la expedición
de Morillo salía con rumbo al Río de la Plata. Fer-
nando había contestado que á cualquier acto de
la corte del Brasil en la América del Sur respon-
dería invadiendo Portugal. Pero Inglaterra le ha-
bía hecho entender que ella no lo consentiría, y
que las potencias del Congreso europeo no le con-
sentirían tampoco que obrase de por sí, sin haber
entablado previamente la cuestión ante su arbi-
traje. De manera que la caída de IMontevideo en
manos de los argentinos aplazó por algún tiempo
el estallido del grave conflicto que amenazaba pro-
ducirse entre las tres potencias.
La noticia de la toma de Montevideo encendió
en ira el ánimo de Fernando VII. Pero más terco
que nunca insistió en que la expedición se dirigiese
al Río de la Plata, costase lo que costase. En vano
fué que se le observara las enormes dificultades con
que debía encontrarse, privada de un punto fuerte
de desembarco y de apoyo, en medio de un país in-
surrecto del uno al otro extremo; donde en tiempos
menos favorables para sus habitantes habían tenido
que capitular doce mil ingleses; donde el desierto
y las masas de jinetes que lo poblaban debían im-
poner á las fuerzas realistas un fraccionamiento ex-
INGLATERRA Y PORTUGAL 93
cesivo en larguísimas distancias. Sólo cuando el
gobierno inglés hizo sentir su influjo mediando
con insistente solicitud y con el supremo interés
de que no se rompiese la paz europea ni se provo-
case tan grave conflicto con Portugal, que estaba
(Jecidido á resarcirse preventivamente de la pér-
dida de Olivenza con el territorio oriental del Río
de la Plata, fué que Fernando VII consintió, aun-
que indignado, en deferir el litigio al arbitraje del
Congreso de las potencias y en variar el rumbo de
la expedición de Morillo, echándola sobre Tierra
Firme y Veneranda, donde al fin pereció á manos
de Piar, de Bolívar y de Páez como habría pere-
cido en el suelo argentino á manos de San Martín,
de Alvear y de Güemes.
Al variar el rumbo de la expedición de Morillo,
Fernando VII y sus ministros no se dejaron alu-
cinar por las protestas y solicitudes pacíficas de In-
glaterra, entendiendo perfectamente que si Portu-
gal era el que de modo manifiesto manejaba el
asunto, el capital de verdadera fuerza ó de influjo
con que obraba, era el poder y los intereses de la
Gran Bretaña. Con este motivo el Morning Chro-
nicle publ'icaba una carta procedente, según decía
(y debía ser cierto), de un personaje altamente co-
locado en el gabinete espa'ñol. ((La misteriosa con-
ducta de Inglaterra nos llena de inquietudes... y
si nuestra península está libre de una invasión,
nuestras vastas posesiones ultramarinas no son in-
vulnerables, particularmente en el estado en que
se hallan». Pero la parte de esta carta que muestra
toda la importancia de la persona que la escribe es
esta: ((Nuestra expedición para América está para
94 FERNANDO VII
darse á la vela, pero su destino se ha variado con
motivo de las noticias más ó menos fundadas sobre
las disposiciones del gabinete de Saint-James». Así
pues, el cambio del rumbo de la expedición de Mo-
rillo fué por mucho tiempo un secreto de Estado,
que no se reveló sino por los pliegos cerrados que
se abrieron á la altura de las islas de Cabo Verde ;
de modo que para que la persona que escribía esa
carta transcrita en el Morning Chronicle conociese
ese secreto y acusase á Inglaterra del hecho, era
menester que estuviese muy bien informada en los
negocios políticos de España.
I.ord Strangford acababa de recibir instruccio-
nes en que se le ordenaba que no incurriese en el
menor acto público que pudiera favorecer á los ame-
ricanos del Río de la Plata, dar la menor queja á
España, ó hacer suponer que Inglaterra tuviese
otra mira cualquiera que la de conservar la más es-
tricta neutralidad, ó mediar si acaso España se lo
pedía : no de otra manera. Con estas instrucciones
coincidía la negociación antes mencionada, en que
Inglaterra ofrecía impedir, por todos los medios á
su alcance, que los independientes recibieran co-
mercialmente armas, municiones y artículos de
guerra de cualquier género que fuesen ; y coincidía
también la circunstancia de que España preparaba
con afanosa actividad la expedición del general
Morillo. El embajador inglés sabía todo lo que Por-
tugal é Inglaterra hacían para estorbar que ese ar-
mamento tomase el rumbo del Río de la Plata.
Pero, dudoso del éxito, y temiendo mucho la terca
y dura política de Fernando VII, comisionó pri-
vadamente á don Saturnino Rodríguez Peña para
INGLATERRA V FORTLGAL 95
que hiciera presente al gobierno de Buenos Aires
que no bastaba la agencia de observación que se
le había dado á Sarratea, sino que era indispensa-
ble, urgentísimo también, que se nombrase agentes
en Europa, autorizados para negociar con el go-
bierno español directamente, y hombres escogidos
entre los que fuesen de peso y de influjo notorio en
las opiniones del país. Era probable que esta mis-
ma indicación procediese del gabinete británico, en
la esperanza de que España, agobiada por la mi-
seria, dilacerada y palpitante bajo las garras de la
tiranía, sin fuerzas ni medios para abrazar el vasto
conjunto de la rebelión colonial, y contrariada por
los estorbos que le oponía Portugal de un lado, é
Inglaterra del otro, asintiese al fin á oir proposi-
ciones respetuosas y conociera que sus intereses
mismos le hacían forzoso y útil un arreglo consti-
tucional con sus colonias. Tener esta esperanza era
no conocer á Fernando VII, ni á España misma.
Sin embargo la necesidad de mostrar su respe-
tuosa consideración á los consejos del embajador
inglés, hizo que el Supremo Director del Estado re-
uniese en su gabinete á sus ministros con diez
miembros influyentes de la Asamblea; y después
de oir atentamente á Rodríguez Peña, se acordó
que pasaran á Europa los señores general Belgrano
y don Bernardino Rivadavia á llenar los fines acon-
sejados por la benevolencia sincera del embajador
inglés (9). Tal fué la nueva faz que tomó la diplo-
macia argentina, y cuyos actos y peripecias en el
(g) Tradición doméstica del autor.
96 FERNANDO VII
viejo mundo y en el Brasil, expondremos especial
y detenidamente á su tiempo.
Dos grandes y poderosos motivos nos han mo-
vido á trazar este prolijo cuadro de los negocios
políticos de Europa en 1814. El uno es que sin los
datos que él suministra, sería imposible compren-
der bien la activa diplomacia que el gobierno ar-
gentino puso en acción durante esa época: no po-
drían comprenderse tampoco los actos, las negocia-
ciones, el patriotismo, las ilusiones, los errores, ni
los eminentes servicios de los comisionados á quie-
nes el gobierno argentino dio el difícil encargo de
promover los intereses nacionales y la causa de la
independencia entre las potencias del viejo mundo.
El otro motivo es' que se vea por las discusiones
del Parlamento inglés, y por las manifestaciones
de la opinión pública que la Revolución Argen-
tina tiene también sus grandes títulos de naturali-
zación y de nobleza en la historia política de Eu-
ropa, y sobre todo en la historia parlamentaria del
más libre de los pueblos modelos. Nuestras leyes
sobre el comercio libre, sobre la libertad de vien-
tres, sobre la emancipación de los esclavos y per-
secución del tráfico de negros, merecieron la más
honorable mención y aplausos por todo el mundo
civilizado.
Dejemos decir cuanto se quiera sobre las difi-
cultades y los tropiezos en que hemos dado en el
largo y áspero camino de nuestra regeneración or-
gánica. A todos esos cargos podemos contestar que
desde los primeros días de nuestro nacimiento fui-
mos honrados y vitoreados por los buenos y por
INGLATERRA Y PORTUGAL 97
los libres, como acabamos de verlo; y que aquello
de que
«Y los libres del mundo responden
— al gran pueblo argentino — ¡Salud!»
no es una hipérbole sino una verdad de la que da
testimonio Mackintosh, y con él los más grandes
liberales de Inglaterra. De modo que cuando en lo
remoto de algún siglo futuro lleguemos á ser, como
es de esperar, la Grande República Parlamentaria
del Sur, nuestros descendientes podrán recordar
con honra nuestros dolores, y repetir el Tantas wo-
lis erat... del poeta.
HIST. DE LA REP. ARGENTINA. TOMO V.
CAPITULO III
EFECTOS DE LA TOMA DE MONTEVIDEO SOBRE EL
ESPÍRITU PÚBLICO DE LOS PUEBLOS DEL PERÚ
Sumario: Anhelos del general Alvear poi hacer su expe-
dición al Perú. — Brillante perspectiva de su situación po-
lítica.— Su prestigioso y eminente partido. — Las facili-
dades que se ofrecían á su obra.— Evoluciones sociales
y políticas de los partidos peruanos en aquel momento. —
Peruanos, "porteños y realistas. — Influjo de la situación
del Plata en la emulación de los peruanos. — Descontento
popular que produjo en el centro del Perú la separación
de Goyeneche y de los jefes americanos. — Aparición y
predominio en el mando de las tropas del partido y de
los jefes europeos. — Síntomas de descomposición interna,
y aprehensiones del virrey. — El pánico del gobierno de
Lima. — Los grandes rumores de un descalabro definitivo.
— Grande insurrección del Cuzco. — El cacique Puma-
cahua, brigadier general realista, pasado á la insurrec-
ción.— Proposiciones de ajuste hechas al general argen-
tino.—Ocupación de Huanianga, de Arequipa, de Puna
y de la Paz. — Situación azarosa y comprometida de Pe-
zuela. — Conjuración del coronel don Saturnino Castro. —
Cúmulo asombroso de circunstancias felices para la Re-
volución hispano-americana. — Fatídicos misterios del
porvenir. —Dos hombres funestos.
Anheloso por llevar cuanto antes sus armas ven-
cedoras y la merecida gloria de su nombre en busca
del ejército de Pezuela, Alvear se dio con una ac-
tividad propia de su carácter. brio.so y de su inquie-
ENT LOS PUEBLOS DEL PERÚ 99
ta juventud (i) á la tarea de trasladar á Buenos
Aires con urgencia el crecido armamento que había
tomado en ¡NTontevideo y la mayor parte del ejér-
cito vencedor, remontado al doble de su fuerza con
los mismos cuerpos del ejército vencido, diestra y
oportunamente repartidos. Todo le sonreía á este
niño precoz para que le deslumhrara una esplén-
dida visión en esos días de su apogeo. El poder
militar y político, desde las márgenes del Plata
hasta el Rimac y el Orinoco, la gloria, quizás sin
igual en el mundo moderno, de emancipar y de
reunir en una sola mano las diversas y vivaces na-
ciones de liabla y raza hispano-americana que po-
blaban el opulento continente que iba á ser el tea-
tro de sus hazañas, eran proyectos demasiado gran-
diosos, para que no tuvieran en ebullición las natu-
rales aspiraciones de su alma ; tanto más cuanto que
para realizarlos, contaba con medios positivos, pro-
pios y poderosísimos, de que nadie había dispuesto
hasta él y de que nadie dispuso después de él. Man-
daba el ejército más numeroso y más militarmente
organizado que pisaba en las tierras americanas.
Con él tenía los medios de hacerlo subir á medida
que progresase en sus marchas hacia el norte hasta
veinte ó veinticinco mil soldados americanos, celo-
sos partidarios todos de la causa de la independen-
cia. La escuadrilla que al mando de Brown había
triunfado en las aguas del Plata, estaba reorgani-
zándose y aumentándose para doblar el Cabo de
Hornos, operar en las vastas aguas del mar Pací-
fico, cortar las comunicaciones de las tropas realis-
(i) Tema veinticuatro años.
lOO EFECTOS DE LA TOMA DE MONTEVIDEO
tas de Chile con las del Perú, y romper al mismo
tiempo las relaciones del Perú con España. Un
partido político sólidamente constituido, adherido
á su persona y á sus intereses con entusiasmo y con
sincera lealtad, compuesto de los hombres más dis-
tinguidos del país por sus talentos, su saber, su al-
curnia, su posición, su moralidad, y por sus altas
miras rodeaba al joven héroe y lo aclamaba por su
jefe.
Después de su triunfo, pocos días le habían bas-
tado al impetuoso joven para poner en la capital
la base de una concentración de diez mil soldados
prontos á marchar á las fronteras del norte y llevar
la empresa con el empuje de un torrente hasta los
lejanos confines que sólo la imaginación podía en-
tonces prever.
El camino estaba ya despejado; abierto estaba
el cauce por donde toda esa masa de fuerzas debía
entrar vencedora en el país enemigo.
Pezuela, previendo acertadamente sus peligros,
había retrocedido literalmente despavorido; gran
parte de su ejército le había • desertado (2). El
triunfo de Arenales en la Florida dejaba al habla
con el ejército argentino las fuerzas y las poblacio-
nes de Cochabamba, de Chayanta y de Santa Cruz
de la Sierra, comprometiendo todo el flanco izquier-
do y la retaguardia de los realistas, sin dejarles
más recurso que el de retroceder hasta la línea del
Desaguadero y abandonar en libertad las populo-
sas provincias de la Paz y de Charcas donde el
(2) García Camba, Memorias, etc., etc., tomo I. pági-
nas I )6-ii7.
EN LOS PUEBLOS DEL PERO IOI
sentimiento de la independencia era general y pro-
nunciadísimo (3). Por el frente no hay que hablar:
Tupiza y Potosí no podían ofrecer ni la tentativa
siquiera de resistencia. ¡Y aún había más todavía!
la insurrección sacudía ya los cimientos seculares
del virreinato de Lima. Al solo eco de que Monte-
video, la inexpugnable fortaleza que hasta enton-
ces había tenido en jaque las fuerzas y los bríos de
los comuneros de Buenos Aires, había caído en ma-
nos de las armas independientes, quedando garan-
tida y completa la emancipación de las aguas y de
las entradas del Plata, se conmovieron los patrio-
tas del Cuzco, de Arequipa y de Tacna, y el levan-
tamiento brotó embravecido en el centro mismo de
los dominios del altivo virrey de Lima.
Varias otras causas habían concurrido allí poco
á poco á preparar contra el régimen colonial un
profundo descontento, que era natural que esta-
llase así que las circunstancias favorecieren un tan-
to el sentimiento de los pueblos por hacerse inde-
pendientes. Del poder soberano que los regía desde
España, ellos poco ó nada más conocían que el or-
den disciplinario, administrativo y jurídico que las
leyes les imponían, y cuyo mérito notorio somos
nosotros los primeros en acatar y defender de una
manera decidida y reflexiva. El mal no estaba ahí,
sino en que este orden se hallaba exclusivamente
servido por funcionarios forasteros, venidos al azar
de un país lejano, no sólo arbitrarios, sino rapaces
insolentes é ineptos en su mayor parte; sobre todo
en el Perú, cuyas riquezas minerales exuberantes
(3) García Camba, Memorias, tomo I, pág. 117.
I02 EFECTOS DE LA TOMA DE MONTEVIDEO
presentaban un cebo codiciado, solicitado y explo-
tado sin descanso, por la oficinocracia y la teocra-
cia española, con absoluta prescindencia de los na-
cidos en el país, en quienes nada recaía ni siquiera
el poder municipal.
En los primeros momentos de la revolución de
Buenos Aires y de la invasión que sus tropas hi-
cieron en el Alto Perú, prodújose en el Cuzco un
primer sentimiento de repulsión contra los porte-
ños, de que participó espontáneamente el vecinda-
rio de Arequipa. Y como los jefes superiores Goye-
neche, Tristán, los Barredas, con muchos otros,
eran hijos de esas localidades y miembros conspi-
cuos de las familias más ricas y aristocráticas de
aquella región, las poblaciones urbanas se afiliaron
en las banderas realistas, obedeciendo por lo pronto
á un primer impulso instintivo de rivalidad y de
independencia contra el predominio de Buenos Ai-
res que evidentemente les llevaba el ejército de in-
vasión. Pero, el influjo poderoso de las ideas por
un lado, los prestigios morales y políticos con que
la Revolución Argentina propagaba sus deslum-
brantes principios en el corazón de todos sus co-
marcanos, el efecto de la emulación que se desper-
taba en ellos al ver á Buenos Aires cabeza de una
nación independiente, esforzada, poderosa por las
armas y por los talentos, en donde todos sus hijos
figuraban en el poder soberano y revolucionario
como entidades propias y libres, sin amos extraños
en su propio suelo; y en fin, todos esos elementos
unidos al amor de la patria nativa y al sentimiento
natural de la independencia local, de la vida pro-
pia, de sus afanes y de sus intereses, fué levantando
EN LOS ITKBLOS DEL PERÚ I03
los espíritus de los peruanos á una región de as-
piraciones más elevada, más americana, y más pro-
gresiva hacia la destrucción del tutelaje colonial,
que al principio habían defendido.
En el seno de las familias que hemos mencio-
nado se levantaban como hemos visto voces auto-
rizadas que revelaban ya los sentimientos patrios
que se incubaban en el ánimo predispuesto de los
pueblos (4). Las victorias, las fuerzas y la indo-
mable actitud de la Revolución Argentina había
introducido en ellos la convicción de que sus pro-
gresos eran irremediables, de que su triunfo podía
ser retardado, pero no contenido. Volviéndose,
pues, las preocupaciones del espíritu á la otra faz,
comenzó á pensarse que en vez de ser dominadoras
del Perú, las fuerzas argentinas podían y debían
ser protectoras de su independencia. El general
Belgrano les había insinuado y prometido todo esto
á los juramentados de Salta ; y desde que los espí-
ritus comenzaron á entrever el porvenir bajo esta
nueva perspectiva, las ideas y los anhelos tomaron
el m.ismo camino, convirtiéndose con viveza en pa-
sión y en amor de la causa de su independencia.
Precisamente cuando el espíritu público de los
pueblos del Perú tomaba este declive amistoso ha-
cia la causa de la Revolución de Mayo, fué cuando
Goyeneche, desalentado y convencido de su im-
potencia, atemorizado también de la suerte que le
hacía presumir la victoria de Salta y la caída de
su primo y amigo el general Tristán en manos de
los argentinos, persistía de una manera rara y eno-
{4) Véase el vol. IV. pág. 207 de esta obra.
I04 liFlíCroS DE LA TOMA DÉ MONTEVIDEO
josa en abandonar la causa del rey y su suerte, se-
parándose del ejército español y poniéndose á cu-
bierto de todos los riesgos y conñictos que preveía
para ella y sus sostenedores. Si hemos de dar cré-
dito á las insinuaciones que se notan en la corres-
pondencia particular de sus más próximos parien-
tes y amigos, parece que aún antes de nuestras
victorias de Tucumán y de Salla era voz y acuerdo
más ó menos formal entre ellos de que cuando hu-
bieran triunfado de las pretensiones absorbentes
•que atribuían á Buenos Aires, y rechazado su in-
flujo dominador, levantarían también la bandera
de su independencia por sí propios y para su pro-
pia jerarquía política (5).
El mismo virrey Abascal, á cuyos elevados ta-
lentos y certero criterio no se ocultaban los peligros
que corría la lealtad de los pueblos del Perú, es-
taba advertido de que el contagio revolucionario
podía estallar de un momento á otro en todos ellos,
sin excluir á la misma ciudad de Lima, que si se
mantenía en sumisa quietud, -era sólo por el peso
'5) Véaáe el tomo IV de esta obra, página 207. — Don
José Tristán, hermano del general de la vanguardia rea-
lista y primo hermano de los Goycneches y de los Barre-
das, le escribía á su hermano, el general de esa vanguar-
dia, con fecTia de abril de 181 1: ((La América toda ha con-
cebido la idea de su libertad: está bastante ilustrada sobre
•esto, y "Hetesta todo lo que no conduce á este objeto. Si us-
tedes se contemplan invencibles, ¿-por qué no declaran ya
sus froyectos? Háganlo, y tendrán no sólo la opinión pú-
blica, sino también la ayuda y sostén de los pueblos. Bue-
nos Aires mismo se uniría á ese ejército (el lealista) y for-
marían una constitución justa y arreglada». (Gaceta del 22
de mayo de 1812 )
KN LOS PUEBLOS DEL PERÚ IO5
enorme de armas, de recursos y de tradiciones ad-
ministrativas consolidadas en su gobierno metro-
politano durante un período autoritario y cuasi re-
gio de tres siglos.
Temiendo con razón que si Goyeneclje y los
Tristanes se separaban del ejército realista y del
mando político de esas provincias, de que eran na-
turales, se rompieran los vínculos que las unían
á la causa del rey, hizo esfuerzos de todo género, y
llegó hasta las súplicas, para conseguir que Goye-
neche no insistiese en su renuncia, y que don Pío
Tristán reasumiese el mando de la vanguardia. Pe-
ro el primero se mostró inflexible, y el segundo se
negó del mismo modo á eludir el juramento que
había prestado en Salta. Los efectos que esa sepa-
ración debían producir comenzaron á condensarse
lentamente, pero con aquella persistencia de mar-
cha anónima y latente que lleva toda situación po-
lítica á su crisis indispensable el día que circuns-
tancias imprevistas, eventuales, vienen á poner en
evidencia la fuerza incontrastable de las cosas. Con
la separación de los jefes realistas americanos co-
menzó á predominar con Ramírez, Orozco y Pe-
zuela, la personalidad política y militar de los eu-
ropeos ; más recia, mejor preparada sin duda para
el servicio de guerra, pero que era extraña y anti-
pática á los influjos del sentimiento local qué antes
habían ejercido el mando; y comenzó así á formar-
se un partido popular criollo en contraposición á la
dominación española: partido que poco á poco, por
interés propio, por pasión y por necesidad de pro-
tección para echarse en la lucha, comenzó á dirigir
sus miradas y sus esperanzas hacia el triunfo de las
io6
EFECTOS DE LA TOMA DE MONTEVIDEO
armas argentinas como medio indispensable de
emancipar su patria.
Fué por eso que la caída de Montevideo tuvo
tan grande repercusión en el centro del Perú. Las
órdenes apuradas y extremosas que el virrey le
transmitió al general Osorio para que abandonase
á Ohile haciendo si podía un convenio con los in-
surgentes cuyas ventajosas estipulaciones le per-
mitiesen ocurrir con todas sus fuerzas al Perú para
ayudar a salvar este vasto -país y su ejército de ope-
raciones de los complicados peligros que le ame-
nazaban (6) ; la prisa inquieta del ir y venir de
los expresos ; el público pánico que se notaba en
todas las oficinas de Guerra y Hacienda al reunir
recursos, habilitar armamentos, reforzar las guar-
niciones que debían defender el virreinato contra
la entrada de los argentinos, fueron causas alar-
mantes, que de día en día fueron exagerándose en
la imaginación de los pueblos, propensa siempre á
exaltarse á la idea que se formaban del estado ruino-
so de los negocios públicos. Los partidarios de la in-
dependencia, que ya eran considerablemente nume-
rosos, comenzaron á inquietarse. La inquietud ganó
terreno por momentos, y por momentos también
desapareció la sensatez, el cuerdo juicio sobre las
noticias corrientes, sucediéndole esa facilidad apa-
sionada que en estos casos hace que se acepten cie-
gamente como hechos consumados todos aquellos
que favorecen la imaginación ó el interés de los
partidos agitados. l
(6) Relación del marqués de la Concordi;i don José de
Abascal, virrev del Perú.
K.V LOS I'l'KBLOS DEL PERÚ I07
Acreditóse así, como cosa fuera de toda duda,
una especie que aunque procedente de fuentes anó-
nimas se hizo general en todo el país : los patriotas
la creían y la imponían con la sinceridad de su con-
vicción ; los realistas la creían también porque es-
taban en una completa obscuridad sobre lo que su-
cedía en las fronteras argentinas, y todos repetían
que Pezuela había sido completamente derrotado
en Tucumán, que había caído prisionero y que su
ejército había tenido que capitular (7). Claro era,
se decía, que el virrey ocultaba la noticia; pero que
no por eso era menos cierta ; y se hacía figurar co-
mo testimonio el informe dado con mucha reserva,
por personajes de conspicua posición en el go-
bierno.
La verdad era que había causa suficiente para
que esos rumores se acreditasen. Pezuela se había
encontrado tan asediado y comprimido en Salta por
las hábiles y poderosas guerrillas de los gauchos
de Güemes, que había tenido que retirarse, azarea-
do por ellas, aún antes de recibir contestación á la
consulta que le había hecho al virrey. En esa reti-
rada se le había desertado una parte considerable
de sus batallones. Seguido por un enjambre de
guerrilleros que le cortaban los recursos de todo
género, había tenido que hacer una marcha lenta,
constantemente obligado á concentrarse y defen-
derse. Al entrar en las tierras del Alto Perú, los
montoneros de Cinti, y más allá las rápidas incur-
siones que las partidas de Arenales hacían desde
Cochabamba y Chayania hasta Chuquisaca é in-
(7) García Camba. Memorias, tomo I, pá;,'. 118.
Io8 liFECTüS DE LA TOAÍA DE MONTEVIDEO
mediaciones de Oruro, habían interrumpido com-
pletamente las comunicaciones del cuartel general,
establecido en Cotagaita, con los centros y ciuda-
des del norte (8).
El virrey se hallaba, pues, en una completa ig-
norancia de la suerte que hubiera corrido Pezuela.
Lo único que conocía era la nota de junio en que
este general le había pintado con colores lúgubres
el estado peligrosísimo en que se hallaba después
de la pérdida de Montevideo, y pedídole autoriza-
ción para abandonar la tentativa de invadir el te-
rritorio argentino, y reconcentrarse al Alto Perú en
actitud meramente defensiva. Después de esto, com-
pleto silencio, completo misterio. La natural zozo-
bra de su vigoroso espíritu, advertida por cortesa-
nos y funcionarios menos bien templados los unos,
de lealtad dudosa ó de ánimo hostil los otros, había
dado lugar á las hablillas misteriosas y alarmantes
de palacio, cundido así el primer rumor, y después
la grave certidumbre para todos de que no sólo ha-
bía caído Montevideo, sino que había caído también
Pezuela; y que todo el Alto Perú, de Tupisa á la
Paz, se hallaba ya emancipado y ocupado por las
armas argentinas.
El Cuzco, la segunda y la más importante de
las ciudades del Perú, en donde
[814 meses antes se habían sentido ya
Agosto 3 algunos síntomas de inquietud (9)
fué la primera en convulsionarse
al influjo de estf)s rumores, contando con el próxi-
(8) Relación gubernativa del marqués de la Concor-
dia, Memoria de García Camba, tomo I, pág. 113 y 1 16-17,
y Torrente, Revolución Hispano -Americana.
(q) García Camba, 'Memorias, tomo I, pág. 122.
KN L(JS I'UEBLOS DEL PERÚ IO9
mo y decisiva auxilio del ejército argentino. En
muy pocos días la insurrección se hizo general en
toda la provincia, adhiriéndose á ella «la tropa de
la guarnición y las muchedumbres de la ciudad y
de la campaña», según los asertos del general rea-
lista García Camba. El brigadier don Martín Con-
cha, presidente gobernador, fué sorprendido y re-
ducido á prisión; se erigió una Junta Gubernativa
compuesta de vecinos influyentes, á cuyas bande-
ras se adhirió el famoso indígena Pomacahua á
quien el virrey había elevado al grado de brigadier
general por su bravura y anteriores servicios á la
causa española. ((Con una sorprendente actividad,
dice aquel historiador, se prepararon y marcharon
expediciones contra las provincias de Huamanga,
Arequipa, Puno y la Paz. Este levantamiento puso
en aflictivos conflictos al virrey en Lima y al ge-
neral Pezuela en Cotagaita» ; separados por 340 le-
guas y por la insurrección de todas las provincias
intermedias, Pezuela se consideró tan probablemen-
te perdido que tratando de aprovechar con suma
reserva la ignorancia en que se hallaba el general
Rondeau de lo que sucedía tras del -ejército rea-
lista, le hizo proposiciones de ajustar un convenio
suspendiendo todas las hostilidades ((hasta que el
benigno monarca (Fernando VII) restituido á esta
sazón al trono de sus mayores tomase disposiciones
decisivas sobre la suerte de esta parte de Améri-
ca» (10), proposiciones que fueron desechadas,
porque en el cuartel general argentino, adelantado
(10) Torrente, Revolución Hispano- Americana, tomo
II, página 18.
iro KFK( TOS DE LA TOMA DE MONTEVIDEO
ya á Jujuy y á Javi, si no se conocían bien las con-
mociones del centro, se sabía al menos la esplén-
dida victoria de Arenales en la Florida y los levan-
tamientos de Cochabamha, de Santacruz y de Cin-
ti, que bastaban para poner en amargos conflictos
á Pezuela y para hacer inconveniente todo ajuste
que permitiese á los realistas emplear sus fuerzas
en suprimir las convulsiones populares de esas pro-
vincias, con cuya cooperación poderosa se contaba
para la próxima campaña.
«La terrible Revolución de Cuzco», como la lla-
ma el virrey Abascal en su relación gubernativa,
puso al gobierno colonial del Perú en las condi-
ciones más azarosas y difíciles en que se hubiera
hallado después de la Revolución de Mayo de 1810.
Los revolucionarios de Cuzco, obrando con una ac-
tividad extraordinaria, levantaron numerosos cuer-
pos entusiastas aunque bisónos y demasiado colec-
ticios para que pudieran medirse ventajosamente
con tropas disciplinadas sin el apoyo de un ver-
dadero ejército de invasión.
Aprovechándose de la sorpresa y del pánico que
produjo el levantamiento, se dirigieron resuelta-
mente sobre Huaynanga, punto intermedio entre
el Cuzco V Lima, que una vez tomado dejaba cor-
tadas las comunicaciones del gobierno con el Sur
v el Oriente de todo el país que tenía, que defender.
Trató el virrey de evitarlo enviando prontamen-
te fuerzas europeas del regimiento de Talaveras ;
pero no lo logró, y ese importante punto cayó en
manos de los insurrectos. El doctor Muñecas, vir-
tuosísimo sacerdote nacido en Tucumán y exalta-
dísimo patriota que á la sazón era cura de Sicuani,
EN LOS PUEBLOS DEL PERÚ I I I
se puso á la cabeza de todos sus parroquianos, se-
dujo é insurreccionó doscientos hombres de la
guarnición, levantó á su costa quinientos partida-
rios, marchó incontinenti sobre Puno, se posesionó
de este punto, desde el cual puso en abierto levan-
tamiento la populosa ciudad de la Paz, y después
de un reñido combate con la guarnición realista,
que comandaba el marqués de Valdehoyos, los pa-
triotas la tomaron á viva fuerza el 24 de octubre
de 1814.
Ei acreditado general Picoaga, una de las pri-
meras figuras del ejército realista de entonces, fué
completamente destrozado ; y la imperial ciudad de
Arequipa cayó también el 10 de noviembre en po-
der de cinco mil patriotas, que, aunque pésima-
mente armados y mal organizados, eran sin em-
bargo temibles por el empuje de su número y por
el violento entusiasmo de que estaban animados.
En el ejército mismo de Pezuela, amagado de
frente por una invasión argenti-
[814 na, que si no se realizó fué, como
Noviembre i ." como veremos, por la criminal
conducta de los que lo mandaban ;
amenazado en los flancos por Arenales; cortadas
en la Paz, en el Desaguadero y en Puno, sus co-
municaciones con Lima; acosado de cerca por las
guerrillas de Güemes lanzadas tras de él y por las
montoneras de Cinti, con las provincias inmediatas
de Chuquisaca y Chayanta bullendo ya en espera
de un apoyo argentino para levantarse; en el mis-
mo ejército realista, decíamos, estaba armada una
decisiva rebelión de los mejores cuerpos que lo
componían. La encabezaba el joven coronel don
112 EFECTOS DE LA TOMA DE MONTEVIDEO
Saturnino Castro, el oficial de caballería más bravo
y audaz con que contaba el ejército realista. Bra
nativo de Salta ; y aunque él, con otro hermano me-
nor se habían adherido á la causa del rey, los de-
más miembros de su familia, y entre ellos su ilustre
hermano el jurisconsulto y venerable magistrado
don Manuel Antonio Castro, actuaban entre los
personajes más distinguidos é influyentes de la
causa argentina. El coronel Castro había salvado
al ejército realista en Vilcapugio. Derrotado y en
fuga estaba ya Pezuela, y su derecha se defendía
desesperadamente, cuando Castro entró en el cam-
po de batalla arrollando los cuerpos argentinos, en
un mal movimiento que hacían, según hemos vis-
to, y sosteniendo la derecha decidía la victoria de
sus banderas. No menor había sido su arrojo y efi-
cacia en Ayauma, y en la entrada reciente á Salta.
Pero ya fuese que tocado, según se dijo, por el in-
flujo de una bellísima joven con quien se amaban,
que dominado su espíritu por la posición encum-
brada de su hermano mayor, ó que su conciencia
se afectase de verse sirviendo la causa de una do-
minación forastera, intransigente é incómoda para
los hijos del país, que eran en su suelo los únicos
en darse el título noble y prestigioso de patriotas,
el hecho fué que la victoria de Montevideo, la re-
tirada desastrosa de Pezuela, la brillante figura de
Güemes, el entusiasmo y bravura indómita que sus
comprovincianos de Salta estaban desplegando, la
gloria de Arenales, y el espíritu dominante en todo
el país á favor de la independencia nacional, ga-
naron el corazón del joven jefe, y que acongojada
su conciencia al considerar el doloroso papel que
EX LOS PIKHLOS DEL PERÚ I F^
hacía sacrificando su bravura y su patriotismo al
servicio de la perpetuación del vasallaje colonial,
regresó de Salta en las filas de Pezuela, decidido
va á dar un gran golpe y encabezar el pronuncia-
miento de los cuerpos americanos que. actuaban en
las filas realistas.
La causa del rey y del ejército de Pezuela pare-
cía, pues, irremisiblemente perdida en el Perú cuan-
do el vencedor de Montevideo se agitaba en el afán
de concentrar cuanto antes en Jujuy diez mil ve-
teranos de primer orden para entrar por allí como
un torrente y marchar sobre Lima aclamado por la
coofKiración y por el ardiente entusiasmo con que
á su paso le esperaban los pueblos todos, convul-
sionados ya para seguir sus banderas.
¡Cómo prever entonces que un ciímulo de cir-
cunstancias tan felices había de evaporarse, y con-
vertirse en negra tormenta los luminosos arrebo-
les del cielo patrio, por la obra insidiosa y perversa
de dos hombres: Rondeau y Artigas!... Demasiado
inconsciente el uno, por su propia nulidad, aún
para ser tenido por criminal; demasiado malvado
y bárbaro el otro para comprender y respetar las
leyes de la moral política, ó para inspirarse en las
necesidades del patriotismo, ni aún restringido que
fuera al mero afecto ¡ocal. Ya lo veremos.
HIST. DE LA REP. ARGENTINA. TOMO V.— í
CAPITULO IV
KI. ORGANISMO POLÍTICO DE LA CAPITAL
Y SUS ADVERSARIOS
Sumario; Tipo etnológico y social de las masas urugua-
yas.—Su contacto con la Revolución de Mayo. — Su natu-
ral inclinación á la independencia bárbara y al desorden.
— Artigas y sus transformaciones. — Uniformidad de bar-
barie y de situación en Entrerríos, Corrientes y Banda
Oriental. — El imperio bárbaro y guerrero de Artigas. -
Antagonismo de la barbarie uruguaya y del régimen or-
gánico de la capital. — Artigas, rebelde y proscripto en el
desierto. — La clase culta y política de Montevideo. —
Compromisos fatales de la Revolución Argentina con las
cuestiones orientales. — Estorbos que ellas ponen á la ca-
rrera de Alvear y á las grandes operaciones de la guerra
de la Independencia. — Irrupciones de las montoneras de
Artigas en Entrerríos. — Derrota y prisión del coronel
Holrtlíerg. — Grande interés y tentativa de Alvear por re-
conciliar á Artigas con el gobierno nacional. — Exigen-
cias de Artigas. — Contestación ambigua de Alvear. — Ad-
mirable rapidez y precisión de su campaña contra el
caudillo intransigente. — Derrota de Otorgues y de Ri-
vera.—Retroceso de Artigas al Alto Uruguay. — Trabajos
políticos del gobierno nacional y de la Asamblea. — Crea-
ción de nuevas provincias. — Ventajas y defectos del or-
ganismo gubernativo é institucional establecido. — Cultu-
ra progresiva del trato y de las costumbres sociales.—
(iraves faltas de la oligarquía gubernativa y del jefe
que la sostenía.— Caracteres.— Adversarios.— La burgue-
sía rica y tradicional. — Sus ideas acerca de la Revolu-
ción de Mayo y de la reforma social.— Su respetabilidad
Y SUS ADVKRSARIOS II5
y su influjo en el vecindario. — Su antagonismo con la
oligarquía gubernativa. — Su declive inconsciente hacia
los propósitos de Artigas y del desorden social. — El pu-
rismo y las m-ezclas de baja ley que se adhieren á los
partidos. — Las calumnias y la credulidad que perturban
las conciencias en los tiempos de anarquía. — La diplo-
macia y las traiciones que se le atribuían. — Estado mo-
ral del ejército del Norte. — Hipocresía y nulidad de Ron-
deau. — Preparativos del general Alvear para ir á tomar
el mando de ese ejército.
Tomadas en su sombrío conjunto, las masas in-
cultas y haraposas que en 1814 ocupaban las dos
márgenes del río Uruguay, se componían de las
antiguas tribus güenoas y charrúas, guavcurúes v
tapes, mezcladas con gauchos mestizos, tan salva-
jes como ellas, que nada ofrecían de común con el
tipo europeo introducido por la conquista. Hasta
i8io las leyes civiles y administrativas del régimen
colonial no habían tenido tiempo de penetrar en
e.sas vastísimas y enmarañadas regiones (harto in-
cultas hoy todavía), que forman las fronteras de
Corrientes, Entrerríos y Estado Oriental, con el
Paraguay y con el Brasil. Sus habitantes no cono-
cían otra cosa del poder público que el brazo tre-
mendo del preboste ó justiciero del rey que de vez
en cuando aparecía por las sendas y encrucijadas,
del país, ahorcando bandidos y salteadores, según
su buen entender y juzgar. La propiedad civil no
existía, no era respetada, ni conocida siquiera por
alguien. Los terrenos estaban ilimitados, las escri-
turas mismas (salvo dos ó tres) se hallaban en tal
estado de ambigüedad, que no eran títulos reales,
ni podían serlo, desde que la autoridad y las leyes
carecían de medios para hacerlas efectivas, ó para
Il6 EL ORGANISMO DE LA CAPITAL
ubicarlas con límites insalvables. Pero, como el
hombre es siempre social, aún en su estado más
completo de barbarie, busca á su modo la sombra
de las autoridades más análogas á su condición mo-
ral; y de ahí la facilidad con que los malvados y
los arteros se hacen jefes naturales de una masa
bárbara abandonada á sus propios instintos en la
vida del desierto.
Si las masas uruguayas habían permanecido du-
rante el período colonial encerradas en el recóndito
desorden de sus hábitos y de sus crímenes priva-
dos, no era posible que continuasen del mismo mo
do después que la Revolución de Mayo, propagán-
dose por las provincias cultas del virreinato, se
había convertido en insurrección nacional y en gue-
rra de la Independencia. Conmovidos por esa pro-
funda perturbación los cimientos del régimen tra-
dicional, y trastornado el orden público en tan vio-
lenta transición, esas masas informes y groseras,
brutales por hábito y por instinto, venían pues fa-
talmente preparadas á tomar su parte propia en el
movimiento de la insurrección ; y su primer arran-
cjue debió ser la repulsión de las autoridades polí-
ticas que no fuesen análogas á su índole, para
echarse en la anarquía y en el salteo, único estado
de libertad y de independencia que en su ignoran-
cia y en su miseria podían comprender y apreciar
romo derecho político y natural (i).
(i) Si este cuadro pareciere recargado, suplicaríamos
al lector que pasase su vista por las transcripciones conte-
nidas en .las pág. 571 á 574 del vol. III ; pág. 83 y 84 del
vol. IV, y pág. 66 de ia Historia de la Dominación Es-pa-
Y SUS ADVERSARIOS II7
Desde su más temprana juventud, Artigas ha-
bía vivido y actuado en el seno de esas tribus y del
gauchaje que formaba cuerpo con ellas. Jefe de
contrabandistas por la desierta campaña y bando-
lero por consiguiente, hubo de ser perseguido por
la justicia del rey, y tuvo que vivir en rebelión,
campando por sus respetos sin ley ni sujeción al
orden social en las sombrías y apartadas soledades
del país. En esa vida, su alma perversa se conna-
turalizó con el desaliño grosero y con los hábitos
de la violencia que son indispensables. Sus talentos
naturales y su astucia le granjearon una superio-
ridad absoluta sobre las tribus y los bandidos que
había reunido á su alrededor.
Hizo famoso su nombre entre ellos y terrible su
fama por la audacia y el éxito de sus correrías,
hasta que amnistiado por influjos de familia y por
la necesidad de atraerlo al servicio de la justicia
misma que se había mostrado impotente contra él,
fué hecho preboste del rey, á su vez, con el título
de capitán de blandengues, pero independiente de
autoridad alguna política ó militar que pudiera re-
gularizar ó controlar sus actos en el ejercicio de su
nueva autoridad. Desde luego, fué con esto el ver-
dadero y absoluto señor, por no decir monarca, de
las dilatadas comarcas puestas bajo su mando. Ha-
ciéndolo después coronel, teniente gobernador de
Tapeyú y comandante general de las milicias del
Uruguay movilizadas para operar contra los rea-
ñoLa en el Uruguay, de don Francisco Bauza, el más in-
genuo y decidido entre los pocos panegiristas de la barba-
rie uruguaya y de su tétrico caudillo.
I l8 EL ORGANISMO DE LA CAPITAL
listas, la Revolución de Mayo y sus mismos go-
biernos vinieron á consumar la transformación del
gaucho malo y montaraz en personaje político y
en caudillo nato de las masas bárbaras que muy
pronto debían seguirlo en su rebelión y en su lucha
contra el organismo culto y liberal establecido en
la capital.
Sería un gran error tomar el caudillaje de Arti-
gas como un accidente limitado al territorio orien-
tal del Uruguay. Los gérmenes de su poder se ex-
tendían del mismo modo en las provincias de En-
trerríos y de Corrientes, por el carácter uniforme
que presentaban sus masas, compuestas de los mis-
mos elementos y movidas por los mismos instintos
en todas estas provincias.
Lejos, pues, de circunscribir los límites de su
poder y de su ambición á los del territorio oriental,
Artigas abrazaba con su influjo todas las regiones
de una y otra banda del río Uruguay unificadas en
las mismas condiciones sociales, y aspiraba á cons-.
tituir con esas tres provincias un Estado bárbaro y
guerrero bastante fuerte para extenderse hasta las
bocas del Río de la Plata, para sojuzgar bajo su
imperio la capital de la margen occidental, la Roma
cuyas riquezas y prestigios enardecían la codicia y
los odios de este nuevo Alarico y de sus hordas.
Erigido el gobierno nacional en defensa de la
causa de la independencia, nada más correcto ni
legal que las medidas que debió tomar para asegu-
rar el orden civiF sobre todos los pueblos de su obe-
diencia, y para levantar las fuerzas con cjue debía
hacer frente al poder militar de los realistas. En
este empeño, que por otra parte era un deber im-
Y SUS ADVERSARIOS lig
prescindible, debía chocar desgraciadamente con
el espíritu rebelde y animoso de las masas lejanas
que hasta entonces habían vivido fuera del orden
colonial, y que por lo mismo circunscribían su pa-
triotismo á su estado rebelde y al influjo local de
sus caudillos. Hemos visto á Artigas tomar resuel-
tamente este partido ; traicionar el puesto que ocu-
paba en las líneas del sitio de Montevideo; hosti-
lizar al ejército nacional ; completarse con los ene-
migos de la patria para destruirla; huir á lo más
recóndito de los bosques interiores, buscando el
centro y la guarida desde donde se proponía fo-
mentar el alzamiento de aquellas masas contra el
orden constituido de la capital, y sustituirlo con el
imperio bárbaro y guerrero que pretendía recons-
truir con ellas bajo su mando.
Entre tanto, sucedía entonces en la provincia
oriental lo que no pocas veces se ha repetido des-
pués. Montevideo y algunos pueblos cercanos de
su campaña, como Canelones y San José, abriga-
ban una clase culta y distinguida que no quería
caer en manos de Artigas ; y que, como ya hemos
visto, resistía en cuerpo y alma la dominación es-
pantosa que él y sus hordas pretendían establecer
sobre ella. Ese conjunto de resistencias no estaba
limitado á un partido político, era toda una clase,
más bien dicho, toda la burguesía decente y culta
de los pueblos orientales, la que reclamaba la pro-
tección del gobierno nacional contra las amenazas
de la barbarie atroz é inclemente que Artigas pro-
movía contra el orden social que esa clase miraba
como garantía de su cultura y de sus intereses. Al
reclamar entonces esa protección, lo hacía con una
] 20 Kl. ORGANISMO DK LA CAPITAL
justicia y con un derecho que no han tenido otras
veces al buscar el mismo apoyo; porque no sola-
mente eran entonces argentinos sino personajes in-
fluyentes y comprometidos en la política del go-
bierno nacional, como Obes, Herrera, Vázquez,
Vidal, Ellauri, Gelly, Alvarez, Cavia, Haedo, Du-
ran y cien otros de los principales y más conspicuos
vecinos de aquel país.
Bien hubiera querido el general Alvear y la oli-
garquía porteña de su partido dejar librada la suer-
te de los orientales á sus masas y á su caudillo, á
trueque de marchar inmediatamente al Perú con la
gloria y con el esplendor de sus armas. Pero la
cuestión social del oriente uruguayo, triste y fu-
nesta cuestión desde entonces para todos, vino á
poner sus garras sobre la carrera continental del
joven general que había arrancado la plaza de Mon-
tevideo á las armas del rey de España, y amarrado
por ella como un nuevo Prometeo sobre la mon-
taña, estaba fatalmente condenado á ver fracasar
sus arrogantes esperanzas, mientras el amigo de
quien había hecho un rival irreconciliable, más len-
to, más seguro y mejor servido por los sucesos, era
el que debía cumplir la obra definitiva, que iba á
escapársele de las manos en el momento más pro-
picio para realizarla.
Los que se figuran que el general Alvear y los
hombres ilustres de la Asamblea General Consti-
tuyente tuvieran empeño alguno en dominar el te-
rritorio oriental, incurren en un error que sólo pue-
de atribuirse á la ignorancia de las cosas y de los
inmensos intereses que extendían hacia el Perii las
grandes miras del general \ su partido. Ellos que
<
Y SUS ADVERSARIOS 121
consideraban ya en sus manos todo el Alto y el
Bajo Perú, desde Potosí hasta Lima, y desde Lima
á Quito, si es que no pensaban en algo más allá,
¿qué importancia pedían dar á la posesión de la
pobrísima plaza de Montevideo, ó á la de las cestas
asoladas del Uruguay, si no hubiera concurrido la
necesidad fatal de proteger á los orientales mismos
del partido liberal, y de contener la irrupción van-
dálica que las hordas de Artigas hicieron por En-
trerríos con la mira de cortar la comunicación del
ejército y de amenazar la capital por Santafé ?
Pero desgraciadamente para el general Alvear
y para su partido, los orientales que actuaban en'
él eran hombres de mérito notorio y de eminentes
servicios desde 1810. Su influjo en ol gobierno de
la nación hacía imposible que pudiese abandonarse
á la barbarie y al crimen la provincia, el pedazo de
la patria común en que habían nacido, en que te-
nían sus intereses, sin tratar de defenderla y de ase-
gurarles la vida culta indispensable á la clase de
que eran miembros. Todas estas eran circunstan-
cias que hacían imposible que el gobierno nacional
pudiese consentir en que un alzado feroz, servido
por indiadas y por bandas desorganizadas que atre-
pellaban todos los respetos sociales, viniese á roni-
p;'r, á su placer, la integridad del territorio nacio-
nal y las bases de su organismo político. A nadie
contrariaban tanto como al general Alvear los es-
torbos que esta malhadada situación le ponía en el
camino de su gloria y de su brillante porvenir. Pe-
ro, respetuoso y leal á los compromisos personales
y políticos que le imponían su posición y su par-
tido, trató de ver si obtenía una solución rápida,
ya fuese por las negociaciones, ya por las armas.
122 Kl- ORGANISMO DE LA CAPITAL
Situado en Belén, y por decirlo así, á caballo
sobre Entrerríos y la Banda Oriental, Artigas ha-
bía avanzado sus partidas por la margen derecha
del Uruguay y al mando de un asesino llamado
Blas Bazualdo, al mismo tiempo que dos fuertes
divisiones al mando de Fructuoso Rivera y de Otor-
gues operaban en las costas de Santa Lucía con la
mira de hacer apurada y angustiosa la situación del
gobierno provincial establecido en Montevideo. Lo
primero era garantir la provincia de Entrerríos para
mantener expeditas las comunicaciones con Mon-
tevideo ; y al efecto salió de Buenos Aires una co-
lumna al mando del coronel Holmberg, con la or-
den de situarse en el Arroyo de la China, y de po-
nerse al habla con las fuerzas que el mismo Alvear
debía mover de Montevideo para caer y arrollar las «
bandas que Artigas había desprendido. Pero el co-
ronel Holmberg, por descuido ó por impericia, se
dejó arrebatar las caballadas por los montoneros
que observaban v seguían sus marchas ; y parali-
zado así en las orillas del Gualeguay, fué atacado
por Otorgues, completamente destrozada su fuerza,
V él mismo fué hecho prisionero y llevado al cam-
pamento de Artigas, donde con motivo del título
de barón que había traído de Alemania, fué objeto
de infames ultrajes en manos de los bárbaros que
disponían de su persona.
Este contratiempo fué para el general Alvear un
golpe doloroso, no tanto porque creyese difícil res-
tablecer la autoridad de sus armas, cuanto porque
interesado en no comprometer de un modo formal,
en esa obscura guerra, el brillante ejército que que-
ría llevar á más altas empresas, se veía obligado á
V sus Al)\ERSARIOS 123
demorarlo en un terreno estéril que ya era entera-
mente enojoso para él y perjudicial para la causa
americana.
Sin conocer bien todavía el carácter del caudillo
con quien tenía que habérselas, el general Alvear
creyó que dándole satisfacción por las ofensas que
pretextaba haber recibido, obtendría deshacerse de
este incómodo estorbo que trababa la libertad de sus
movimientos, cimentar la tranquilidad de las pro-
vincias litorales, y dejar avenida la ambición per-
sonal de Artigas con la autoridad nominal del go-
bierno. Empeñado en transigir así la lucha, obtuvo
ó hizo que el Supremo Director levantase espontá-
neamente por un decreto la proscripción que pesaba
sobre el traidor del sitio de Montevideo; que se ex-
plicase esa proscripción como uno de aquellos erro-
res lamentables é injustos que muchas veces ocu-
rren en el conflicto de los partidos; que se le rein-
tegrase en el grado de coronel del cuerpo de blan-
dengues, y que se le socorriese con treinta y ocho
mil pesos, si sobre estas bases aceptaba su recon-
ciliación con el gobierno nacional. Creíase que con
estas concesiones se le ponía en una posición tan
honorable como digna para tratar con el gobierno,
y se le propuso que nombrase comisionados bas-
tantemente autorizados con quienes pudiese forma-
lizarse un ajuste amistoso. Artigas nombró al efec-
to á los señores don Tomás García Ziiñiga, don Mi-
guel Barreiro y don Manuel Calleros, quien re-
unidos con Alvear en el campamento de Canelones,
hicieron presente que sus instrucciones eran tan
precisas y terminantes que no podían negociar, sino
proponer lisa y llanamente su aceptación. La pri-
124 EL ORGANISMO DE LA CAPITAL
mera de estas instrucciones era que se le recono-
ciese al general Artigas en el carácter de goberna-
dor comandante de la Banda Oriental y de todos
sus pueblos, incluso Montevideo. Que se le recono-
ciese igualmente como Protector y Jefe Supremo
de las provincias de Entrerrios y de Corrientes, que
libre y espontáneamente se habían puesto bajo su
autoridad ; y como si todo esto fuese poco todavía,
sus comisionados agregaron la condición sine qua
non, de que se le remitiesen á su campamento de
Belén los nueve mil fusiles, los trescientos cincuen-
ta cañones, la escuadrilla menor, los parques y per-
trechos de todo género que el ejército argentino ha-
bía tomado á los realistas rendidos en Montevideo
por el esfuerzo y por los sacrificios de la capital y
de su gobierno.
Alvear disimuló con suma habilidad la impre-
sión causada por tan absurdas pretensiones. Aceptó
como cosa que no ofrecía serias dificultades el re-
conocimiento de Artigas como jefe independiente
v soberano de la provincia oriental ; pero disculpán-
dose en cuanto á lo demás con falta de instruccio-
nes, y ponderando mucho el deseo que él, y que el
mismo gobierno tenían de reconciliarse con el ge-
neral Artigas para dedicar sus esfuerzos á la gue-
rra de la Independencia, les dijo que pasaría inme-
diatamente á la capital á recabar mayor amplitud
de las facultades que se le habían dado, y los des-
pidió prometiendo darles muy pronto una contes-
tación categórica. Para asegurar más la confianza
de los comisionados y del caudillo, hizo publicar
noticias oficiales de que todo estaba arreglado y aun
se dio una proclama en Montevideo por la que apa-
V SIS .\I)\I-RS.\R1()S 125
recia que se habían hecho ya, ó se iban á hacer, to-
das las concesiones que Artigas había exigido.
Entre tanto, muy distintos eran los propósitos
que había formado al ver la im-
T814 pudente insolencia de semejantes
Octubre 6 pretensiones, inmediatamente se
trasladó á Buenos Aires. Rápido
V resuelto como siempre, preparó en pocas horas
una división de 1,300 hombres. Le dio orden al ge-
neral don Miguel E. Soler, gobernador intendente
V militar de Montevideo, que el 2 de octubre hiciese
marchar al coronel Dorrego con 800 hombres sobre
San José. En el mismo día bajaba Alvear con su
división en la Colonia. El coronel Valdenegro ha-
bía salido también de la Bajada con 400 hombres
para caer sobre Blas Basualdo, ocupar la margen
derecha del Uruguay y marchar sobre Artigas á
Belén. Combinadas así las tres fuerzas, Dorrego
derrotó completamente á Otorgues el 6 de octubre.
Al querer retirarse en busca de Basualdo le encon-
tró también derrotado por Valdenegro, y no le que-
dó otro recurso que ganar en completa desbandada
las fronteras brasileñas detrás del Río Chuy. Ri-
vera, perseguido á su vez, corrió á incorporarse
con Artigas ; pero éste, en completo desorden por
la prisa con que tuvo que levantar su campamento,
retrocedió hasta los bosques y fragosidades del Are-
runguá.
Con esta contestación categórica dejó Alvear
cumplida la respuesta que les había prometido á
los comisionados de Artigas, y puso en alta evi-
dencia sus poderosas y habilísimas facultades como
estratégico y como militar de alta escuela.
120 KL ORGANISMO DE LA CAPITAL
Tenemos ahora que ver lo que pasaba del lado
de la capital y de las provincias del interior.
El gobierno directorial y la Asamblea seguían
entre tanto dando formas á sus trabajos adminis-
trativos necesarios al progreso y estabilidad del or-
den institucional de las provincias en que estaba
dividida la nación. El sistema establecido, que ade-
más de ser tradicional era indispensable para llenar
las exigencias de la guerra de la Independencia y
de los conflictos, muchas veces, extremos que ella
provocaba en el exterior, hacía necesario que la au-
toridad estuviese concentrada en la oligarquía de
la capital ; de modo que las provincias, por esa mis-
ma necesidad inevitable, constituían entidades su-
balternas, dotadas de cabildos, pero regidas í>or
gobernadores intendentes nombrados por el gobier-
no central, y agentes suyos para dar cumplimiento
á las órdenes y á las medidas de un carácter nacio-
nal. Tomado teóricamente v bajo el aspecto de los
principios, este organismo, irreprochable en sí mis-
mo, era bastante para garantir la naturaleza culta
del país y de su gobierno. Pero las necesidades
apremiantes y eventuales de la guerra social, y la
insubsistencia del espíritu público, alborotado y
alarmado siempre por la índole subversiva y anár-
quica de los partidos, hacían que ese mecanismo
gubernativo se alterase en los procederes irregula-
res de cada momento, y la intervención irremedia-
ble de lo arbitrario se substituía de una manera fa-
tal y frecuente en cada uno de los accidentes de la
vida pública y revolucionaria. No era que el país
estuviese criminal y deliberadamente mal gober-
nado, sino que pasaba por uno de esos períodos
Y SUS ADVERSARIOS \2J
críticos y febriles de su transformación social, en
que todo el organismo vacilaba y se resentía de la
enfermedad endémica de los tiempos.
El gobierno directorial había entrado de lleno
en la sensata política de crear y consolidar las en-
tidades provinciales, emancipando las fracciones
autonómicas de la autoridad central en que sólo
habían figurado como simples territorios y distritos
policiales.
De la misma manera en que se había creado ia
provincia de Cuyo separando sus territorios de la
gobernación de Córdoba, se crearon también las
provincias de Entrerríos y de Tucumán en septiem-
bre y en octubre de 1814. Los intendentes que el
Supremo Director puso á su cabeza no podían ser
hombres más honorables ni más virtuosos. Bastaría
nombrar entre ellos al teniente coronel don Blas
Pico para probarlo, un hombre que en su larga
vida fué dentro de su país y de su familia un mo-
delo acabado de cuanto puede presentar de perfecto
en su misma modestia el ciudadano de un país
culto y libre.
La Banda Oriental, después de rendido Monte-
video, fué también levantada, desde mero territorio
dependiente del preboste policial de Buenos Aires,
á la categoría de provincia jurisdiccional y de go-
bierno propio municipal, exactamente como todas
las otras que constituían él cuerpo de la nación y
su organismo político y electoral. Su primer inten-
dente fué nada menos que don Nicolás Rodríguez
Pena, y su secretario don Manuel Moreno. El pri-
mero, uno de los caracteres más elevados y conspi-
cuos de la Revolución de Mayo ; patriota acendra-
128 Kl. ORGANISMO DE LA CAPITAT.
do, vecino acaudalado, político serio, justiciero, y
de una honorabilidad que ha sido su timbre per-
sonal en Chile donde vivió largos años, hasta su
muerte, y donde su nombre no pasaba por los la-
bios de nadie sin que se le rindiera el homenaje res-
petuoso que merecía : vivos están los que pueden
atestiguarlo. Don Manuel Moreno era desde enton-
ces una figura culminante del país ; y la verdad es
que dos hombres más distinguidos no presentará
la historia administrativa de ninguna de las pro-
vincias del litoral. El gobierno de 1814 hacía, pues,
lo que humanamente era posible hacer en el sen-
tido de la cultura y de la regularización del orga-
nismo social que encabezaba.
La época de la Asamblea General Constituyente
y del gobierno del director Posadas, es también una
época de transformación en las costumbres, en la
vida interior de la familia, y en el carácter de los
negocios comerciales. Aseguróse entonces un sen-
timiento espontáneo de que el país tenía ganada
su independencia. Cierta alegría pública y comu-
nicativa comenzó á poner lucida. é inspirada á la
buena sociedad. Abriéronse algunos salones, y en-
tre ellos el de Lasala y el de la señora doña María
Sánchez de Thompson (de Mandeville después),
donde Alvear, Larrea, Monteagudo, Rodríguez Pe-
ña, Lafinur, fray Cayetano Rodríguez, algunos
médicos y publicistas extranjeros como Carta Mo-
lina, Gaffarot, Belmar (el padre y el hijo), Lorei-
lle, el físico Lozier, el botánico Ciarinelli, Wilde,
el iniciador de los estudios económicos, el pintor
Gould y otros se reunían allí animados de la más
exquisita galantería, á pasear su espíritu por las
Y SUS ADVERSARIOS I 29
grandes novedades del tiempo y por los azares de
la causa del país. Mientras Belmar lucía su intimi-
dad con Benjamín Constant, y trazaba los carac-
teres de su talento y de sus doctrinas ante la aten-
ción encantada de los liberales que lo escuchaban,
Lozier y Ferrati amenizaban la culta tertulia con
pruebas de física y de química que iniciaban en los
conocimientos naturales á sus contertulianos, y que
hacían del salón de la Sala Thompson una verda-
dera academia de progreso y de cultura. Alvear y
Larrea primaban entre todos por la rapidez, la ori-
ginalidad y la audacia de sus concepciones, y eran
los galanes más favorecidos de las damas que acu-
dían á hacer estrado alrededor de la dueña de aquel
templo un tanto profano en que todos abrían su
espíritu á las luces del siglo. Allí leía López sus
estrofas, y algunas veces un niño, Juan Cruz Vá-
rela, declamaba sus loas á la patria y á la victoria
en que Júpiter hacía el primer papel entre los pro-
tectores que nuestra causa tenía en el cielo. Don
Saturnino de la Rosa, el más inocente y satisfecho
de los hombres que han manejado consonantes, lle-
vaba las inspiraciones... ¡qué inspiraciones!... los
acomodos, más bien, de su candida fantasía : —
África inundada de gratitud besaba los píes de
América; — Asia ruborizada lloraba sus cadenas, y
Europa sorprendida no sabía que pensar de que
su esclava de poco ha — América — fuese ahora su
modelo.
La dueña de aquel salón, en cuya cabeza en-
traban todas las reminiscencias é imitaciones de los
salones del Directorio y del Consulado francés, pro-
digaba su inmenso caudal en el delicado placer de
HIST. DE LA REP. ARGENTINA. TOMO V.— 9
130 EL ORGANISMO DE LA CAPITAL
reunir en su casa adornos exquisitos y curiosos de
la industria y del arte europeo; porcelanas, graba-
dos, relojes mecánicos con fuentes de agua perma-
nentes figuradas por una combinación de cristales,
preciosidades de sobremesa, antojos fugaces si se
quiere, pero que eran novedades encantadoras para
los que nada de eso habían visto hasta entonces
sino los productos decaídos y burdos que el mo-
nopolio colonial les traía. Después de eso, banque-
tes, servicio francés, y cuanto la fantasía de una
dama rica entregada á las impresiones y á los estí-
mulos del presente, sin amargas ni perturbadoras
previsiones del porvenir, podía reunir en torno de
su belleza proverbial, con la vivacidad de uno de
los espíritus más animados que pueden poner alas
al cuerpo de una mujer. Era también poetisa, y
prosista llena de ingenio y de oportunidad.
Las mismas causas habían producido fenóme-
nos paralelos en esferas más prácticas y más utili-
tarias si se quiere de la vida social. El espíritu im-
pulsivo y la reproducción económica del crédito
habían comenzado á introducir el valor del plazo
y el mecanismo del papel de comercio en las tran-
sacciones. Las estancias y la faena de las haciendas
se habían vivificado por el valor de las pieles y por
la necesidad de representar en los retornos el cre-
ciente aumento de los consumos. Varias casas in-
glesas de bastante importancia surtían el mercado
con un cúmulo no visto hasta entonces de merca-
derías ; y haciendo de agentes bancarios para con
el gobierno, le suplían numerario y armas, burlán-
dose de las convenciones de su gobierno con Fer-
nando VII. En menos de año y medio las rentas
Y SUS ADVERSARIOS 131
tupieron un aumento de dos millones y medio de
pesos fuertes. Si á todo esto se le pone por com-
plemento la formación de la escuadra y del ejército
que expulsó las tropas españolas del Río de la
Plata, será difícil negar ante la notoriedad histó-
rica los grandes méritos de la Asamblea General
Constituyente y del gobierno directorial, que dio
su espíritu y sus luces á la obra fecunda del año
de 1814.
Pero, por desgracia del país y del partido ilus-
tre que había levantado la fortuna de la Revolución
Argentina hasta esa altura, el joven general que
lo encabezaba tenía graves defectos de carácter y
de escuela. La imitación y los ejemplos de Bona-
parté ofuscaban su razón y le hicieron perder el
sentimiento justo, sensato, del terreno en que pri-
vaba y de la sociedad que tenía bajo su influjo. La
petulancia exorbitante de sus maneras, la belleza
arrogante y audaz de su persona, sus grandes ga-
lopes á caballo por el medio de la ciudad, seguido
en tropel por un numeroso estado mayor, y las for-
mas imperiosas que daba á los actos de su autori-
dad á medida que crecía la infatuación de su or-
gullo, le habían ido creando enemigos, que ya em-
bozados, ya descubiertos, aunaban sus esfuerzos
contra él. Siempre franco, y siempre espontáneo, ó
confiado, aún en esas mismas demasías de su ge-
nio, Alvear carecía de aquellas dobleces de la hi-
pocresía política, que paciente al hacer su camino
oculto, va regimentando con calma, y acomodando
á su servicio, en los países sin instituciones, los
elementos subalternos y perniciosos que han de
apoyar su poder personal. Tenía un gran partido
132
EL ORGANISMO DE LA CAPITAL
en 1814, pero ese partido era demasiado elevado y
noble por la distinción notoria de sus miembros,
para componer un cuerpo compacto de sicarios ó
de favoritos que pudiera servirle á consolidar el
yugo personal y estable de las opiniones movedi-
zas que se engendraban en el movimiento revolu-
cionario. Los déspotas no tienen jamás en derredor
suyo partido político, sino agentes serviles que no
dejan rastro ninguno señalado en la historia. No
está en ese caso la Asamblea General Constituyente.
Sin darse cuenta, pues, de lo que en más ó me-
nos tiempo produce la animadversión popular,
cuando los hechos se van condensando en el ánimo
prevenido de los pueblos, Alvear se entregaba de
una manera imprudente á lo que podríamos llamar
la glorificación de su nombre y de su imporfancia
militar. Contribuyeron á ponerlo ciego en ese fatal
declive muchas y variadas circunstancias. Su ex-
tremada juventud, la natural altivez de su tempe-
ramento, fomentada por la conciencia de sus ser-
vicios, la admiración de su partido, y el verse he-
cho como el centro de todas las esperanzas, de to-
dos los fines y de todas las fuerzas morales y ma-
teriales de la Revolución de Mayo, lo tenían como
endiosado en sus sueños juveniles de gloria; y se
miraba ya como el Bonaparte de la América del
Sur, como el hombre providencial que tenía en sus
manos la solución definitiva de la guerra de la In-
dependencia, la emancipación del continente y la
fortuna de las ideas liberales, ó, como entonces se
decía, de las luces del siglo, en el Nuevo Mundo.
Mirándolo á la luz del liberalismo, pocos hom-
bres y pocos partidos han sido más sinceramente
Y SUS ADVERSARIOS 1 33
liberales que los que tuvieron el gobierno y la ad-
ministración en 1814. Pero impulsados por sus pro-
pósitos y con poco respeto á las preocupaciones de
que suponían animados á los que no profesaban
sus mismos fines, se figuraban ser liberales porque
con el empuje de su dominación se esforzaban por
limpiar el sucio de los elementos reaccionarios ó
incómodos del pasado con una verdadera pasión
del progreso y de la reforma social. Ese era el ras-
go capital de la Asamblea General Constituyente;
y claro es que con el uso de esos medios al servicio
del filosofismo político y liberal que dominaba en
sus ideas, no podía evitarse que ese conjunto de
hombres ilustres é ilustrados cayera en el molde fa-
tal de una oligarquía brillante, pero exclusiva y ar-
bitraria en su ambición y en sus fines. Así es que
aunque desde ese punto de vista, el partido y su
jefe estaban en perfecta concordancia de propósi-
tos, y aún de defectos, con la Revolución de Mayo,
estaban también en el camino de su ruina, porque
fuera de sus líneas se había formado, no diremos
un partido, sino una agrupación anónima de opo-
sitores, que tenía su base principal en las clases
antiguas del municipio: especie de aristocracia co-
lonial que había entrado en la Revolución con un
fuerte sentimiento de americanismo, pero con el
ánimo de mantenerla circunscrita y prudente bajo
su influjo, sin darse cuenta de los fines propios y
nuevos que ella entrañaba. Altivos y caballeros, por
la tradición y por la acendrada honorabilidad de su
viejo y rico hogar, los hombres que componían esa
elevada burguesía conservaban en sus perfiles pa-
tricios algo del pater-farnitias. Reaccionarios por
134 EL ORGANISMO DE LA CAPITAL
consiguiente en cuanto al desarrollo político de la
Revolución, miraban con profundo enojo que ella
se extraviara en manos de una oligarquía joven que
los humillaba por la audacia de sus talentos, y que
manejaba el poder público en nombre de ideas y de
intereses abiertamente contrarios al influjo perso-
nal y colectivo de sus antecedentes.
Pero, como sucede casi siempre, en el ardiente
embate de las pasiones políticas que los lleva á es-
trellarse unos contra otros, los partidos pierden la
conciencia clara de sus principios y de sus propios
antecedentes. Un ejemplo curioso de esta verdad,
y hasta cierto punto humillante, ofreció entre nos-
otros esta arrogante y soberbia colectividad de la
burguesía aristocrática que nos había dejado el ré-
gimen colonial. Por odio á la oligarquía ilustrada
que en la Asamblea y en el Directorio tenía la di-
rección de los negocios nacionales, y no viendo otro
modo de derrocarla que atacar ó arruinar el orga-
nismo político sobre que reposaba su poder legal,
el honorable y aristocrático partido de los ricos ve-
cinos del municipio de la capital vino á entrar, sin
haberlo previsto ni buscado, en las mismas miras y
teorías subversivas de Artigas ; del caudillo bárba-
ro que agitaba las masas incultas del desierto li-
toral ; del bandolero montaraz que había traicio-
nado delante del enemigo las banderas de la Re-
volución ; del alzado sin ley ni señor que estaba
desolando las riquezas y el orden civil en la fértil
región de los grandes ríos; del exterminador cuya
pasión frenética y exclusiva, era reducir á cenizas
la capital misma en que esos hombres de fortuna y
de antecedentes tenían sus cuantiosos intereses y la
base de su mismo influ^'o social.
Y SUS ADVERSARIOS 135
No hay partido, cualquiera que sea el carácter
simple de su origen y de sus elementos primitivos,
que pueda evitar que se le adhieran y formen cuer-
po con él los rezagados que el movimiento revolu-
cionario va dejando en condiciones flotantes, y que
por sus miras particulares buscan el apoyo del nú-
cleo principal trayéndole su contingente en las lu-
chas por el poder. Esa masa de bajos cooperantes
se compone generalmente de hombres mediocres,
contrariados en sus aspiraciones, ó movidos por la
envidia que provoca en ellos el prestigio de los
hombres que sirven de guía y de enseña á los par-
tidos verdaderamente ilustres v liberales. Anhelo-
sos de agarrar por algún lado un retazo siquiera de
la vida pública separando de su paso las superiori-
dades que brillan en ella, tratan de hacer el vacío
para colocarse en evidencia, y tomar un desquite
de baja ley humillándolas, y persiguiéndolas tam-
bién, con pasión propia, pero en servicio servil de
los que le dan su patronato. Así fué como todos los
hombres de reputación indecisa, de color gris, de
espíritu atrasado, de ambiciones impacientes, anhe-
losos de especular en provecho propio, vinieron á
enrolarse entre los enemigos de la Asamblea Gene-
ral Constituyente; y la aristocracia vecinal, pura
al principio, recibió con esos elementos y con el pa-
ralelismo político de Artigas aquella mezcla de ca-
nalla sin la que no se pueden llevar á cabo movi-
mientos subversivos.
La Revolución Argentina, como la Revolución
Francesa estuvo por mucho tiempo soñando y es-
peculando con las traiciones y con las intrigas de
los gobiernos para entregar el país al rey de Es-
136 Kl, ORGANISMO DE LA CAPITAL
paña, ó á otra testa cualquiera coronada. Todos los
partidos se acusaron sucesivamente unos á otros
de haber estado tramando estas conjuraciones; y
nada puede igualar las necias invenciones y las ca-
lumnias que echaban á vuelo con pruebas fragua-
das con el más grande descaro. Muchas de ellas, co-
mo la famosa revelación que fraguó el doctor Pe-
dro José de Agrelo en 1816, andan todavía en ma-
nos de algunos bobos encantados de tener en ella
como difamar el grande partido centralista que go-
bernó al país de 1812 á 1819. Pero lo que hoy nos
parece inconcebible y ridículo producía entonces
perniciosísimos efectos, no tanto en la opinión bien
informada de los hombres políticos, cuanto en la
candorosa credulidad del pueblo, y en las malignas
apreciaciones con que la doblez innoble de los par-
tidos acreditaba esas arterías inventadas y propa-
ladas nada más que para volcar las autoridades que
no respondían á sus miras del momento.
í.a sanción del 2() de agosto y el nombra-
miento de los señores Belgrano y Rivadavia para
que como comisionados de las Provincias Unidas se
trasladaran á Europa y abrieran negociaciones con
la corte de Madrid, sirvieron de poderoso pretexto
para que los descontentos hicieran ruido y propa-
gasen rumores subversivos en el ánimo inquieto y
espantadizo de los pueblos. En las miras reserva-
das del gobierno esta negociación había sido, ante
todo, un medio de ganar tiempo. Lo que se propo-
nía era obtener con ella la mediación protectora de
la Gran Bretaña, demorar ó desviar la expedición
de Morillo, y retemplar la autoridad en el interior
mientras ponía sus dos ejércitos en aptitud de de-
Y SUS ADVERSARIOS 137
fender la capital con el uno, y de subir rápidamente
con el otro hasta el Perú, en caso de que no se pu-
diese obtener el reconocimiento de la independencia,
bajo la forma de una monarquía constitucional que
no sólo era única base aceptable de momento, sino
la que en el ánimo de todos contenía la solución in-
dispensable y definitiva de la Revolución de Mayo.
Cubriendo su actitud diplomática con una apa-
rente sinceridad, calculada para captarse la benevo-
lencia de Inglaterra y escudarse con ella de las mi-
ras de España, el gobierno argentino trató de hacer
servir la pública notoriedad que había dado á ese •
negociado, como un medio de que Pezuela en el
Perú y Osorio en Chile suspendieran las operacio-
nes contra los patriotas de aquellas provincias, y se
descuidasen hasta que fuesen sorprendidos cuando
menos lo esperaran. Con este fin se dieron poderes
al coronel don Ventura Vázquez }■ al doctor don
Juan José Passo. El primero se dirigió al campa-
mento de Pezuela, protestando la necesidad de ne-
gociar un armisticio hasta conocer el resultado de
las misiones enviadas á Europa; y el segundo pasó
acreditado cerca del gobierno independiente de San-
tiago de Chile, encargado de cooperar "de todos los
modos posibles al progreso de la causa y á la esta-
bilidad del gobierno establecido allí, que encabe-
zaba el respetable señor don Manuel de la Lastra
con el apoyo del partido del general O'Higgins.
A todos estos elementos morales con que se di-
señaba el movimiento subversivo contra la oligar-
quía liberal en 1814, es menester agregar los que
se habían agrupado en el ejército que mandaba don
José Rondeau en Jujuy. Tenían el mando de sus
138 EL ORGANISMO DE LA CAPITAL
diversos cuerpos porción de oficiales que ya hemos
visto figurar en las victorias y derrotas del gerieral
Belgrano, como el coronel Forest y otros de la vie-
ja escuela, que ya por la ufanía de sus antiguos
servicios, ya por el hábito en que estaban de no te-
ner por superiores hombres de fuerte voluntad, de
pensamiento decisivo, de autoridad propia, de ta-
lentos superiores y de temple, se habían hecho di-
fíciles de manejar y de obedecer al mando de hom-
bres nuevos y dominantes como el general Alvear,
y como los coroneles de su predilección que debían
venir con él. A esos malos elementos del viejo cua-
dro se habían adherido algunos otros jefes del tiem-
po antiguo, como el general don Martín Rodríguez.
Inútil es hablar de su mérito y de su honorabilidad
personal ; pero es preciso decir que su incompeten-
cia como militar de línea y la bondad de su trato
familiar con los subalternos y compañeros lo hacían
incapaz de contribuir á la disciplina, inclinándolo
más bien casi siempre al descuido y á la laxitud de
sus reglas más elementales. Natural era que por su
índole, por su grado, por su escuela y por los ser-
vicios que á su modo venía haciendo desde tiempos
anteriores, estuviese poco predispuesto á sufrir la
supremacía de Alvear, que por su extremada juven-
tud, suficiencia y genio imperioso, humillaba con
imprudencia á todos los que habían sido algo antes
de él.
Entre las tropas enviadas á Jujuy había mar-
chado el regimiento de infantería número 9.°, fuer-
te de 900 plazas, al mando de un cierto coronel Pa-
góla, oficial díscolo é insubordinado, nacido en la
Banda Oriental, que había pertenecido al ejército
V sus ADVERSARIOS 139
sitiador de Montevideo antes de que Rondeau hu-
biera sido substituido por Alvear, Este coronel, que
aunque bravo carecía de antecedentes y era hombre
recio, se había elevado y obtenido el mando del nú-
mero 9.° por influjos de Artigas y favoritismo de
Rondeau. Ocultando sus predilecciones había con-
seguido conservar su puesto y ser destinado al ejér-
cito de Jujuy, en donde se reunió con su anterior
general, deseoso, por supuesto, de contribuir al re-
chazo del general Alvear, que era en efecto poco in-
clinado á sufrir los desmanes y las insolentes licen-
cias de los subalternos como Pagóla.
A causa de su misma insignificancia, y precisa-
mente por la apatía indolente y pajiza de su perso-
na, don José Rondeau era el general en jefe más
adecuado, hasta por las hipocresías de su necia am-
bición, para mantenerse en el mando aparente de
este conjunto de oficiales insubordinados y altane-
ros, á quienes su debilidad dejaba entero campo
para obrar á su antojo en sus cuarteles, y aún en el
campo de batalla como lo hemos de ver. A trueque
de gozar él las satisfacciones de la vanidad y las
propinas de segundo orden que el mando propor-
ciona, Rondeau se puso ocultamente de acuerdo con
sus coroneles para que lo sostuvieran contra cual-
quiera orden que el gobierno pudiera darle de en-
tregar á otro general el mando del ejército.
Este era, en el interior y en el exterior, el estado
verdaderamente crítico en que los negocios políti-
cos del Río de la Plata se hallaban al terminar el
año de 1814,
CAPITULO V
SUBLEVACIÓN DEL EJÉRCITO DEL NORTE
Y MODIFICACIÓN INTERNA DE LA OLIGARQUÍA LIBERAL
SttmariO: Inconvenientes que impidieron la pronta y defi-
nitiva destrucción de Artigas. — La barbarie del desierto
y la barbarie de las grandes capitales como París y Lon-
dres.— Reorganización liberal de la Provincia Oriental
del Uruguay. — Grandes miras sobre el Perú. — Ilusiones
y errores del general Alvear. — Descontento y temores
que inspira su viaje entre los hombres de su partido. —
Expedición de Morillo. — Gérmenes de anarquía interna.
— Debilidad orgánica de los poderes fuertes. — Alvear en
Córdoba.— Noticia de la sublevación del ejército de Ju-
juy. — Testimonio inapelable del general don José María
Paz sobre el escándalo y las consecuencias funestas de
ese atentado. — Hipocresía criminal y baja de Rondeau. —
Sanción y vituperio de la historia contra los criminales
políticos. — La mancha indeleble de su nombre. — El inep-
to manifiesto de los sublevados. — Su comentario. — Sus
calumnias y sus falsedades. — El coronel don Ventura
- Vázquez. — Profunda sensación en la capital. — La sesión
de la Asamblea Nacional. ^Su Manifiesto. — La vindica-
ción del Director Supremo. — Desgraciados sucesos de la
provincia de Corrientes. ^El teniente gobernador Cal-
van.— Asonada de Méndez y proclamación de Artigas. —
Reacción inmediata de la clase culta en favor del go-
bierno nacional. — Fernández Blanco. — Jenaro Perugo-
rría. — Descalabro de estos generosos patriotas. — Atroci-
dades de Artigas. — Tormento de Perugorría. — Testimo-
nios elocuentes sobre los bárbaros hechos de Artigas. —
Deportación del coronel Bauza. — La nueva invasión de
MODIFICACIONES INTF.RNAS I4I
Artigas. — Triunfo de Fructuoso Rivera sobre el coronel
Dorrego. — Irrupción de las montoneras por Entrerríos y
riberas del Paraná.— Peligro de Santafé. — Situación de
los negocios al regresar Alvear á la capital. — Su resenti-
miento.— Sus nuevos propósitos. — Alteración neutral de
sus sentimientos. — Reanimación de su espíritu. — Fecun-
didad de sus expedientes. — Declive natural hacia la dic-
tadura.— Necesidades y exigencias de fortificar los actos
del poder con leyes y facultades represivas. — Concordan-
cia del partido.— Resistencia del director supremo Po-
sadas.— Insistencia categórica de Alvear.— Renuncia no-
table de Posadas. — Sesión de la Asamblea. — Elección de
Alvear al puesto de Director Supremo del Estado.
Si el general Alvear hubiera podido detenerse
en la otra banda del Uruguay con nada más que
con las cortas fuerzas que había empleado en su
rápida y habilísima campaña, está fuera de toda
duda que la insurrección de las indiadas y del gau-
chaje feroz que Artigas comenzaba á remover en
el remoto del desierto oriental, hubiera sido pronta
y eficazmente sofocada. Esa breve campaña, del 2
al 10 de octubre, le había bastado para romper la
primer tentativa y arrojar sus fragmentos comple-
tamente deshechos al otro lado de las fronteras del
Brasil. Una severa policía, de que harto necesita-
ban aquellas regiones, hubiera bastado también pa-
ra aplastar á los indios y facinerosos que hacían la
única fuerza militar y civil de ese alzamiento de
la barbarie, que no sólo en los desiertos argentinos,
sino en el centro mismo de París y de Londres
suele á veces poner en serios peligros la cultura de
las naciones, y seis años antes, el funesto caudillo
de aquel negro desorden hubiera fugado, como fugó
después, en busca del fraternal asilo que le dio en
142 SUBLEVACIÓN MILITAR
1820 el gobierno de su propio tipo inaugurado por
el doctor Francia, que hizo tan feliz y tan libre al
Paraguay ( ) ) .
Pero ya fuese que se equivocara en la idea que
se formaba de la situación interna del país, ya que
no quisiera examinarla con prolijo estudio, para
darse todo entero á los propósitos de la gloriosa
campaña que pensaba abrir inmediatamente sobre
el Perú, Alvear creyó que había hecho en la Banda
Oriental cuanto el gobierno y su partido podían exi-
girle, y que con muy pocas fuerzas bastaba para
mantener quieta la provincia mientras se le daba
el régimen institucional que debía unificarla en el
seno de las demás de la Unión Argentina.
De acuerdo pues con las leyes orgánicas san-
cionadas por la Asamblea General
1814 Constituyente que constituían el
Octubre 24 régimen interior, el Poder Ejecu-
tivo nombró al general don Mi-
guel E. Soler gobernador intendente en substitu-
ción del señor Rodríguez Peña, y designó los once
miembros que debían formar el Ayuntamiento, Ca-
bildo y corporación municipal de Montevideo, en
(1) Cuando los extranjeros se pasman con aspavientos
poco sinceros y no pocas veces con un desprecio conven-
cional, ante los errores de nuestra vida revolucionaria, de-
bieran pensar también en la barbarie que ellos mismos co-
bijan en el seno de sus opulentas y cultas capitales, ya
que tampoco pueden borrar de su historia pasada, ni ex-
tirpar de la presente, las lúgubres épocas del siglo xvni, de
la Comuna en el xix y de la dinamita con que por allá se
hace volar monumentos y se sacrifica centenares de vidas ;
suum cuique. Nuestros bárbaros no han llegado á ese grado
de desarrollo.
Y MODÍFICACIONES INTERNAS I43
la misma forma en que se hacía entonces para to-
das las provincias de la Unión. Al Cabildo de las
capitales de la provincia correspondía nombrar co-
misiones municipales y autoridades de distrito en
los pueblos y vecindarios de la campaña, cosa de
no fácil ejecución y arreglo en los incultos campos
de la Banda Oriental. Le correspondía también
componer é integrar las juntas ó mesas electorales
de los miembros de la Asamblea General Consti-
tuyente ; y el de Montevideo llenó su cometido le-
gal el 24 de octubre nombrando por diputados suyos
en esa soberana corporación á don Pedro Fabián
Pérez y á don Pedro Feliciano Cavia (2).
(2) Las instrucciones con que se les recomendó el des-
empeño de su carácter no pudieron ser más sana^ ni más
propias de una época y de un organismo culto y liberal.
Por ellas debían propender en la Asamblea: i.°, á que la
nación indemnizara las pérdidas y sacrificios hechos por
los vecinos de la provincia, según estaba ordenado ya por
la Asamblea ; 2.°, que los inmensos terrenos aglomerados
sin título y completamente incultos en manos de algunos
detentadores, se repartiesen entre los padres de familia
pobres y hacendosos que los quisieran utilizar, abonándose
á los poseedores ó propietarios el justo valor de los exce-
sos que se les tomasen ; 3.°, que las grandes estancias de-
nominadas del rey, se repartiesen del mismo modo, ó se
permitiese la ocupación de algunas de sus porciones, sin
remuneración, á las familias pobres que no tuviesen terre-
nos de otra clase en que fijar su residencia; 4.°, que se
creasen nuevas villas y centros de población, dándoles las
autoridades locales y tenientes gobernadores que mantu-
vieran la seguridad individual y la propiedad; 5.°, que se
fomentase el cabotaje y el comercio marítimo de las costas
con beneficios y concesiones halagadoras y habilitación de
puertos ; 6.°, que se hiciese el plano general de la provin-
cia, señalando sus límites, tomando medidas para conser-
144
SUBLEVACIÓN MILITAR
Cerrando los ojos á todo, y sin otro interés ó
ahinco que el de abrir inmediatamente su gloriosa
campaña sobre el Perú, Alvear no atendía á otra
cosa (mientras el gobierno se ocupaba de las me-
didas necesarias al orden gubernativo de la Banda
Oriental) que á preparar su ejército. Apenas re-
gresó á Buenos Aires concentró todas las tropas en
el campamento de los Olivos. Allí se entregó día y
noche á completar el equipo, á formar la caja y la
administración, á dar cohesión á las distintas re-
particiones, y formar el espíritu de cuerpo que de-
bía animar al poderoso conjunto de medios que ha-
bía centralizado en sus manos. Comenzó por man-
dar á Jujuy (donde estaba Rondeau con los cuer-
pos que San Martín le había entregado en Tucu-
mán), tres regimientos de infantería. Salió tam-
bién para el mismo destino el coronel don Ventura
Vázquez á tomar el mando del número i.° aquel fa-
moso regimiento de la Sublevación de las Trenzas,
var los bosques que forman parte de su riqueza, y que se
estaban destruyendo por falta de policía ; 7.", y por últi-
mo, que todas las tierras de propiedad desconocida ó aban-
donada se repartiesen y diesen á los vecinos que las solici-
taran para vivir y trabajar en ellas, dejando á los pueblos
de campaña las suficientes extensiones para su beneficio
común y comodidad de la vida. Para adulterar el sentido
honrosísimo de todos los actos con que la Provincia Orien-
tal del Uruguay se unificó en el seno de las demás de la
Unión Argentina, don Francisco Bauza (pág. 154-155) los
pone como anteriores á la campaña de Alvear en octubre,
y como medios pérfidos de ocultar las operaciones de gue-
rra que se iban á abrir contra Artigas, siendo así que son
posteriores á esa campaña y un resultado orgánico de la
limpieza de policía hecha con ella.
Y iMODIFlCACIONES INTERNAS I45
que había estado á las órdenes del general Belgra-
no, y que por ser el cuerpo más fuerte en el campa-
mento de Jujuy, convenía que fuera encargado á
un jefe de carácter y de importancia como el coro-
nel Vázquez. Este oficial, brillante por las calida-
des militares, por los talentos, por el distinguidí-
simo nacimiento, y para complemento de méritos
por lo exquisito de sus maneras habituales y de su
porte, merecía de todo punto la estimación excep-
cional con que lo miraba el general en jefe y el
partido ilustre en que figuraba. Quizás fué un gra-
ve error de AJvear no haber dado al coronel Váz-
quez el mando del niimero 2.° de que el coronel
era propietario, ó de algún otro de los cuerpos
procedentes del ejército de la capital, en vez de
aquel otro regimiento que á más de ser nuevo
para él, no podía dejar de estar afectado del mal
espíritu que prevalecía en el campamento de Jujuy,
En estos casos poco se prevé : se ven los hechos des-
pués de consumados; y al obrar así, contaba el ge-
neral que con los regimientos que había enviado y
con el coronel Vázquez al mando del número i, se
aseguraba la sumisión de las otras tropas y sus je-
fes, por muy mal dispuestos que contuvieran á po-
nerse bajo sus órdenes. Después de haber arreglado
la salida sucesiva de los cuerpos concentrados en
los Olivos hasta el número de siete mil veteranos,
el general se adelantó á ellos con un numeroso Es-
tado Mayor de cerca de cien oficiales entre edeca-
nes, empleados militares y civiles, acompañantes y
agregados; y dejó la capital el 16 de noviembre de
1815 en dirección á Jujuy, contando con ponerse
muy pronto sobre las tropas del virrey del Perú,
que bien apuradas se veían por la fermentación ge-
HIST. DE LA RP:I'. ARGENTINA. TOMO V. — lO
146 SUBLEVACIÓN MILITAR
neral en que se hallaban todas las provincias cen-
trales de ese virreinato.
La salida del general Alvear había descontenta-
do mucho al supremo director don Gervasio Posa-
das y á los más expertos entre los miembros de su
partido. Eran momentos aquellos en que todos ase-
guraban que la expedición del general Morillo se
hallaba ya pronta á zarpar contra el Río de la Pla-
ta. Nadie conocía los secretos diplomáticos que se
habían atravesado con toda reserva entre España,
Portugal é Inglaterra; y día por día llegaban con-
firmaciones categóricas y oficiales de que Buenos
Aires era el punto en que Morillo debía hacerse sen-
tir con su formidable armaniento. Los hombres
amenazados no se tranquilizaban con las segurida-
des que les había dado Alvear de que esa expedi-
ción era incapaz de operar sobre Buenos Aires; de
que bastaba la ciudad y sus bravos cívicos para re-
chazarla, y de que, en todo caso, antes de tres me-
ses, podía él ocurrir en su auxilio con un ejército
vencedor y doble del que sacaba. Sin embargo, el
peligro era real para todos; las esperanzas y ofer-
tas bastante ilusorias; y lo que todos percibían en
el fondo era que una gigantesca ambición de gloria
lo empujaba hacia el norte por los opulentos y des-
lumbrantes prestigios de que el Perú había gozado
desde los primeros tiempos del régimen colonial.^
Se pensaba también que por muy expeditiva y
feliz que hubiese sido la campaña contra Artigas,
no era claro ni probable que en diez días hubiesen
sido anonadados y extirpados los gérmenes vivaces
v contagiosos de esa epidemia moral ; y se dudaba
con razón de que con las milicias de los pueblos de
Y MODIFICACIONES INTERNAS I47
la campaña Oriental y de Entrerríos sin más apoyo
que dos batallones diminutos de cazadores, que era
todo lo que Alvear había dejado en manos de Soler
y de Dorrego, fuera lo bastante para hacer frente
á la propagación de las montoneras de Artigas, si
la debilidad y la escasez de las fuerzas gubernati-
vas les daban tiempo y ocasión de rehacerse.
Rl general Alvear, como todos los militares po-
líticos que fían la solidez de su poder á la cohesión
é inmutalidad de la fuerza armada, no comprendió
á tiempo que por lo mismo que esa cohesión es un
nudo cerrado sobre elementos vivos y expansivos,
llega un día en que se rompe sin haber resuelto
ninguno de los problemas sociales que se habían
formulado al concentrarse en los primeros días de
su formación. Las reacciones se producen y todo
vuelve al círculo vicioso de su principio. Es cues-
tión de días, de meses, de años quizás, pero de años
muy rápidos y muy fugaces para los que se hunden.
; Cuánto cuentan los veintiiin años de Rosas, los
quince años del primer Napoleón, los quince años
del segundo Napoleón ? ¿ Cuentan acaso más que
veintiiín días de buen gobierno bien aprovechados?
En Córdoba, Alvear recibió con profusión todas
aquellas manifestaciones ruidosas,
1814 aturdidoras é incensantes, con que
Diciembre 7 la adulación oficial y la puerili-
dad curiosa de los pueblos rodea
y agasaja á los hombres que aparecen como dueños
eternos del poder político en una época dada; y. sin
embargo había allí un partido iracundo contra Bue-
nos Aires, que aunque impotente para conseguir sus
propósitos, habría deseado ver trasladado el cam-
148
SUBLEVACIÓN MILITAR
pamento de Artigas á los claustros de la Universi-
dad ó llevar la Universidad con sus colegios y has-
ta con su Catedral á la corte de Arerunguá, para
vivir en libertad federal (3). Embriagado todavía
con tantos festejos y bailes, banquetes y pintores-
cos paseos por los bellos alrededores de la cíiüdad,
el joven y elegante general corría como una flecha
por el camino de la posta, y de la gloria á su en-
tender, cuando en la tarde del 10 de diciembre re-
cibió la triste noticia de que en la madrugada del 7
el ejército de Jujuy se había puesto en armas contra
él ; de que el coronel Vázquez con los otros oficia-
les tenidos por afectos á su persona y á la discipli-
na, habían sido sorprendidos, aprisionados y de-
portados bajo custodia á Catamarca y la Rioja; de
que Pagóla, á la cabeza del número 9, el mayor Ra-
món Rosendo Fernández á la cabeza del número 2.",
cohechados con favores, se habían adherido al mo-
vimiento; y de que Rondeau — «el imbécil Ron-
deau» — como él le llamaba, había aceptado el man-
do del ejército, no ya por haberlo recibido del go-
bierno, sino por habérselo acordado los jefes suble-
vados, con el encargo de dar cuenta de 'los motivos
que ios habían ((obligado» á dar este paso y á exi-
gir ((Con las armas» que el general Rondeau fuese
conservado en su puesto.
Antes de hacer el examen de los documentos,
absurdos los unos, de melancólica y justa vindica-
ción los otros, que provocó este funesto suceso, el
(.3) Parece imposible que aún después de muchos años
hayan hallado eco favorable estas ideas en Córdoba, como
puede verse en un pequeño libro de historia y de política
local publicado por Cárcano hacia el 1885.
Y MODIFICACIONES INTERNAS 149
más protervo y dañino de cuantos habían tenido lu-
gar hasta entonces, conviene que reproduzcamos el
juicio que formó de él un testigo digno de todo cré-
dito. El general don José María Paz hallábase en
el ejército que dio este abominable escándalo. Nin-
guna circunstancia ó interés lo ligaban al general
Alvear; nunca lo había conocido ni tratado, y más
bien podía haberse esperado de él que por antiguo
compañerismo, por afectos de familia, ó por la
amistad que lo unía con algunos de los jefes suble-
vados, hubiera podido afectarse en contra del nue-
vo general. Sin embargo, escribiendo sus Memo-
rias en los últimos años de su carrera, da un testi-
monio ciiya verdad y valor no puede rechazar la
historia. «A principios de diciembre se hallaban en
el cuartel general de Jujuy, el regimiento núme-
ro I ." y el número 9, cuyo coronel, don Manuel Vi-
cente Pagóla, se había declarado abiertamente por
Rondeau, y además llegó el número 2° en los mo-
mentos de estallar la conspiración de que voy á ocu-
parme. El arribo del número 2° de infantería de
que era coronel el general Alvear, á quien como á
tal le profesaba grande afección, puso en serios cui-
dados á los conjurados, y les aconsejó apresurar el
golpe que se verificó en los pritneros días de diciem-
bre (en la noche del 6). El hubiera fallado sin la
condescendiente conducta del comandante don Ra-
món Rosendo Fernández que lo mandaba, y sin la
sorpresa del coronel Vázquez, quien con sus ma-
neras populares, con sus halagos, y con una gene-
rosidad que sus adversarios no podían imitar por
falta de medios, iba ganando tanto terreno, que á
más tardar hubiera sido difícil removerlo».
150, SUBLEVACIÓN MILITAR
«Una noche, los coroneles Rodríguez y Pago-. 1
la, los .comandantes Forest y Martínez (don Beni-.
to) se pusieron en armas, y comisionaron al mayor,
don Rudecindo Alvarado para que con una partida
de tropa arrestase al coronel Vázquez, sargento ma- ,
yor Peralta (4) y mayor Regueral que eran los je-^
fes de quienes temían que se opusiesen á su proyec-
to por ser partidariíjs de Alvear. En seguida se di-:;
rigieron á casa de R ondean que «aparentaba igno-
rar» lo que pasaba, y lo encontraron reposando
tranquilamente en cama. Le dieron parte de lo su-
cedido, y le intimaron á nombre del ejército que.
continuase con el mando resistiendo su entrega á,
Alvear y desobedeciendo por supuesto al gobierno,
que se lo había confiado... Todo el país, y hasta losi
mismos enemigos, habían creído (|ue la tqma de
Montevideo nos daba una superioridad decidida, ,
pues además de su importancia moral nos dejaba
disponible un ejércitíj numeroso y aguerrido. Los;
españoles temblaban, los patriotas del Perú, que,
estaban oprimidos, se habían reanimado; y todos ^
creíamos cercano el término cíe nuestros afanes ) ,
peligros. ¡Qué error!... nunca estuvimos más dis ■ ,
tantes... ¡y todo debido á nuestras divisiones y par-
tidos!... E\ coronel Vázquez, Peralta y Regueral
fueron deportados á un pueblo de la campaña bajo ^
la custodia del oficial Sevilla. Vázquez corrompió
á Sevilla y se marchó c-on él y Peralta (Villalta) á;
Buenos Aires. Regueral rehusó seguirlo, y se agre-
gó á las tropas irregulares de Güemes. donde sir-;
vio hasta la muerte.»
{4) Léase Villalta. i
Y MOUIFICAÍ IONES LNTKRNAS 15!
«Ksta fué la primera vez que el ejército descxj-
noció la autoridad del gobierno, advirtiendo ^(que
fué por un motivo puramente personal)). Los jefes
promotores de la asonada vieron que iban á perder
su influencia, y que sus puestos iban á ser dados
á los adictos al general Alvear : el nombramiento
del coronel Vázquez se citaba como una prueba in-
dudable de esos cambios ; y aún para decidir á otrt)s
se les hizo creer que habían decretado destierros y
proscripciones. Recuerdo que al honrado coronel
don Diego Balcarce (5) le hicieron consentir que
estaba destinado á ir á Guandacol, pueblo lejano de
la Rioja, Cíjmo lugar de su destierru, lo que estoy
persuadido que era una invención de los principa-
les conjurados. El papel que en todo esto hizo el
general Rondeau fué de una refinada hipocresía ;
pues sabía mejor que nadie lo que iba á ejecutarse,
y sus ayudantes, entre quienes estaba mi hermano,
fueron activos agentes empleados en toda esa no-
che» (6).
He ahí la conducta de Rondeau en ese escan-
daloso atentado que fué la causa de que la guerra
de la Independencia y las perturbaciones civiles no
hubieran terminado en 1815 con un éxito glorioso
y con el ahorro de la sangre y de los tesoros que
después se prodigaron. Y cuando se reflexiona que
ese crimen vulgar é indecoroso no le sirvió al que
lo cometió sino para ir á perder todo el ejército na-
cional en la jornada de Viluma, y dar allí un tes-
(5) Este calificativo de «honrado» tiene su a^udo st-n-
tido en el maliciosísimo estilo qvie es habitual del autor.
(6) Memorias postumas del general don José María
Paz, vol. I, pág. iqo.
}^2 SUBLKXACION MILITAR
timonia vergonzosísimo de su ineptitud (nunca des-
mentida en lo de antes ni en lo de después), no se-
puede ni se debe hacer callar el severo veredicto de
la Historia, para que los que por bajo egoísmo;
obran mal y pérfidamente contra sus deberes pú-
blicos, teman al menos la justicia futura y sepan
que jamás conseguirán que su nombre escajDe á '
ella.
Después del grave juicio con que el general Paz
ha caracterizado política y militarmente el acto cri-
minoso de los jefes sublevados, y el chocante pro-
ceder de Rondeau, nada puede decirse de más se-
vero. Su imparcial verdad se halla perfectamente
comprobada por los documentos mismos con que
los sublevados pretendieron explicar y justificar su
atentado, y por aquellos con que Rondeau trans-.
mitió la noticia al gobierno á quien acababa de ul-.
trajar. Con esa doblez que el general Paz llama
«refinada hipocresía», le decía al gobierno: ((A las
tres de la madrugada (día 7) se me dio parte verbal
de lo ocurrido, y en el instante salí á la plaza, me
informé de la alarma en que se hallaban aquellos
cuerpos, v con el fin de evitar cualesquiera resul-
tas desgraciadas mandé que inmediatamente se res-
tituyesen las tropas y la artillería á sus respectivos;
cuarteles, como se verificó antes de amanecer».
Cualquiera, juzgando correctamente, creería que
esta pronta y oportuna intervención del general en
jefe, ((Cuyos ayudantes, según Paz, habían andado-
como activos agentes de la sublevación», había te-
nido por objeto y resultado restablecer y mantener,
la autoridad legítima del gobierno nacional. Pero
lejds de eso, Rondeau salió á la plaza para consu-
V MODIFICACIONES INTKKNAS 153
mar el escándalo con la sanción de la autoridad que'
investía; y si las tropas regresaron á sus cuarteles,
él mismo dice que lo ordenó «manteniendo en arres-
to al coronel del número i.° don Ventura Vázquez,
al sargento mayor Villalta, al de igual clase Re-
gueral, y al auditor de guerra doctor don Antonio
Alvarez Jonte», miembro de la Asamblea y del go-
bierno, que tenía en esa división el alto carácter de
delegado del Ejecutivo Nacional. «En seguida dis-
puse, agrega, á solicitud de los mismos jefes (!),
que saliesen de este cuartel general los primeros,
destinándolos á la estancia de Pongo, donde se
mantendrán hasta la suprema resolución de Vues-
tra Excelencia». Con este final la refinada malicia
se convierte -en refinada insolencia. El general se
lisionj^a en seguida con un aplomo asombroso, de
haber logrado restablecer la tranquilidad, de haber
precavido todo motivo de ulteriores novedades, y
felicita al gobierno por haber mantenido al ejército
en su respetuosa obediencia... ¿Qué era este hom-
bre, por Dios?
El parte ó sea manifiesto con que los jefes die-
ron cuenta á su ((digno general» de lo que habían
hecho, ((es un papel inepto, lleno de frases y de
conceptos hinchados y calumniosos, que por todo
fundamento se toma de los pasquines, de los anó-
nimos y de los rumores» que habían dado el toque
de alarma á los jefes y puéstolos en el duro caso de^
((salvar la causa de la patria, la suerte del ejército
y la disciplina», sublevándose para mantenerse en
sus puestos, cosa que confiesan allí con el más des-
vergonzado cinismo. Entre tanto, de una carta in-
terceptada por ellos y adjunta al manifiesto, resulta'
154' SUBLliVACIÓN MILITAR
que la conjuración estaba organizada contra Al-
vear desde mucho tiempo antes (7).
kNo, ignora Vuecencia, decían los sublevados: á
Rondeau en el manifiesto, que de la misma capi-
tal de Buenos Aires se han escrito innumerables
cartas anunciando al ejército y á todos estos pue-.
blos operaciones clandestinas contra el sagrado ob-
jeto de la gran, causa que á costa de tanta sangre
y de tanto sacrificio hemos sostenido y sostenemos
aún». Después de esta atrevida alusión á las. ca-
lumnias con que se pintaban como horrorosas trai-
ciones los actos diplomáticos con que el gobierno
trataba de captarse la protección de Inglaterra y
de Portugal contra las expediciones que se prepa-
raban en España, alusión no sólo atrevida sino al-
tamente criminal en boca de jefes militares que la
invocaban para sublevarse, agregaban que en el
empeño de mantener el crédito del ejército, y de
conservar la ciega obediencia que debían al gobier-
(7) En esa carta, dirigida por un oficial del núme-
ro I .° al coronel Vázquez, se le decía : «Mi querido jefe :
no extrañe usted la letra; he recibido su apreciable del 3
d^l corriente, por la que veo que no tiene novedad ; el
tiempo y las circunstancias no me permiten extenderme;
lo. haré en teniendo el gusta de verlo, que deseo mucho sea
cuanto antes ; no se descuide, pues lo de por acá no está
bueno; una porción de picaros instan al general Rondeau
que se sostenga ; se lo aviso para su noticia. En esta tiene
uno que observar una conducta maquiavélica; no obstante,
los buenos, que no hay tres, están á la mira. Deseo saber
su destino para continuar mis avisos ; venga con precau-
ción, y en el ínter remitiré por el mismo conducto otras.—
Al señor coronel de ■patricios (número i.°) don Ventura
V ázques.^^wyxy , 26 de noviembre de 1814».
Y MOUIFlCAClONliS INTKRNAS 155
rvo, «habían disimulado en silencio su alarma por
largo tiempo, á pesar de las murmuraciones y de
los pasquines (!) que circulaban con profusión en
la capital, en Córdoba, en Tucumán, en Salta, y
hasta en el mismo cuartel general. Pero la destitu-
ción de algunos jefes beneméritos de la capital, la
postergación de otros cuyos ascensos reclama el
voto público de los pueblos, el restablecimiento de
las banderas españolas en varios cuerpos de este
ejército... (8) y en fin el sensible descontento que
se causa con innovaciones tan frecuentes en las re-
laciones entabladas con las fuerzas y pueblos del
interior, todo junto, y mil otras consideraciones y
noticias que omitimos por abreviar, nos habían re-
ducido al mudo contraste de un amargo é insopor-
table desasosiego, que más de una vcc- nos obligó
á insinuar á Vuecencia la urgente necesidad de
(8) Ebta falsedad provenía de que en el ejército de La
capital no se habían usado hasta entonces más banderas
que las españolas, desde 1810, por causas que hemos ex-
plicado, y de que no podía prescindir el gobierno mientras
tuviese que esperar ó que negociar la protección de Ingla-
terra y de Portugal, que á fines de 1814 era tan necesaria
ó más que lo que lo había sido en 1812. No era, pues,
exacto que «s^e hubieran restablecido en los cuerpos de Ju-
juy las banderas españolas» ; lo único cierto era que los
cuerpos recientemente llegados de la capital traían las ban-
deras que siempre habían usado; las banderas con que ha-
bían sitiado á Montevideo, bajo el mando de Rondeau
mismo ; las banderas con que Brovvn había batido y des-
truido la escuadra española, con que Alvear había tomado
la plaza. Así es que ese cargo, el único que por la ambi-
güedad y la falacia del concepto tendría hoy una cierta
apariencia de verdad, no era otra cosa que una argucia
desnuda de valor y de justicia.
^50
SUBLEVACIÓN MILITAR
adoptar medidas, ó de hacer alguna explicación que
tranquilizase á los pueblos y sofocase el régimen
funesto de la disolución que empezaba á dejarse en-
trever en este ejército, ó que al menos se separase
de él á los que considerados como agentes de la
intriga fomentaban los celos, la inquietud y la des-
confianza general». ;,y
Hasta aquí el manifiesto de los sublevados no :
dice nada que no confirme el juicio severo del ge-,
neral Paz. Todo él se reduce á declarar con impu-
dencia que la única causa del atentado había sido
el interés personal, y el temor de que el nuevo ge-
neral, conociendo como conocía por notofiedjía el
viciosísimo estado de ese ejército y la incorregible
desmoralización de sus jefes y oficiales (9J, viniese
decidido con la energía y la firmeza conocida de su
carácter á reformar fundamentalmente ese desor-
den, y á dar á las tropas el temple, la unidad y la
sumisión que son de absoluta necesidad para obte-
ner éxito y victorias en las campañas militares.
No son menos pérfidos los demás cargos con
que termina esa pieza que produjo en breve tiempo
las más funestas consecuencias. El coronel Váz-
quez se dirigía á Jujuy. Desde Salta le ofició al co-
mandante del número 2.° don Ramón Rosendo Fer-
nández, que hiciese alto en Cobos, y que lo espera-
se para entrar en el campamento en buena combina-
ción contra lo que pudiera ocurrir. Fernández, que
Vil estaba complotado, amortizó la orden, «y obe-
(9) Véase los informes que Dorrego le dio al general
San Martín sobre todos ellos, en la pág. 34 de este vol. y
en las Memorias del general Paz, vol. I, pág. 218 y si-
Sfuientes.
Y MODIFICACIONES INTKRNAS I57
deciendo la que Rondeau le dio á su vez)), continuó
hasta Jujuy. Grande fué la contrariedad del coro-
nel Vázquez al llegar á Cobos y conocer esta con-
trariedad ; pero ya fuese porque creyera que el nú-
mero 2.°, cuya adhesión al general Alvear era co-
nocida (10), había de mantenerse fiel, ya por la en-
tereza de su carácter ó por el respeto de sus debe-
res militares, continuó hacia el campamento sin
más fuerzas que un piquete de escolta y tres ayu-
dantes, naturalmente dispuesto á tomar la actitud
que le correspondía ; y que si hubiera tenido tiempo
de llegar como lo cree el general Paz, habría des-
baratado todo el complot. Pero el motín estalló en
la madrugada del 7, hallándose Vázquez á legua y
media del campamento, y la primer medida de los
amotinados fué mandar una partida de tropa al
mando del mayor don Rudecindo Al varado, ofi-
cial de algún mérito, pero siempre inclinado á las
malas intrigas y á la chismografía de los campa-
mentos, con la comisión de sorprender y de prender
á Vázquez.
En estos hechos fundan los sublevados el últi-
mo de sus cargos. Haciéndole á Vázquez «un cri-
men» de la acertada previsión con que había orde-
nado á Fernández que lo esperara en Cobos, dicen :
((Anoche (el 6) supimos con asombro que el coro-
nel del número i.°, don Ventura Vázquez, había
oficiado desde el camino al teniente coronel y co-
mandante del número 2.°, don Ramón R. Fernán-
dez, que lo esperase para que entrasen operando
como si se dirigiesen á un campo enemigo: lo que
(10) Paz, Memorias, pág. 187, tomo I. ;
15S SUBLKVACIÓN MILITAR
se le frustró por orden reiterada que le dio V . E. que
siguiese inmediatamente su marcha á este cuartel
general». Los sublevados acriminaban á Vázquez
de lo que más bien le honraba como militar preve-
nido; y lo curioso es que al mismo tiempo revela-
ban la confabulación anterior de Rondeau con los
ejecutores del atentado, y la repugnante falsía de
las si'guientes palabras: «Aturdidos con una nó-
vedad de tanto bulto, y con una precaución tan alar-
mante, nos cercioramos de la intriga por la adjunta
carta (n), injuriosa en supremo grado al notorio
honor y delicadeza de los jefes, oficiales y demás
personas que forman este ejército : comprendimos
en el momento que la salud pública era nuestra su-
prema ley... y corrimos á las armas para restable-
cer el orden y sofocar el germen de la discor-
dias ( 12) .
Súpose este suceso en la capital el 4 de enero de
T815, y como puede comprender-
íais se, produjo un profundo pavor en
Enero 4 el partido gubernativo, al mismo
tiempo que avivó las esperanzas
y la actividad subversiva de los partidos contrarios,
que por obra de las circunstancias habían venido
á concordar en el mismo interés sin tener entre sí
(11) Es la misma que hemos transcrito.
(12) Firmaban este manifiesto los coroneles Martín
Rodríguez, Diego González Balcarce, Manuel Vicente Pa-
góla, Carlos Forest, Juan José Quesada, Pedro Luna, ma
yor Rudecindo Alvarado y mayor Domingo Soriano Aré-
valo: los mismos que con su digno general hicieron tan
triste papel en la subsiguiente campaña del Perú, y en la
lúgubre jornada de Viluma (Sipe-Sipe).-
Y MODIFICACIONES INTERNAS '\ $L)
la menor analogía de ideas, de principios ó de pro-
pósitos propios. La conducta del Director Supremo
filé eñ este tremendo caso cuanto puede verse de
más digno y de más correcto en un gobierno parla-
mentario. Pidió la convocación inmediata de la
Asamblea para que su secretario de Estado y del
despacho genera) de Gobierno diese una explica-
ción detallada ((de todos los progresos y actos de
su administración, y muy particularmente del es-
tado de las relaciones exteriores», que como se ha
vivSto eran el gran tema de las calumnias y de los
chismes con que se atacaba sus procederes. Des-
pués de haberlo oído, la Asamblea asumió por una
ley la responsabilidad conjunta de todo lo hecho:
resolvió dar un Manifiesto y declarar que cuanto
se había ejecutado había sido con su previo cono-
cimiento y aprobación. Como esta declaración re-
caía en favor de un magistrado que nr era militar,
que no tenía fuerza, partido propio, ni medio al-
guno de imponer su voluntad ó sus intereses, ya
fueran inmediatos, ya como esperanzas de favori-
tismo ó ventajas para lo sucesivo, honra á la vez
al Tmagistrado que la obtuvo y á los diputados que
la acordaron, responsabilizándose con él ante el
país y ante los partidos cuyo furor afrontaban sin
más defensa que la justicia y la honorabilidad de
sus procederes (13).
(.13) La Asamblea General declara que la conducta del
Supremo Director en el manejo de los intereses sagrados
de la patria que se le han confiado para la seguridad'y H-
bvertad del Estado es de toda su soberana aprobación ; y que
á efecto de conservaren todo su vigor la confianza que de-
ben tener los pueblos de las PROVINCIAS UNIDAS, en las
1 6o SUBLEVACIÓN MILITAR
El Manifiesto encargado á uno de los hombres
más sensatos y moderados de la Asamblea mantu-
vo en su estilo y en sus conceptos el tono elevado,
aunque triste y melancólico, que convenía á un do-
cumento destinado á dejar su huella en la memoria
de un atentado que era el principio de una serie
larga de desgracias fáciles de prever. Después de
los crueles desastres de Vilcapugio y Ayaiima, el
gobierno, decía, había tomado el encargo de res-
tablecer la confianza y la fortuna de la Revolución.
En menos de cinco meses había rendido á Monte-
video á pesar de los seis mil veteranos españoles
que lo guarnecían ; había destruido por completo
la escuadra enemiga, apresado sus mejores buques
é incendiado los demás; había hecho retroceder á
Pezuela desde Salta, adonde había venido con el
propósito de seguir marchando sobre Buenos Ai-
res, hasta Potosí, literalmente espantado con el res-
tablecimiento de los bríos y de las fuerzas físicas
y morales que el gobierno, del 12 de octubre de 181 2
había logrado dar á la Revolución de Mayo: ha-
bíase reorganizado y puesto en buen pie de guerra
el ejército del norte que poco antes había sido des-
calabrado en la desgraciada campaña del general
Belgrano. En la capital se había creado, ooipo por
encanto, una escuadrilla que aseguraba la libertad
de la navegación exterior é interior; y estaba en
marcha sobre el Perú un ejército capaz por su nú-
mero y su contextura militar de llevar sin obstáculo
deliberaciones sucesivas del Gobierno Supremo, s€ extien-
da y publique por esta soberana corporación un matiifiesto
dirigido á este propósito.— Firmado. — Nicolás Lagvnn,
Presidente. — Hipólito Vieytes, Secretario.
Y MODIFICACIONES INTERNAS l6l
alguno las banderas de la independencia por toda
ía América del Sur. Cuando pues era de esperar
(cque el homenaje de la gratitud universal felicitara
y apoyara á las autoridades por el feliz éxito de sus
tareas administrativas, se veía por el contrario, que
el celo de algunos ciudadanos prevenidos por la ig-
norancia de los sucesos, y exaltados por el odio de
la tiranía (14) convierte en crímenes las aparien-
cias, ENCUENTRA MISTERIOS quc Sugieren dudas, y
hace que la desconfianza del destino público invo-
r^ue la necesidad de salvar la patria armando contra
la autoridad los mismos brazos que debían soste-
nerla» , y dando crédito á rumores absurdos, que
sólo después de oírlos, puede creerse que se profie-
ran y que se propaguen. Con esos medios es que
se ha sorprendido el celo de algunos oficiales del
ejército del Perú, que se ha puesto en peligro la
seguridad de la patria y perturbado la disciplina
militar. «El aciago suceso de la noche del 7 de di-
ciembre ha consternado el corazón de la Asamblea,
y la pone en la necesidad de ilustrar el celo de las
Provincias Unidas para precaver el alucinamiento
de los hombres honorables y confundir á los per-
versos».
Tomando en su verdadero punto de vista con
ingenua dignidad el carácter gravísimo que en aquel
momento se imponía de suyo á las Reales Exce-
lencias del país, decía el Manifiesto •. ((Pacificada la
Europa, y restituidos los tronos y sus antiguas di-
nastías después de los sucesos del 31 de marzo de
(14) Es decir, <(al gobierno colonial», con el cual se.
suponía que el Directorio estuviera en malos tratos.
HIST. DE LA REP. ARGENTINA. TOMO V. — 11
1.62
SUBLEVACIÓN MILITAR
1814 (caída y alejamiento ide Bonaparte), cavihió
éntefá/ménte nuestra situación folHica, y fué nece-
sario no abandonar del todo nuestros intereses al
éxito dudoso de las batallas. El horror y la ruina
que trae de suyo lá guerra, el deseo de evitar de
riüestrá parte toda responsabilidad ante la patria,
y el interés de manifestar al mundo que nuestras
pretensiones no se fundan en ideas abstractas, sino
en principios prácticos de moderación y de justi-
cia, sugirió al gobierno la prudente medida de en-
viar diputados a la Península, que garantidos por
la Gran Bretaña, expusiesen á Su Majestad Cató-
lica el estado de estas provincias, la necesidad de
que oyese siis reclamaciones, y de que conociese el
interés recíproco de satisfacerlas. Mas no por esto
se há dejado de poner en actividad todos los recur-
sos convenientes para rechazar las agresiones con
que los jefes enemigos pudieran atreverse á violar
nuestro territorio. Los grandes refuerzos enviados
al ejército del Perú (el sublevado) y los Jíotorios
progresos que se han realizado en todos los ramos
de nuestro sistema militar, prueban muy bien que
el gobierno, al paso que emprendía negociar la paz,
no olvidaba que la guerra es el último tribunal en
que se deciden los derechos de los' pueblos». Pero
los impostores han sacado provecho y motivos pa-
ra propagar alarmas, de la misma circunspección
que el gobierno tenia que observar én tan delicado
negocio. Los unos veían grandes perfidias en esas
negociaciones harto difíciles, y -por desgracia harto
necesarias para el gobierno y para el país. Los otros
desconfiaban de sus verdaderos 'fines ; y .exagerán-
dose las absurdas cavilaciones, con evidente malí-
Y MODIFICACIONES INTERNAS 163
cia y falsedad, se ha logrado que el ejército del
Perúírompa los sagrados lazos de la subordinación
por la violencia de las armas.
«El gobierno, que conoce toda la trascendencia
de este funesto suceso, y que siente con el más pro-
fundo dolor la injusticia de semejantes imputacio-
nes, ha invocado sin demora el fallo inexorable de
los representantes de los pueblos ; y para dar una
prueba perentoria de S'U conducta pública, ordenó
á Su secretario de Estado que nos presentase (habla
la Asamblea) todos los documentos originales que
se refieran á las negociaciones entabladas. La Asam-
blea, que ha observado siempre tan de cerca los
pasos del Director Supremo, y que nunca ha tenido
motivo para desaprobar su administración, acaba
de ver plenamente justificada la confianza que le
mereció este benemérito ciudadano cuando concen-
tró en su persona la potestad de ejecutar las leyes».
La Asamblea decía en seguida que después de
haber examinado prolijamente todo lo relativo á
las Reales Excelencias tenía la más completa cer-
tidumbre que el Director Supremo y sus ministros
se habían mantenido en los límites estrictos del de-
creto de 29 de agosto, por el cual se le puso expe-
dito para las contestacioiies y negociados que se
ofreciesen con la corte de España, quedando sievi-
pre cuanto tratare en este orden sujeto á la sanción
de lá Asamblea. «Una marcha tan conforme á los
derechos del pueblo, y tan propia de la prudencia
que exigen las circunstancias actuales, nos ha in-
demnizado de la angustia que causó en nuestro áni-
mo el suceso del 7 de diciembre».
Todo el mundo sabe que una vez <que los par-
164 SUBLEVACIÓN MILITAR
tidos se lanzan en combinaciones subversivas, no
hay medio ninguno de hacer que presten un oído
justo y desaherado á la verdad de los hechos, ni
de que aprecien las circunstancias que los explican.
Tomado en ese sentido, poco era el Manifiesto de
la Asamblea para alterar el curso fatal que llevaban
los negocios. Pero eso no le quita un ápice de su
importancia y de su honorable veracidad ante el
juicio de la Historia.
Para colmo de contrastes, malas nuevas vinie-
ron de la parte de Artigas, y sobre todo de Corrien-
tes. En esta provincia se habían sentido síntomas
de desorden. El teniente gobernador, coronel don
Elias Calvan, había sido depuesto por un tal Mén-
dez, hombre de bajos antecedentes é indigno de
toda estimación, que al usurpar el gobierno local
había proclamado su adhesión y sumisión á la per-
sona y autoridad de Artigas. Pero inmediatamente
se había producido una reacción ; y dos jóvenes de
grande influjo, muy respetable el uno, bravísimo
y bien dotado el otro, habían restablecido el vínculo
legal de la provincia con la capital, y puéstose en
defensa armada contra el caudillo que promovía el
alzamiento de los bárbaros é indios de aquellos. te-
rritorios. Don Ángel Fernández Blanco tomó el go-
bierno, y don Jenaro Perugorría, un héroe de vein-
titrés años, se puso á la cabeza de la fuerza militar
con que pensaba llevar á cabo sus nobles propósi-
tos. La desgracia, que parecía descargar por una
fatal coincidencia sobre el organismo culto estable-
cido por la Asamblea, quiso que no fueran auxi-
liados á tiempo, por causas difíciles hoy de apre-
ciar; y los dos patriotas, con el pequeño círculo de
Y MODIFICACIONES INTERNAS 165
hombres cultos que pensaban como ellos, fueron
derrotados por dos ó tres de los más facinerosos y
brutos entre los tenientes- de Artigas. A Perugo-
rría lo llevaron amarrado el cuello con un lazo, á
la manera con que se arrastran los toros bravios, y
á pie, por supuesto, hasta el Arerunguá donde Ar-
tigas tenía el campamento de sus hordas. Allí per-
maneció seis días atado de pies y manos, y del cue-
llo á una morruda estaca, á diez varas del toldo que
ocupaba el caudillo mismo, al rayo del sol del día,
y sin abrigo alguno contra el frío de la noche, de
la humedad del suelo y de los enjambres de mos-
quitos, moscas y hormigas bravas que se solazaban
y saciaban sobre sus carnes.
Podríamos aducir sobre esto muchos testimo-
nios concordantes; pero nos limitaremos á dos: el
uno completo ; el otro atenuado, pero transparente
y tanto más valioso cuanto que procede de un pa-
negirista para quien Artigas es el tipo de todas las
perfecciones. El escritor correntino don Manuel F.
Mantilla, dando cuenta así del desastre de Corrien-
tes, en aquella fecha, dice que huir y salvarse fué
la voz de orden, pero que nadie pudo escapar y que
todos cayeron en poder de un tal Antoñazo, feroz
bandolero de los que comandaban las bandas de
Artigas. Todas las casas fueron saqueadas. Anaz-
co, el noble Anazco fué fusilado en la plaza de San
Cosme. El gobernador Blanco y el doctor Cossio
fueron remitidos en persona á poder de Artigas.
El primero, que era uno de los hombres más ricos
de Corrientes, no podía pagar 4,000 pesos que se
le impusieron como condición para no ser fusilado;
y lo habría sido si su hermano don José Vicente
1 6^ SUBLEVACIÓN MILITAR
Blanco no los hubiera pagado por él. No se salvó
jasí Perugorría : llegado al campamento de Artigas
fué mantenido atado y encadenado del cuello como
un perro, hasta que por piedad se le fusiló el íy de
enero de 1815 (15).
El otro testimonio lo vamos á tomar de don
Francisco Bauza, el más ingenuo, aunque el más
impertérrito de los panegiristas orientales de Ar-
tigas. Invocando éste el grave testimonio de su
propio padre el respetable coronel don Rufino Bau-
za, «casi al mismo tiempo, dice, que llegaba el pri-
sionero Perugorría al cuartel general de Arerun-
guá, llegaba Bauza con su tropa vencedora en el
Guayabo... Perugorría se había rendido mediante
una capitulación ; y Basualdo lo había mandado al
campamento de Artigas diciendo en el parte de la
victoria: «Que para obtener el triunfo le había sido
preciso ofrecer á Perugorría y á su tropa la segu-
ridad de sus personas». ((El porte del prisionero era
sereno; el valor que se le conocía, la condición de
haber sido un reciente compañero de causa, su bra-
(15) Estudios Biográficos de Patriotas Correntinos, por
M. F. Mantilla, págs. 34 y 35. Otro panegirista de Artir
gas, separándose de la respetable tradición de sus antepa-
sados, el doctor don Carlos Ramírez y Alvarez, brillante
escritor por cierto, eludiendo la cuesticán del bárbaro y
atroz tormento, que es la que caracteriza á su héroe, nos
dice que Perugorría fué bien muerto, pues «al cabo ,era un
traidor». Difícil sería comprender cómo pudo ser traidor
á un caudillo oriental un ciudadano argentino, nacido en
Corrientes, que defendía la integridad de su nación. Y si
Perugorría mereció ese tormento y muerte por traidor, ¡ qué
habría merecido Artigas, dados los antecedentes de su ca-
rrera y sus tráiciories á las banderas que sfervía | ¡ ,
Y MODIFICACIONES INTERNAS 167
vura antes de caer vencido, todo ello predisponía
los ánimos en favor suyo» (17). El escritor pasa
aquí por alto lo del tormento; y continúa: <(Sin
embargo, al día siguiente un ayudante de Artigas
circuló orden á los cuerpos de formar para presen-
ciar la ejecución del prisionero (18). Bausa, indig-
nado por el hecho, dio parte de enfermo. Inmedia-
tamente de fusilado Perugorría, y sin que todavía
se hubiesen retirado las tropas del cuadro, el ayu-
dante don Manuel Lavalleja trajo orden á Bauza
de salir inmediatamente del campamento y de ir á
esperar nueva resolución escrita; dos días más tar-
de don José Monterroso (19) le entregó una comu-
nicación para el comandante de la guardia de Cu-
ñapirú, teniente de blandengues don Domingo Gua-
tell, á cuyas órdenes iba confinado á aquel
punto» (20).
(17) Perugorría había servido con Artigas cuando éste,
en la batalla de las Piedras y en el sitio de Montevideo
figuraba en las líneas argentinas. Cuando Artigas desertó,
Perugorría, cjue era subalterno, tuvo que marchar con él
por no exponerse á ser castigado ; pero usando de su dere-
cho de correntino, es decir, como argentino, se separó de
Artigas, exactamente lo mismo que se separó Bauza poco
después, cuando se trasladó al servicio de su provincia
natal resuelto á defender la integridad nacional argentina
y el gobierno culto establecido en la capital.
(18) Esto de ayudantes y de cuerpos es demasiado clá-
sico y poco exacto tratándose de un campamento de bár-
baros donde no había nada que tuviese carácter militar,
sino seides, agentes eventuales y bandas.
(19) El fraile apóstata, que le servía de secretario á
Artigas.
(20) Cuñapirú era entonces uno de los puntos de la
frontera de Tacuarembó más salvajes y desiertos. El te-
l68 SUBLEVACIÓN MILITAR
Adherida á su causa la provincia de Corrientes,
con las numerosas y valientes masas de indios y de
gauchos mestizos que pululaban en sus campos,
Artigas formó una poderosa división que puso á
las órdenes de Fructuoso Rivera y que batió com-
pletamente el pequeño cuerpo con que Dorrego tra-
tó de arrojarlo otra vez á las fronteras. Con este
triunfo sus bandas volvieron á enseñorearse del
país: se aproximaron vencedoras á Montevideo, al
mismo tiempo que con la noticia de la sublevación
del ejército del norte en Jujuy, Artigas mismo sa-
lía de sus abrigos, extendía sus partidas por todo
Entrerríos, y abría comunicaciones con los santa-
fecinos, tocados ya en gran parte por el movimien-
to anárquico de las masas provinciales contra el go-
bierno de la capital.
Esta era la situación de las cosas cuando el ge-
neral Alvear volvía á Buenos Aires rechazado por
el ejército que debía haberse puesto á sus órdenes.
Cualquiera que comprenda los secretos del co-
razón humano y que pueda apreciar las borrascas
recónditas que en él producen los despechos de la
ambición y el derrumbamiento de las grandes es-
peranzas, puede también comprender cómo es que
Tíiente que comandaba la guardia era un indio mestizo de
los más bárbaros, que por sus hechos atroces ha dejado fa-
ma en los fastos de la frontera brasileña. Ya se comprende
la suerte que iba á caberle al comandante Bauza, si don
Miguel Barreiro, el gran favorito y ministro general en-
tonces de Artigas no se hubiera compadecido de él, y lle-
vádoselo á Montevideo donde le confió la creación del re-
gimiento de Libertos con el que Bauza y los demás oficia-
les prefirieron pasar á servir en Buenos Aires, como lo va-
mos á ver, antes que continuar á las órdenes de Artigas.
V MODIFICACIONES INTERNAS 169
el carácter de los hombres, y su misma índole mo-
ral, se alteran profundamente en el embate de esas
conmociones del alma, y cómo después de haber-
las experimentado cambian en su espíritu las sanas
condiciones en que antes lo tenían. Así es que por
mucho que lo disimulara con la vigorosa reserva
de- su dignidad, Alvear regresaba á la capital ofen-
dido en lo más vivo de su orgullo militar , contra-
riado en las grandes aspiraciones de su carrera, é
indignado también (¡y vive Dios, que tenía ra-
zón!) de la inicua injusticia de sus enemigos, que
si bien le cerraban el paso á su fortuna, se lo ce-^
rraban también á las glorias de la patria, y á la
terminación inmediata de la guerra de la Indepen-
dencia. El juicio del general Paz es inapelable.
Con estas terribles causas de resentimiento y de
despecho, era natural que viniese resuelto á defen-
derse á todo trance con el poderoso ejército con que
todavía contaba en la tapital. De ahí á la dictadura
no había sino un paso; y ese paso estaba en la na-
turaleza de las cosas. Pasado el primer momento de
estupor, reapareció en su espíritu esa vivacidad
imaginativa que daba un carácter y un temple tan
especial á su persona y á sus actos. Fecundo de
ingenio, de una claridad tan asombrosa en sus pro-
pósitos como en la actividad de su ejecución, res-
tablecióse pronto el equilibrio de sus facultades
mentales, y recobró pronto la fortuna y el predo-
minio oligárquico de su partido. El ejército de la
capital estaba aún intacto en sus manos: podía,
pues, contar con ocho mil hombres aguerridos, li-
gados por la disciplina á la situación política del
país y á las glorias adquiridas en común. Pero,
170
SUBLEVACIÓN MILITAR ;
para salvar el régimen constituido era indispensa-r
ble armarse de un poder fuerte y represivo; vigo-
rizarlo con leyes de excepción necesarias al mante-
nimiento del orden público, y templarlo de modo
que fuese inexorable en la aplicación de los casti-
gos con que era menester contener la audacia y las
maquinaciones de los enemigos internos y de los
anarquistas.
Todos sabemos que esta es la última ilusión,
el error supremo de los gobiernos oligárquicos y
dictatoriales en que vienen á concretarse; los desór-
denes revolucionarios de un pueblo libre. Desde
entonces, la disolución y la caída es cuestión de
tiempo ó de complicaciones imprevistas qiie pueden
tardar ó no tardar en producirse. BaSta la mera
torcedura de uno de los eslabones para que la ca-
dena se desgonce toda entera, y caiga en fragmen-
tos todo lo que ella comprimía.
La parte central, por decirlo así, y política del
partido que estaba comprometida con el general,
y por el general, participaba de sus mismas ideas,
y aceptaba la transformación intrínseca de las con-
diciones del gobierno. El interés que tenía en ello
se vigorizaba con las fascinaciones de lOs nuevos
cuadros y de los grandes medios de éxito que el
general les exponía al favor de aquella admirable
y radiante palabra con que lo había dotado la na-
turaleza, tan pródiga para él en dones preciosos
como avara de templanza y de prudencia en sus
impetuosas manifestaciones. Pero el director supre-
mo don Gervasio A. Posadas, y los miembros más
juiciosos y moderados de la Asamblea y del par-
tido reprobaban la transformación del ¡poder pú-
Y MOl^IFICACIONES INTERNAS IJI
blico eri; :pK)de!r.^dictatorial, y el uso de los medios
de rigurosa represión con que el futuro dictador »<í
proponía defender el organismo constituido. El, sin
embargo, más entero que sus templados amigoá
para hacer frente á una lucha de muerte como 1^
que le amagaba, sostuvo la necesidad suprema que
lo sometía á obrar así, para contener la destrucción
del orden social amagado por la anarquía y por la
barbarie, por medio de la fuerza y del rigor de los
castigos. Cuando Posadas vio que no le era posi-
ble hacer carftbiar las enérgicas resoluciones del ge-
neral y que el grupo más influyente y numeroso
del partido lo. apoyaba en esas miras, resolvió pre-
sentar su renuncia y dejar toda la responsabilidad
de los hechos futuros sobre los hombros del único
que podía tomarla con fe y con decisión.
Reunida la Asamblea Nacional el 9 de enero á
las nueve de la mañana, su secretario don Vicente
López (21) hizo presente que acababa de recibir un
pliego con calidad de urgentísimo, y á primera
hora. Abierto que fué se dio lectura de sü conte-
nido, que era la renuncia del Director Supremo. Por
la altura y la verdad de sus conceptos, por la digna
moderación y cordura de su tono es un papel que
merece ser conocido y honrado en la historia ar-
gentina (22).
(21) La secretaría lufnaba entre los miembros de la
Asamblea.
(22) ((Nombrado Director Supremo de las Frovincias
Unidas del Rio de la Plata, he desempeñado este grave y
delicado encargo por espacio de un año, superando difi-
cultades y venciendo escollos hasta poner al Estado en un
pie floreciente como el que tiene en el día comparado ron
172 SUBLEVACIÓN MILITAR
A pesar de las razones que dieron en contra al-
gunos pocos miembros de la Asamblea que tenían
miedo de la impetuosidad natural de Alvear, y que
hubieran deseado verlo contenido en sus extremos
por el. juicio tranquilo y sagaz de Posadas, la re-
nuncia fué admitida, y en el mismo día fué nom-
brado director supremo del Estado el general don
Garlos de Alvear.
aquel que tenía cuando se me confió el mando. En la di-
rección de los negoóios de alto gobierno (las Relaciones
Extranjeras) me he comportado con la mayor pureza sin
desviarme en un ápice de la confianza que me dispensó
vuestra soberanía para entablarlos. De todo ello he dado
ia debida cuenta y noticia á vuestra soberanía por medio
de mi secretario de Estado y del despacho general de go-
bierno don Nicolás Herrera, y he merecido su soberana
aprobación. En premio, pues, de mis cortos servicios á la
patria, y de la comportación pública y privada que he cb-
servado en el desempeño de mis deberes, sólo pido y res-
petuosamente suplico á Vuestra Soberanía que en justa
consideración á mi edad avanzada y achacosa (*) se digne
admitirme la espontánea renuncia que hago del año que
resta á mi empleo á fin de poder retirarme á mi casa á pen-
sar en la nada del hombre y preparar consejos que dejar
por herencia á mis hijos».
(*) Tenía 48 años ó muy poco más; y en cuanto á esos achaques, ha
vivido sino y l/eno de vivacidad hasta su miierte.
CAPITULO VI
DICTADURA Y CAÍDA DE LA OLIGARQUÍA LIBERAL
Sumario; Fases diversas de este período. — Renuncia del
señor Posadas. — Elección del general Alvear. — Adhesio-
nes.— Evolución dictatorial. — Las miras del nuevo Di-
rector.— Su plan de campaña contra Artigas. — Misión del
ministro Herrera. — Evacuación de Montevideo. — Usurpa-
ciones y ataques de Artigas sobre las provincias argen-
tinas.— Carácter extranjero y bárbaro de sus agresiones. —
Composición y procederes de las hordas de Artigas. ~E1
padre Castañeda y la fisonomía política de Artigas.—
Sucesos de Santafé. — Grande inquietud en la capital.—
La oligarquía gubernativa. — Las medidas de represión.
— Artigas hipócrita, y nuevamente traidor á la causa de
la independencia.— Debilidad real de Artigas. — Marcha
de la división Alvarez-Thomas sobre Santafé. — La su-
blevación de Fontezuelas. — Alboroto y trastornos en la
capitaL— Exigencias de Artigas. — Convenio de Alvear
. con el Cabildo. — Don Félix Ignacio Frías. — Correspon-
dencia y relaciones de Artigas con las nuevas autorida-
des.— Elección irregular de dos directores supremos. —
Erección de una Junta de Observación. — Orden de formar
un estatuto provisional para el gobierno del Estado. —
Convocación de un Congreso General en Tucumán.— In-
compatibilidad de las posiciones y de los propósitos. —
Síntomas de rompimiento con Artigas. — Situación de San-
tafé bajo las hordas de Artigas. — La caída de Al-
vear en las Provincias. — San Martín en Cuyo. — San Mar-
tín y Alvear. — Revelaciones sobre la diplomacia y las
misiones extranjeras del gobierno caído. — Examen crí-
tico del valor de los hechos y del significado de los do-
cumentos.— El enviado don Manuel José García. — Lord
1 74 DICTADURA
Strangford y García. — El enviado don Bernardino Riva-
davia. — Parangón de sus operaciones con las de Gar-
cía.— Ejecución del capitán Ubeda. — Antecedentes sobre
ella.— Proceso de los miembros de la Asamblea General
Constituyente y de los ministros del gobierno caído.—
Los jueces. — Los reos. — Iniquidades de la sentencia. —
Ejecución del teniente coronel Paillardell. — Funestas
consecuencias de que fueron víctimas los patriotas del
Perú por la caída de Alvear. — Retroceso doloroso de la
causa de la independencia. — Necedad suprema de querer
'■ juzgar en el presente como crímenes los actos políticos
^ del pasado. — El nuevo Congreso. — Garantías y propósi-
■ tos del orden provincial adoptado por Buenos Aires con-
' tra los influjos nacionales ó de las demás provincias.
Para comprender bien el período histórico co-
iiocido generalmente como Época de la Asamblea
General' Constituyente, es menester no confundir
las diversas fases que él ofreció desde su estable-
oiraiento hasta su caída. El movimiento del 8 de
octubre (1812) inspirado y dirigido evidentemente
por los restos del partido primitivo de Moreno, en
los rnomentos de las grandes ansiedades que pre-
cedieron á la sorprendente victoria ■ de Tucumán
produjo la concentración del p>oder en una oligar-
quía joven, liberal y militar á la vez, qué era in-
dispensable para cambiar las condiciones desfavo-
rables en que se hallaba la guerra de ía Indepen-
dencia. Pero restableciendo la confianza pública y
la energía de la Revolución, las victorias de Tucu-
mán y de Salta modificaron por lo pronto las ten-
dencias originales, y crearon una ^tuaciÓn nueva
en la que el elemento civil y constitutivo lomó la
faz prominente. Se vio entonces esa expansió^n de
¡deas generosas, de reformas progresivas,: y de me-
Y caída de la oligarquía liberal 175
didas tendentes á establecer un gobiernb esencial-
mente constitucional y ponderado, con que los con-
tinuadores; de Moreno dieron tanto lustre, tanta
gloría verdadera, y tanta honra á la restauracióh
de su influjo en el gobierno del país (i). No era
menos cierto, sin embargo, que á causa de las cir-
cunstancias mismas que habían precedido á la nue-
va forma y composición con que ella se había apo-
(i)i Uno de los más importantes pet-iódicos de Inglate-
rra, publicado en Glasgow con el título de Glasgow Chro-
nicle', decía: «La Asamblea de Buenos Aires ha declarado
que todos lós' esclavos que pisan su territorio en adelanta
sean libres. También ha decretado la libertad de todos lo.^
que nacieren de esclavos, formando planes para su educa-
ción y asegurándoles propiedad territorial. En las fiesta?
cívicas se ^an establecido loterías por las que un cierto
número de esclavos recibe su libertad ; y en las fiestas de
mayo, celebradas él 25 de aquel mes en conmemoración de
-íu regeneración política, se concede la libertad de otros á
la suerte. Aáí obra en favor de la humanidad aquel pueblo
de la /América Española al mismo tiempo que se ocupa de
.su propia defensa y pelea por sacudir el yugo opresor que
ha sufrido por 300 años. En medio de sus más grande-
aflicciones y calamidades, como si obrasen simpáticamente,
sus directores vuelven sus ojos de compasión hacia sus se-
mejantes, y penetrados de justicia y de humanidad procu-
ran contener la avaricia. Sin embargo, parece que aquí en
Europa se ignorasen estos hechos, y que ni aun en los pe-
chos de los ingleses hubiesen excitado un calor simpático
estas nobles y generosas acciones, á vista de las desgra-
<^^as de aquéllos, y de la afinidad de sus sentimientos por
la naturaleza de la lucha en que están empeñados; ¿por
qué no se, propondrían estos ejemplos á la imitación de
Francia, ejemplos más respetables por el , modo desintere-
sado, y por las circunstancias que los acompañan.** Los do-
cumentos originales que contienen estos hechbs están en
manos de Xz: Sociedad Africana». i : ,
176 DICTADURA
derado del poder, esa oligarquía liberal contenía
siempre en su seno, y mancomunados con sus as-
piraciones constitucionales los gérmenes de un mi-
litarismo vigoroso, que por eventuales coinciden-
cias podía desenvolverse, hacerse necesario y do-
minar al fin en el espíritu del conjunto. Por lo
pronto, este grave riesgo parecía completamente re-
moto cuando no imposible. La exclusiva y domi-
nante ambición del general Alvear después de la
toma de Montevideo, era marchar al Perú con" todo
el poder militar de que disponía; y desde luego su
mayor interés era por lo mismo que quedase sóli-
damente establecido el organismo culto y regular
que con una labor asidua y sincera se había logra-
do dar al gobierno de la capital y de las provincias.
Esta segunda faz fué indudablemente la más glo-
riosa y fecunda de la Asamblea y del Directorio
Supremo en cuyas manos puso ella el Poder Eje-
cutivo, moderado y controlado por un Consejo de
Estado, y por el poder cooperativo que la Asam-
blea misma, como lo hemos visto, ejercía en el go-
bierno. A cualquiera luz que se mirase el organis-
mo era unitario y conveniente al país y á las cir-
cunstancias. De haberlo permitido el estado con-
vulsivo creado fatalmente por la Revolución de
Mayo, ese organismo habría perdurado, y con él
habríamos heredado un gobierno libre y liberal.
Pero estas esperanzas y tendencias propias del li-
beralismo de los medios, hubieron de ceder al libe-
ralismo de los fines, cuando la indisciplina y la
anarquía de Rondeau y Artigas pusieron en terri-
bles conflictos al gobierno constituido y constitu-
cional, interrumpiendo los progresos de la guerra
Y caída ue la oligarquía liberal 177
de la Itidependencia y poniendo en peligro inme-
diato, no ya el orden público y político, sino los
más caros intereses y garantías del orden social.
Vino pues la tercera faz— la dictadura, — esa odiosa
forma de los organismos moribundos que á pesar
de ser casi siempre una ilusión, es la última trin-
chera de los gobiernos que se defienden, la tabla
que sobrenada en el naufragio: y salió Posadas, el
representante de la segunda faz, para que entrase
Alvear, el brazo fuerte de la primera, el apoyo de
la segunda y la esperanza final de la tercera. Esta
triple distinción es capital, y necesaria, no sólo á
la verdad de la historia, sino á su justicia; porque
con sólo hacerla, la responsabilidad de los males,
de la ruina y de los crímenes que sobrevinieron,-
cae sobre la cabeza y sobre el nombre odioso de los
hipócritas y de los bandoleros que fueron sus pro-
motores.
Dadas las circunstancias alarmantes en que vino
á encontrarse el partido gubernativo, la separación
de Posadas y la elección de Alvear fueron recibi-
das con general aprobación; porque el primero no
correspondía como éste á los medios de defensa qué
era menester emplear, ni podía imponer temor in-
mediato á los conspiradores que trabajaban con en-
cono por volcar la situación.
La recepción del nuevo Director Supremo tuvo
lugar con una ostentación y con
18 1 5 un ruido tan exagerados, que pa-
Eneroi.' recia se hubiese tenido por objeto
imponer ó disimular las amargas
inquietudes que preocupaban los ánimos con te-
mores aciagos y próximos trastornos. Se engaña-
HIST. DE LA REP. ARGENTINA. TOMO V. — 12
1 78 DICTADURA
rían los que creyesen que Alvear tomaba el poder
como una ruina, y sin esperanzas de un éxito com-
pleto : sería no conocerlo. Las personas que lo fre-
cuentaban le oían repetir á cada instante con una
confianza inquebrantable las miras y operaciones
con que iba á desbaratar á sus enemigos hasta vol-
ver á tomar el mando del ejército del Perú.
Las Provincias Unidas, decía, no tienen interés
-de ningún género en traer á su seno á la Banda
Oriental. Conviene si se puede, eludir esa cuestión
■estéril, para emplear las fuerzas vitales y los teso-
ros de la patria en empresas más elevadas y glo-
riosas. Es necesario pues desalojar á Montevideo,
dejar aquella región librada á su propia suerte por
■el momento é incorporar en la capital todas las
fuerzas de que el gobierno puede disponer. Hecho
•esto, su objeto era ocupar inmediatamente á San-
tafé con una división de tres mil hombres; hacerla
pasar en seguida al otro lado del Paraná, al mismo
tiempo que él personalmente con otro cuerpo de
■ejército desembocaría en el Arroyo de la China, y
combi liando los dos movimientos en breves días
limpiaría de montoneras los dos lados del Guale-
guay, y se adelantaría con toda rapidez hasta el
Curuzumatia para restablecer en Corrientes la au-
toridad del gobierno nacional. Si Artigas aceptaba
la paz bajo la condición de quedar independiente
«en su provincia, trataría con él ; si no la aceptaba
y se obstinaba en seguir anarquizando las provin-
cias argentinas, el ejército entraría por el norte de
la Banda Oriental persiguiéndolo sin tregua hasta
echarle mano ó arrojarlo fuera del país. Con un
ejército como el que tenía, la campaña no era difí-
V caída de la oligarquía liberal 179
Gil ni larga, sino una simple operación estratégica
contra masas bárbaras é incapaces de mantener el
terreno contra las tropas que él llevase.
A fin de fijar sus ideas, y de prepararse á ope-
rar según conviniese, dio amplios
1815 poderes á su ministro don Nico-
Febrero 25 las Herrera con orden de que se
trasladase inmediatamente á Mon-
tevideo, y de que por medio del Cabildo abriera ne-
gociaciones con Artigas sobre la base de la abso-
luta independencia de la Banda Oriental ; y si ni
aún así se conseguía que aquel empecinado anar-
quista quedase satisfecho y quieto, Herrera debía
hacer que el general Soler desalojase inmediata-
mente la plaza de Montevideo replegándose á la
capital con las fuerzas que mandaba, el armamento,
la artillería, las municiones y los demás pertrechos
que pudiese transportar. Artigas rehusó ponerse en
paz; Montevideo fué inmediatamente desalojado el
día 25 de febrero de 1815; la Banda Oriental, in-
dependiente de hecho y de derecho, quedó comple-
tamente desligada de todo vínculo político con las
demás provincias de la Unión Argentina. Con su
estúpida terquedad. Artigas iba ahora á encauzar
á su país por una pendiente, que si no era su pen-
diente natural, era fatal al menos, hacia el predo-
minio protector y culto del Brasil. Orientales y ar-
gentinos iban á verse forzados á pasar por ese do-
loroso sacrificio.
Desde entonces la guerra contra el caudillo
oriental había dejado de ser una guerra civil, ó una
contienda de organismo político interno. Se había
convertido en guerra defensiva contra un usurpa-
l8o DICTADURA ' r'.O :'
dor bárbaro y extranjero, que sin tener, derecho al-
guno de nacimiento ó de comunidad política con
los argentinos, pretendía mantener su ingerencia
en provincias y en negocios que por ningún título
le pertenecían. Esto es capital para que se aprecien
y se comprendan los actos posteriores de la diplo-
macia argentina, cuyas negociaciones recayeron so-
bre un territorio independiente y enemigo que no
conservaba ningún vínculo con las Provincias Uni-
das ni con su gobierno; y que, por consigiiiente,
no era ya parte de la nación.
A medida que se había extinguido la autoridad
del gobierno nacional, en las provincias litorales se
había extendido la de los indios de Artigas. Un
tal Ilereíiú, caudillejo campesino que se había al-
zado en Entrerríos como lugarteniente de Artigas,
se había posesionado de la Bajada, y obligado al
general don Juan R. Balcarce á replegarse áeste
lado del Paraná delante de las niasas barbarás in-
surrectas. Desde allí, Artigas promovía el; alza-
miento de los indios salvajes en Santafé. Contar
las depredaciones, las matanzas, rapios, ^ cautive-
rios y la horrenda devastación que llevaron á cabo,
nos obligaría á reproducir los menudos y lúgubres
detalles de una crónica que apenas podría ser creí-
da hoy si no estuviera consignada en los apuntes
de testigos oculares, y no sólo oculares sino afec-
tados de ideas tocadas también por el espíritu de
la disolución social. , r
Don Urbano Iriondo, el santafecino mástarüdo-
roso é inocente de cuantos sin saber por qué, sim-
patizaban con Artigas y repetían las vulgares ca-
lumnias de los partidos contra el influjo y. los. gOr
Y CAÍDA DE LA OLIGARQUÍA LIBERAL l8l
biernos-.de la capital, ha dejado unos Apuntes que
á pesar de lo ramplón y desmanerado de su estilo,
y del atraso de sus ideas políticas, contienen infor-
mes de viiiii que á veces son preciosos para descu-
brir él carácter de los hechos. Este manso y me-
diocre artiguistá nos dice sobre su héroe nada me^
nos que esto, en la página 20: «El general Artigas
estaba sin duda, de antemano en relación con los
indios, y de acuerdo que estuviesen reunidos para
cuando pasase á Santafé. Así fué que el 20 de marzo
apareció inopinadamente á inmediaciones de la ciu-
dad, cuanta indiada pudo traer ; de modo que luego
que llegaron empezaron á llevarse cuanta hacienda
encontraron desde la quinta de Larramendi ; arra-
saron la chaicra de Crespo y la de José García, ma-
tando á'éstc, al viejo Valena y otros varios:; y aun-
que quedaron algunos indios con el coronel Arti-
gas (hermano del caudillo) otros arrasaban los
campos de éste y del otro lado del Salado, matando
y cautivando á los que tomaban. En la posta del
Viejo Vilches (alias Chuchi) á inmediación del
Monte de los Padres, donde llegaron, mataron á
este viejo y se llevaron cautivas todas las familias».
...¡ No/ por Dios! ; De semejante monstruo no pue-
de hacerse humanamente el héroe de la emancipa-
ción política y social de un pueblo moderno! Eso
sería denigrar la honra del pueblo uruguayo ; sería
enfermar en él el desarrollo de Iíis instituciones y
de los principios cultos; y si á pesar de todo vemos
que se le levantan ó que se pretenden levantarle es-
tatuas (harto difíciles de vestir decentemente, por
cierto), lo único que eso probaría es que la bara-
tura de esa industria permite estas fáciles aberra^
1 82 DICTADURA
ciónos al capricho de los partidos ó de las pasiones
personales retrospectivas. Más verdadero que todas
las paladas del bronce en que se vacie el adulterado
molde de Artigas, ha de vivir el retrato acerado
con que el padre fray Francisco de Castañeda buriló
para siempre, no sólo el perfil del hombre, sino el
de toda su especie ; y estamos seguros que aquel
que lo relea ha de admirar la pasmosa sagacidad
con que el grotesco fraile dejó allí trasuntada la
filiación entera de toda esa familia que, como decía
Fox, sin ser de parientes se suceden como de pa-
dres á hijos con una identidad característica y abo-
rrecible á la vez (2).
El conflicto era pues inminente: el 20 de marzo
de 1815 se presentaron á este lado del Paraná las
indiadas y el gauchaje de Artigas al mando de su
teniente Andrés Latorre y de su hermano Manuel
Artigas. Habían sido llamados por el mismo go-
(2) Para completar el contenido de la anterior cita,
puede leerse todavía muchos otros detalles aterrantes que
el mismo cronista de Santafé cuenta en las págs. 17, 18, y
principalmente en la 21. Lo curioso es, que culpa al go-
bierno de Buenos Aires de no haber ocurrido con sus tro-
pas á la defensa de Santafé (pág. .18) y que confiesa que
cuando esas tropas se presentaron salvaron una vez de una
matanza general á la mitad de la juventud decente de San-
tafé (pág. 16) ; que pusieron cantones en varios puntos de
la campaña con los que contuvieron por algún tiempo á
los indios (pág. 24), hasta que los mismos santafecinos los
arrojaron de su provincia, y llamaron á Artigas para que
viniera con sus indiadas á -protegerlos contra Buenos Ai-
res (pág. 21). A sus otros muy notorios méritos, Artigas
reunía el de ser un consumado hipócrita ; así es que el can-
dido cronista de Santafé dice que lo conoció «hombre co-
mo de 50 años, de un aspecto agradable y popular».
V CAÍDA DE LA OLIGARQUÍA LIBERAL 183
bernador de Santafé don Francisco Antonio Can-
dioti, contra las pequeñas fuerzas que el director
supremo Posadas había estacionado allí á las ór-
denes del general don Eustoquio Díaz-Vélez, en
observación de los movimieatos de Artigas y para
defensa de la frontera (3). Mientras Latorre y el
hermano de Artigas levantaban las indiadas guay-
curúes de las Reducciones de San Javier, San Pe-
dro, Ispin y de más al norte en las tribus de tos
abipones, Hereñú, puesto al habla con el goberna-
dor Candioto cayó sobre Santafé el 24 de marzo, y
apovó la insurrección de la plebe y de los gauchos
del vecindario. Sorprendido Díaz-Vélez, tuvo tiem-
po apenas de cerrar su cuartel, decidido á defen-
derse con los doscientos hombres escasos de que
disponía, pero convencido de que no tenía otra sa-
lida que obtener una capitulación que le permitiera
retirarse á la capital. Su actitud notoriamente re-
suelta y desesperada impuso á la multitud y á las
bandas que lo rodeaban sin atreverse á afrontar el
fuego de sus soldados. A poco rato vino á verlo el
gobernador Candioti, ofreciéndole lo mismo que él
deseaba obtener; y como Candioti era hombre hon-
rado y de palabra, se ajustó fácilmente la retirada
con las debidas garantías. Los artiguistas logra-
ron, pues, desalojar de Santafé á la guarnición na-
cional. Pero en su roce con el elemento nativo de
la provincia, es decir, con los santafecinos. se pro-
(3) Iriondo, Apuntes, pág. 19. Para comprobación de
este hecho debe notarse que Iriondo era hijo político de
Candioti, y que al escribir sus Apuntes poseía todo el ar-
chiv'o de aquel pasado en sus manos como marido de la
hija única y heredera que había dejado.
i84
DICTADURA
diijo una complicación de entidades opuestas entre
la concentración del poder bárbaro que buscaba
Artigas, y el sentimiento que desde el primer día
comenzó á marcar un antagonismo irremediable en-
tre ellos y que debía estallar cuando hubiera caído
el régimen cuyo predominio hacía la mancomuni-
dad aparente y momentánea de sus fines (4).
Profunda fué por supuesto la impresión que
produjo en la capital la sublevación de Santafé y
la aparición de las bandas de Artigas en las riberas
occidentales del Paraná. Comenzó á sentirse aquel
sordo rumor que transpira siempre de las conspi-
raciones por secretas que sean, y que echa en alar-
mas enojosas y febriles á los partidos y á los go-
biernos que sienten vacilar el suelo en que pisan.
La política del rigor es casi siempre el recurso pri-
mero á qué ponen mano ios que tienen que defen-
derse. Pero la política del rigor es como los reme-
dios heroicos en las grandes enfermedades : surte
efecto si la naturaleza del enfermo conserva todavía
fuerzas reactivas, y fracasa en el caso contrario. La
oligarquía liberal de 1812 había vivido; había dado
de sí cuanto de fuerte había tenido en su propia
naturaleza; su cuerpo mismo estaba en disolución,
y los remedios heroicos del rigor en vez de favo re-
(4) Hay un empeño tan tonto en ciertos escritores por
hacer aparecer todas las miserables escaramuzas como
triunfos gloriosos de los orientales, que conviene restable-
cer la verdad de las cosas, y hacer notar que aún en su
ridicula pequenez, esos hechos no son obra de Artigas, ni
de los orientales, sino de los anarquistas internos, y que
si son trivmfos lo son de entrerriands y safttafecinos, que
son y fueron siempre tan argentinos corno loi porteños^,
Y CAÍDA DE LA OLIGARQUÍA LIBERAL 185
cer SU jC^ape^ÓFi debían precipitar su firi. Kadie la
amabia.;: Je.' había lli?gado un momento en que sus
glorias mismas y su poder aparente eran un obs--
táculo á las átnbiciones de todos los que nó forma-
ban en su reducidísimo centro. Apeló pues al rigor
de la fuerza; yi entre las medidas tomadas para man-
tener su influjo, publicó aquel lamentado decretó
de' 28 de marzo de 1815, por el que se imponía la
pena de ser pasados por las armas á todos aquellos
que intentaran seducir tropas, que asistieran á con-
ciliábulos secretos, que divulgaran especies contra
el gobierno para excitar el descontento y la alarma
de los ciudadanos, ó que callasen lo que supieren
de conspiraciones y trabajos subversivos. El error
y el mal de estas medidas retumbantes es que no
se toma én cuenta su esterilidad, ni se prevé el pe-
ligro de <5U ejecución en las horas extremas del po-
der (5). De modo que con esto y con el peso de los
nuevos inipuestos necesarios á la conservación de
fuerzas militares en pie de guerra, se hacía más
tirante por horas el estado interno de la capital. El
huracán rugía en ios cercanos horizontes, y la lu-
cha por la vida era ya la preocupación absorbente
del día.
Tomando la voz de la justicia, de la razón y de
la patria, el Supremo Director hizo que su ministro
Herrera dirigiese una circular á los demás pueblos
y autoridades de lá Unión, llena de verdad sobre
los horribles propósitos con que Artigas compli-
caba mortalmentc la suerte común de la patria, y
la acompañó con una proclama en que él mismo,
(5) Gaceta Ministerial del i.° de abril; de. 181 5.
1 86 DICTADURA
revelando lo angustioso de la situación, mostraba
la necesidad de que todos, tan interesados como él
en defenderse de la barbarie y del desorden espan-.
toso que parecía pronto á enterrar la Revolución en
las ruinas de un verdadero cataclismo, concurrie-
ran á mantener el estado culto del país, y los re-
sultados gloriosos sobre que ese estado reposa-
ba (6). Y de cierto que si el espíritu público no
hubiera estado envenenado por el curso fatal en que
las pasiones anárquicas habían echado á los par-
tidos personales que se disputaban el poder con la
imprudente ceguedad que se muestra siempre en
las agitaciones subversivas del organismo social,
nadie debía haber quedado sin sentir que el deber
y la suerte del porvenir exigían de todos dar una
cooperación rápida y generosa á la acción defen-
siva de un gobierno ilustrado al que el país ningún
cargo serio tenía que hacerle, antes bien grandes
servicios que lo habían salvado en uno de sus mo-
mentos más aciagos, dándole lustre y simpatías en
el exterior.
Con todas sus maldades, sus fechorías, y natural
perversidad, Artigas cometía en estos mismos mo-
mentos la más negra traición contra la existencia
misma de las Provincias Unidas del Río de la
Plata. Y si ese criminal intento no estuviera docu-
mentado con su misma firma, seríamos incapaces
de presentar á este monstruo, ((abominación de abo-
minaciones», tal cual era á la luz rojiza y siniestra
de ese caos, en que se agitaba con él la sabática
(6) Véanse estos (documentos en el Apéndice Artigas y
el artiguisjiw, al fin del volumen IV.
Y CAÍDA DK LA OLIGARQUÍA LIBERAL xHy
ronda de las indiadas, del gauchaje haraposo, y de
los más duros bandoleros que en vez alguna levan-
taron la cuchilla del exterminio en las desoladas
provincias que dominó. Según sus propias pala-
bras, toda su fortuna, sus medios de acción y la
consolidación de su poder, dependían de que los
realistas del Perú, los vencedores de Chile, los que
pudieran venir con Morillo, y la invasión de los
indios del desierto, al sur, al norte y al oeste, le
ayudaran á arrasar cuanto antes á Buenos Aires,
para dejarle á él la lucha y la creación del imperio
bárbaro y guerrero con que deliraba. Y no pocos
son todavía... los que como él no se habían dado
cuenta de que esos locos desvarios no eran más que
los rugidos de una fiera incapaz de consumar esa
obra, impotente para detener el brazo de la Provi-
dencia cuyas leyes provocaba, y que un día cual-
quiera tenía que alzarse para decirle: a¡ Retro Sa-
tanás! la civilización es la única y legítima señora
de estas tierras que tú pretendes barbarizar».
Los que se figuran que Artigas podía haber sido
por sí solo bastante poderoso para luchar con el
gobierno del general Alvear, tienen que cerrar los
ojos al testimonio de su propio héroe, y no oir ó
no leer siquiera lo que él les ha dejado dicho y con-
fesado sobre los auxilios que constituían su única
fuerza en esa contienda. Que si no hubiera sido por
estas complicaciones él sabía bien que no le hu-
biera quedado un palmo de terreno en las incultas
campañas donde asilar su persona. La obra de Por-
tugal en 1817 á 1820, la hubieran consumado los
argentinos en tres meses de 1815 : y si no véase có-
mo juzgaba él mismo su situación y las bases de
fo^ i.'}.-;:i!j DICTADURA • r/:.^::) •■.
su poder en carta particular del 28 de diciembre de
18 1 4 dirigida á su favorito y confidente don Miguel
Barreiro : «Usted advertirá el nuevo semblante (*)
de nuestros negocios... El gobierno (**) se halla
apuradí) : además de las convulsiones pasadas, tie-
ne usted que Chile en octubre fué tomado nueva-
mente por los (dimenos», con cuyo motivo han man-
dado (***) todos los artilleros y mucha artillería á
Mendoza: Pezuela (según noticias) ha derrotado
en Tupiza la Banguardia (sic) á Rondeau, y cargó
sobre él hasta Tucumán donde se hallaban ya en
guerrillas. Alvear ha salido para arriba á fines del
pasado. Los caciques guaicuruces que vinieron á
presentárseme, y á quienes di mis instrucciones, les
hacen nuevamente la guerra sobre Santafé según
noticias de un pasado que hacen diez días salió de
aquel pueblo.- — El Paraguay se ha decidido á nues-
tro favor. Ya ha tomado á Misiones y apresado á
Matiandia y demás que obraban por Buenos Aires.
Espero por momentos respuesta de ese gobierno.
-Los oficios del comandante de Fronteras encarga-
do por su gobierno de darme parte son satiáfacto-
rios, pero no llenan todo el blanco de mis ideas
mientras el gobierno no delibere (7). Entré tanto
me dice dicho comandante seguía sus marchas por
el Paraná así á (sic) Corrientes según las insi-
nuaciones de mi primer oficio á fin de obrar de
(*) CoBÍesión evidente, de que el anterior había sido
bien malo para él.
(**) De Buenos Aires.
(***) De Buenos Aires.
7) Lo que él pedía eran fuerzas armiadas,'
Y CAÍDA DE LA OLIGARQUÍA LIBERAL 1 89
acuerdo con nuestras tropas sobre Corrientes» (8).
Así pues, los verdaderos auxiliares de este sin-
gular iniciador y defensor de la independencia
oriental, de este federal indio y montonero émulo
de Washington (¡proh pudor!) eran las tropas
realistas que defendían el poder colonial del rey de
España, las que acababan de subyugar á Chile,
las que habían invadido á Tucumán arrollando á
los patriotas, mientras los indios guaycuTUces les
limpiaban el camino según sus propias instruccio-
nes para que cuanto antes pusieran la mano sobre
la capital y sobre la plaza de Mayo... ¿Qué más
para dejar justificados los actos y las medidas, los
edictos y los decretos que contra él había dado el
gobierno legal de 1814 y 1815? ¿ No era bandolero
y enemigo del sosiego público? ¿No renegaba de
las banderas de la patria como contrarias á su am-
bición? ¿ Por el mismo hecho de no ser sino orien-
tal, no era un filibustero, un depredador, un sal-
teador en las provincias argentinas? ¿No estaba,
pues, fuera de la ley de las naciones?
Así que el general Alvear supo que Santafé se
había sublevado y que habían aparecido allí ; los
caudillos de Artigas, puso en movimiento sus tro-
pas; y de £w:uerdo con el plan general de operacio-
nes que tenía meditado, hizo marchar una vanguar-
dia de 1,600 hombres al mando del coronel Ignacio
Alvarez-Thomas, un oficial á quien tenía, si no por
el mejor, por el más grato al menos de sus amigos.
(8) Tomamos este precioso documento de la pág. 132
del Bosquejo Historia del Uruguay por el doctor don Fran-
cisco Berra (Montevideo, 1884). Si no estamos mal infor-
mados, pertenece al Archivo Mitre.
IQO DICTADURA
Como esta columna era más que suficiente para
tomar posesión del punto á que se dirigía, su jefe
llevaba órdenes de reunir allí, con toda reserva y
prisa, caballadas, lanchas y todos los medios de
transporte para su tropa y para otra columna de
igual número con que debía marchar en seguida el
coronel Vázquez. Una vez aquietado y bien guar-
necido Santafé, el coronel V^ázquez debía pasar el
Paraná con 2,000 hombres y barrer toda la parte
occidental del río Gualeguay. El Director Supremo
en persona ocuparía á la vez el Arroyo de la China
con mil quinientos hombres, haría igual limpieza
de montoneros en el lado oriental del Gualeguay y
buscaría en Corrientes la incorporación de Vázquez
para tomar la Banda Oriental del Uruguay por
el Norte.
l.a columna del coronel x\lvarez-Thomas, situa-
da con algunos días de anticipación en el Puente
de Márquez, sobre el río de las Conchas, recibió ór-
denes el 29 de marzo de dirigirse á marchas forza-
das sobre Santafé, mientras queden la capital y en
el campamento de Los Olivos, donde quedaba con-
centrado el resto del ejército, se aprontaba con es-
mero todo lo necesario para que las operaciones
combinadas y estratégicas que iban á desenvolverse
no sufrieran ningún entorpecimiento. En esto el
genio y las previsiones militares de Alvear eran
realmente muy notables, y en nada inferiores á las
de San Martín (9) .
(9) La prueba es su preciosa campaña de 1826 á 1827
en la Banda Oriental y en el Brasil. En esta fecha el ge-
neral San Martín estaba en Europa; y hablando de la nue-
va guerra, según se lo he oído referir á don Juan García
Y caída de la oligarquía liberal igi
Marchaban, pues, los sucesos en la pendiente
agitada 3^ escabrosa en que los po-
1815 nían las circunstancias difíciles
Abril 15 del momento, cuando el 11 de
abril cayó como una bomba en
los acuerdos reservados del gobierno, la noticia de
que el día 3 se había sublevado el coronel Alvarez-
Thomas con toda su columna en el punto de las
Fontezuelas, distante diez y seis leguas de la ca-
pital (10). Con este rudo golpe era ya imposible
salvar el orden establecido. Veíase con sólo eso que
el ejército estaba seducido ó desmoralizado, que
tanto vale. Alvear asumió sin embargo el mando
directo de los cuerpos acampados en Los Olivos en
la esperanza todavía de que con ellos le fuera po-
sible conservar sujeta á la capital. Pero del día 12
al 14 todo se puso en ebullición. Se recibió una
nota de Alvarez-Thomas participándole al Cabildo
que había oficiado al Director con fecha 10 intimán-
dole que inmediatamente renunciara el mando y lo
delegase en el Ayuntamiento; que «el general Ar-
tigas» había pasado á Santafé, y adelantado la di-
visión de Hereñú hasta San Nicolás ; que estaba en
del Río, decia; «Alvear ganará indudablern-ente una bata
lia, pero no podrá retener las provincias brasileñas que
ocupe, y tendrá que dejarlas sin grandes resultados». Lo
que prueba que conocía bien al hombre y al país.
(10) Esta es la fecha exacta, y no la del 13 que algu-
nos otros, consignan. Resulta así de los documentos oficia-
les insertos en la Extraordinaria (sin fecha) mandados pu-
blicar por el Cabildo en el número de la Gaceta de Buenos
Aires del 6 de mayo ; de la comunicación de Artigas fe-
cha 6 de abril y de todos los demás documentos sin ex-
cepción.
ig? DICTADURA i ■ '
correspondencia amigable con aquel . caudillo, y que
en caso de que Alvear nó oyera la voz del patrio-
tismo y del interés público, volvería con siis fuer-
zas unidas á las de Artigas «á proteger á Buenos
Aires contra la tiranía del que lo avasallaba».
El alboroto tomó creces en las calles^ de la ciu-
dad. El general Soler se puso á ía cabeza de los
chicos y reorganizó de pronto sus antiguos tercios,
restos de los patricios de 1807 á i8iói La multitud,
encabezada por la burguesía nobiliaria de las épo-
cas anteriores, se agolpó al Ayuntamiento pidiendo
Cabildo abierto inmediato. En ese tumulto él Ca-
bildo asumió el mando de la capital el día 15 de
abril y c|ió la comandancia general : de armas al
general Soler. .- . ..
A los primeros síntomas de la, disolución, Al-
vear intentó sofocarla y apoderarse militarmente de
la capital. Despachó con ese fin al escuadrón de
húsares de su escolta que mandaba el teniente co-
ronel don Antonio Díaz y al regimiento de grana-
deros á las órdenes todos del coronel, Vázquez. Pe-
ro al llegar al arroyo Maldonado, en uu,mpmento
en que se daba descanso á la tropa para copier., al-
gunos oficiales completados de antemarib se echa-
ron sobre las armas, prendieron á los jefes, y todas
las filas se disolvieron, marchándose unos grupos
á la ciudad y fraccionándose otros por los subur-
bios. Este suceso se comunicó el 16 y 17 al resto
de tropas que quedaba con el Director en Los Oli-
vos, las que sin sublevarse en conjunto contra él,
comenzaron á desertarse con una confianza desca-
rada. , ,
Entre tanto, erigiéndose Artigas en jefe, supe-
rior y en vencedor, le indicaba al general Alvarezr
Y caída dk la oligarquía liberal igj
Thomas la conveniencia y la necesidad de que se
le incorporase en Santafé y le entregase la persona
de Alvear y la del ministro de la Guerra el general
don Francisco Javier de Viana para tenerlas bajo
su custodia y prevenir el influjo que aún pudieran
conservar en su favor. Hipócrita y prevenido siem-
pre para imponer torcidamente sus voluntades, te-
mía que lo de la entrega de Alvear provocara resis--
tencias; y para huir por lo pronto las consecuen-
cias de un desaire, dio encargo á Herefíú que la
exigiera verbalmente con amenazas de que la- ne-
gativa pondría al general Artigas en la necesidad
de romper y de hacer sentir su autoridad. «Mi co-
mandante de vanguardia don Eusebio Hereñú que-
da instruido y al cabo de mis deseos». En cuanto
á Viana, decía: «Trátese de sorprender á Viana y
de quitarle esa fuerza al gobierno : lo creo fácil en
virtud del descontento general. Lo que sí no me
parece tan oportuno es que dicho señor brigadier
vaya confinado á Córdoba. Puede sernos perjudi-
cial en aquel pueblo. Yo me daría por más satisfe-
cho que ustedes me lo remitiesen ; pero si esto ar-
guye en mí alguna venganza, yo soy generoso (¡oh
sombra mártir de Perugorría y de mil otros!) y
con que ustedes lo pongan en seguridad para que
responda de sus operaciones á tiempo oportuno,
quedo gustosísimo» (n). Algunos han pretendidf»
negar que Artigas hubiera pedido la persona de Al-
vear, que era el hombre que le inspiraba mayores
temores, y el único que él tenía por capaz de ano-
(ii) Nota del 6 de abril en la Extraordinaria ya ci-
tada.
HIST. DE LA REP. ARGENTINA. TOMO V. — 13
11^4 I ' .;• DICTADURA ,
^ijiiadagclio.i^i ;la fortuna lo rest^blecipr^. Entre tanto
^^q .|u,4 (de un, rumor ¡y. iíío-z corriente en aqiiellos
i<jiíja,s ; y ¡so^ muchos los que en 1826,: al tenerse nóí-
.íic.ia de] |la espléndida victoria de Itusaingó, le oye-
ji^^n ,deQjir|jen el Congreso , al señor Félix Ignacio
Fría,s, secretario del Cabildo en 1815, que él mismo
había ll^v^do al campamento de Lqs Olivos la no-
ticia (^e 633. exigencia, y Iqs ruegos' que los muni-
cipaljes. le, enviaban á Alyear por: gu conducto, de
que no ¡persistiera en resistir ¡y de que aceptara el
salvoconducto ó permiso -que le, remitían para em-
l;)arcarse como resulta,d'0 de un formal con venio! an-
terior (,12). Ppr lo dern^S) ;el que ¡gin^ser argentino,
ni ,terie,r papel alguno en los negocios internos de
1^, na.ci(^nj tenía el hipócrita cinismo y ,'la. de$vet"r
güenza. dje reclamar por, una; iKp'lia,, la persona déjun
ministro de Estado nada menos, que no er,a ni sub-
dito ni prisionero suyo,, pzetextandp: que'su influjo
pQdia,:sejle per judicial,,. i.^~ creíble que, r^o reclá-
masela del jefe del gobierno, que había, sido y que
era ^\x efi[emigo capital?..., «Hereñúestá insitruído
por mi -y; conoce mis d'^sea^'»., Los qye quisieran vin-
dicar á. Arlágas de estc-d^seo, ¿cóniOilo ^vindicarían
del que: nianifestó acerca del ¡brigadier Viana-,; que
jamás habría :podido tener ,ui>.i influjo niás decisivo
q,ue el del ,jiaisnio Alyear ?.,,)-;;< • ••,
¡ El G^l?ildp no quedó tranqu^lQ del todo después
de haberse negado indirecta(riiente.áiías torpea exi-
gencias que Artigas le habíajhechq pon el deseo de
vengarse de Alvear y ;de Viana;, y, se apres
(.i¿),,i.^E.ncre los que se, Ip oyeron', se qontalianiin^rfi^jros
de mi familia, de quienes lo he sabido. .. <■:,';.'
V CAÍDA DE L^, . pi^iaARQUÍA LIBERAL 1 95
^sincerarse, e^n una Circtilar^^ que habí^, d^rigidio; con
fecha 18 de abril á los gOjbernadores intendentes,
genérale^ de ejército, teniíentes gobernadores v Ca-
bildos provinciales. Después de dar cuenta suma-
ria de,,, Iq acaecido, decía: «El Ayuntamiento, sin
perder instantes y en uso de las facultades que-se
le habían conferido, que ni es necesario referir por
ahora, ni pueden traerse á la memoria sin conster-
nación ni, amargura, pjivó de . todo m^ñdo á don
(Parios . Al vear' reconceiitrándolo en sí provisoria-
menta entrétatito sie ordenan los medios de que los
los ciudadanos libremente nombren del modo más
conforme 'ti n gobierno ^ue en. la" premura dé las
círquiistaricias atienda á la, conservación, etc., etc.
No sólo privó del mando á don Carlos Alvear, sino
que habiéndola garantido su persona y bienes por
ei)ifar la efusión de la' preciosa sangre argentina,
lóhaxórífinado. (?) en la fragata, de, Su Majesiad
Brjtáaic;a,,cqn la precisa condición de que en ningún
tiempo- pueda pisar los pueblos de las -Provincias
Unidas; ha puesto en segura prisión á los secreta-
rios Herrera y Larrea después que lo había sido el
secretgirió de, Guerra don Javier Viana pór'el' Ejér-
cito,Libe;rtador (es deeiriporja división de Alyarez-
Thomas) > rara formarles causa y juzgarlos, ha-
biendo"Tomado IGUAL medida, 'Y PARA PROCEDER
EÑ' LA '"liíTsMA FORlkÁ CON LOS DEMÁS -DÉ ÍÍA FAC-
CIÓN», (■! 3)'. '. ', , ,\ „ ^, - • ^ ,,/í -..^v
, ■ . , ■ .,.■,,,.,,.,, /,. "^' ...
.,; .(13.);, ;.Bíemo5 p,uesto^do^e, subr,ayador,4 fista últma cláu-
sula porque, ella viene á hacerpos dudar de qu.p se,a exacta
un^ especie consignada., en. ^\a .Colección l^ffniis,. .qu^-x^w.-
chos; habíamos aceptado"! aníjcs, de que el Cabildo había .rp-
raitido 41^ carripamento, de Artigas seis pf^cial^^s del, partido
196 DICTADURA
El Cabildo promulgó por bando del 18 de abril
que el 20 del mismo mes concu-
18 1 5 rriera el pueblo al Salón Capiru-
Abril 20 lar á fin de determinar cómo y en
qué manera debían ser creadas las
autoridades públicas que habían de substituir el
de Alvear (pág. 185) incluso el coronel Vázquez. Supone-
mos que el aserto del señor Lamas tiene por origen la bio-
grafía del coronel Vázquez que muchos años después de
los sucesos escribió su hermano don Santiago Vázquez
para el señor Lamas. Ni conocemos ni hemos encontrado
otro origen de ■semejante hecho. No hay un documento, que
nosotros conozcamos al menos, en que eso se justifique: no
hemos encontrado ningún rastro, ningún apunte, ningiín
recuerdo de un hecho que de haber sido cierto, debía ha-
ber tomado inmensa gravedad, y ser hoy de una notorie-
dad abrumadora ; y como esto nos parece sumamente raro,
nos inclinamos á creer que esa fué una especie levantada
contra el Cabildo (que harto vil se había mostrado) por
los partidarios de Alvear, entre los que don Santiago Váz-
quez había sido uno de los más ardorosos, y que se había
convertido en tradición para ellos, por lo mismo que in-
famaba á aquel Cabildo y á la burguesía representada en
él, que los había derrocado y perseguido Concurre tam-
bién á ponernos en esta convicción la circular del Cabildo
que transcribimos, en la que él, lejos de eludir el juicio y
el castigo de los partidarios de Alvear, toma una actitud
de juez propio y exclusivo que parece evidentemente cal-
culada para proteger á los reos de las reclamaciones que
pudiera formular Artigas, declarando que era él mismo
quien iba á mandar que se les formara causa y se les jun-
gara. Y como en efecto se les formó á todos ellos esa causa
sin que aparezca ninguna interrupción en el procedimiento
observado individualmente contra cada uno, hasta su sen-
tencia respectiva, inclusos Vázquez, Vidal, Figueredo, Do-
nad'p y los demás, parece de toda evidencia que no hubo
ni pudo haber tal remesa de sangre expiatoria, ni tal ge-
Y CAÍDA DE LA OLIGARQUÍA LIBERAL ig;
orden que acababa de ser destruido con la destitu-
ción del general Alvear y con la disolución de la
Asamblea General Constituyente. Proclamado el
Cabildo abierto, el pueblo, que por de contado no
era otro pueblo que los corifeos y actores del re-
ciente sacudimiento, resolvió elegir allí mismo una
Junta de cinco miembros que viniesen en el actOj
después de electos, á elegir ellos el Supremo Direc-
tor del Estado ; y que con el nombre de Junta de
Observación quedase actuando no sólo con el ca-
rácter de corporación de vigilancia, para control
del Poder Ejecutivo, sino con el encargo de formar
y promulgar un Estatuto Provisional, ó Constitu-
ción provisoria, en que se fijasen las facultades de
las nuevas autoridades y las reglas de su despacho
hasta la elección del Congreso General de las pro-
vincias que se mandaba convocar é instalar en la
ciudad de Tucumán, sobre las bases y reglas elec-
torales que debía dar el mencionado Estatuto para
las provincias que quisiesen aceptarlas, dejando á
las demás en libertad de adoptar otras si así lo pre-
ferían.
Electos allí mismo los miembros de esa Junta,
se les hizo concurrir al Cabildo en asamblea, para
que llenasen el encargo que les daba el pueblo; y
una vez reunidos nombraron Director Supremo del
Estado á Rondeau porque no era posible ni conve-
nerosidad ó magnanimidad de parte de Artigas en rehu-
sarse á castigar. Esto resulta plenamente probado, á nues-
tro modo de ver, en el procedimiento y en la sentencia de-
tallada que se publicó en la Gaceta Extraordinaria del 2 de
agosto de 181 5, salvo la aparición de documentos categó-
ricos que no conocemos.
iyS i'.::' ■ DICTÁOURA
riiérife 'afrontar la oposición del ejército del. Norte
qué' lo rnánteñía á su cabeza. Mas, como por está
hiismá razón el electo no podía venir á, ejérqér ¿1
riíándÓ en la capital, se eligió Director suplente al
jefe del motín de las Fontezuelas, que por razón dé
su 'inmediación y de sli posición en la ¿ápitáli ve-
nia á ser por el momento el único y yerdaderó go-
bernante, ds decir, el jefe de la provincia de Blienos
Aires, constituida de este modo en entidad local
dé si misfna, y en centro natural é indispensable de
los' negocios generales; ' ' .
Lo regular habría sido, puesto que Roridéaü eirá
Director Siipremo del Estado, que se le hubiese de-
jado la facultad de nombrar el delegado qu€ en su
nombre debía ejercer en Buenos Aires el poder ad-^
rninistr^tivo y local. Pero esta renuíicia de áu pro-
pio poder no entraba en las concesiones? del pair-
tido vecinal que acababa de volcar el orden pre-
eJíistente; y muy lejos de eso, se aprovechaba de ¡la
ocasión para separar á Buenos Aires de las otras
influencias provinciales; y á pretexto de dejarles li-
bres el campo á sus desórdenes, sus caprichos y
sus ambiciones internas, s^ retraía de ell^S, y?4aba
origen á esa rara dualidad de dos directores supre-
mos; él uno poder iridependiente y soberano; ¡en el
ejército y en las provincias del norte ; el otro po-
der independiente y local de la capi,tal;,nq era esQ
tóáávía lo más curioso, sino que tanto valía el uno
como el otro; aquél era ludibrio y juguete de los
subalternos, y éste juguete y ludibrio de los <:írcu,-
los y de los cabecillas de la capital; porque* ni ést^
ni aquél tenían calidad alguna que los hiciera ca-
paces de contener el total desquiciamiento á que
corrían las cosas.
V caída I)K la oligarquía liberal ](.)g
': En cuanto á dar armazón y regularidad al go-
bierno interior y á los procederes de su despacho,
\a Junta Electoral y de Observación hizo presente
que no le era posible improvisar ese organismo en
tan breves instantes: que era menester que se diese
tiempo, y que en el ínterin quedase el Cabildo vi-
gilando como poder moderador de los actos del Di-
rector suplente, mientras ella con más reposo y en
el más- breve tiempo posible estudiaba y redactaba
el Estatuto Provisional con que debía quedar cons-
tituido el nuevo gobierno.
En el primer momentOj todo fué felicitacidrieá
y plácemes entre Artigas, situado en Santafé, y
entre el nuevo director Alvarez-Thomas, el Cabil-
do y el general Soler, comandante general de las
armas de la capital. Pero en el fondo todos ellos
estaban profundamente inquietos sobre las 'respec-
tivas intenciones y cálculos reservados de cada: taño.
En lo que rrienos pensaba Alvarez-Thomas, el Ca-
bildo; Soler, y la burguesía porteña, era en entre-
gar á Artigas facultades ni medios de ninguna
clase que pudieran hacerlo predominar del lado
derecho del Paraná : en lo que menos pensaba Ar-
tigas, era en contentarse, sin eso, con aspavientos
y satisfacciones ilusorias.
Él Cabildo creyó amansar la fiera mandando
que el verdugo queriiara en medio de la plaza los
(íecretos, edictos, proclamas y demás papeles qu&
se habían dado tratando á Artigas de lo que era y
de lo que merecía. Lo declaró hombre puro y emi-
nente patriota, jefe nato y heroico de los orienta-
les—nada más ; — y le tributó su eterna gratitud por
haber contribuido á libertar á Buenos Aires de la
200 DICTADURA
tiranía ominosa y bárbara de la Asamblea General
Constituyente y de Alvear. Artigas contestó con
más franqueza; pues al elogiar la actitud del Ca-
bildo— <(contra el tirano» — le ponía al frente esta
salvedad: ((Yo quedo esperanzado de que Vuestra
Señoría sabrá llenar sus deberes, y que con sus ul-
teriores providencias afianzará la libertad de estos
-pueblos que tengo el honor de proteger».
Sobre estos halagos trataron ambas partes de
ver si podían entenderse. Alvarez-Thomas mandó
á su secretario militar á que conferenciase con Ar-
tigas sobre un convenio de paz que le contentase :
le ofrecía que Buenos Aires reconocería la inde-
pendencia absoluta de la Banda Oriental; que En-
trerríos y Corrientes fuesen dejados en libertad de
tomar su partido; que se le daría un considerable
número de armas, y que llegado el caso de correr
algún peligro por tropas españolas ó portuguesas,
se darían recíprocamente toda clase de auxilios y
de suministros para resistir. Artigas aceptó en par-
te algunas de estas cláusulas, pero exigió que se
le reconociese protector de los pueblos libres, in-
clusos Entrerríos, Corrientes, Santafé y Córdoba,
cuyo gobernador intruso don José Javier Díaz le
acababa de oficiar pidiéndole su protección contra
la capital, como lo había hecho Candioti en San-
tafé. Exigía también que se le remitiesen tres ba-
tallones de los que figuraban en el ejército de la
capital, que, según él, se habían formado con re-
clutas del litoral y de Córdoba. No contento con
esto pedía un número de fusiles igual al tomado por
Alvear en Montevideo, toda la artillería sacada de
esa plaza que estuviera en uso, y 200 mil pesos co-
V CAÍDA DE LA OLIGARQUÍA LIBERAL 20I
líio indemnización de los perjuicios que las tropas
de Buenos Aires habían ocasionado en la Banda
Oriental y Montevideo, sin contar todavía la escua-
drilla surta en las bocas del Paraná. Alvarez-Tho-
mas, posesionado del mando, contestó que no es-
tando organizada aún la capital, ni presente el di-
rector supremo Rondeau, que era el único que po-
día resolver sobre tan graves exigencias, tenía que
aplazar su respuesta hasta consultarlo y pedirle ins-
trucciones y facultades. Pero, para todo evento
confirmó al general don Juan José Viamonte en el
mando de la división que había tenido á sus órde-
nes; la reforzó con un cuerpo de húsares y con dos
batallones más, y lo adelantó hasta San Nicolás,
en observación, obligando así indirectamente á He-
reñú á retirarse del territorio de Buenos Aires.
Entre tanto, la invasión de indios salvajes y de
bandoleros cjue había caído sobre Santafé en com-
pañía de Artigas, robando y matando de su cuenta,
había levantado en el vecindario un clamor de eno-
jo y de indignación contra semejantes auxiliares:
y como en la clase decente quedaba un fuerte par-
tido que por ideas é intereses estaba ligado al go-
bierno y al influjo de la capital, Artigas comenzó
á sentir que allí existía un poderoso sentimiento
local, propio de la provincia misma, que no acep-
taba su imperio y que de un momento á otro podía
pronunciarse y poner en peligro su persona con
tanta mayor facilidad cuanto que las bandas é in-
diadas que había traído lo habían dejado casi solo
desparramándose en saqueos, y alejándose con el
botín que habían hecho. «Se retiró á los pocos días
llevando á su hermano don Manuel, á los caciques
i 62 . ! A ■ V DICTAEÍUR'A • • ■
íXíarqüi'hi' y 'otrds indios que consigui-ó qué' lé 'Si-
guiesen';' pero los demás andaban arrasando- los
estábléciimiehtos de las Prusianas, Siete- Arh oles,
Sdüce y \ái Puntas de ¡as Saladas. Mataron dié-z 6
doce'vecirió¿, entre ellos á la mujer de don Roque
Zárafe-y se llevaron muchas cautivas»' ('i"4) . ' '^''
^ /Vlejósé pues de Buenos Aires lá influeftciá' d^e
Arstigas ; y por más que con su petulancia habitual
hubiera tratado de atribuirse como una victoi'iá
éuyá la caída de Alvear y las consecuencias déén-
grandecimiento personal que se imaginó "qué iba
á- darle ese suceso, hubo de regresar desengañado
á la toldiería que con él nombre atroz de PitH/ica-
c'ídn,- liigar de tormentos bárbaros y de éjécü~ci*d-
rié's' desapiadadas, había establecido cerca de í^ajy-
sandúv' ' " '•'"■• •' '■'■■'''
TódOs los cabildos y gobernadores intendentes
de las provincias del interior aplaudieron la cdída
de la Asamblea y del Directorio. En Santafé poi-
que predominaban los separatistas qué áspifaban
á sacudir er imperio del régimen íiacionál, nó para
corístituirlo en forma federal como podrík' creerse
por el hombre inexacto que ellos se dábáh^' áitio
para absorber el mandó local sin reato vatgürio,
éonstitúyértdose en Republiqueta anárquica" y de-
solada al capricho de cada atrevido que diér¿'iin
golpe y se alzara con el poder como lo váihós á
Ver. ■ ■ ■ ■-.■:■'•■ i) (■■-■];
■' ' óótdoba se había movido en el mismo áefítidó
áj^róvéchando la caída del gobierno próvisión'álié
Invocando la protección de Artigas ; pero poeó tái-
'■' ' (ií4)"''Apu^tes de Iriondb, pág. 21. .~ ;■';"■•/."; ■
Y CAIUA Dli LA OLIGARgUIA LIBERAL 203
daroii los anarquistas en conocer que allí Vió'teníán
medios ni fuerza para mantenerse sobre sus 'pro-
pios pies. Colocados entre Cuyoyeí 'ejército déí
norte, vitalmente interesados ambos en' mantenerse
ligados á la capital, hubieron de rebajaf sus 'aspí-
racioneis ((soberanas)) y de entregar la provincia á
su posición natural entre los demás de la UntÓh'
Argentina. ' ' '' - ■■■^ " "
El general San Alartín, gobernador ititéViden te
de Cuyo, tuvo motivos personales para ■ feficitár:^
de que el generar Al vear hubiera sido saóacíó' 'del
gobierno. Complicaciones que sobrevinieron a íá
derrota de los chilenos en' Rancagua, y cüyá' ex-
posición no entra por ahora en este cuadro, pusie-
ron en pugna á San Martín con el general cbileno
don José Miguel Carreras; y Alvear, ya porque lo
creyeáe necesario y político, ya porque le conviniese
como pretexto, cometió el error de tomar bajó su
protección los resentimientos y los intereses del 'jefe
chileno, y de destituir á San Martín 'para 'que lá go-
bernación de Mendoza pudiera servirle á Cafrera's
y á su partido de puntó de apoyo á los esfuerzos y
tentativas con que creían poder conmover á Chile
de nuevo y restablecer su lucha por la indepérídeti-
cia. ¿Fué error de concepto producido por üñ hió-
tivo serio y justificado como pudo serlo eSé que él
general invocaba después, ó fué una resolución apa-
sionada y poco sincera para separar de Mendoza
con un motivo cualquiera á su gobernador' inten-
dente? Nadie podría hoy decirlo Con Una concien-
cia segura dé que no propalaba una calumnia.
Lá gloria posterior de San Martín, los innieft-
sds' tesuítados que supo sacar de su goberriac'ióh
204 DICTADURA
de Mendoza, han hecho que el cargo de su desti-
tución haya venido á pesar sobre las responsabili-
dades de Alvear de una manera abrumadora. Pero
si se reflexiona que en aquel momento nada de eso
podía preverse, porque los hombres no tienen el
deber de gobernar por adivinaciones; que los car-
gos retrospectivos son tan absurdos y tan chocan-
tes á los ojos de la Historia como lo es la retroacti-
vidad de las leyes por iguales principios, nadie que
trate de formar un juicio sincero, podrá dejar de
convenir en que por reprensible que quiera hacerse
ese acto del general Alvear, pudo ser, si se quiere,
un error, una inspiración poco elevada, el cálculo
de una ambición egoísta (pecado venial entre hom-
bres políticos), pero no un crimen ni un atentado
político, porque la facultad de nombrar y de se-
parar intendentes provinciales estaba entre las
atribuciones constitucionales y legítimas que ha-
bían tenido siempre todos los gobiernos generales
de la capital después y antes de la Revolución
de 1810.
Al saberse esta resolución en Mendoza, la pro-
vincia entera se alzó contra ella, y su Cabildo de-
claró que no consentiría la separación del general
San Martín. El sucesor nombrado — coronel don
Gregorio Perdriel — se hallaba ya en San Luis.
Pero el pueblo le prohibió pasar adelante, y las
cosas se mantenían en esta crítica situación cuando
ocurrió el sacudimiento de abril que puso fin al
gobierno del 8 de octubre.
Rácesele otro cargo al general y á la ilustre oli-
garquía de la Asamblea General Constituyente, y
se le recarga con tales tintas que parece que no se
Y CAÍDA DE LA ÜLIGAROUÍA LIBERAL 205
quisiera otra cosa que presentarlos como traidores
á su carácter público y á sus deberes como ciuda-
danos argentinos.
Sublevado el ejército del norte, y puesto en ma-
nos de Rondeau con la completa indisciplina y
anarquía en que se hallaban sus jefes (15), era casi
seguro que sería derrotado por Pezuela en los pri-
meros encuentros, y que las fronteras del norte que-
darían otra vez abiertas (como en efecto quedaron
al poco tiempo) á una invasión más poderosa aun
y mejor combinada que las anteriores. Todo con-
curría á justificar ese temor (16). Se esperaba tam-
bién que en los primeros meses de 1815 apareciese
en el Río de la Plata el formidable armamento pró-
ximo á zarpar de Cádiz al mando del general Mo-
rillo. Los realistas del Perú acababan de someter
á Chile en octubre (1814). Y desde que entrasen
fuerzas españolas por el Río y por Salta, las de
Chile quedaban en aptitud de pasar la cordillera y
de buscar la incorporación general de todas ellas
en el centro mismo de las Provincias Unidas.
A esta perspectiva aterradora se unía la feroci-
dad de las bandas bárbaras y anárquicas de Arti-
gas, y la intransigencia de este caudillo á entrar en
el acuerdo de la defensa común de la patria, de
otro modo que asolando á Buenos Aires y some-
tiendo la nación al sistema salvaje que era su na-
tural y único elemento de gobierno y de poder.
En medio de este mar embravecido, Buenos Ai-
(15) Memorias del general Paz, tomo T, pág. 193 á 203 ;
218 á 230; 260 á 268.
(16) Véase Documentos inéditos, etc., etc., por el doc-
tor don M. R. García, pág. 13 del primer cuaderno (1883).
3o6
DICTADURA
re.s.'CStajba solo como un islote por cuyos qosta;dos
subía, cada ,y.ez más la m^area,' amenazando tragár-
selo todo y llevárselo al fondo del ahíisuio. No, ha-
bía, ,^Qri.ci,er,to, que desesperar de la energía na-
.cipnarini, del hado. Pero quedaban otrag esperan-
jzas, ,.aunqu,e, fueran remotas, á las , que coíi venía
asixse. .,,■.,
,,.,, Imppsi|3l'e les parecíai á los hcjmbres políticos
,q^ ' Iniglaterra y Portugal, por. sus propios inte-
.^•■leses,;. de, 'posición el uno, de comercio el otro, se
.líiegaran.'^n tan horrible naufragio á alargar su ,ma-
no generosa á, una parte del mundo cuyos merca-
dos tarvto les interesaban, y cuya cultura- y salva-
ción era) uno , de los ínás vivos clamores ' de la ppde-
rd^ia 'prBíJsa de Londres;. Eira pues indispensable,
erá urgeriteíacudir á lellós. La , Banda .Orieíntal se
'había hech<3 independiente.. Como poder irídépen-
dietité effii extranjero, tenia su bandera propia:, su
"gobierno absoluto ,^ y como independiente y: «xtran-
jefó también, había ' ocupado : y cóniquistado dos
provincial' 'argentinas eh donde- itti^tierabá mJlitar-
"¡"nente.' Convenía, pues, contra ése poder extraño
y 'úsuí-páílóf 'de lo ajeáo, büiscaf una aHan2^ en el
5>bdier limítrofe de Portugal, cóñsintierido que á sti
vez conquistase ía Banda Oriental á tt-uéque de
anonadar las agresiones de su caudillo y de su bar-
barie', y de poder recuperar lá íntiegridad legítima
v. natural der territorio argentino. Pero era mieries-
ter además contener, por lo pronto ál menos, los
armamentos de España contra fel Río de la Pl^ta;
y eso sólo podía hacerlo Inglaterra, movida poV las
(^ij§^s,j.quélietnos indicado. Mas ^ qué fk>díá_,ofre-
Y caída de LA-pupARiQUIA LIBERAL 207
,c^rqele,á jlnglaterra que pudiera inclip^rla .á .con,-
cedernos es^e; inmenso servicio? Pedirlp.su.aUapza
.^lalpría.sjdo absurdo. Lo único que podría hacerse
.fsraiporíerse bajo su protectorado. Nadie, ignoi^alp.a
fifue^; Inglaterra no aceptaría la verdad de la-pos^.;
j)e¡r9, sei>creia que haciéndole la oferta espontánea,-
.qii^i>tq¡^ 1^ ponía en el compromiso y en el. derecho
.d!©: pedirle á España que respetase su mediación en
f^yor -de; su^ protegidos, oyéndolos antes derprpcer
deí cOjníra ellos, que era todo lo que el ,gqbi^Tn9
de, j,8\4;á 1815 quería obtener para; g^nar ;tien]pp
.y isalir': de las circunstancias apremiantes: y fatales
en iqti€ sé; veía envuelto. i Tí ?. n(j::;i:::, /ji -I;
1 i vAlvéar- le encargó ésta doble misión al hoínbre
dC' Estado iiíás ágil y sagaz que tenía el :país):'horaV
brei que podía pasar por an modelo de'cultuua cláí-
sítía-¡eh :ctíal4uiera parte del mundo ; formaíl ¡y-amei-
'fiísíitiO al'^'misjmo tiempo, serio y profundo ^en él
OohíáéliOjV amabilísimo sin interrupcionc's rií ¡c^pri"-
chos en el trato social; de bonita figurá'y'álmpá^
tíco'serríbíánte; honorable, discreto, y p'üríiimb en
áuS dostumbres; correcto en sus principios rhora-
íés; dé uria prudencia franca, sin reticencia^ ni fin-
gidas reye'rvas, que en vez de r^cbncjeritfarse cÓmb
hacen los necios para parecer profundos, mostraba
su cordura éh la lucidez del juicio y en la apropia-
ción de la frase, calculada para no traspasar el lí-
mite convehieñte, ni dejar incompiletó ,et concepto.
Además, de que su educación literaria Kabíar^ido
complet^á, éli la había extendido y cultivador, con
vastas lecturas y con un gusto exquisito! Por 'todo
ésto dóh Manuel José' García era ütí idiplórháVicó
208 DICTADURA
consumado que sabía hacerse querer y buscar. Para
la corte de Río Janeiro era especial (17)..
Las relaciones oficiales del rey de Portugal con
el de España hacían imposible que García fuese
admitido en Río Janeiro con carácter público; y
por eso sus documentos lo acreditaban sólo como
agente confidencial y privado. Pero muy pronto se
hizo tan notoria su misión y su persona, que era
tenido y recibido por todos como un miembro re-
conocido y apreciadísimo del cuerpo diplomático,
y en relación hasta con los ministros de España.
No es de este momento la interesante historia
de la misión á Río Janeiro; pero vamos sin embar-
go á ocuparnos de un incidente que ha dado lugar
á cargos posteriores contra el general Alvear y con-
tra su enviado ; incidente que estudiaremos aisla-
damente, porque tomado en su verdad no fué parte
de esa misión, no figuró en ella, ni entró jamás en
los sucesos tratados por la diplomacia argentina de
que luego hablaremos.
Al partir entregáronsele al señor García dos no-
tas reservadas con el cargo de consultar al emba-
jador inglés si no podría hacerse que Inglaterra,
invocando un derecho propio, abriese con España
una negociación seria y formal de avenimiento con
el Río de la Plata. Una de esas notas iba dirigida
(17) Su influjo llegó á tanto en esa corte que muchas
veces el rey don Juan VI encargó á sus ministros que con-
sultasen con García asuntos graves de su política interna,
referentes á las relaciones del Brasil y Portugal, en nada
ligados con los del Río de la Plata. Documentos inéditos
acerca de la misión del doctor don Manuel José García
en la corte de Rio Janeiro, pág. 43.
Y CAÍDA DK LA :OLl(3;\RQUÍA LIBERAL 209
al 'mism'O embajador inglés de Río Janeiro, y la
otra al ministro de Relaciones Extranjeras de la
Gran Bretaña. Se les decía: <(Cinco aíids de repe-
tidas experiencias han hecho ver de un rriodo indu-
dable á todos los hombres de juicio y de opinión
que este país no está en edad ni en estado de gober-
narse por sí mismo, y que necesita una mano exte-
rior que lo dirija y contenga en la esfera del orderí,
arites que se precipite en los horrores de la anar-
quía. Pero también ha hecho conocer el tiempo la
imposibilidad de que estas provincias vuelvan á la
antigua dominación, porque el odio á los españo-
les, qjué ha excitado su orgullo y aprensión desde
el tiempo de la conquista, ha subido despuntó con
los sucesos y los desengaños de su fiel^eza durante
la revolución. La sola idea de composición con los
españoles los exalta hasta el fanatismo, y todos ju-
rarán en público y en secreto morir antes que' su-
jetarse á la metrópoli. Ha sido necesaria toda la
prudencia- política y ascendiente del' gobierno ac-
tual para contener la irritación que ha causado en
la masa de los habitantes el envío de diputados' 'ál
rey». ' ' ■'■'' '- ' ■ ' '
Los conceptos que acabamos de tráóscnb i i- tie-
nen una importancia decisiva para qué se penetre
en la artería verdaderamente sagaz con que se ha-
bía concebido y con que se debía practicar ésta in-
triga, pues en el fondo de nada más sé trataba que
de -una intriga necesaria para ganar tiertipo. La
Gran Bretaña, como se debe recordar, insistía por
medio de lord Strangford en que el gobierno ar-
gentino mandase comisionados que propusieran y
formalizaran con España un pacto que pusiei'a tér-
HIST. DE LA REP. ARGENTINA. TOMO V. — 14
2ÍO DICTADURA
mino á la revolución y que sin violar los derechos
legítimos del rey, consagrara las franquicias y li-
bertades que se hacían necesarias en la nueva si-
tuación de las colonias. El gobierno argentino aca-
baba de prestarse á dar ese paso, enviando á Ingla-
terra á los señores Belgrano y Rivadavia con el en-
carg"o de ver si esta nación podía abrirles paso y
hacerlos oir del gobierno español. Pero al prestar
esa obsecuencia á un gobierno de cuya protección
directa ó indirecta se esperaban actos de política,
cuando menos, que contuviesen por algún tiempo
las expediciones armadas de España sobre el Río
de la Plata, ó más bien dicho un ataque á fondo
sobre Buenos Aires, que era la fuente y la fuerza
de la gu-erra de la Independencia, el gobierno del
general Alvear protestaba en esa nota contra su
propia docilidad, y le representaba al gobierno in-
glés la imposibilidad en que se hallaba de hacer que
el país cumpliera un pacto ó arreglo que dejara
subsistentes los vínculos coloniales de España,
cualquiera que fuese la forma en que se ajustara.
Todos los que estén animados de un juicio recto
y despreocupado comprenderán que con esta sola
salvedad, que con esta sola indicación, el Director
y sus ministros ¡mostraban que en ningún caso se
prestarían á eso ; pues aun cuando se prestaran, el
país los habría de renegar y castigar, «porque es-
taba resuelto á su propia destrucción antes que vol-
ver á la antigua servidumhren. Véase, pues, con
toda evidencia que hasta absurda sería la idea de
acusar á ese gobierno de haber querido traicionar
á la patria entregándola de nuevo al yugo colonial.
Sentada la incompatibilidad absoluta de volver
Y caída de la oligarquía liberal 211
4 entrar en el gobierno español bajo forma alguna,
el gobierno de Buenos Aires decía que otra cosa
sería si la generosa Inglaterra ((quisiese, poner un
remedio eficaz á tantos males acogiendo en sus bra-
zos á estas provincias que obedecerán su gobierno
y recibirán sus leyes, y que sería el único medió de
esperar, de la sabiduría de esa nación, una existen-
cia pacífica y dichosa».
Los hombres que hacían esta sorprendente in-
dicación en secreto y sin que nadie la conociera,
no tenían un pelo de inocentes ni de candorosos.
Sabían perfectamente que Inglaterra no aceptaría
ni podía aceptar semejante anexión al frente de las
potencias reunidas en el Congreso de Viena. ((El
único inconveniente de parte de^ Inglaterra sería
aquel que ofrece la delicadeza del decoro nacional
por las consideraciones debidas á la alianza y rela-
ciones con el rey de España. Pero no hay razón
para que este sentimiento de pundonor haya de pre-
ferirse al grande interés que puede permitirse In-
glaterra de la posesión exclusiva de este conti-
nente, y á la gloria de evitar la destrucción de una
parte tan considerable del Nuevo Mundo, especial-
mente si se reflexiona que la resistencia á ésta so-
licitud, tan lejos de asegurar á ¡os españoles la re-
conquista de estos países, no haría más que auto-
rizar una guerra civil interminable, que los haría
inútiles para la metrópoli en perjuicio de todas las
naciones europeas^. El gobierno había estudiado,
pues, perfectamente las condiciones sociales del
país, y veía lo que hoy es claro para todos. Si una
fuerte expedición española hubiera desembarcado
en el Río de la Plata no había otra lucha posible
212 DICTADURA
que la insurrección general de las masas. La gue-
rra bárbara tenía pues que entrar necesariamente á
ocupar el vacío que habría dejado la guerra culta
y regular que sostenía el gobierno orgánico y civi-
lizado de la capital.
Suponer que el gobierno y el partido que inicia-
ba esta negociación, había premeditado y resuelto
ya hacerse colonia inglesa y renunciar á la inde-
pendencia, sería partir muy de ligero é incurrir en
un error claro por no darse el trabajo de penetrar
en la naturaleza misma del negocio en cuestión.
Esos hombres sabían, hemos dicho, que Inglate-
rra no podía aceptar semejante propuesta, ni como
anexión ni como protectorado; y por lo mismo que
lo sabían es que se la presentaban. Lo que ellos
creían posible (y los hechos lo justificaron como
lo hemos de ver) era que Inglaterra hiciese valer
el acto espontáneo con que el gobierno argentino
se ponía bajo su protectorado, como un acto que
le daba personería propia para abrir una negocia-
ción con España, contener por lo pronto sus es-
fuerzos militares, y tratar de un ajuste sobre la
base de la independencia y de la creación de una
monarquía constitucional en cabeza de algún prín-
cipe español ó de otra familia real europea. Como
esto era muy largo de hacerse creía el Director Su-
premo, y creían también sus ministros, que logrado
que fuese el primer paso, había tiempo de sobra
para salir de todas las dificultades que se suscita-
ran y quedar en libertad de obrar según las cir-
cunstancias. Creían que lord Strangford, de acuer-
do con sus antecedentes y con la política comer-
cial de su gobierno, tomaría esta propuesta, pres-
Y CAÍDA DE LA OLIGARQUÍA LIBERAL ?I3
cindiendo del fondo, como una ocasión de mediar
y de conseguir un tratado que por su misma natu-
raleza viniese á consolidar aquellos grandes inte-
reses de mercado que Inglaterra miraba como de
primera importancia para su industria, para las
graves cuestiones sociales del pauperismo, y de
otros problemas tan inminentes y serios como és-
te (i8). Y la prueba de que nuestros hombres te-
nían razón, es que Inglaterra hizo todo lo que ellos
le pedían, aunque usando de otros medios más di-
simulados que le permitieron mantenerse irrepro-
chable en las formas (19).
(18) Véase las págs. 236, 245, 331, 525, 543, 546 del vo-
lumen III y las págs. 79, 127, 131, 145 del vol. IV.
(19) En conversación del señor García con nuestro pa-
dre, que estaba unido á él por una amistad verdadera-
mente fraternal, recordando aquellos tiempos le decía que
él había sido opuesto á este paso porque lo consideraba
inútil desde que tenía por imposible que Inglaterra to-
mase semejante actitud dada la situación de las potencias
en el Congreso de Viena. Pero que Alvear y Herrera, creían
que la opinión pública y el Parlamento influirían sobre el
gabinete para obligarlo á tomar en cuenta el ofrecimiento
y dar pasos que redujeran á España á transigir ; que él
recibió las notas con ánimo de no hacer uso sino en el caso
de que lord Strangford opinase que para algo pudieran
servir ; pero que como Rivadavia se mostrase deseosísimo
de llevar la que iba dirigida al ministro de Relaciones Ex-
tranjeras, se la entregó. Las notas aludidas no se han
mantenido hasta 1842 en la reserva absoluta que se pre-
tende. Notable es á este propósito la carta de Sarratea don-
dedice: (cEl pliego no podía perjudicar á nadie... Tampoco
era secreto, pues lo sabían muchos: era uno de los objetos
de mi venida, entre los consejeros íntimos». Mi padre co-
nocía la existencia de esas notas probablemente por haber
estado en intimidad con los negocios públicos y secretos
durante los dos periodos de Posadas y de Alvear.
2Í4 DICTADURA
Para saber lo que un documento oficial tiene ó
no tiene de verdadero, sobre todo si participa de
cierto carácter diplomático, es menester no tomarlo
á ciegas, por lo que en él se diga, sino compararlo
cuidadosamente con las circunstancias del tiempo,
con la índole de los sucesos y de los hombres que
lo produjeron y con otros documentos que le sean
relativos en esas mismas circunstancias y tijempos.
Así el ministro Herrera se dirigía al doctor Passo,
ministro residente en Chile, y sobre el envío de
diputados para negociar, le escribía con carácter
reservado : «Todo esto es con el objeto de retardar
sus operaciones (habla de Pezuela), paralizar sus
movimientos y adelantar nosotros las medidas que
tomamos para despedirlo con la fuerza de nuestro
territorio y en todo caso para justificar con un re-
conocimiento indirecto los derechos del señor don
Fernando. Su Excelencia me ha ordenado que se
lo comunique á usted, como lo verifico, para que
se insinúe con ese gobierno, á efecto de que dé el
mismo paso con el general Gainza (20) y logre por
este medio los mismos fines que nosotros nos he-
mos propuesto». Así pues á los realistas se les po-
nía á la vista el reconocimiento de los derechos de
don Fernando VII; á los ingleses la absoluta im-
posibilidad de aceptar los derechos antiguos de ese
rey y de preferir la destrucción y la barbarie antes
que caer de nuevo en el yugo colonial.
Llegado á Río Janeiro el señor García tuvo una
conferencia con lord Strangford. Es de creer que
el embajador inglés no la mirara como un incidente
(20) General en jefe de los realistas en Chile.
Y CAÍDA UK LA OLlGARyUIA LIBERAL 215
eventual, sino como un acto serio, puesto que pi-
dió al agente argentino que tuviese la deferencia
de ponerle por escrito todo lo que había expresado
en ella. Evidente es que con esto quería decir que
se consideraba obligado á transmitirlo á su gobier-
no ; y si hemos de buscar el rastro de estas circuns-
tancias en la prensa oficial ó bien informada de
Londres, creemos que ,1o hemos encontrado, con
resultados positivos en favor de nuestra indepen-
dencia, como lo expondremos cuando tratemos de
los trabajos diplomáticos de la Revolución, pues
por ahora tratamos sólo de la justicia ó injusticia
de los cargos hechos con este motivo á la adminis-
tración y á la diplomacia del general Alvear y de
sus cooperadores. Tomada en este sentido la con-
ferencia del señor García con lord Strangford, nos
da una prueba valiosísima de que el contenido de
las notas aludidas no era sino un medio diplomá-
tico propuesto para justificar la oferta de una me-
diación.
En esa conferencia no se habló una sola pala-
bra, no se indicó siquiera la propuesta de anexión,
ni se dejó entrever en ella otra cosa que la solici-
tud de una mediación amistosa, en nombre de la
protección que Inglaterra debía á las provincias
del Río de la Plata. Se trajeron á colación, es ver-
dad, los antecedentes de 1806 y la política de
Mr. Pitt; pero no como incitaciones á conquista y
dominación, sino como pruebas del interés vital
con que Inglaterra había procurado siempre abrirse
las fuentes del comercio sud-americano. Y si algo
más se quisiera deducir, sería que para los hombres
de aquel tiempo nada hubiera sido tan satisfacto-
2i6 ; ■, DICTADURA
rio como la cireación de una monarquía constitución
nal bajo el patronato de Inglaterra. EL que no* se
hubiescj c-pnseguido no.es prueba de- que no hubiera
sido )P) rnejor. Sería menester ser muy' obcecado en
preoG!Lipa:GÍone$ políticas para pretender menospre-
ciar al Brasil, por ejemplo, de no ser una repúbli-
ca. Ea^quel tiempo todos los patriotas argentinos
perjsal^ían jqomo pensaron los patriotas brasileños
que once años, después formaron su in(;lependencia
bajo la forma constitucional de su monarquía. ((En
el;;p^ís (esscribía Sarratea á García) no se tenía por
traición cualquier sacrificio en favor de los ingle-
ses, ni aún la completa sumisión antes que perte-
necer otra vez á España». ¡Y es claro! el alto y
grandiosísimo fin de los hombres de aquellos días
era ser Ubres, porque ser libres era ser indepeín-
dientes. ' . .
Si dé esto se pudiera hacer un cargo á la Asarn-
blea General Constituyente y al gobierno que ella
sostuvo, sería un cargo que debería recaer sobre
todo el partido y no sobre García, que no fué sino
uñó de los representantes del pensamiento, general,
f^ara nosotros, si hubo pecado, fué un pecado de in-
triga cuando más, ((Con el objeto de retardar las
operaciones del enemigo, de paralizar sus movi-
njiientoSy y de adelantar las medidas que s^ toma-
ban para repelerlo por la fuerza», como decía He-
rrera en su comunicación reservada á Passo. ■
Otros personajes que obraron entonces también,
con menos cordura y tino, y que por, haber actuado
después como jefes en la guerra activa de los par-
tidos más que por sus verdaderos seryic,k)S,^ han
Y CAÍDA DE hA QU,QAB.QUÍA LIBERAL 2I7
logrado ut^ pedestal más Siagíado y reverenciado en
la,. adoración idolátrica de :susí adeptos (¿r).-: ;; 1 :j
. D.ejiandp para su tierppo el estudio detenido de
la ^isióar del sefíor Rivadavia, aquí diremos sola^
mpn^t^eque- si sus actos se justifican ante sus admi4
radores con la necesidad de ganar tiempo, ¿ quién
es el qvie podrá sostener que no llevaban el, mismo
finias notas entregadas á García?... Y si se optara
poif .Inculpabilidad de arnbos, habría que reparar
que en un caso las notas no fueron presentadas
•i. ■ '
(21)'. Don Bernardino Rivadavia entre ellos; que de sii
propia cuenta j en esa misma' época, se presentaba en Ma^
drid dirigiéndose en esto§; términos al ministro: de, Fer-
nando VII, don Pedro de Ceyallos : «Madrid 28 de mayo
de 1815: — Excmo. Señor; Él 27 del corriente tuve la sa-
tisfacción de presentarme á V. í^. en cumplimiento de la
Real ■ Orden de diciembre de 1815, de poner en sus manos
la credencial de mi comisión (*) y de explicarle él objeto
de ^lla así ,como los incidentess que pueden influir más
substancialmente en el asunto. Como la misión de los pue-
blos que me han diputado se. reduce { ¡) á cuni-plir con la
sagrada obligación de -presentar á los fies de Su Majestad
las más sinceras frotesias de reconocimiento de su vasa-
llaje., felicitándolo por su venturosa y deseada restitución
al ¡trono, y -suplicarle humildemente el que se digne cóm<)
p^^rjS de, svjis pueblos, darles á entender los términos que
hajn de regl,ar su gobierno y administración, V. E. me per-
mitirá' que sobre tan interesantes antecedentes le pida una
contestación, cual la desean los indicados pueblos, y de-
rrianda la situación de aquella -parte de la monarquía..—
Bernardino Rivadavia». (Documentos inéditos acerca de la
misión del doctor don Manuel ¡osé Garda, diputado de
las Provincias Unidas en la corte de Rio Janeiro, página
26. Imp. de J. k. Alsiná, 1883).
o Que le había sido retirada. .'..'..,
2l8 DICTADURA
sino retenidas; que no han jugado papel alguno
en los incidentes de la misión á Río Janeiro, mien-
tras que en el otro caso los procederes dei señor
Rivadavia fueron notorios, y sinceros también si
hemos de tomar en cuenta su carácter incapaz de
malicias, por no decir otra cosa. A los ojos de la
razón y de la patria, la falta que se le reprocha al
director supremo don Carlos de Alvear y á su en-
viado el señor García, sería mucho menor. A ellos
se podría cuando más acusárseles de haber pen-
sado (sin haberlo tentado) en poner al país bajo el
protectorado de un gobierno libre que daba garan-
tías eficaces á todos los progresos y medios de
prosperidad que hacen cultos y felices á los pue-
blos. El señor Rivadavia había ido mucho más le-
jos : sin anuencia ni consentimiento de su gobier-
no (22) había llevado el vasallaje argentino á los
pies de un tirano retrógrado y atroz que tenía es-
candalizada á Europa y martirizado su propio país
con atentados sanguinarios, y que en caso de ha-
ber restaurado ese vasallaje habría consumado el
exterminio y la ruina del Río de la Plata.
Pero si volviésemos al, terreno de la verdad y de
la justicia^ nos convenceríamos de que en uno y en
otro caso no había habido tales culpas ni tales in-
tenciones de traicionar la causa del país. Se trataba
de cosa muy distinta. La cuestión vital era ganar
tiempo; y los mismos documentos lo prueban de
una manera incontrovertible.
Más digna de lamentarse fué por cierto la im-
(22) Documentos inéditos del señor García, pág. 4'
del segundo cuadeírnó.
Y caída de la oligarquía liberal 2\í)
premeditación (no osamos decir la injusticia) con
que se procedió contra un desgraciado oficial, que
hubo de sufrir el peso tremendo de las circunstan-
cias y de la justicia febril en que los sucesos tenían
al gobierno en aquellos días, los próximos á su
caída. Don Marcos Cbeda era un oficial subalterno
de cuyo carácter y situación en el ejército no esta-
mos bien informados. Díjose entonces que el sar-
gento mayor don Antonio Díaz, comandante de la
escolta del Director Supremo (hombre de viva in-
teligencia, que sabía estar alerta), ya sobre aviso
anterior, había sorprendido al capitán Übeda den-
tro de su cuartel en el empeño de seducir oficiales
de su cuerpo para echarse sobre el Director y ase-
sinarlo. A las treinta horas de habérsele tomado,
Cbeda era fusilado dentro de la cárcel en la madru-
gada del domingo 7 de abril, y puesto inmediata-
mente en una horca levantada en medio de la pla-
za. Cuadró la fatal coincidencia de que aquel día
fuese Domingo de Pascuas. Las gentes que acu-
dían de mañana á oir misa en la Catedral, al ver
aquel espantajo, lo tomaron por la festiva armazón
de un Judas; convirtiéndose su engaño en horror
y en espanto cuando al acercarse se encontraron con
el lívido cadáver de un hombre.
Las familias y mujeres se echaron azoradas á
correr por las calles ; y bien puede comprenderse el
pavor con que la lúgubre novedad cundió de grupo
en grupo y de casa en casa por toda la ciudad. Este
hecho, cuya pública impresión se agravó de un
modo extraordinario por la fatal coincidencia que
hemos mencionado, ha dejado en los recuerdos, y
en las páginas de la historia también, una mancha
a?Q .,, ,; DICTADURA i
de; sangre, como aquella que en la sublime parábala
4e J.^m^rtine hacía brotar una línea roja en la fren-
te de :B£)naparte cada vez que se pasaba la mano
sobre ella.: la sangre del duque d'Enghiens.
. El.npmbre humilde y melancólico de Übeda ha
pesado así de por vida sobre el nombre histórico
del .vencedor de Montevideo y d^ Ituzaingó. Por-
que la -humanidad es siempre más severa en los
cargos que hace á los hombres ilustres que en la
abominación con que mira los crímenes de los mal-
vados de baja estofa, que viven y obran al nivel
de la^ fieras. ¿ Qué crimen, qué atrocidad hay que
pudiera infamar á un Artigas^ á un Rosas, á un
Quiroga, á un fraile Aldao? ¿Cuál sería la fecho-
rija que sobresaliera en la serie horrible de las que
cometieron ? ¿ Pueden contarse, pueden clasificarse
en más ó menos altas categorías?
Los hijos del general Alvear, movidos por un
sentimiento piadoso y por el justo deseo de sacar
de la ilustre memoria de su padre la responsabili-
da^d ipersonal de este hecho, han obtenido de hom-
bres irreprochables por su probidad y por el digno
carácter que siempre mantuvieron, como el coronel
dor) .Rías José Pico, un testimonio que regulariza
al menos el proceder con que Úbeda fué ejecutado.
Cogido infraganti, Úbeda fué entregado á un con-
sejo de guerra ó comisión militar; y como resul-
tara convicto y confeso de haber tentado la seduc-
ción de oficiales y soldados, fué condenado á ser
pasado por las armas y puesto en la horca de acuer-
do con la ley común y con el proceder establecido
en aquel tiempo. Traída la sentencia á la mesa del
Director como era de regla,, le puso el «cúmplase»
Y caída de la oligarquía liberal '221
en' el acto, sin notar la coincidencia del día' éh'que
debía ser ejecutado el reo; lo que puede admitirse
porque el general Alvear no era hombre de estar
al cabo de fiestas religiosas y mucho menos de te-
nerlas presentes en momentos como los que pesa-
ban sobre su espíritu en aquellos días de extrema
agitación.
Hay otra razón para deducir que si en ' la eje-
cución de Übeda concurrió esta coincidencia fatal,
sus conatos criminales quedaron por lo menos jus-
tificados, y que fué fusilado convicto y confeso. Los
reaccionarios hicieron desaparecer el proceso ; y fué
creencia común entonces que fusilaron en seguida
al teniente coronel don Enrique Paillardell sin más
causa que la de haber sido presidente ó fiscal del
Consejo ó Comisión de Guerra que sumarió y sen-
tenció á Obeda (23). Esta prueba, aunque indirec-
ta, contribuye á la probable suposición de que el
proceder seguido en la causa de Übeda había sido
regular y común.
Para terminar el estudio de una época como
ésta que merecía todo nuestro interés, vamos á ha-
blar del proceso que se abrió contra los hombres
de notoriedad y de lustre que habían figurado en
la Asamblea General Constituyente, en el Minis-
terio, en el Ejército, ó como decían sus adversa-
rios, en la Facción de Alvear.
Si esos hombres tuvieran hoy que vindicarse
ante la justicia de la Historia, no tendrían, necesi-
dad de otra cosa que de presentar íntegro el pro-
(23) Atribuyóse este acto á la venganza de un jefe in-
fluyente entonces, que además de haber sido ei instigador
de Übeda, tenía agravios personales contra Paillardell.
222 DICTADURA
ceso y la sentencia que se les impuso. Les bastaría
dejar á la conciencia de sus futuros jueces que re-
solviese sobre la iniquidad de los hombres que los
condenaron. Entonces fué cuando inutilizados poco
á poco, hombre por hombre, los actores ilustres de
ios primeros días de mayo, por los golpes y por el
áspero roce de los movimientos tumultuarios que
de cuatro años atrás venían descomponiendo el gru-
po primitivo, comenzaron á introducirse en el claro
de las filas, figuras mediocres y sombrías, de esas
que con el deseo de figurar al favor del desorden, y
con una alma dañada por el sentimiento de su pro-
pia mediocridad, introducen en el movimiento po-
lítico la fatal y conocida tendencia de las democra-
cias á expulsar del poder social todo lo que excita
su envidia,, por lo mismo que brilla y que se eleva
sobre el nivel común. Preguntad quiénes fueron
en Francia después de cada sacudimiento democrá-
tico, los sucesores de Mirabeau ó de Guizot. Pre-
guntad quiénes fueron los jueces que condenaron
á los miembros de la Asamblea General Consti-
tuyente en Buenos Aires, y veréis subir al dosel de
la jiusticia nacional, hombres ofendidos por la su-
perioridad de los que ahora caían -en sus manos por
la revuelta; hombres sin carácter propio, movidos
por la conveniencia de servir los intereses del mo-
mento para ocupar posiciones vacantes; militares
de la vieja escuela, algunos honorables por cierto
y llenos de antiguos y buenos servicios, pero ofen-
didos también en su amor propio por las fases nue-
vas que se había dado á la guerra y á la organiza-
ción militar, que no podían convencerse de que ha-
bían ya llenado su papel, y de que empeñarse en pro-
Y caída de la OLIGARguÍA LIBERAL 223
iongarlo era buscar deseng^años y contratiempos pa-
ra ellos mismos.
En semejantes momentos y con semejantes cir-
cunstancias no hay tribunal político alguno que
pueda escapar á la iniquidad de sus resoluciones;
porqu-e no es tanto en los jueces mismos en quienes
debe buscarse el vicio de los actos, cuanto en el con-
junto alborotado y enardecido con pasiones bajas
y bravias, que opera en derredor de ellos, y que les
impone la obligación de castigar como una cláu-
sula substancial de su mismo mandato, sin cuyo
cumplimiento habrían faltado á su deber y negado
la satisfacción que debían haber dado al encono del
partido que les confirió su triste misión.
He ahí el carácter jurídico de las dos comisio-
nes, una CIVIL y otra militar, que el partido
triunfador nombró para que juzgasen á la «Facción
DE Alvear». Una vez clasificados de facciosos, el
cri-men estaba ya señalado é impuesto en el man-
dato mismo. La Asamblea General Constituyente,
el Directorio, sus ministros, los militares que ha-
bían triunfado en Montevideo, los magistrados que
habían reorganizado el país, sentado las bases y
reformas de su administración civil y militar, á fal-
ta de crímenes individuales eran en conjunto Fac-
ciosos ; es decir, «gente amotinada que había usur-
pado el poder público en fuerza de armas», según
la voz del pueblo. El delito estaba, pues, clasifi-
cado y plenamente probado por los puestos pú-
blicos que los reos habían desempeñado. ¿ Qué otra
cosa les quedaba por hacer á los jueces que aplicar
las viejas leyes de Roma ó de España sobre faccio-
sos y amotinados? Prender, encarcelar, expatriar
¡224 '" DICTADURA ' 'V
y multar á. los más señalados en los actos del |iár*
tido caído, y apercibir seriamente á los inocentes
si reincidieren... i curiosa' ¡ocurrencia \ Cortio si los
inocentes pudieran reincidir '■ en lo que nó habían
delinquido. Pero nó era eso literalmente lo qiie se
quería decir, sino algo peor todavía, es decir, si
volvían á tomar parte en la vida pública, de la cual
reincidencia quedaban inhibidos : y por -consiguien-
te, sin haber delinquido se les privaba de. siis dere-
chos políticos. Y si esto se hacía con hombres ilus-
tres á quienes la misma sentencia declaraba libres
de cargos, y compurgada su falta ( ?) con los me-
ses de prisiones que habían sufrido, ¿ qué «o se
haría con los que tenían el cargo de haber actiiado
en la política activa del gobierno caído? (24). • '
(24) Los primeros rayos fueron fulminados én ' la sen-
tencia, con una copia violenta de meras palabras y dicte-
rios, sin mencionar acto ninguno criminal que) hubieran
cometido individualmente, contra cuatro patriotas d.e^ un
mérito excepcional en la historia argentina— Posadas, ^on-
teagudo, Vieytes y Gómez (don José Valentín.— Después
de llamárseles facciosos,' íí'i^m^í la vos -pública y lei voW ge-
neral, caudillos de facción, aborrecidos por la opinión Ige-
neral y defraudadores de la confianza pública sin decir 'en
qué, ni por qué, se les expatriaba á puntos de- ultramar
bajo partida de registro que acreditase su expulsión. Por
equidad se mandaba desembargarles los bienes; y no'ob?-
tante de que á Posadas se le ordenaba que reintegrase en
las cajas las cantidades en que había quedado descubierto,
resultaba después que no había tal descubierto ; y por una
nota se decía que quedaba en suspenso la sentencia, . con
un pretexto pueril arrancado por la conciencia de la ini-
quidad misma. A don Nicolás Rodríguez-Peña -se lé hiaft-
daba separarse de la Capital, por razón de la tranquMidad
piíblica. Había sido presidente del Consejo de Estado/; «na
Y caída df- la oligarquía liberal 225
La Comisión militar fué igualmente pródiga de
destituciones y destierros, ¡ y ojalá que hubiera li-
mitado el furor inicuo de la reacción á esa clase de
castigos que pueden resarcirse cuando el tiempo y
la pasión satisfecha traen la fría modificación de
las iras de los partidos!... ¿Pero por qué fué con-
de las primeras figuras del Directorio: nada resultaba con-
tra él. A Herrera se le concedía salir libre al exterior por
haber oblado tres mil pesos en las cajas para las necesi
dades del Estado. Y por último, óigase esto: Habiendo
otros reos (se agrega) de menor consideración que del pro-
ceso aparecen agentes secundarios de los principales fau-
tores de la facción... se les expulsaba de la capital á di-
versos pueblos de la campaña. El doctor don Pedro José
Agrelo, acusado y condenado por el crimen de ser exal-
tado, era expulsado al interior del Perú. Contra don Vi-
cente López, don Tomás A. del Valle, don Manuel Luzu-
riaga, don Pedro Cavia y otros, uñada resulta (dice la --en-
tencia) sino las vehementes sos-pechas con que el puebla
recela que han cooperado á los designios de la Facción Cri-
,minal como Miembros de la Asamblea^ y la Comisión de-
clara que á pesar de lo que les favorece el dictamen fiscal,
se han excedido de un modo notable; pero que compur-
gado con el arresto que han sufrido se les alza, advirtién-
doseles que en lo sucesivo, etc., etc.»
Don Juan Larrea, ministro de Hacienda, y don Gui-
llermo White, quedaban en prisión hasta que se les termi-
nase por separado la inicua cuenta de cargos que se les ha-
cía por lo gastado en la formación y equipo de la escuadra
con que Brown había destrozado y apresado la escuadra
realista; cargos que buscados y formulados con la chocan-
te y miserable parcialidad de que dan testimonio los ítem
anteriores, ascendían apenas á una suma de treinta mil pe-
sos ; que, aunque no hubiera podido ser descargada, no era
de atribuirse á otra causa que á la manera breve, expedi-
tiva, con que se había procedido en esa grande y gloriosa
empresa. Tal fué la sentencia de la Comisión Ciinl de /ns-
HIST. DE LA REP. ARGENTINA. TOMO V.— lí
220 DICTADURA
denado y ejecutado el teniente coronel don Enrique
Paillardell, oficial distinguidísimo que desde mu-
cho antes venía sirviendo á la Independencia con
calidades dignas de grande estimación? En la Co-
misión militar que le impuso esta bárbara pena ha-
bía hombres de bien y de carácter moderado como
Viamonte y Vedia, que hasta entonces habían sido
siempre rectos é incapaces de cometer tropelías de
tanta magnitud, y que después han seguido mere-
ciendo el respeto de todos los partidos. Quedó so-
bre este hecho cruel y sangriento un impenetrable
misterio que la tradición oral procuraba aclarar di-
ciendo que Paillardell fué sacrificado por el influjo
de un jefe militar de quien Cbeda había sido agente
en sus tentativas contra la persona del general Al-
vear ; jefe que con este sacrificio se vengó de que
la víctima hubiese sido presidente del Consejo de
Guerra que había condenado y mandado ejecutar
á Cbeda.
Entre tanto, lo substancial para la oligarquía
brillante y gloriosa que había tomado el poder en
los aciagos momentos de 1812, y que lo perdía en
los momentos mismos en, que acababa de allanar
las entradas del Río de la Plata con una victoria
memorable, y en que arrojaba desde Salta á Potosí
el ejército invasor de Pezuela, es que de ese mons-
ticia que firmaron Manuel Vicente Maza, Bartolomé Cueto
y el doctor Juan García Cossio.
La voz general atrilsuyó toda la responsabilidad del
proceder y de la sentencia al servilismo primero ; lo que
parece confirmarse por el oficio final del nuevo gobierno,
que dándoles las gracias á los dos últimos los separa de la
Comisión, y pone todo lo pendiente al cargo de aquél.
Y caída de la oligarquía liberal 227
truoso proceso no había resultado un solo cargo
verdadero que fuese desfavorable á su honor, á su
política, ó á su glorioso patriotismo. Cayeron pu-
ros y pobres bajo el peso mismo de su importan-
cia, de su altivez y de sus servicios. Ese solo había
sido su crimen ; esa sola la causa del odio de las
facciones reaccionarias que la arrojaron del poder.
El general Alvear salió con su tierna familia á pe-
regrinar en el destierro en medio de las dificultades
de la más triste situación personal. El que tanto
y tan cumplidamente había servido al suelo de su
nacimiento en los dos años de su influjo; el que
por servirlo había abandonado en España una ca-
rrera segura y lucida en la que contaba con el apo-
yo de su noble padre y de su influyente familia,
era ahora en Buenos Aires el hombre más odiado
y perseguido de cuantos habían figurado en la Re-
volución Argentina. ¿ Y cuál era el que hasta en-
tonces había hecho más que él por ella?... Es de
creerse que su extremada juventud, y que la sufi-
ciencia, la petulancia imprudente de sus manifes-
taciones, la confianza altanera de sus dotes, que él
no sabía disimular, la infatuación natural de su
fortuna y de su posición, tuvieran la parte princi-
pal, por no decir única, en la tremenda impopula-
ridad que se había levantado contra él. Puede eso
justificar su caída en los momentos convulsivos en
que los partidos posponen los intereses de la patria
á la satisfacción de sus pasiones tumultuarias. Pero
si echáramos la vista ahora á las consecuencias in-
mediatas que produjo ese ciego movimiento que
dio en tierra con la oligarquía del 12 de octubre, y
con el jefe que la encabezaba, tendríamos que cu-
228 DICTADURA
brirnos los ojos con las manos ante el doloroso es-
pectáculo que presentaron los negocios públicos.
Nada era que Artigas y la barbarie se hubiesen
adueñado de todo el litoral y que
1814 tuviesen bajo su influjo á San-
Noviembre tafé y á Córdoba, porque eso po-
á día remediarse al fin salvando á
Diciembre la capital. Pero lo que era irre-
mediable, era lo que había acon-
tecido en el PeriJ, Apenas sabida por Pezuela la
sublevación del ejército de Rondeau, había respi-
rado; sus angustias desaparecieron; desprendió
una división de tres mil hombres al mando de Ra-
mírez Orozco sobre la Paz; destrozó á los revolu-
cionarios que ocupaban la ciudad y la provincia;
ahogó en lagos de sangre patriota los gérmenes
generosos que en aquellas desgraciadas provincias
se habían levantado con la esperanza de ser soco-
rridos por el ejército argentino. Fueron fusilados
todos los jefes independientes y con ellos el vir-
tuoso y entusiasta cura Muñecas. El bravo coronel
Castro, contando con que le venían auxilios, des-
cubrió sus propósitos; y al sublevar el cuerpo que
mandaba fué sorprendido, preso y fusilado inme-
diatamente. El jefe realista pasó el Desaguadero,
cayó sobre Puno, y se puso en comunicación con
las fuerzas del virrey de Lima: combinados domi-
naron-la insurrección de Giiamanga y de Arequipa;
sometieron al Cuzco ; y mientras los reaccionarios
de Buenos Aires se daban la gloria de perseguir la
Facción de Alvear, de adular á Artigas para pro-
piciárselo, todo el centro del Perú caía otra vez pos-
trada y escarmentado á los pies del poder colonial
V caída dk la oligarolia liberal 229
para no levantarse más. Quedaba Rondeau. Sí...
Rondeau quedaba preparándonos la vergonzosa de-
rrota de Sipe-Sipe que nos cerró para siempre tam-
bién las entradas de aquellas provincias que de otro
modo jamás habrían dejado de ser argentinas. Ta-
les fueron los melancólicos resultados que dio la
caída de la Asamblea General Constituyente y del
primer Directorio. Sunt lacriniíc rerum...
Sin embargo, los hombres del 15 de abril que
arrebatados por las pasiones políticas que se engen-
draban de suyo en el movimiento convulsivo, ha-
bían echado á tierra un orden de cosas necesario
V adaptado á las exigencias imperiosas del momen-
to, como lo hemos de ver, no se olvidaron, al ver
cumplidos sus deseos y satisfechos sus enojos, de
que eran argentinos, y de que ahora venía á pesar
sobre sus hombros la tarea ardua pero ineludible de
reconstruir el organismo gubernativo en una forma
que k) hiciera capaz de defender la cultura social
contra la invasión de la barbarie, y la indepen-
dencia contra las invasiones del poder colonial. Sin
poderlo evitar tuvieron que entrar desde luego en
la vía que debía llevarlos á la restauración de las
mismas bases orgánicas sobre que habían reposado
las autoridades recientemente derrocadas, para en-
contrar á su paso los mismos problemas, las mis-
mas resistencias, la misma lucha, que decían haber
querido evitar. La Asamblea General Constituyen-
te* había caído; pero no había cómo eludir la nece-
sidad de substituirla con un Congreso General
Constituyente para encontrar los mismos enemigos
que aquélla había combatido. El directorio de Po-
sadas V de Alvear había caído; pero no habla cómo
230 DICTADURA
salvar la necesidad de concentrar otra vez en Bue-
nos Aires el Poder Ejecutivo y toda la actividad
administrativa que demandaba la guerra de la In-
dependencia, en una forma igualmente concentra-
da, en otro Directorio igualmente dotado de facul-
tades bastantes para repeler á la barbarie por un
lado, y á los realistas por el otro. La presunta tira-
nía de Alvear, iba pues á reproducirse por la fuerza
de las cosas en la presunta tiranía de Pueyrredón,
de acuerdo con las pasiones nuevas y con los nue-
vos intereses; y por más que hubiera habido entre
porteños y provincianos la más cordial concordan-
cia en que de allí adelante quedase Buenos Aires
exonerado de ser la capital de las Provincias Uni-
das del Río de la Plata, y de continuar con los sa-
crificios y con las responsabilidades que eso le im-
ponía, no había de tardar mucho el momento en
que los provincianos mismos agrupados y domi-
nantes en el nuevo Congreso instalado en una le-
jana provincia, cambiasen de modo de pensar y
resolviesen que no era posible gobernar el país sino
desde la capital consagrada por la tradición y por
el orden natural de las cosas. El Directorio pri-
mero, el Congreso después, arrastrados así por le-
yes naturales y forzosas, tuvieron que regresar á la
capital histórica á desempeñar el mismo organismo
que habían desempeñado la Asamblea General
Constituyente y los dos directores que habían ejer-
cido el Poder Ejecutivo en el brillante y glorioso
período de 1814. Lo más singular es que á poco
tiempo, y con muy pocas excepciones, volvieron á
la superficie gubernativa los mismos hombres y los
mismos grupos de la época anterior. Verdad es que
Y caída dk la oligarquía liberal 231
el país no contaba con muchos otros que fueran
capaces de desempeñar con prestigio y competen-
cia las elevadas y difíciles funciones de su go-
bierno.
Desde el primer momento en que el pueblo del
15 al 18 de abril resolvió la manera de crear y de
instalar las nuevas autoridades necesarias al orden
público, pudo preverse la tendencia reparadora Cjue
los sucesos iban á tomar espontáneamente, sin c|ue
nadie en particular fuese otra cosa que agente del
conjunto mismo que por instinto buscaba su propia
salvación en ese camino lento hacia el restableci-
miento de la unidad fundamental de la nación.
La inmediata convocación de un Congreso Ge-
neral de las Provincias Unidas del Río de la Plata,
que debía instalarse en Tucumán, resuelta v pro-
clamada por el bando del 18 de abril; de un Con-
greso que debía legislar desde allí como cuerpo so-
berano, y nombrar las autoridades públicas y gu-
bernativas de la nación, no era como podría creerse
una renuncia generosa que hacía Buenos Aires de
la jerarquía que hasta entonces había ocupado, sino
muy al contrario una garantía que la populosa y
rica ciudad se tomaba de que no la gobernarían los
hombres, los influjos, ni los intereses de los de afue-
ra de su recinto urbano. Obrando así, Buenos Ai-
res manifestaba que no quería romper los vínculos
nacionales ; pero declaraba también tácitamente que
no quería continuar siendo el yunque de la nación,
ni la colmena de unas provincias que mal avenidas
con el régimen de agrupación constitucional, echa-
ban á cada instante la suerte del país en funestos
y complicadísimos conflictos, como si estuviese en
232 DICTADURA
SUS manos el poder de violar las leyes de la Natu-
raleza, de la Necesidad y de la Historia, Y entre
tanto, en el instante mismo en que los hombres del
partido triunfante resolvían retraerse á su propio
suelo, descubrían su convicción de que fuera de él
no había en la nación dónde concebir y plantear las
bases indispensables del orden social; y dominados
por esa realidad ordenaban que se formara un Es-
tatuto para el Gobierno general del Estado, y una
Junta de Observación que mantuviese y contro-
lase su cumplimiento contra los avances y las usur-
paciones, ((á que era muy inclinado el Poder Eje-
cutivo, según la experiencia dejada por los hechos
pasados».
CAPITULO Vil
KSFUERZOS DEL ESPÍKITI PÚBLICO CONTRA
LA INMINENTE DISOLUCIÓN DE LOS
VÍNCULOS NACIONALES
Si'.\[ARlO: Desconfianzas y temores de Artigas acerca de
Santafé.— Su protectorado nominal y nulo en la margen
occidental del Paraná. — Hostilidad necesaria entre él y
sus propios aliados. — Federalismo occidental y artiguis-
mo oriental. — Partido santafecino y partido nacionalista
en Santafé. — Disyuntuva inevitable del gobierno de Bue-
nos Aires. — Dos oposiciones. — Evolución de los intereses
de San Martín y de Rondeau. — Cambio radical en el ca-
rácter político y en el poder de los dos directores. — Na-
turaleza é índole moral de las nuevas corporaciones. —
La Junta de Observación. — Revelaciones del Preámbulo
del Esíatuto Provisional. — índole consiguiente de la
Junta de Observación. — Ilusiones del primer momento
acerca de su conveniencia. — Ofuscamiento del Cabildo. —
Anulación teórica del Director Supremo. — El Teto ab-
soluto.--Cuerpo monstruoso de facultades y de atribu-
ciones soberanas.— Acumulación de todos los poderes or-
gánicos.—El sistema electoral. — La definición de la li-
bertad.—Necesidad de un antagonismo virtual entre la
Junta y el Cabildo.— Las dos imprentas.— Los dos pe-
riódicos.^—Nulidad y sujeción servil de los secretarios
del Director á lá voluntad de la Junta.— Propósitos y
confusión de ideas. — Intereses unitarios de las provin-
cias del interior. — índole provincialista de la Junta. --
Situación difícil y divergente del Director, de sus secre-
tarios y del Cabildo ante el veto omnímodo y absoluto
de la Junta.— La Junta y el futuro Director que debía
234 RELACIÓN DEL ESPÍRITU PÚBLICO
elegir el Congreso de Tucumán. — Problema grave. — Ele-
vada prudencia y patriotismo de San Martín, de Belgra-
no y de Güemes. — Influjo moderador de la guerra de la
Independencia sobre e) separatismo de Buenos Aires.—
Situación apremiante, en Sántafé. — Otras tentativas de
negociación con Artigas. — Absurdas é insolentes propo-
siciones.— Informe doloroso de los comisionados porte-
ños.— La intransigencia del caudillo retempla el espí-
ritu público de la capital. — Amenaza de un imperio bár-
baro y guerrero. — Su influjo en la moral de la capital y
de las provincias libres. — Reorganización. — Necesidad de
ocupar á Santafé. — Movimientos del ejército de obser-
vación al mando de Viamonte. — Ajustes previos con el
Cabildo de Santafé. — Oposición de Candioti. — Estado y
opiniones de esta provincia. — Alarmas y precauciones de
Artigas. — Envía sus diputados. — Nulidad de la tentati-.
va.— Abstención caiUelosa de la Junta de Observación.
Desconfiado y asustadizo como son siempre to-
dos los bárbaros, no bien puso sus pies Artigas en
Santafé, cuando advirtió c[ue el estado de la pro-
vincia no le ofrecía seguridad para permanecer en
ella ; y regresando de prisa á las márgenes selvá-
ticas del Uruguay, llevóse su título de Protector,
que bien examinado no era más que un espantajo
nominal debajo del que dominaban por sí mismos,
con toda independencia, los caudillos locales de
cada territorio, ó distrito, sin más vínculos con el
tal Protectorado que el interés de la común resis-
tencia á las tentativas que pudiera hacer Buenos
Aires para sujetarlos al gobierno general de la na-
ción.
En Santafé, como también algo más tarde en
Entrerríos, el espíritu disolvente y de soberanía lo-
cal absoluta no era artiguista, sino santafecino ó
entrcrriano. De modo que el caudillo oriental, in-
CONTRA LA DISOLUCIÓN NACIONAL 235
teresado por un lado en mantener la complicidad
externa de sus propósitos, estaba fatalmente conde-
nado á estrellarse contra sus propios cooperadores
el día que de aliado, ó mejor dicho, que de cóm-
plice quisiese pasar á ser dominador.
Esto es lo que no han visto, ni eran capaces de
ver ciertos panegiristas apasionados y ciegos, que
quisieran levantar la vulgar estatura de un simple
gaucho malo hasta las proporciones colosales de
un monstruo. En Artigas no podía dejar de ve-
rificarse el inexorable axioma de que los gobiernos
irregulares ó incorrectos están fatalmente condena-
dos á exagerar el principio que les sirvió de par-
tida. Exagerándolo al extremo es que esos gobier-
nos se desacreditan y que marchan á su ruina. Ar-
tigas se había levantado invocando la falsa doc-
trina de la soberanía y de la independencia abso-
luta de los territorios parciales contra el gobierno
general necesario á la integridad de las naciones.
Y este principio, adoptado á su vez por las parcia-
lidades que él trataba de reunir en su mano para
dar cohesión y cuerpo al jx)der personal que había
usurpado, debía producir al fin como consecuencia
forzosa la resistencia de esas mismas parcialidades
á esa nueva concentración que era esencialmente
contraria al derecho y á la bandera con que ellas
habían entrado en el movimiento de segregación.
Al dejar á Santafé, Artigas pudo ya prever que
los caudillejos locales cuyo alzamiento había pro-
vocado, aspiraban nada menos que á ser también
soberanos é independientes en sus provincias, y de-
bió presentir que serían sus adversarios el día en
que pretendiese gobernarlos, ó hacerlos servir co-
236 RELACIÓN DEL ESPÍRITU PÚBLICO
mo agentes sumisos de sus intereses personales.
Ahí fué donde comenz/S á marcarse la línea de pro-
funda separación que debía dividir al Federalismo
Occidental del Artiguismo Oriental. Al dejar á
Santafé y atravesar por Entrerríos, Artigas debió
sentir que allí obraba también una causa argentina
en antagonismo necesario con la suya; y que cuan-
do del seno de la primera se levantasen Francisco
Ramírez ó Estanislao López, quedaba decretada su
decadencia y su muerte debajo de los escombros de
la unidad nacional que él mismo había querido de-
rrumbar sobre su cabeza.
Así pues, la situación de Santafé era compleja.
Había un partido particular que sin ser artiguista
era provincialmente santafecino, y que al hacer cau-
sa común con Artigas entendía que aceptaba su
cooperación, mas no su vugo ni el peso directo de
su persona. Pero había también otro partido, que
aunque más circunscrito, se componía de hombres
más respetables y distinguidos dentro del vecinda-
rio urbano, que repudiaban el influjo del caudillo
oriental, y que clamaban por no caer en sus manos
ni en poder de las indiadas ó del gauchaje que
constituían sus fuerzas y sus medios de gobierno.
Sinceramente nacionalista, este partido estaba re-
suelto á proclamar la restitución de la provincia
al seno de las demás, que unidas á la capital bus-
caban lealmente la solución de las dificultades pre-
sentes en las resoluciones del nuevo Congreso Ge-
neral Coñstituvente convocado en la ciudad de Tu-
cumán ; y pedía que el gobierno instalado á la caída
del general Alvear apoyase con algunas tropas, co-
mo éste iba á hacerlo cuando fué derrocado, el mo-
CONTRA LA DISOLUCIÓN NACIONAL 237
vimiento que creía necesario realizar para separar
del gobierno al anciano Candioti, de cuyo ánimo
débil é inconsciente se habían apoderado los sepa-
ratistas para ligar á la provincia por sorpresa con
Artigas. Lo que contenía por lo pronto el propó-
sito de hacer ese movimiento era el fundado temor
de que las indiadas guaycurúes que rodeaban la
ciudad, se alborotaran y se echasen de asalto en el
saqueo con el gauchaje de los alrededores, no me-
nos agreste y bárbaro que ellas. Contra esta terri-
ble amenaza, todos, amigos y enemigos, necesita-
ban el apoyo de las fuerzas regulares de Buenos
Aires, tínico medio eficaz de poner en respeto á los
salvajes, y de asegurar la tranquilidad de los ve-
cinos pacíficos y trabajadores que habitaban los su-
burbios ó la limitadísima campaña en que hacían
pacer sus escasos ganados.
Esta situación interna era causa de que el par-
tido santafecino aliado de Artigas, mirase con mar-
cada desconfianza la actitud del gobierno de Bue-
nos Aires, y de que se mantuviese fuera de su in-
flujo á pesar del cambio de cosas que había tenido
lugar. Pero esa situación era por lo mismo una
amenaza constante de que al menor incidente re-
pitiese Artigas otra irrupción en la margen derecha
del Paraná, y de que interceptase el tínico camino
que Buenos Aires tenía para comunicarse con el
interior, embarazando la remesa de tropas y de
pertrechos con que era menester reforzar las fuer-
zas nacionales de Cuyo y de Jujuy en momentos
en que los realistas de Chile y del- Alto Perií pare-
cían resueltos á operar sobre ellas. La ocupación de
Santafé presentaba, pues, en aquel momento una
238 RELACIÓN DEL ESPÍRITU PÚBLICO
disyuntiva sumamente grave. Abandonarla era re-
nunciar á las relaciones administrativas con las
provincias del oeste y del norte y circunscribirse
á defender la ciudad de Buenos Aires contra mon-
toneros ó realistas, según fuesen los que la ataca-
sen. Ocuparla era reabrir la lucha anterior con to-
dos sus problemas.
Si Artigas conseguía dominar la margen dere-
cha del Paraná, San Martín en Cuyo y Rondeau
en Jujuy quedaban cortados. Sin los recursos de
la capital, ni ellos ni las demás provincias del cen-
tro podían defenderse de los realistas; el Congreso
de Tucumán se hacía imposible ; y día más ó día
menos, no sólo Buenos Aires, sino todo el país
tenía que caer estrangulado entre las garras de la
barbarie. No había remedio : era necesario conse-
guir un ajuste ó una situación que dejase libre los
movimientos del gobierno argentino en sus pro-
vincias interiores, ó sostener resueltamente el par-
tido nacionalista de Santafé antes de que cayese en
manos del caudillo oriental. En este último caso la
lucha era fatal é inevitable.
Curiosa es por cierto la evolución que al influjo
de estas causas se realizaba en el conjunto del par-
tido predominante. Era natural que Rondeau y que
San Martín tuvieran ahora un interés vital en res-
tablecer, y aún en fortalecer más si fuera posible,
la unidad administrativa y política de Buenos Ai-
res con las provincias que ellos gobernaban'. De
esa vinculación dependían los suministros de tro-
pas, de dinero y demás recursos de que necesitaba
el uno para formar su ejército de ¡os Andes, y el
otro para ponerse en marcha sobre el Alto Perú.
' CONTRA LA DISOLUCIÓN NACIONAL 239
Así es que al tener que ligar otra vez sus vínculos
administrativos con Buenos Aires, y al ver que
para ello era indispensable ocupar militarmente á
Santafé, los mismos hombres que habían derro-
cado á la Asamblea y al general Alvear, 'se erícon-
traban dominados al día siguiente por el doble pro-
blema que sus antecesores habían querido resolver,
y tenían que dar testimonio no sólo de su acierto
sino de la injusticia con que los habían combatido.
En esa evolución, que por sí sola prueba la nece-
sidad de los hechos, Buenos Aires comenzaba á
restablecer su natural supremacía por un movimien-
to gradual que poco á poco se extendía á todas las
esferas del gobierno ; y el director suplente xAlvarez-
Thomas se convertía, del mismo modo y como de
suyo, en el verdadero y único Director del Estado,
porque á lo de ser gobernante de elección propia
y local en su poderosa provincia, se juntaba, que
por el hecho solo de tener en sus manos la antigua
capital, con los recursos indispensables á la vida
política y militar de las otras provincias, venían á
pesar sobre él todas las responsabilidades pasadas
y la solución de los mismos problemas económicos
y administrativos de la situación anterior.
Mientras esta evolución se hacía partido en uno
de los grupos del 15 de abril, en los otros grupos
las ideas y las opiniones tomaban diverso giro. Los
contratiempos y los desengaños producidos por las
anomalías y por la anarquía del movimiento revo-
lucionario, habían introducido en los ánimos un
profundo desaliento, con la duda, asaz ¿dolorosa,
de que la capital, abatida y destrozada como estaba
por las facciones comunales, conservase aún bastan-
240 RliLAClÓN DEL ESPÍRITU PÚBLICO
tes fuerzas y energía moral para llevar de frente, y al
mismo tiempo, los dobles azares de la guerra civil
contra los anarquistas litorales, y de la guerra na-
cional contra España. Formáronse sobre esto dos
opiniones destinadas k ir excitándose poco á poco
con aquella exuberancia de pasión que asumen las
divergencias en tiempos agitados. Los unos ante-
ponían á todo los intereses de la nación. Recupe-
rar como provincias argentinas las del Alto Perú,
y guarnecer á Mendoza con un nijmero de tropas
bastante á poner esa frontera al abrigo de toda in-
vasión, y aún de trastornar la cordillera y libertar
á Chile, eran á los ojos de este grupo los deberes
más importantes y substanciales del nuevo gobier-
no. Una vez movidos en este sentido, los hombres
de este grupo se hacían ardorosos sostenedores del
Congreso que iba á instalarse en Tucumán. Ponían
en él todas sus esperanzas, y creían que Buenos
Aires debía acatarlo como el representante y único
depositario de la unidad y de la suerte de la patria.
Si ahora se les hubiera preguntado por qué era en-
tonces que habían combatido y derrocado la Asam-
blea General Constituyente y el Directorio, habrían
tenido que reconocer que habían obrado por pa-
sión, por intereses personales, ó por el fatal influjo
de la anarquía.
La otra fracción pensaba de distinto modo; y
aunque no tan bien inspirada, era más lógica con
las causas y con los fines que habían originado y
consumado el funesto trastorno del 15 de abril.
Para ella era menester tomar serias precauciones
contra el influjo y contra las pretensiones del nuevo
Congreso. No debía consentírsele que restableciera
CONTRA LA DISOLUCIÓN NACIONAL 24 1
la capital en Buenos Aires, ni que viniese á impe-
rar con las mismas facultades reconcentradas con
que las Asambleas anteriores la habían agotado de
hombres y de recursos en servicio de las demás pro-
vincias, que, no obstante eso, no hacían más que
maldecirla y conjurarse para su ruina. Pues que
Buenos Aires, decían, no ha recogido sino ingra-
titud y odio en compensación de sus sacrificios y
esfuerzos por defender la causa común, reduzcámo-
nos á nuestro propio orden provincial ; que los de-
más se entiendan y resuelvan sus conflictos como
puedan, hasta que el desengaño les haga sentir sus
errores y la monstruosa perversidad de sus cau-
dillos.
¿ Entre estas dos tendencias, cuál era la inclina-
ción del director Alvarez-Thomas ? Veamos, para
saberlo, cuál era su situación.
Hay en las corporaciones políticas ó sociales
una índole propia que pertenece, por decirlo así,
al alma del cuerpo mismo tomado en su conjun-
to, y que no sólo se connaturaliza con las ideas de
sus miembros, sino que acaba por imponerles su
genio y por apasionarlos en su servicio.
La Junta de Observación había salido del Cabil-
do abierto del i8 de abril, con un carácter peculiar
que iba á señalarse en la marcha de los sucesos. Ha-
bía sido concebida y erigida en el plebiscito de ese
día, con el fin de que en lo futuro estorbara la con-
centración del poder ejecutivo nacional ; así es que
en el preámbulo con que promulgó el Estatuto,
decía: «La Junta de Observación ha sido encargada
de formar un Estatuto Provisional para el régimen
y gobierno del Estado, que lo precava del escan-
HIST. DE LA REP. ARGENTINA. TOMO V.— 16
242 RELACIÓN DEL ESPÍRITU PÚBLICO
daloso desorden á que le había conducido la im-
propiedad de los anteriores Reglamentos, y que le
ponga á cubierto del criminal abuso que se había
hecho en ellos, en razón de la indiscreta franqueza
que otorgaron á los administradores del sagrado
depósito de los intereses públicos, como lo tiene
demostrado una reciente y dolorosa experiencia...
Deseando corresponder á tan honrosa confianza,
ella está penetrada de la necesidad de reforzar los
eslabones de la cadena que debe ligar los robustos
brazos del despotismo para que no pueda etc., etc.»
Era pues imposible que una corporación creada
por un plebiscito para tales fines, y armada, como
lo vamos á ver, con facultades propias, no se creye-
se con la seria obligación de Observar, es decir,
de Vigilar los procederes de los magistrados, y es-
pecialmente los del Director Supremo y de sus mi-
nistros, que como ella misma .lo indicaba, eran los
que por la naturaleza de sus funciones estaban más
expuestos á pecar. Esta presunta fragilidad era la
que hacía indispensable que se comenzara por re-
machar bien «los eslabones de la cadena á los ro-
bustos brazos)^ del director Alvarez-Thomas, dés-
pota presunto, á quien la Junta de Observación
tenía que vigilar de cerca, para cumplir con el en-
cargo popular que se le había dado. Con esto sólo
se puede ver ya que esta Junta había nacido con
dos propensiones características que debían darle
una individualidad acentuada en el juego de los
intereses políticos y de los sucesos en que necesa-
riamente había de tomar parte. Por un lado era
naturalmente separatista por egoísmo provincial,
y por el otro adversaria del Poder Ejecutivo, por
egoísmo de autoridad.
CONTRA LA DISOLUCIÓN' NACIONAL 243
Lo raro es que en esta concepción primitiva de
la Junta Observadora todos estuvieran conformes
en la idea de que habían encontrado un resorte ma-
ravilloso con que asegurar la libertad y quedar ga-
rantidos de que no se repetirían los abusos y desór-
denes anteriores. Nadie reparó que un estorbo ab-
soluto puesto á los malos procederes del gobierno,
es también un estorbo á los buenos procederes, y
un elemento arbitrario en ambos casos no puede
obrar sino de acuerdo con el parecer personal de
los que manejan sus resortes.
El que más ciego anduvo en la creación de esta
Junta y de sus atribuciones, fué el Cabildo. No
comprendió que faltando un orden superior, pro-
vincial ó nacional, levantaba sobre su propia ca-
beza, con poder absoluto y convencional, otra cor-
poración municipal, cualquiera que fuese su forma
externa ; y que á causa de darle las facultades ex-
tensas de una autoridad soberana, tendría que con-
vertirse en un rival suyo, y ser un tropiezo insu-
perable en todo lo concerniente al gobierno inte-
rior, á la recíproca relación de los poderes públicos,
de las medidas de urgencia, y aún de los actos di-
plomáticos que en aquel momento suscitaban la
alarma y las desconfianzas de los partidos.
En cuanto al Director, claro es que amarrados
«sus robustos brazos por los fuertes eslabones de
la cadena que habían de contener sus instintos des-
póticos» quedaba anulado, ya fuese por el veto ab-
soluto, ya por la venia de la Junta que debía ob-
servarlo. En el primer caso no podía gobernar; en
el segundo no era- más que una expresión pasiva
de las id^as v de las resoluciones de un Comité,
244 RELACIÓN DEL ESPÍRITU PÚBLICO
que resolvía y gobernaba en secreto sin debate pú-
blico y sin vínculos con la opinión. Por muy mo-
derados y sensatos que fueran sus miembros, era
imposible que no sobrevinieran choques, no sólo
de opiniones, sino de responsabilidades, que era
lo más grave y lo más difícil de transigir.
En los primeros días de la conmoción del 15 de
abril de 1815, muy inferior por cierto en inspira-
ciones y propósitos á la del 8 de octubre de 181 2,
nada de eso se tuvo presente; y como la Junta de
Observación, que podríamos llamar más bien Con-
sejo de Veto, no tenía pauta alguna para desem-
peñar su cometido, se incurrió todavía en el mons-
truosísimo error de hacinar entre sus facultades,
estas otras: formar un Estatuto del Estado, san-
cionarlo, promulgarlo y mantenerlo en vigencia;
es decir, hacer una Constitución, declararla por 51
y ante sí ley orgánica del Estado, otorgarla, ha-
cerla cumplir como Poder Legislativo, <(y comple-
mentarla por Reglamentos Provisionales para los
objetos necesarios y urgentes» ( i ) . Que el Esta-
tuto y sus resoluciones fueran provisionales, era una
circunstancia que no alteraba el fondo de sus in-
compatibilidades ; porque en lo provisional era pre-
cisamente en lo que reposaba todo el gobierno con
todas las dificultades del momento y con las solu-
ciones del porvenir. Todo estorbo absoluto ó veto
puesto en un orden gubernativo, provisional ó ab-
soluto, á los malos procederes de una autoridad,
es también estorbo de los buenos procederes, según
(i) Estatuto ProTtMcial de mayo de 7á'/5. Sección 2.".
artículo dnico.
CONTRA LA DISOLUCIÓN NACIONAL 245
sea la opinión particular de los que la ejercen, por-
que fuera del régimen electoral permanente y del
debate parlamentario no hay orden público libre
ni control posible de los actos gubernativos que no
sea absolutismo contra absolutismo.
Entre tanto, el plebiscito del i8 de abril había
creado la Junta de Observación para controlar y vi-
gilar al Poder Ejecutivo como su nombre lo dice
y como ella misma lo repetía en su exposición de
motivos. Pero como no existían reglas positivas
para el cumplimiento y ejercicio de este cometido,
el mismo plebiscito en que fueron electos los cinco
miembros de la Junta, los autorizó, como acaba-
mos de decir, para formar y otorgar la Constitu-
ción provisional del Estado sin autorización ni
anuencia de las demás provincias que lo compo-
nían. La Junta entró en esta obra convencidísima
de su autoridad soberana dentro de la provincia de
Buenos Aires, y de la necesidad de que su obra
fuese propuesta como simple proyecto á la libre
aceptación de las otras provincias de la Unión. Im-
buida en esta idea fraguó de prisa una de las Cons-
tituciones más extensas y completas que se hayan
producido en el curso de nuestros ensayos; que si
bien contiene errores garrafales, consignó también
algunos principios y detalles administrativos que
es lástima que no se hayan mantenido en lo suce-
sivo. En la altura de autoridad con que ella se con-
sideró, la Junta de Observación extendió su come-
tido á dar la organización y los procederes con que
debían ser electos los miembros del Congreso Na-
cional, los directores supremos del Estado, los mi-
nistros de su despacho, los gobernadores de pro-
2J\.b RELACIÓN DEL ESPÍRITU PÚBLICO
vincia, los Tribunales de Justicia, los Cabildos, y
demás funcionarios públicos. Dio las bases todas
de la ley de ciudadanía, de la ley de habeas corpus
ó seguridad individual, de la organización del
Ejército, de la Armada y de las milicias ; de la li-
bertad de imprenta, y hasta de lo que concernía á
la religión del Estado, á los derechos naturales, y
á todo el orden público y constitucional por fin.
De todo este fárrago de resoluciones generales
y mandatos de detalle llevados á lo ínfimo (pues
todo se quiso prever y fijar) copiado sin origina-
lidad, y extractado á la ligera de textos más ó me-
nos conocidos, y en especial de las exposiciones de
la Constitución inglesa de Delolme, nada podía
tener aplicación, sino dos disposiciones: i.', lo
concerniente al poder controlador de la Junta so-
bre el Director actual y local de Buenos Aires ;
y 2.^, el proceder á seguir en la elección de los di-
putados que habían de formar el Congreso de Tu-
cumán. Lo primero era de graves consecuencias;
porque como antes hemos observado, ese Director,
suplente en el orden nacional era permanente en
el orden provincial, y por consiguiente verdadero
y Supremo Director á causa de la importancia su-
prema de la ciudad y de la provincia que gober-
naba. De modo que al someterlo á su veto abso-
luto, la Junta de Observación supeditaba también
los intereses y la vida pública de las demás pro-
vincias al Concejo silencioso de sus cinco miem-
bros que se había metido en el bolsillo las llaves
del Erario y de los negocios generales. Lo segun-
do, la elección é instalación del Congreso General
en Tucumán, podía no ser del agrado de la Junta
CONTRA LA DISOLUCIÓN NACIONAL 247
y del grupo provincialista que pensaba como ella,
pero era cosa irremediable dejar á las provincias
que aceptasen el método que se les proponía ó que
adoptasen el que mejor quisiesen, porque como eso
provenía del plebiscito de abril que formaba la base
de todo el nuevo orden de cosas, no podía ser con-
trariado; y contaba además, en el seno mismo de
Buenos Aires, con el decidido y fuerte apoyo del
partido nacionalista, con el poderoso influjo que la
familia del general San Martín ejercía en el Ca-
bildo, y con los compromisos personales que el di-
rector Alvarez-Thomas había tomado en ese asun-
to, previendo ó no previendo las consecuencias pró-
ximas á desarrollarse.
Bastaría fijarse un momento en la idea que el
Estatuto se hacía de lo que es la libertad, para ver
que sus autores no tenían ni siquiera la más ele-
mental noción de su verdadera y única naturaleza.
((Es la facultad, decían, de obrar cada uno á su ar-
bitrio^ (sicj siempre que no viole las leyes, ni dañe
los derechos de otro». De modo que dado ese acuer-
do con las leyes, tan libres eran los siábditos de
Fernando VII, ó del zar de Rusia, ó del rey de Ña-
póles, como los del rey de Inglaterra, ó como los
ciudadanos de los Estados Unidos de iVmérica (2).
No se les había alcanzado lo más sencillo de la
materia, á saber, (cque la libertad consiste en las
(2) Y como prueba véase el art. 2°, del cap. II: uTodo
hombre deberá respetar el culto público y la Religión Santa
del Estado: la infracción de este artículo será mirada como
una violación de las Leyes Fundamentales del país». ] Na-
da menos! Crimen por consiguiente de alta traición. ¿Qué
distancia había de esto al Santo Oficio?
240 RELACIÓN DEL ESPÍRITU PÚBLICO
LEYES LIBRES», es dccir en el poder electoral y en
el poder parlamentario. Verdad es que en cuanto á
esto último, por sencillo que sea, estamos vergon-
zosamente atrasados todavía.
Por lo que hace á la ciudadanía, aunque con al-
guna confusión, el Estatuto adelantaba las bases
del registro cívico y del valor substancial del censo
como fundamento del orden electoral, tanto en lo
relativo al sufragio popular, ó mejor dicho veci-
nal, cuanto en lo perteneciente á los miembros del
Congreso, á los magistrados. Cabildos y otros je-
fes de los ramos administrativos. Lo singular es
que con una reserva manifiesta, para lo futuro, y
pensando ya quizás en alguna oposición ó nega-
tiva á los actos del Congreso de Tucumán, la Junta
se abstenía de decir cómo había de ser electo el Di-
rector Supremo ó jefe del Poder Ejecutivo, y lo
dejaba á los reglamentos que se proponía dar des-
pués «para asegurar el libre consentimiento de las
provincias, y la más exacta conformidad á Iqs de-
rechos de todas ellas».
Entre. las novedades dignas de llamar la aten-
ción como un síntoma político del tiempo más que
por su propio valor, debe contarse la estrafalaria
ocurrencia, que fué quizás una fundada intuición,
de suponer un antagonismo necesario y genial en-
tre ella misma y el Cabildo: antagonismo que real-
mente debía provocarse en el desarrollo de los su-
cesos, y ordenar en consecuencia que el Cabildo
comprase una imprenta, que diese en ella un pe-
riódico semanal con el título de Censor, porque al
Cabildo le correspondía censurar, en calidad de
agente vecinal, todo lo quf encontrase censurable
CONTRA LA DISOLUCIÓN" NACIONAL 249
en el gobierno; y para que la censura fuese apre-
ciable por el público, la Junta tendría también su
periódico semanal con el título de Gaceta en que
discutiría y defendería los actos y medidas censu-
radas. En el fondo, ésta no era sino una ridicula
novedad, aunque bien intencionada manera de su-
plir el debate piíblico parlamentario que carecía de
organismo y de procederes en el extenso Estatuto
de 1816. Y si insistimos en estos detalles, es sólo
por poner en parangón ese régimen bastardo, sa-
lido del pueblo y de la insubordinación militar,
con el régimen orgánico en cuyo seno había bri-
llado con sus leves, con sus victorias y con su sa-
biduría la Asamblea General Constituyente de 1813
á 1814.
El poder que la Junta de Observación se reser-
vaba por el Estatuto sobre los secretarios del Di-
rector era no sólo absoluto, sino inaudito. En pri-
mer lugar "limitaba su carácter y sus funciones á
las de meros subalternos)) (cap. III, art. 2.°) y los
declaraba amovibles ((cuando la Junta de Obser-
vación lo exigiese», no sólo á ellos sino también <(á
los oficiales de dichas secretarías» (cap. III, ar-
tículo 4."). Esta cláusula era á la vez que una reac-
ción contra el carácter verdaderamente ministerial
y gubernativo que habían tenido los ministros en
el Directorio de Posadas y de Alvear, una absurda
confusión de la amovilidad de los ministerios par-
lamentarios al influjo de las mayorías en el régi-
men inglés; pero que colocada aquí en la manera
arbitraria que se le daba, independientemente del
debate y de la opinión pública, era un instrumento
de despotismo y de mal gobierno monstruosísimo
al último grado.
250 RELACIÓN DEL ESPÍRITU PÚBLICO
De acuerdo con la índole separatista que le ve-
nía de su origen, la Junta de Observación dejaba
'á las provincias el pleno derecho de que sus pro-
pios electores eligiesen el gobernador de cada una
de ellas. Pero lo inconcebible era que les dictaba
el régimen de que habían de servirse para esa elec-
ción, y hasta el número de los electoras con que
la habían de hacer (cap. V). Al desentenderse de
la elección de los gobernadores de provincia, la
Junta no entendía hacer un acto de obsecuencia ó
de cordialidad en favor de las otras provincias, co-
mo podría creerse, sino que obedecía al mismo fin
con que el Cabildo abierto del 18 de abril había se-
parado de la capital la instalación del Congreso Ge-
neral y relegádola de muy buena voluntad á la
ciudad de Tucumán. Del mismo modo la antigua
capital les dejaba ahora á las provincias que hicie-
ran sus gobernadores como quisieran, á trueque de
retraerse ella también á su propio régimen pro-
vincial, como dueña en absoluto de sus actos y de
lo que quisiera ó no hacer por los demás miembros
de la nación, que sin sus recursos y sin su ayuda
nada podrían conseguir sino hundirse en la bar-
barie local ó en la nulidad. Equivocar esta tenden-
cia huraña, propia de todas las sociedades embrio-
narias, de todas las naciones inorgánicas, con los
principios del régimen federal, es ignorar que este
régimen tiene por base esencialísima y vital la uni-
dad nacional concentrada, y que la autonomía que
él admite no es política, sino meramente adminis-
trativa y municipal.
San Martín en Cuyo, Rondeau en las fronteras
del Alto Perú, Güemes en Salta, estaban demasía-
CONTRA LA DISOLUCIÓN NACIONAL 25 I
do interesados en continuar participando de las uti-
lidades y beneficios de su asociación con Buenos
Aires, para que consintieran esta disolución repen-
tina de las bases orgánicas tradicionales: y quien
dice Cuyo, dice Mendoaa, San Juan y San Luis;
como quien dice Salta, dice Santiago. Tucumán,
CataíYiarca y Rio ja, dice todo el cuerpo de las pro-
vincias interiores, inclusa la de Córdoba, que no
podía tener personalidad propia para permanecer
en las veleidades artiguistas que había querido lu-
cir en momento harto efímero. Así pues, San Mar-
tín y Güemes rechazaron el Estatuto, porque no
existiendo un orden nacional que pudiera privar-
los de la autoridad local que ejercían por el voto
y por la adhesión de las provincias que goberna-
ban, nada les importaba que el Estatuto les acor-
dase lo que ya tenían y lo que el Estatuto no les
podía quitar. Pero lo que sí les importaba y mu-
cho, era que Buenos Aires se quisiese retraer (de-
jándolos colgados como vulgarmente se dice) con
reservas contrarias á la autoridad general, abso-
luta y unitaria del próximo Congreso, que debía
restablecer y reatar vigorosamente los vínculos de
la INTEGRIDAD NACIONAL y TERRITORIAL del CUerpO
social, en servicio aunque más no fuese, de la causa
de la independencia, harto comprometida por el
desquiciamiento mismo que ellos acababan de fa-
vorecer. Y es cosa digna de notarse que todos es-
tos accidentes unitarios y reconcentrantes del mo-
vimiento político argentino han procedido siempre,
y sin excepción, de los influjos y tendencias de las
provincias interiores y de sus hombres, siendo ellas
y ellos los que no obstante ser eso evidente, han
252 RELACIÓN DEL ESPÍRITU PÚBLICO
acusado á Buenos Aires de ser quien los ha pro-
movido y fomentado. Verdad es que casi siempre
ha faltado altura y nobleza para concebir y respe-
tar las exigencias fundamentales del organismo na-
cional, y que lo que ha prevalecido en los vaivenes
de la marcha revolucionaria es un sentimiento se-
creto de conquista y de usurpaciones, que produce
reacciones más ó menos rápidas, que deja sin solu-
ción definitiva los problemas esenciales, y que al
fin de cada período irregular torna las cosas y las
cuestiones á su primitivo estado de insubsistencia.
Nada era más natural en el estado dé los espí-
ritus que la enojosa situación producida en el áni-
mo del Director, de sus secretarios y del Cabildo,
por la promulgación otorgada del Estatuto, y por
la infatuación autoritaria que la Junta de Observa-
ción sacaba con razón y verdad de los términos
mismos con que el plebiscito la había erigido é im-
puéstole las responsabilidades y condiciones de su
autoridad. Las opiniones comenzaron á diverger
entre los tres poderes que tenían la situación en
sus manos ; y á medida que el Director y el Ca-
bildo se inclinaban gradual y espontáneamente al
orden de los intereses nacionales, si no por opi-
nión, por resentimiento y por el natural deseo de
emancipar su autoridad de la opresión, y nulidad
á que se pretendía reducirla, más ofendida tam-
bién la Junta con el rechazo que había sufrido de
parte de los jefes que imperaban en las provincias,
procuraba seguir en su sistema de precauciones y
de reservas locales contra las autoridades y resolu-
ciones que pudieran venirle del Congreso. Lo que
la Junta de Observación y su partido temían sobre
CONTRA LA DISOLUCIÓN NACIONAL 253
todo era la elección del Director Supremo y per-
manente que pudiera hacer el Congreso de Tucu-
mán ; y lo temían porque en efecto era lo más gra-
ve, desde que fuese á prevalecer el mal deseo de
conquistar á Buenos Aires y de someterlo á ele-
mentos externos y medios de gobierno que se te-
nían por hostiles y por humillantes. Y de cierto
que si no hubiera sido la suma cordura con que
San Martín, Belgrano y Güemes influyeron en la
elección de Pueyrredón, las cosas hubieran tomado
el camino fatal de una guerra irremediable y trá-
gica entre Buenos Aires y las provincias reunidas
en el Congreso de Tucumán.
Todo estaba preparado para eso, como lo he-
mos de ver : los ocho ó diez mil cívicos de la ciu-
dad, y los partidos que en ella se agitaban.
Por lo pronto esta situación se iba diseñando
sin estar todavía producida de un modo abierto.
Pero el sentimiento público y el de los miembros
de la Junta misma tenía en mucha cuenta las ne-
cesidades de la guerra de la Independencia. Esa
era la causa que ante todo apasionaba á la capital ;
la que á la vez que daba su fuerza real á la auto-
ridad del director Alvarez-Thomas, imponía á la
Junta la necesaria prudencia de no contrariar abier-
tamente lo que apoyaba San Martín desde Cuyo,
y el partido y los parientes de San Martín en el
Cabildo. El pueblo flotaba todavía, sin conciencia
hecha, entre el sentimiento local y el patriotismo
nacional. No estaba aun bien advertido de lo que
pasaba ó de lo que se preparaba en los secretos de
la política oficial.
Las primeras divergencias entre el Director y
254 RKLACIÓN DEL ESPÍRITU PÚBLICO
la Junta provinieron de la necesidad de formar en
Mendoza el fuerte ejército de los Andes y de la
situación de Santafé. En cuanto á lo primero la
Junta no consentía de buena gana en sacar de Bue-
nos Aires las tropas que la guarnecían para todo
evento. Entre tanto, eso era indispensable según
las exigencias del general San Martín, como lo era
tanibién hacer una leva ó reclutamiento general de
2,500 á 3,000 hombres, en cuyo reparto á Buenos
Aires le tocaba contribuir además con ochocientos
reclutas (3). La Junta de Observación intentó in-
tervenir en esto, pero la decisión del Cabildo y del
Director, ayudados por la opinión pública, contu-
vieron su tentativa.
En cuanto á Santafé, el gobierno estaba tam-
bién resuelto á tomar la delantera para ocuparlo y
disputarle á Artigas á todo trance la posesión de
ese terreno indispensable al comercio de la capital
con las provincias del Oeste y del Norte, y más in-
dispensable todavía para el envío y tránsito de per-
trechos, reclutas, armas, municiones, vestuario, y,
en fin, todo cuanto era necesario para habilitar los
dos ejércitos que se quería poner en acción.
Ese es un principio fatal, objetaban los unos,
que sacará á Buenos Aires de la prescindencia en
que se ha colocado, para envolverlo de nuevo en las
pendencias de las demás provincias. Dejemos á los
santafecinos que acepten si les conviene el yugo de
(3) Buenos Aires, 800; Córdoba. 400; Mendoza, 300;
San Luis, 200; San Juan, 200; Santafé, 150; Salta, 150:
Tucumán, 200; Rioja, 150; Catamarca, 200; Santiago, 200.
Los contingentes de Salta, Tucumán, Rioja, Catamarca y
Santiago formaron el número i.° ó Cazadores de los Andes.
CONTRA LA DISOLUCIÓX NACIONAL 255
Artigas, ó que lo repelen si no les conviene. Es
que no se trata de eso, contestaban los otros, sino
de poner en defensa á Buenos Aires contra las ten-
tativas de ese bárbaro que es el que nos ataca en
nuestro propio territorio sin dejarnos descanso. No
lo vamos á buscar, sino á tomar el límite indispen-
sable para contenerlo y defender á nuestros amigos
de esa y de las demás provincias.
Delante de estas observaciones y del temor efec-
tivo que los hombres del gobierno tenían de provo-
car tan pronto las iras de Artigas, ocupando á San-
tafé, que este caudillo miraba ya indudablemente
como la base de su dominación futura en las már-
genes occidentales del Paraná, trataron de ensayar,
antes de romper, si enviándole una nueva comisión
de paz podría obtenerse que desistiera de conturbar
las provincias argentinas á trueque de quedar due-
ño reconocido, absoluto, independiente y soberano
en el territorio oriental. El gobierno nombró para
llenar ese encargo al coronel don Blas José de Pico
y al presbítero don Bruno de Rivarola.
Artigas recibió á los comisionados con las for-
mas de cordialidad hipócrita y
18 1 5 socarrona que le eran habituales.
Junio i; Les dio grandes esperanzas to-
mando las cosas en general. Pe-
ro, como paso previo para tratar de lo presente,
volvió sobre lo pasado; y sin ningún motivo prác-
tico ó útil, nada más que por pura terquedad, exi-
gió que los comisionados declarasen que en los
sucesos del Miguelete en abril de 1813, la razón y
el derecho habían estado de su parte, y la falta y el
delito de parte de la Junta provincial que le había
256 RHLACIÓX DKL ESPÍRITU PÚBLICO
desobedecido y de la Asamblea General Consti-
tuyente que había rechazado los poderes que él ha-
bía dado á los diputados (4).
Prescindamos de este rasgo tan peculiar de su
carácter que llevó después hasta el delirio de pre-
ferir la pérdida de su país y la suya misma, antes
que reconocer sus errores, y veamos lo que exigió
en seguida. Por el primer artículo Buenos Aires
debía reconocer que sus relaciones políticas con
todas las demás provincias argentinas eran las de
una simple alianza. ((Cada provincia (decía) tiene
igual dignidad é iguales privilegios y derechos, y
cada una renunciará al proyecto de subyugar á otra.
Su pacto con las demás es el de una alianza ofen-
siva y defensiva».
¡ Muy bien ! Pero es que tratándose de él y del
yugo con que había subyugado á Corrientes y En-
trerríos, del que quería extender á Santafé y á Cór-
doba, este principio, que algunos toman candida-
mente como base federal, cambiaba radicalmente ;
y no sólo se convertía en unitario, sino en dictato-
rial, en personalísimo y en bárbaro; pues en el ar-
tículo 13 exigía que se declarase que ((quedaban
bajo el protectorado y dirección del Jefe de los
Orientales hasta que quisiesen separarse (¿cómo?)
las provincias de Corrientes, Entrerríos, Santafé y
Córdoba» ; á las cuales no alcanzaba, como se ve,
la igualdad de privilegios y de dignidad que esta-
blecía el artículo i .°, sino que debían permanecer
en tutelaje y especialmente retenidas bajo la férula
del feroz y cínico caudillo que las tenía conquista-
(4) Véase el vol. IV, pág. 406 y sigfuientes.
CONTRA LA DISOLUCIÓN NACIONAL 257
das. Para mayor demasía reclamaba además que
se le entregasen tres batallones de orientales, que
no habían querido servir á sus órdenes (5), el ar-
mamento y la escuadrilla tomadas por Alvear en
Montevideo, una indemnización de 200 mil pesos
fuertes, instrumentos de labranza para los pobla-
dores de la campaña oriental, fusiles á Santafé y á
Córdoba con otro ctímulo de exigencias de puro
capricho que sólo podrían enunciarse para dar á
conocer la insolencia estúpida de este bandolero,
que no habría estado un mes en el país si Buenos
Aires mismo no lo hubiera salvado destruyendo el
poder de la Asamblea y del general Alvear.
En la imposibilidad de tratar sobre bases como
éstas, que en resumidas cuentas equivalían á san-
cionar y consumar el espantoso desquiciamiento en
que se hallaba el país, y la destrucción completa de
la integridad nacional, entregada así al arrebato
y al salteo, ya realizado, de dos provincias argen-
tinas, y con amenaza de conquistar otras dos por
los mismos medios de barbarie y de vandalismo que
se había echado sobre las dos primeras, los comi-
sionados adujeron las observaciones del caso , y pre-
sentaron otras bases, bastante humildes y tímidas
en verdad, en que reiteraban el reconocimiento de
la absoluta independencia del Estado Oriental, re-
nunciaban á toda indemnización por los gastos de
escuadras y ejércitos empleados en emancipar ese
estado, reducían al 4 por 100 los impuestos del trá-
fico recíproco, y se acordaba todavía que las pro-
vincias de Entrerríos y Corrientes, ocupadas por
(s) Véase el vol. IV, pág. 332.
HIST. DE LA REP. ARGENTINA. TOMO V. — 17
25tS RELACIÓN DEL ESPÍRITU PÚBLICO
las bandas de Artigas, quedasen en libertad de re-
solver por sí mismas lo que más les conviniese.
;, Cuál fué el resultado?
((Todos nuestros esfuerzos para inspirar senti-
mientos de paz, dijeron los comisionados en el in-
forme que pasaron al gobierno, no han tenido otra
respuesta sino que no hay esperanzas de concilia-
ción. Tan triste es, excelentísimo señor, el resul-
tado de la negociación que Vuestra Excelencia qui-
so confiar á nuestro celo. Verhalmente hemos ins-
truido á Vuestra Excelencia de otros pormenores
(¡cómo serían ellos!) y de todo nos queda el sen-
timiento de no haber podido^ dar á nuestra patria
sino nuestros buenos deseos». He aquí otra de las
glorias, otro de los beneficios honrosos que nos
produjo la revuelta que dio en tierra con el gobier-
no y con la Asamblea de 1814. Si providencial-
mente no hubiéramos tenido á San Martín en Cuyo
y á Güemes, el heroico Güemes, en Salta, las pro-
vincias del Río de la Plata hubieran sucumbido
sin remedio en la reacción colonial y en la barbarie
á la vez.
La conducta intransigente y feroz de Artigas
retempló la energía del movimiento del espíritu
público. La desesperación misma en que ella puso
los ánimos sirvió de poderoso estímulo para que se
acentuase en la política una tendencia latente, y
bien recibida por la opinión, á reconstruir con ma-
yor vigor si era posible los vínculos de la nacio-
nalidad que un momento antes habían amenazado
desatarse. Se echó mano otra vez de la diplomacia,
ó más bien dicho se le dejó obrar con libertad para
que contuviese y anonadase á los enemigos exte-
CONTRA LA DISOLUCIÓN NACIONAL 259
riores que amenazaban la independencia, y á los
interiores que amenazaban el orden social. Las pro-
vincias cultas y libres de la derecha del Paraná se
agruparon con Buenos Aires resueltas á levantar
y consolidar un orden de cosas nuevo, que por su
composición y por sus medios fuese capaz de res-
taurar la confianza de la nación y la claridad de los
propósitos que debían salvarla. Avergonzados de
su error, los hombres mismos que habían contado
con la buena fe, con la sensatez, y aun con el egoís-
mo racional de Artigas, tuvieron que convencerse
de que era un enemigo brutal, intransigente y ma-
niático, de todo orden constituido; de que estaba
cegado, ((dementatus)), y de que en la loca empre-
sa de conquistar una á una las provincias argenti-
nas y de hacer tabla rasa en ellas, trataba de cam-
biar las bases orgánicas de la integridad nacional
por la erección de un imperio bárbaro y guerrero,
visión desastrosa que tenía intoxicada la fantasía
histérica de este ser indómito, y que en sus horas
de delirio era la consumación y el modelo de lo
que él entendía por gobierno y por orden público.
Advertidos ya de esto, sin que quedase hombre
ni partido que no se hubiese rendido á esta verdad,
no había cómo poner en duda la conveniencia de
ocupar cuanto antes á Santafé ; y al ponerlo en eje-
cución el director Alvarez-Thomas, ó más bien di-
cho su secretario el doctor don Gregorio Tagle,
que era la mano política y directora del gobierno,
sabía bien, que contrariaba los pareceres secretos
y el amor propio de la Junta de Observación ; pero
sabía también que tenía de su lado los intereses
políticos y las ideas dominantes exasperadas por
26o RELACIÓN DEL ESPÍRITU PÚBLICO
el proceder hostil del caudillo oriental. Decidido
pues á obrar, el gobierno envió algunos batallones
y grupos de reclutas al plantel de ejército que el
general San Martín organizaba en Cuyo, y reforzó
el cuerpo de observación que mandaba el general
Viamonte en la frontera advirtiéndole que estuviera
pronto á marchar á primera orden.
La causa de esta prevención era un acuerdo re-
servado que Alvarez-Thomas había negociado con
el Cabildo de Santafé, cuyos miembros principales
eran nacionalistas y enemigos decididos de Arti-
gas. Alvarez-Thomas había sido teniente gober-
nador de Santafé en el año de 1811, nombrado por
la Junta Gubernativa. En el desempeño de este
puesto se había hecho estimar mucho por su bon-
dad y por su amable conducta con los vecinos,
cuadrando con esto que en 1815, los miembros más
influyentes del Cabildo fuesen sus amigos parti-
culares. La negociación se fundaba en que siendo
ya por el Estatuto de propia elección el gobernador
y el régimen interno de cada provincia, no había
motivo de incompatibilidad ó resentimientos entre
Santafé y Buenos Aires, sino razones muy pode-
rosas de unión contra las amenazas opresoras de
Artigas y contra las invasiones de las hordas de
indios que él azuzaba.
En ese concepto, Alvarez-Thomas había ofre-
cido enviar tropas que protege-
1815 rían los establecimientos de cam-
Junio 24 paña contra los indios y la au-
tonomía administrativa de la pro-
vincia contra Artigas, con tal que Santafé resistiese
las pretensiones de este caudillo, que enviase sus
CONTRA LA DISOLUCIÓN' NACIONAL 201
diputados al Congreso de Tucumán, y que entre-
gase el contingente de 170 hombres que le corres-
pondía en el reparto del reclutamiento general. A
todo eso estaba perfectamente dispuesto el partido
municipal ; y Alvarez-Thomas, con el interés de no
provocar un cambio violento, le pasó una comuni-
cación al gobernador Candioti con fecha 24 de ju-
lio advirtiéndole que le era de todo punto indis-
pensable cruzar las miras atentatorias con que Ar-
tigas pretendía ocupar á Santafé, y que con este
motivo se encargaría también de proteger la cam-
paña con absoluta prescindencia del orden interno
en todo lo que no concerniese á estos dos objetos.
Estas promesas fueron muy bien aceptadas por los
propietarios de la ciudad y de la campaña, intere-
sados en garantir y salvar sus bienes ; pero la plebe
y los pilludos sin oficio ni beneficio, que pululaban
en la holgazanería al favor de los hábitos viciosos
y desordenados que tenían su teatro en las taber-
nas ó pulperías, y sus relaciones entre la numerosa
y miserable canalla de las calles y de la región sel-
vática de los suburbios, no estaban bien dispuestos
á recibir esa visita oficial de tropas militarmente
regladas. Verdad es que por lo pronto no se les sin-
tió síntoma alguno de resistencia ó de agitación
contradictoria. Pero el gobernador Candioti, ó más
bien dicho su amigo y director don Elias Galisteo
(pues Candioti estaba ya agonizando), contestó con
fecha 28 de julio oponiéndose á la entrada de las
tropas de Buenos Aires y diciendo : ((Si á pesar de
esto Vuestra Excelencia nos quiere dar trabajos
practicando su Suprema determinación, yo con la
mayor entereza y religiosidad correspondiente, no
2b2 RELACIÓN DEL ESPÍRITU PÚBLICO
respondo de sus funestos resultados, ni aseguro de
alimentos para esas tropas, ni de la conducta que
pueden tener estos moradores».
Por supuesto que Artigas no ignoraba nada de
esto, pero comprendía que la situación de Santafé
no le ofrecía ninguna seguridad para transportarse
á ella con sus medios de acción y con su persona.
El sabía que el partido separatista era santafecino,
pero no artiguista : que en Santafé los gauchos y
naturales santafecinos podían luchar contra Buenos
Aires al favor de las vastas y desiertas pampas del
sur y de los montes del norte y del oeste ; pero que
en este terreno él y los suyos no tenían acción pro-
pia, porque si se ponían k montonerear serían me-
ros instrumentos auxiliares de los caudillos santa-
fecinos, y si se paraban delante de las tropas de
Buenos Aires, ni por el número, ni por la calidad
podían contender contra ellas. Además de esto, co-
mo no estaba bien interiorizado de los propósitos
de San Martín y de Rondeau, ó más bien dicho,
del ejército que éste mandaba, pues la autoridad de
Rondeau era allí un cociente de ceros. Artigas te-
mía que si él se comprometía en Santafé, se des-
prendieran algunas divisiones de las que Alvarez-
Thomas estaba enviando á Cuyo y á Jujuy, que
cayendo á tiempo en combinación con Viamonte y
con el partido burgués de Santafé, lo pusieran en
serios peligros. Algo de esto estaba ajustado según
parece entre el Director y San Martín por lo me-
nos; y de ahí la decisión del gobierno y del Cabildo
de Buenos Aires para lanzarse á Santafé con tanta
confianza, aunque con un número de tropas bas-
tante diminuto para el objeto.
CONTRA LA DISOLUCIÓN NACIONAL 263
Temeroso, pues, de presentarse en Santafé co-
mo protector del gobernador Candioti y de los se-
paratistas, Artigas prefirió ver si ganaba tiempo
iniciando ahora una tregua de plazo indefinido, y
mandó comisionados con los que á nada se pudo
arribar (6) y que se retiraron protestando por par-
te de su caudillo que se mantendría en paz si no lo
buscaban, á lo que les contestó el Director que él
no lo buscaría, porque sobrentendía que operar so-
bre Santafé no era buscarlo, como no lo era en
efecto.
La Junta de Observación se mantenía entre tan-
to cautelosamente á distancia de los actos políticos
del Director, contando con los malos resultados que
preveía por su mismo espíritu de oposición, y re-
servándose hacer sentir su autoridad cuando se pro-
dujeran y le dieran razón.
(6) Miguel Barreiro, José A. Cabrera. Pascvial Andi-
no y José García Cossio.
CAPITULO VIH
OCrPACIÓX DE SANTAFÉ. — DESASTRE DE SIPE-SII'E
Sumario; Reorganización militar. — Ocupación de Santafé.
— Medidas del general Viamonte. — Sus instrucciones.—
Disidencias locales. — Los partidos de la provincia. -
Muerte del gobernador Candioti. — Conflicto entre la Jun-
ta Electoral y el Cabildo.— Conducta del general Via-
monte.— .A.narquía y tumultos populares. — índole polí-
tica de los partidos. — Artigas. — Situación. — Reincorpora-
ción "de Santafé á la comunidad nacional. — Sofismas se-
• parañstas y nacionalismos insinceros. — La derrota de
■ Sipe-Sipe. — Disminución y marcha de las guarniciones
de la capital y de Santafé. — Situación miserable del ejér-
cito del .AlUo Perú. -Anarquía. — Indisciplina é insubor-
dinación.— Nulidad vergonzosa de Rondeau. — Bandos y
partidos. — El coronel Forest. — El coronel Pagóla. — Des-
orden y desbarajuste en las marchas y campamentos. —
Riñas y atentados de unos cuerpos contra otros. — Inepcia
administrativa y militar del general en jefe. — Descalabro
del Tejar.— Acción feliz del Puesto. — Deserción de Que-
mes.— Su vindicación. — Retirada estratégica del ejército
realista.— Marchas indecisas y fluctuantes de Rondeau.—
Campamento en Chayanta. — Desastre de Ventaimedia.-
Retirada desde Chayanta hacia Cochabamba. — El coro-
nel Arenales. — Incidentes vergonzosos de la marcha. -
Desquiciamiento total del ejército.— Derrota desastrosa
de Sipe-Sipe (Viluma). — Opinión de los jefes enemigos
sobre la ineptitud de Rondeau.— Opiniones del general
argentino don José María, Paz.— Mérito literario de sus
Memorias Postumas.— .^cútná de Quemes.- Las conse-
cuencias.
A los cuatro meses del trastorno de abril, Bue-
nos Aires había consec^uido reorganizar algunos
DESASTRE DE SIPK-SIPE 265
elementos militares, en fuerza suficiente al menos
para defender la ciudad. Podía contar con cinco ó
seis mil cívicos aguerridos, resto de los antiguos
tercios que habían guerreado en 1807 contra los in-
gleses, y que en el curso de la revolución, de las
asonadas y de los conflictos internos, se habían ha-
bituado á la vida de las armas. El precioso Ejército
de la Capital organizado por Alvear, se había di-
suelto en el desorden anterior. Pero se había tra-
bajado con empeño en reunir algunos de sus cuer-
jx)s, y se contaba ya con cinco batallones además
de la división de mil setecientos hombres que al
mando del general Viamonte se hallaban en el
Arroyo del Medio pronta á entrar en Santafé.
Con todo esto, el nuevo gobierno podía mirar
como asegurada su base de operaciones ; y aunque
tuviera la desgracia de sufrir algún descalabro leja-
no, la capital, que era el centro de los recursos, es-
taba completamente salva de que las hordas lito-
rales intentasen atacarla. Se podía ir, pues, con
confianza á disputarles la provincia de Santafé,
para abrir y mantener expedito el tránsito al inte-
rior, sobre todo á Mendoza y á Jujuy, que era don-
de pendían los sucesos más importantes á la causa
de la independencia.
Avanzado va el mes de agosto se dio orden al
general Viamonte que ocupase de
1815 improviso á Santafé. En el acto
Agosto 25 puso en marcha la caballería, com-
puesta de 200 dragones y de 300
milicianos; embarcó en San Nicolás los infantes;
y el 25 de agosto por la mañana desembarcó en
Santafé con no poca sorpresa de los antiporteños,
266 OCUPACIÓN DE SANTAFÉ
aunque con grande júbilo de los nacionalistas y de
los propietarios territoriales, que contaron al mo-
mento con ser protegidos contra las invasiones de
las indiadas y del gauchaje con que los caudillejos
entrerrianos de la parcialidad de Artigas los tenían
hostigados.
La primera medida del general Viamonte fué
guarnecer la frontera, desde Añapiré hasta Irion-
do, asegurando así todo el departamento de Co-
ronda con algunas leguas del norte y noroeste ( i ) ;
y para hacer más rápidos y efectivos los resultados
de esta medida levantó y organizó militarmente otro
pequeño escuadrón de dragones santafecinos que
puso á las órdenes del capitán Estanislao López,
joven campesino y oriundo de la misma provincia,
muy enemigo por entonces de los artiguistas, pero
taimado y ambicioso, que logró poco después ha-
cerse ep ella caudillo vitalicio y absoluto por más
de treinta años.
El gobierno de Buenos Aires le había dado ins-
trucciones al general Viamonte de
1815 que procurase ponerse en íntima
Agosto 28 confianza y concordancia con el
á gobernador Candioti ; que no to-
Septiembre 3 mase la más ligera participación
en la administración ni en la po-
lítica provincial, y que se limitase estrictamente á
repeler á los indios y á los salteadores artiguistas
que pretendieran operar con ellos en la margen de-
recha del Paraná. Pero por una de esas coinciden-
cias fatales que no pueden preverse, Candioti mu-
(i) A-puntes de Iriondo, pág. 24.
Y DKSASTRE DE SIPE-SIPE 267
rió el 28 de agosto, y se produjo con esto un mo-
vimiento electoral que en aquellos momentos, v en
el estado de los ánimos, tenía que convertirse en un
trastorno tumultuario que no podía dejar de sacar
á la superficie las pasiones y las incompatibilidades
propias de la ambición personal y del desquicia-
miento en que el país se hallaba desde abril.
La discordia entre los partidos locales había
comenzado á pronunciarse en julio , y por consi-
guiente mucho antes que el general Viamonte hu-
biese entrado en Santafé. Entonces era cuando el
gobernador Candioti, sintiéndose gravemente en-
fermo, había nombrado de su propia autoridad go-
bernador suplente interino á don Pedro Larrachea,
pasando por encima de la Junta Electoral ó Repre-
sentativa de quien había recibido .su carácter pú-
blico. Esta Junta reclamó de la nueva delegación
sosteniendo que á ella era á quien correspondía la
designación del suplente, por lo mismo que le co-
rrespondía la del titular, en razón de que sus po-
deres electorales no caducaban sino con el período
legal.
Armóse con esto una contienda que hubo de ser
grave. Mas, como la Junta se componía de enemi-
gos del partido artiguista que obraba detrás de la
persona de Candioti, se limitó á protestar diciendo:
«que cerciorada de que se tramaba una conjuración
contra ella cuyos autores descubiertos por el mis-
mo gobernador habían quedado impunes, declara-
ba que á fin de no exponer la salud y el orden pú-
blico ponía en suspenso sus poderes ultrajados».
A lo que el gobernador había contestado que así
que se restableciera les daría una completa satis-
268 OCUPACIÓN DE SAXTAFÉ
facción. El Cabildo y el vecindario estaban, pues,
profundamente divididos y apasionados, cuando
acaeció la muerte de Candioti el 28 de agosto. El
gobierno local continuaba ocupado por Larrachea
como delegado de Candioti y como alcalde de pri-
mer voto, lo cual era mirado por sus adversarios
como una triple ilegalidad, i °, porque no había
sido nombrado por la Junta Electoral; 2.°, porque
acumulaba y despachaba dos cargos incompatibles;
3.°, porque el influjo personal que estos dos empleos
le daban, para mover en provecho suyo los ele-
mentos oficiales, era atentatorio á la libertad elec-
toral de que debía gozar el partido contrario.
. Pero cuando murió Candioti, esperanzada la
Junta Electoral y el partido que la seguía en que
el general Viamonte apoyaría la justicia de su de-
recho, se decidió á romper el retiro forzado ó pru-
dente en que antes se había puesto, y se dirigió en
el acto al dicho general diciéndole que se ponían
bajo su protección para ejercer sus derechos elec-
torales ; que el Ayuntamiento y el gobernador in-
truso Larrachea pretendían desconocerlos y que
ellos en consecuencia de esos mismos poderes ha-
bían elegido por gobernador intendente de la pro-
vincia al ciudadano don Juan Francisco Tarrago-
na. Al mismo tiempo que la Junta Electoral, se di-
rigían también al general V^iamonte, el Ayunta-
miento y el delegado, tratando de simples indivi-
duos á los de la Junta en razón de haber fenecido
sus poderes con la elección de Candioti, y de que
por estos y por otros antecedentes correspondía al
Cabildo tomar la gobernación hasta que electa otra
Junta Electoral fuese ella quien designase el nuevo
gobernador titular.
Y DKSASTRE DK SirK-SIPE 269
La Junta que se daba por dueña del poder elec-
toral se componía por entero de nacionalistas sin-
ceros ó no, que deseaban ante todo reanudar de
una manera sólida los vínculos de la provincia con
el gobierno de Buenos Aires. Pero esto era causa
de que en el Cabildo, salvo dos miembros, se hu-
biera formado una mayoría de separatistas que sin
ser devotos sinceros de Artigas, estaban dispues-
tos á aceptar el auxilio de sus fuerzas antes que so-
meterse al partido contrario. Artigas les ofrecía la
licencia y la anarquía ; el orden nacional era la su-
misión á la ley común y á los procederes orgánicos
de la administración regular. Llevaban la voz en-
tre los nacionalistas el padre fray Hilario Torres,
'((santafecino ilustrado y metido en política, en la
que había hecho papel en Buenos Aires desde el
principio de la Revolución de Mayo; don Juan
Francisco Tarragona, el alguacil de vara perpetua
don Manuel Troncoso, don Antonio Echagüe, don
Isidro Cabal, todos santafecinos de lo más distin-
guido y acaudalado del vecindario, y don Jorge
Zamborain)), comerciante rico, hijo de Buenos Ai-
res, á quien hemos visto figurar al lado de Liniers
en el desgraciado encuentro de los Corrales (2).
Ambas facciones, que á no estar allí el general
Viamonte se habrían ido á las manos, tal era el en-
cono con que se miraban, creyeron que este gene-
ral debía prestar el apoyo de sus fuerzas á lo que
cada una de ellas miraba como su más sagrado de-
recho. Pero el general, procediendo con la prudente
moderación de su carácter, se negó á oir esas re-
(2) Vol. II, pág. 106.
27(1 OCUPACIÓN DE SANTAFÉ
clamaciones, pues no por haber reconocido (les
contestó) las autoridades que había encontrado es-
tablecidas, había contraído el compromiso ó la obli-
gación de entrar á intervenir en sus discordias. ((De
mi parte, no tengo inclinación á nada que no sea
la libertad de este pueblo; y me será altamente ofen-
sivo que se trate de hacer creer que yo pueda mez-
clarme en particulares cuestiones. He contestado
al Cabildo, y repito á Vuestra Señoría que yo no
he venido á establecer en Santafé un gobierno. Mis
hechos no traspasarán los límites á que mi comi-
sión se dirige... Estos son los principios muy pre-
cisos á que el Excelentísimo Director del Estado
ha circunscrito mi comisión... Jamás daré ocasión
á que se diga de mí lo que del jefe de los orienta-
les... No es á mí á quien corresponde analizar ó
resolver cuáles sean las facultades de la Junta ó del
Cabildo».
Viendo ambos bandos que no podían poner de
su lado la fuerza del general Viamonte, grupos ar-
mados comenzaron á reunirse el i." de septiembre
en la plaza y en las arquerías altas y bajas del Ca-
bildo con la evidente intención de apoderarse de
las Casas Consistoriales y de irse á las manos.
Mientras los unos se amurallaban en los salones
del Ayuntamiento dispuestos á defenderse, los otros
se apoderaron de la torre y ((comenzaron á tocar á
rebato con la campana y á dar gritos de alarma di-
ciendo que todo lo que se hacía por dentro era
nulo... de manera que esto habría terminado en
muchas desgracias si Viamonte no viene con toda
su tropa á contener al pueblo y hacerlo retirar de
la plaza después de haber desarmado y arrestado
Y DESASTRE DE SIPE-SIPE 27 1
á Troncoso (3)», que era en aquel momento el ca-
becilla de los nacionalistas.
Aunque incompleta y capciosa, esta versión del
cronista separatista tiene algo de cierto. Lo que
había sucedido era que al verse amenazados y con
peligro de sus vidas, los cabildantes se habían di-
rigido al general Viamonte en nombre de la comu-
nidad, diciéndole : ((El pueblo pide á Vuestra Seño-
ría tenga la dignación de llegarse á esta Sala Ca-
pitular á presidir en consorcio del Ayuntamiento
su libre votación, suplicando igualmente se sirva
traer alguna fuerza para contener cualquiera aten-
tado que pudiera ocurrir». Junto con esta misiva
urgentísima se agolpaban á la casa del general gran
número de grupos de los dos partidos pidiéndole
lo mismo; y aunque vacilara por lo pronto si con-
descendería ó no, comprendió desde luego que su
deber era estorbar con su presencia que ocu-
rriera una catástrofe, sin salir por ello de la línea
estricta en que se había mantenido. El resultado
fué satisfactorio. Desarmados los grupos y cabeci-
llas más exaltados, se trató de conciliar los intere-
ses; y se convino en que por medio de un bando
se citase á la parte sana del pueblo, para que el
día I ." de septiembre ocurriese á las puertas del Ca-
bildo á determinar las condiciones en que debía
quedar la provincia de Santafé, y elegir en conse-
cuencia el ciudadano que debía gobernarla.
I^os separatistas conocían bien que entre el ve-
cindario sano, es decir, entre los propietarios y ve-
cinos distinguidos, se hallaban en una evidente m¡-
(^3) Apuntes de Irtóndo, pág. 23.
272 OCUPACIÓN DE SANTAFÉ
noria ; y para ganar la elección hicieron venir de
la frontera á los soldados y oficiales de blanden-
gues, con multitud de gauchos, que por sus con-
diciones civiles no tenían en aquel momento dere-
cho de votar. Poco hubiera sido esto mismo, si no
se hubiesen dirigido también á Artigas y á sus
tenientes en Entrerríos pidiéndoles con urgencia
auxilios contra Viamonte, que por lo mismo que
garantía el orden era el grande obstáculo al des-
quiciamiento que buscaban. Casi todas estas co-
municaciones cayeron en manos del general, y con
ellas á la vista se dirigió al Cabildo diciéndole:
((Debe Vuestra Señoría quedar en la inteligencia
de que sin faltar yo á los principios que he decla-
rado no he de tolerar tampoco las especies de vio-
lencias que se tratan de cometer con este pueblo,
máxime cuando ellas se dirigen directamente á in-
troducir un plan hostil de que tengo en mi poder
documentos».
Con esto se armó un nuevo alboroto que hizo
necesario aplazar la reunión para el día 2 de sep-
tiembre. Pero convencidos ya los separatistas de
que no podían suplantar con la violencia y con el
fraude el proceder regular con que debía tener lu-
gar el acto, abandonaron su empeño; y reunidos
en cabildo abierto los miembros moderados de la
Corporación con el vecindario, se resolvió que mien-
tras Santafé no fuese erigido en provincia como
debía serlo muy pronto, se conservase en su carác-
ter de tenencia y se procediese á la elección de un
teniente gobernador, que fué hecha inmediatamen-
te, recayendo por mayoría de votos en don Juan
Francisco Tarragona. Quedó, pues, imperando el
Y DESASTRE DE SIPE-SIPE 273
partido nacionalista, que por el hecho mismo de
ser urbano estaba en una grande inferioridad de
número y de fuerza bruta con respecto al paisanaje
y á las clases bajas del pueblo, que por su misma
ignorancia y abyectas condiciones eran natural-
mente anarquistas y dadas al desorden social como
sucede siempre aún en las naciones más cultas.
El nuevo Ayuntamiento se dirigió con fecha 4
de septiembre al Director Supremo (de Buenos Ai-
res), y dándole cuenta de lo ocurrido, le decía :
«La experiencia es la que constantemente muestra
á los pueblos el camino de fijar la opinión pública
abjurando el error, y el desastre que por sorpresa
ó causas forzosas llega alguna vez á prevalecer, co-
mo sucedió en esta ciudad el 2¡ de marzo que las
tropas de Artigas entraron en ella, ha producido en
este ilustre Ayuntamiento el saludable fruto de una
convicción sincera para restituirse á la protección
de la capital».
A la vista de estos hechos, fácil es ver cuánto
abusan de la mentira los que todavía con pasiones
rezagadas y preñadas de gérmenes dañinos, pre-
tenden sostener la estúpida teoría' de que en la Re-
pública Argentina haya habido una causa provin-
cial contra Buenos Aires, ni gérmenes de sincera
libertad contra la supuesta tiranía de la capital. Lo
que ha contribuido á esa falsa y chocante ilusión
es precisamente el desorden interno que removien-
do el furor de los partidos dentro de cada provin-
cia, ha hecho que ya unos, ya otros, alternativa-
mente llamándose hoy nacionalistas, separatistas
mañana, unitarios ó federales, sin ser en el fondo
nada de eso verdaderamente, ni tener el menor in-
HIST. DE LA KF.P. ARGENTINA. TOMO V— 18
2 74 OCUPACIÓN DE SAXTAFÉ
teres efectivo en tal ó cual teoría, en este ó en aquel
sistema, han tratado de cohonestar en cada vaivén
el interés propio del momento, acudiendo al víncu-
lo nacional — ó al desconocimiento de las autorida-
des generales — cuando les ha convenido esto ó
aquello, y levantando una falsa bandera que en
épocas determinadas ha pasado de las manos de
unos á las manos de otros. De los caudillos pro-
vinciales no hay que hablar, pues siendo el interés
supremo de cada uno de ellos hacerse absoluto y
soberano en su provincia, es claro que eran virtual
y naturalmente separatistas (pero no federales) por
antagonismo fundamental contra todo orden de go-
bierno y administración colocado en una esfera su-
perior á la que ellos ocupaban.
Después de estos sucesos podía contarse con
que el territorio y la ciudad de Santafé estaban per-
fectamente asegurados bajo la obediencia del go-
bierno nacional. Por su número y p>or su calidad,
la guarnición de que disponía el general Viamonte
era suficiente para impedir no sólo que los anar-
quistas interiores alzasen montoneras, sino que los
caudillejos de Entrerríos ó el mismo Artigas se atre-
viesen á pasar el Paraná. En los seis meses subsi-
guientes á la ocupación, la campaña de esa provin-
cia que quedaba dentro de las fronteras y al abrigo
de los fortines guarnecidos por las tropas de Bue-
nos Aires, gozó de una tranquilidad que hasta en-
tonces no había conocido. Las indiadas fueron no
sólo contenidas sino escarmentadas y alejadas, vol-
viendo á poblarse las estancias y á fomentarse sus
riquezas naturales.
Considerando el gobierno que una vez ocupada
V DESASTRE DE SIPE-SIPE 273
y tranquila la provincia, era innecesaria tanta guar-
nición, dispuso que cuatrocientos hombres de ella
marchasen inmediatamente á engrosar las fuerzas
con que el general San Martín preparaba en Men-
doza el Ejército de los Andes y su famosa campaña
sobre Chile. Poco habría importado la separación
de esta fuerza, si no hubiese sido que en los lílti-
mos días de octubre se -recibiera una nueva y pe-
rentoria orden de entregar cuatrocientos hombres
más al coronel don Domingo French que con un
cuerpo de tropas algo mayor había salido de la ca-
pital y pasaba á toda prisa en dirección al Perií
como si algo de siniestro estuviera pasando por
allá.
En efecto, el país entero estaba lleno de rumo-
res sobre el estado lamentable de indisciplina y de
desorden en que iba ese desgraciado ejército al en-
trar en las provincias del Alto Perú. Y á fe que ha-
bía razón de sobra para temer un terrible descala-
bro, si hemos de atenernos á las revelaciones pos-
tumas del general don José María Paz, el cual era
entonces uno de los oficiales, aunque subalterno,
dotado de mayores talentos y competencia para
emitir un juicio acertado y verídico acerca de lo
que veía en derredor suyo. «¿ Se creerá, dice él, que
el ejército que después de la incorporación de las
tropas últimamente venidas de Buenos Aires debía
contar con más de cinco mil hombres, apenas pa-
saba entonces de tres mil?...» Una deserción es-
pantosa, tanto en el camino de Buenos Aires como
en el ejército mismo, lo había reducido á ese nú-
mero. Y es preciso decir que si esa deserción fué
á menos y no acabó por una disolución, fué debido
276 OCUPACIÓN DE SANTAFÉ
á los jefes de cuerpo, que cada uno en el suyo tomó
medidas más ó menos enérgicas. El general en jefe
parecía un ente pasivo y casi indiferente á lo que
pasaba á su alrededor : no se le vio una sola provi-
dencia salvadora, un rasgo que denotase un espí-
ritu superior, ni un relámpago de genio... (4). El
ejército se hallaba en una relajación escandalosa
que contaminaba todas sus clases... (5). He de-
jado escapar casi á pesar mío las palabras relaja-
ción escandalosa y una vez dichas preciso es que
compruebe su exactitud (6).
El señor Paz da en seguida detalles vergonzo-
sos para el general en jefe y para muchos otros je-
fes, exceptuando sólo de la cínica corrupción que
reinaba impune y desvergonzadamente entre ellos,
al mayor general don Francisco A. de Cruz, á los
coroneles Rodríguez y Diego Balcarce, á los co-
mandantes Celestino Vidal y Felipe Heredia, cu-
yas costumbres dice que eran irreprochables.
Desde que llegó el general Rondeau (agrega el
mismo escritor) en substitución del general San
Martín, todo comenzó á resentirse de la flojedad de
su carácter, y la disciplina, más que nada, empezó
á relajarse... (7). Los jefes que habían hecho el
movimiento de diciembre para rechazar al general
Alvear y mantener á Rondeau en el mando, creían
y propalaban con razón que el general en jefe les
debía su autoridad, y que de consiguiente era in-
ferior á ellos. Los que tenían un carácter díscolo ó
(4) Memorias, vol. I, pág. 203.
(5) Pág. 202.
(6) Id., id.
(7) Pág. 183.
Y DESASTRE DE SIPE-SIPE 277
insubordinado ejercían en sus cuerpos un mando
casi independiente... Todog los ramos de la admi-v
nistración se resentían de los vicios inherentes á un
estado de cosas semejante, de modo que el ejér-
cito parecía encaminarse á su disolución... El co-
ronel Forest hacía gala de insultar y de mofarse
del general en jefe ; fusilaba de su cuenta y contra
la voluntad de éste, sin que se hiciera algo para
contenerlo; y contestaba á las órdenes que recibía
con tales denuestos que el ayudante don Julián Paz,
hermano del escritor, tuvo que contestarle: «El se-
ñor coronel obedecerá ó no, pero yo no soy órgano
para llevar esas contestaciones» (8). Al hablar
así (dice el general Paz) declaro que ni entonces
ni después he tenido motivo alguno de enemistad
con el general Rondeau, antes le era sinceramente
afecto, y me mortificaban las críticas y el despre-
cio de que lo colmaban. Los apodos con que lo de-
signaban muestran la especie de sentimientos que
predominaban en la mayor parte con respecto á
él : los unos le llamaban José Bueno, y otros, como
el coronel Forest, le llamaban siempre Mami-
ta... (9). Yo no escribo como poeta para cantar
glorias disimulando defectos y encomiando haza-
ñas... sino para hacer conocer los sucesos que he
presenciado presentándolos en su verdadero punto
de vista y con la verdad severa de mis opiniones y
de mis recuerdos (10).
La mesa diaria de Rondeau era una escena con-
tinua y f)ermanente de chacota y de chanzas vul-
(8) Pág. 194.
(9) Pág- 210.
(10) Pág, 210 y 211.
2"/ 8 OCUPACIÓN DE SAXTAFÉ
gares. Se discutía teología, se hablaba de todo,
pero sólo mirándolo por el lado que podía hacer
reir y ser materia de burlas ( 1 1 ) .
Y esto era poco todavía si se vuelve la vista á
lo que pasaba entre los cuerpos del ejército y al
modo como se hacían las marchas. En ellas «estalló
con mayor violencia que nunca la discordia entre
los jefes. El ejército estaba dividido en dos bandos :
el uno sostenía al general en jefe; el otro le hacía
la oposición. El coronel Forest estaba á la cabeza
de ésta y se creía que lo apoyaba la mayor parte de
los jefes de cuerpo ; el coronel Pagóla estaba á la
cabeza del partido que apoyaba al general. Ambos
eran los que' sostenían la lucha más escandalosa,
haciendo que sus cuerpos, que eran los más impor-
tantes, participasen de sus sentimientos hostiles.
Siempre campaban á distancia, y tomaban entre sí
las precauciones acostumbradas entre dos cuerpos
enemigos. Fué notorio que en algunas ocasiones
colocaron guardias avanzadas para observarse mu-
tuamente: se aseguró como cosa admitida que él
número i.°, que mandaba Forest, tenía habitual-
mente sus armas cargadas recelando una sorpresa
de parte del niímero 9 que mandaba Pagóla, y éste
á su vez se precaucionaba del mismo modo. Todo
provenía de que los unos temían urr movimiento
revolucionario contra el general en jefe, mientras
los otros, un golpe de autoridad que estaban dis-
puestos á resistir á todo trance. Entre tanto, la con-
ducta de Forest con respecto al general era escan-
dalosa : no pasaba hora del día sin que le lanzase
(11) Tág. 219.
Y DESASTRE DE SIPE-SIPE 279
censuras amargas, dicterios é insultos; y lejos de
precaucionarse buscaba él mismo oyentes de todas
graduaciones para hacer más pública su insolen-
cia : ya se comprende cómo cumpliría las órdenes
que se le daban» (12).
En las marchas y campamentos de los cuerpos
prevalecía el mismo desorden, la misma anarquía.
Al tener que andar por las estrechas gargantas de
las montañas de que el país está todo erizado, los
cuerpos trataban de ganarse la delantera contra las
órdenes de marcha dadas por el cuartel general,
para ocupar primero unos que otros, y con mayor
comodidad, los limitados valles en que habían de
acampar. La falta de administración y de regula-
ridad en cuanto á víveres era completa. En su inep-
titud para dar regularidad á ese importantísimo
ramo, la provisión de cada cuerpo estaba encomen-
dada á su propio jefe. Este impartía órdenes, des-
tacaba partidas, y mandaba hacer la distribución
como le parecía durante la marcha... ; y sucedía fre-
cuentemente que mientras un cuerpo estaba en la
abundancia otro no tenía que comer. Entre todos
los jefes se distinguía por su solicitud el coronel
Forest, lo que hacía que su regimiento estuviese
siempre mejor provisto que los demás. Hubo vez
que el número i .° tenía una gruesa tropa de reses
y los demás regimientos no tenían ninguna. Una
vez, al pasar por delante del número 12 le enlaza-
ron una vaca : lo que visto por el coronel Forest
que estaba inmediato, hizo tocar llamada, formar
la tropa, cargar las armas y disp>onerse á batir al
(12) Pág. 268.
28ü (OCUPACIÓN DE SANTAFÉ
número 12. En un arranque de cólera tomó él mis-
mo un fusil y lo disparó sobre los cazadores : pudo
haber allí un combate y una horrible desgracia: se
evitó por la prudencia de los jefes del número 12,
compuesto todo de cochabambinos al mando del
entonces coronel Arenales. Otras veces, llevando
un cuerpo la vanguardia de la marcha, el mismo
jefe mencionado hizo madrugar en silencio y sin
diana el suyo y desfiló de su propia orden adelan-
tándose en el camino al otro á quien correspondía
ese orden de marcha, provocando con esto la có-
lera de los postergados y autorizando á sus solda-
dos no sólo á que los burlaran con gritos y denues-
tos, sino á que les arrojaran piedras desde la al-
tura en que ascendían (13).
Estos hechos de cuya verdad no puede dudarse
dada la autoridad moral del testigo que los ase-
vera, nos dan una idea bien exacta por cierto del
espíritu apático, irresoluto é hipocritón que for-
maba el único rasgo acentuado del mediocre gene-
ral que llevaba envuelta en su nulidad la suerte del
ejército argentino, y que marchaba por el camino
que le había abierto el enemigo, sin saber adonde,
sin plan, sin objetivo, y lo que es peor, sin ser ca-
paz de ejercer el mando nominal y ridículo con
que se adornaba. Después de semejantes anteceden-
tes no hay para qué entrar en más detalles sobre
aquella funesta campaña, ni sobre el desastre final
del ejército en la trágica batalla de Sipe-Sipe (14)»
en donde el general dio pruebas de mayor inepti-
(13) Pág. 238 y 239.
(14) Con este nombre se conoce en nuestra historia.
Los realistas la llamaron de Vihima.
Y DESASTRE DE SIPE-SIPE 28 1
tud todavía, y los jefes, de mayor é inconcebible
anarquía.
La campaña, según lo dice el general Paz, hom-
bre hábil y consumado en el arte
1815 de la guerra, use abrió sin com-
Febrero lo binación, sin plan, y casi podría
decir sin discernimiento». Y á la
verdad que el casi está de más aquí, porque una
campaña emprendida sin plan ni combinaciones es-
tratégicas, tenía que haber sido emprendida sin dis-
cernimiento. En algunos de los encuentros parcia-
les que precedieron á la entrada del ejército argen-
tino en la Quebrada de Humahuaca pudo ya cono-
cerse lo siniestro de los resultados. En una descu-
bierta que trató de hacer el coronel Rodríguez has-
ta el Tejar, fué sorprendido, destruida toda su fuer-
za, y hecho él también prisionero, por las desacer-
tadas medidas con que hizo la excursión. Afortu-
nadamente para este jefe, se obtuvo canjearlo y
reincorporarlo al servicio.
Una vez acentuada la marcha, el mayor gene-
ral Cruz consiguió á su vez sor-
181 5 prender al destacamento realista
Abril 14 que vigilaba el camino desde el
Puesto del Marqués, y obtuvo un
triunfo que según el general Paz puso en mayor
evidencia la falta de disciplina y de subordinación
de los jefes y de la tropa (15), sin que pudiera
culparse de nada á aquel general que era sin duda
alguna el hombre de mayor mérito y de más valer
en todo aquel ejército; ((poseía buenos talentos y
(15) Fág. 205.
282
OCUPACIÓN DE SAXTAFÉ
bastante capacidad, dice Paz hablando de él ; ha-
bía desempeñado el mismo puesto de mayor gene-
ral con el general San Martín, y después continuó
siempre en él con el general Belgrano. Con todos
se condujo pasivamente, sin embargo de que las
épocas, las circunstancias, los genios, los caracte-
res, los principios, eran distintos. Me es pues in-
dispensable suponerle una elasticidad de carácter
que se acomodaba á todas las variaciones. Esto lo
hacía vivir tranquilamente, pero nunca le dio in-
fluencia ni popularidad en el ejército. Tampoco ex-
citaba los celos, y tenía la habilidad de hacerse ol-
vidar cuando se agitaba la ambición y otras pa-
siones» (i6).
Llegando al Puesto del Marqués se supo que el
enemigo tenía en este punto una gruesa avanzada
en observación del camino. El mayor general Cruz
tomó la dirección de la vanguardia y sorprendió
completamente al enemigo. Pero fué tal el desor-
den, la algazara y el tumulto con que la tropa efec-
tuó esta sorpresa, que el señor Paz, actor en ese
encuentro, dice con una cruda severidad: «Más de
mil hombres de caballería golpeándose la boca y
dando terribles alaridos, se lanzaron sobre trescien-
tos y tantos enemigos sorprendidos y apenas des-
piertos : la victoria no era difícil, pero la carnicería
fué bárbara y horrorosa... Nunca he visto, ni es-
pero ver un cuadro más chocante ni una borrachera
más completa que la que siguió al triunfo. Los sol-
dados desconocían y amenazaban á sus mismos je-
fes, sin que éstos se atrevieran á darse por enten-
dió) Tomo I, pág. 202.
Y DESASTRE DE SIPE-SIPE 283
didos» (i7)' Tiene razón el general Paz, nunca se
había visto antes semejante cosa ; y por fortuna
nunca se volvió á repetir en los encuentros de la
guerra de la Indep-endencia.
AHÍ fué donde el comandante don Martín Giie-
mes desapareció del ejército volviéndose á Salta con
la división de esa provincia que mandaba. «El co-
mandante Güemes (dice el general Paz) cuyo es-
píritu inquieto y cuyas aspiraciones empezaban á
manifestarse, no podía estar contento en el ejér-
cito, y sus gauchos no eran una tropa adecuada
para la campaña del Perú ; regresó, pues, con su
división desde el Puesto del Marqués, y apenas
llegó á Jujuy se quitó la máscara y se declaró in-
dependiente. El primer acto que cometió fué echar-
se sobre el parque de reserva del ejército y apode-
rarse de 500 fusiles. Para esto no tenía ningún pre-
texto, pues ocupando nuestro ejército las provin-
cias de Potosí y de Chuquisaca nada tenía la de
Salta que temer de los enemigos». Precisamente en
esto es en lo que está equivocado el ilustre escritor.
Sincerando ese acto suyo, Güemes le escribía á su
suegro don Dionisio Puche, que la suerte del ejér-
cito iba á ser fatal ; que el desorden y la anarquía
lo devoraban y que no pasarían muchos meses sin
que los enemigos diesen cuenta de él, y marchasen
sobre sus ruinas hasta Salta. Con esta previsión,
agregaba él, había creído deber suyo sacar íntegros
sus soldados, hacerse con armas, y evitar así que
los futuros contratiempos sorprendiesen una pro-
vincia como la suya puesta en la picjuera del ene-
(17) Tomo I, pág. 208.
284 OCUPACIÓN DE SANTAFÉ
migo, descuidada y desarmada. Rondeau era para
Güemes la ineptitud y la estupidez en persona : es-
taba resuelto á no obedecerlo, y á conducirse por
sí mismo en la defensa de Salta, si no se volvía á
dar el mando del ejército al general San Martín ó
al general Belgrano, que eran los únicos hombres
capaces de reorganizarlo. Güemes conocía y des-
preciaba á Rondeau desde que en 1813 había es-
tado á sus órdenes en el sitio de Montevideo. Ha-
bía sido testigo allí del motín escandaloso perpe-
trado el 10 de febrero de 18 13 por Rondeau en
complicidad con Artigas (18). Además de esto, la
autoridad que Rondeau ejercía ahora tenía por base
una usurpación perpetrada á mano armada en la
noche del 7 de diciembre en Jujuy contra la auto-
ridad nacional. Y si lo uno justificaba lo otro, no
debe desconocerse tampoco que aquellos que vio-
lan las leyes y las reglas fundamentales de la or-
ganización social, son más criminales por la des-
moralización que provocan que por el hecho mismo
que cometen. Rondeau sufría, pues, en 1816 las
consecuencias inevitables de hechos que sólo por
una benévola atenuación pudiéramos llamar erro-
res.
Incoherente nos parece también la observación
que de paso hace el general Paz en aquello de que
((Güemes y sus gauchos no eran una tropa ade-
cuada para la campaña del Perú». Dejando para
después hacer notar que de otro modo muy dis-
tinto pensaba el general San Martín, le contesta-
(18) Véase la causa en la pág. 24 de este vol., y en la
referencia á la 346 del vol. IV.
Y DESASTRE DE SIPE-SIPE 285
riamos al señor Paz con sus propios asertos. Si
como es de una verdad notoria, y lo dice él mismo,
el ejército de Rondeau era una masa informe de
desórdenes y de indisciplina, parece que por el mis-
mo disfavor que echa sobre Güemes y sus gauchos,
era allí, en esa triste campaña donde debieron ha-
ber tenido su terreno más adecuado. Entre tanto,
el severo general no hace de ellos la más ligera in-
dicación entre los díscolos, los ladrones, los per-
turbadores de quienes habla hasta con nombres
propios : de manera que si los guerreros de Güe-
mes no hallaron allí ese terreno, es una prueba
concluyente de que aquel benemérito jefe y sus bra-
vos milicianos eran una honorable excepción en
todo lo que el general refiere de los demás. Y no
es cosa de olvidar que él es también el que nos in-
forma que Güemes abandonó el ejército de Ron-
deau inmediatamente después de la acción del
Puesto del Marqués que tanta indignación y vitu-
perio inspiraron en su ánimo. ¿ Por qué no había
de haber indignado también á Güemes ese brutal
desorden ?
Lejos pues de creer, como el general Paz,
que Salta nada tuviera que tem.er de los realistas,
lo que se ve es que Güemes supo prever á tiempo
el tremendo conflicto que iba á desatarse sobre esa
provincia ; y á fe que los sucesos no tardaron en
darle la razón, levantando su nombre,' precisamen-
te por esa previsión, á la primera línea entre los
guerreros argentinos, al mismo tiempo que el de
Rondeau caía anulado y responsable de los males
que había provocado.
286 OCUPACIÓN DE SANTAFÉ
A medida que el ejército patriota avanzaba por
el camino de Potosí, el ejército realista se recon-
centraba con método á las estratégicas posiciones
de Oruro, dando tiempo y confianza á que Ron-
deau siguiera internándose y descubriera el plan
y el objetivo de la invasión. Este, entre tanto, mar-
chaba á la ventura, con una indiferencia a:sombro-
sa. Casi nunca se le veía salir de la choza en que
se alojaba, y ninguna medida se dejaba sentir para
reprimir el desorden que amenazaba hundir-
nos» (19).
\'^iendo abierto el camino por su frente marchó
automáticamente por él hasta Potosí, en cuya opu-
lenta villa se estacionó cuatro meses sin hacer .nada
que denotase un propósito ó que complementase
los recursos con que debía operar. Mas como algo
era menester hacer, oblicuó su marcha hacia la pro-
vincia de Chayanta, sin más razón que la de tener
abundancia de víveres para estacionarse en ella,
pues cualquiera que fuese la posición que tomase
allí, no le daba ventaja ni acción alguna sobre el
enemigo. Por el contrario, pudiendo éste moverse
á su antojo y como mejor le conviniese, era ahora
dueño de la iniciativa, mientras que Rondeau que-
daba entumecido y en una situación meramente
defensiva. Invadir para quedar reducido á la de-
fensiva es el colmo de los absurdos en que puede
incurrir un general ; porque supone una negación
completa de plan, de ideas y de previsión. j^
(iq) Paz, pág. 210.
Y DESASTRE DE SIPE-SIPE 287
Vegetaba en Chayan ta el ejército argentino,
cuando á algunos jefes de cuerpo
18 1 5 se les hizo bueno emprender una
Febrero 19 sorpresa sobre un grueso de ex-
celentes tropas que el enemigo te-
nía avanzadas en Ventaimedia. La cosa no sólo era
aventurada, sino de una imprudencia notoria. El
resultado, aun cuando hubiera sido feliz, no podía
ser de importancia decisiva en ningún caso, ni pa-
sar de un hecho aislado, completamente desprovis-
to de consecuencias generales sobre el éxito de la
campaña, y que en todo caso debía ser tan inútil
como caro por las vidas que se sacrificasen, sin que
ese sacrificio respondiese á la prosecución de un
plan de operaciones puesto en vía de ejecución. El
coronel Rodríguez, jefe de la vanguardia, encon-
tró aceptable y divertida la empresa. Consultado
Rondeau, la autorizó con ese avenimiento apático
y constante que daba siempre á todo lo que le pro-
ponían ó querían sus subalternos. Pero todo aquello
fué tan mal dirigido, que terminó por un sangriento
y serio descalabro.
El enemigo entonces, aprovechándose con des-
treza y acierto de la desmoralización del ejército
patriota, comenzó sus movimientos en el sentido
de doblar por la derecha la posición de Rondeau
para tomarle los caminos de Cochabamba y Chu-
quisaca, que eran los únicos por donde éste podía
evadir un- encuentro. Amenazado así, Rondeau tra-
tó de salvarse. Oblicuó también sobre su derecha
y se apuró á salir de Chayanta para entrar en Co-
chabamba contando con» el resuelto patriotismo de
sus habitantes que, como hemos dicho ya, habían
incorporado al ejército un batallón con el núme-
288 OCUPACIÓN DE SANTAFÉ
ro 12 formado y mandado por Arenales. Por des-
gracia, este bravo y experto jefe se hallaba bas-
tante enfermo todavía de las terribles heridas que
había recibido en la Florida, y se curaba lejos del
ejército en el pueblito de Torata.
Vergüenza da hasta de transcribir los detalles
que el general Paz da sobre la manera con que se
hizo esta operación, que prescindiremos de detallar.
Este joven oficial, que había sido gravemente
herido en el brazo derecho en esa funesta acción
de Ventaimedia, marchaba siguiendo penosamente
al ejército. «Muchos jefes, dice, que con el mayor
escándalo llevaban concubinas, según lo he indi-
cado en otra parte, las habían hecho adelantar con
los bagajes, de modo que el estrecho camino que
seguíamos se vio atrabancado de enfermos, de car-
gas, de equipajes, y de mujeres de distintos ran-
gos (permítase la expresión) que iban servidas y
acompañadas por escogidas partidas de soldados.
La primera jornada después que salimos de Cha-
yanta, fué en un lugarejo miserable en donde ape-
n.as había dos ó tres ranchos que cuando llegué es-
taban atestados de gente; y cuando pedí víveres y
forrajes, me contestó el encargado de suministrar-
los que no los había porque todo lo habían tomado
los soldados que traía la Coronela tal, la Teniente-
Coronela cual, etc.
))Efectivamente, vi una de estas prostitutas que
además de traer un tren que podría convenir á una
marquesa, era servida y escoltada por todos los
gastadores de un regimiento de dos batallones ; y
las demás estaban, poco más ó menos, en el mis-
mo pie... Y eso que el primer día no fué nada en
comparación del segundo, en que se emprendió la
V Di:sAsrRi-: de sipe-sipe 28{>
marcha temprano... Agregúese á esto que no apa-
recía ningiín jefe ni encargado para arreglar aque-
lla turba que marchaba á discreción v en el más
completo desorden» (20),
Eludiendo al fin el encuentro con Pezuela, Ron-
deau consiguió entrar, á tiempo en Cochabamba, y
se situó en Sipe-Sipe, que le ofrecía condiciones ex-
celentes, si hubiera sabido aprovecharlas.
Hablar de la ineptitud de que allí dio nuevas
pruebas, es casi inútil. ((El ejército (dice el gene-
ral Paz) estaba vencido antes de combatir, por
la anarquía y la insubordinación en que se ha-
llaba» (21).
El general no se ocupó de estudiar el terreno;
no supo preparar la defensa de
1815 las asperísimas y difíciles gargan-
Noviembre 28 tas que el enemigo tenía que ven-
cer antes de desembocar y de des-
plegar sus fuerzas en el llano; dejó abandonadas
al uso y provecho del enemigo las mejores alturas
y situó sus guardias en las más bajas, de donde
fueron desalojadas al instante con unos cuantos ti-
ros de cañón. Tomó primero un frente fijo, como
si debiera ser mecánica la marcha del enemigo, y
tuvo que cambiarlo al ver que éste ya lo circunva-
laba. Los cuerpos (¡siempre Forest y Pagóla!) se
pusieron á disputar y codearse sobre quién /había
de tomar la derecha de la nueva formación ya bajo
los fuegos y fusilazos del enemigo. Así fué que
apenas iniciado el combate se pronunció el desor-
(20) Pág. 253 y 254.
(21) Pág. 262.
HIST. DE LA REP. ARGENTINA. TOMO V. — IQ
2gO OCUPACIÓN UE SAXTAFE
den y la fuga en grupos despavoridos que nadie
trató tampoco de contener. Sólo los granaderos á
caballo, bajo las órdenes del comandante don Juan
Ramón Rojas, animados por el espíritu que les
había infundido San Martín, hicieron algo por el
honor del soldado argentino. Obedeciendo á su pro-
pia iniciativa se corrieron sobre uno de los flancos
de la infantería realista, la cargaron con denuedo,
j contuvieron el impulso con que impunemente se
lanzaba á la persecución de la derrota, hasta que
abrumados por el número y por el fuego tuvieron
que ponerse también en retirada. Baste decir que
esa espléndida victoria de los realistas que debía
cerrar para siempre á los argentinos las puertas
del Alto Perii no le costó al vencedor sino dos ofi-
ciales y algo menos de cien hombres. «¡Ah! — ex-.
clama el general Paz, — ¡Qué comparaciones hacía-
mos con esas retiradas del general Belgrano en que
habiendo dejado tres cuartas partes de su ejército
en el campo de batalla, salvaba lo que le quedaba
conservando la disciplina y el honor de nuestras
armas ! ¡ Qué comparación con aquella fuga, en que
habiéndose salvado todo el ejército se perdió en
su mavor parte por la inepcia y la más crasa inca-
pacidad!» (22).
Después de la mención que el escritor hace del
comportamiento de los granaderos de á caballo, la
única excepción honrosa que agrega es la del co-
ronel Zelaya, que consecuente siempre con la alta
reputación que merecía de todos, pudo con esfuer-
zos inauditos reunir algo más de 400 hombres, (cque
(22) Pág. 264.
Y DESASTRE DE SI PE-SI PE 29 1
fueran los únicos que llegaron en tal cual orden
á Chuquisaca)).
¿ Qué era entre tanto del general en jefe ?... Solo
y sin un solo asistente que se ocupase de su per-
sona ó de dar de beber y comer á su caballo, había
salido sin ser notado del campo de batalla. A las
dos ó tres horas se le reunieron, por acaso, en el
camino que llevaba, dos ayudantes que siguieron
con él.
Los mismos jefes enemigos se quedaron absor-
tos de lo que habían visto. El general García Cam-
ba, uno de los más competentes entre ellos, critica
acremente la formación y marcha de Pezuela en el
campo de batalla. «Fueron tan desacertadas, dice,
que sí contra esa línea desordenada por la mar-
cha y por los fuegos que al mismo tiempo hacía.
Hubiese Rondeau empleado una ó dos columnas
bien dirigidas, es muy probable que el resultado
de la batalla hubiese sido distinto. Pero el general
enemigo (agrega) acreditó su insuficiencia, y la
gente que mandaba su inferioridad á la nues-
tra» (23).
He aquí la índole de las democracias represen-
tativas. ¡Sin conocerla, nadie podría explicarse que
se- hubiera separado del ejército del Perú al gene-
ral Alvear para dárselo á Rondeau ! Pero es que
ellas tienen siempre pacto virtual con la mediocri-
dad y con la intriga, que son, la una el tipo y la
otra el único resorte de su gobierno.
De cuanto se ha escrito sobre esta vergonzosa
campaña nada es comparable con la vivida y pal-
(23) García Camba, Memorias^ tomo I, pág. 188.
2g2 OCUPACIÓN DE SANTAFÉ
pitante narración que ha hecho de ella el general
don José María Paz. Brillan en sus páginas las
más preciosas dotes del estilo diáfano y sencillo
de los clásicos latinos, que como Quinto Curcio y
Cornelio Nepote eran la lectura obligada cada día
de los alumnos del Real Colegio de Córdoba, don-
de el aventajado joven se educaba en 1810, cuando
á influjos del general don Juan Martín de Puey-
rredón ((abandonó los Instituta de Justiniano por la
espada» (24). Todo cuanto él dice y observa en
sus Memorias no sólo era de una verdad incues-
tionable en su tiempo, sino que está justificado, al
pie de la letra, por el mismo parte detallado que
pasó Rondeau : documento curioso, ingenuo y pue-
ril en su forma misma, por no decir otra cosa, don-
de relata lo sucedido de una manera tal, que mues-
tra á las claras su propia nulidad en el mando. Lo
insertamos en uno de los Apéndices de este volu-
men, y creemos no engañarnos si decimos que difí-
cilmente podría citarse otro general capaz de ela-
borar y de firmar semejante pieza llena de excusas
y de confesiones que sólo contribuyen á reagravar
los justísimos cargos que lo abrumaban.
La retirada de Rondeau fué tan desastrosa co-
mo lo había sido su campaña. En Jujuy encontró
la preciosa división con que el general French mar-
chaba apresuradamente en su auxilio. Pero se halló
también con que Güemes, sublevado en Salta, es-
taba no sólo decidido á cerrarle el. paso y á impe-
dirle que ejerciera acto alguno de autoridad en
aquellas provincias, sino también á exigir que fue-
(24) Nota de la pág. 279.
V DKSASTRE l)K S!l'i:-S1I'K 293
.st' destituido, exactamente como él lo había hecho
en 1813 con el general Viana y con Sarratea, y
como acababa de hacerlo con Alvear en diciembre
de 1814.-
Y así se hizo afortunadamente para la gloriosa
defensa del suelo de la patria que llevó á cabo el
popular y habilidoso caudillo de Salta. Pero antes
de decir cómo, conviene que persigamos las conse-
cuencias que el grande desastre, produjo en las pro-
vincias litorales y en la capital.
CAPITULO IX
EFECTOS POLÍTICOS DEL DESASTRE DE SIPE-SIPE
Sumario; Confianza del país en la causa de la indepen-
dencia á pesar del desastre. — Medidas de reparación. —
Creación de recursos y de fuerzas. — Inepcia de Rondeau.
— Alborotos anárquicos en la capital. — Fantasías monár-
quicas del g^eneral Belgrano. — Alarmas de los pueblos y
de los partidos sobre los negociados diplomáticos. — Cau-
sas y pretextos de la ebullición de los partidos. — Conflic-
tos de la Junta de Observación con el Director. — Carác;-
ter lamentable y peligroso de los negociados de Belgrano
y Rivadavia en Europa.— Cabildo abierto sobre la re-
forma del Estatuto. — La transigencia momentánea.— Las
comisiones. — La proclama del Director. — Burla y des-
precio que hicieron de ella sus adversarios. — Oposición
del Cabildo á nuevas reuniones populares. — Se difiere
el conflicto al Congreso de Tucumán. — Artigas y el de-
sastre de Sipe-Sipe.— Los panegiristas de Artigas. — Fa-
tal disminución de las fuerzas que ocupaban á Santafé. —
Sublevación de los separatistas y del gauchaje. — El cau-
dillo Vera. — Desastre de Viamonte. — Perfidia y desleal-
tad de los artiguistas. — Vera y Artigas. — Prisión de Ve-
ra.— Indignación popular. — Restablecimiento de Vera. —
Conducta ambigua del comandante Estanislao López. —
Llegada de Eusebio Hereñú, comandante del Paraná. —
Sus arreglos con Verá. — Preparativos de una nueva ex-
pedición bajo el mando del general Belgrano.— Los cívi-
cos de la ciudad. — Las milicias de la campaiía. — El co-
mandante Conejo Amores. — El mayor general Díaz-Vé-
lez. — El tratado de Santo Tomé.— 'La noticia de la ins-
talación del Congreso en Tucumán.— La jura.— El Te-
EFECTOS DEL DESASTRE DE SIPE-SIPE 295
Deum. — La sublevación del ejército. — La Junta de Ob-
servación. — La destitución de Alvarez-Thomas. — La
elección del general don Antonio González Balcarce. —
Expedición marítima del almirante Brown al Pacífico. —
Los buques y el armamento. — Brown y Bouchard. — El
presbítero Uribe. — El mayor Freiré. — Las presas. — Ata-
que del Callao. — Entrada y combate en la ría de Guaya-
quil.— Derrota de Brown. — Su rescate. — Separación de
Bouchard.— Arribo de Brown á las costas de Colombia. —
Retirada. — Refuerzos al plantel del ejército de Mendoza.
Aunque la capital se estremeció á la noticia de
tan grande desastre, no fué tanto el pavor del es-
píritu público como lo había sido al saber el de
Huaqui y sobre todo el de Vilcapugio y Ayauma.
La confianza nacional se había robustecido y afir-
mado mucho, después que las armas del rey ha-
bían sucumbido en Montevideo. Mientras los des-
calabros se produjeran como éste á distancia, la
capital confiaba en que el país disponía de fuerzas
y de recursos propios para repararlos. Se había ha-
bituado á la lucha, y sabía persistir. «Si nuestro
ejército ha sufrido un quebranto notable (decía el
periódico oficial), que no se gloríe por eso el ene-
migo con la esperanza de sobreponerse á nuestro
glorioso destino. La fortuna adversa podrá poner
á prueba nuestra constancia, pero no conseguirá
que desmayemos. Al paso que parecen escasear
nuestros recursos, hemos de encontrar como siem-
pre medios de organizar nuevas formas : la nece-
sidad provee á la necesidad, y los sacrificios malo-
grados nos han de estimular á repetirlos. Si antes
amábamos la independencia por lo que es en sí*
misma, más la hemos de amar hoy por lo que nos
cuesta». ¡ Y á fe que tenía razón!
2ijb EFECTOS POLÍTICOS
Recibida apenas la noticia del fatal suceso, todo
e\ país se puso en actividad para repararlo. En re-
emplazo del ejército perdido, se resolvió levantar
y equipar dos de mayor fuerza : uno, que le cerrase
el paso al enemigo en vSalta ó en Tucumán, mien-
tras el Congreso «quemando las naves» respondía
á la jactanciosa algazara de los vencedores de Sipe-
Sipe con la proclamación de la Independencia he-
cha al frente de sus mismas huestes invasoras; el
í)tro, para acechar las alturas de los Andes, caer
de improviso sobre los vencedores de Rancagua,
borrar las sombras siniestras de Viltima (i), escri-
bir encima Chacabuco, y pasar á sacudir el solio
de los virreyes abriéndose camino por las aguas
del Pacífico.
Si antes del trastorno de abril pasaba el erario
por escaseces angustiosas, á pesar de la habilidad
del ministro Larrea y del crédito que le daba al
gobierno el orden administrativo que había fun-
dado, bien puede comprenderse á cuál estado de
agotamiento había quedado reducido después de
aquel trastorno y del desorden que era consiguien-
te. Fué pues aquejado por la más completa desnu-
dez de recursos, que le tomó el nuevo desastre ; y
como no había medio alguno de eludir la necesidad
de levantar nuevas tropas, de armarlas, de equi-
parlas y de ponerlas en marcha al instante, fué ne-
cesario echar mano de aquellos medios primitivos
y violentos que si bien dan inmediatamente los re-
sultados que se buscan, conmueven á los pueblos,
í 1 ) Kstf fué el nombre con que Ioí; españoles consa-
j^T.iron su \ irtoria de Sipc-Sipe.
DEL DESASTRE DE SI PE-SI PE 297
Ó á la parte de ellos á la que se impone el sacrificio,
V provocan el odio público contra las personas del
gobierno que son las que aparecen como respon-
sables y autores de los males, de las violencias y
de los dolores que se sufren.
Puesto, pues, en la suprema necesidad de re-
unir medios para salvar la causa de la independen-
cia, al día siguiente de recibir la noticia del fatal
acontecimiento, se publicó un decreto con fecha lo
de enero imponiendo un empréstito forzoso de 200
mil duros á los españoles propietarios ó comercian-
tes; á fin de repartir la erogación, no diremos con
justicia, sino con eficacia, se ordenó que el Consu-
lado (2) los reuniese inmediatamente, y que nom-
brase tres de ellos encargados de hacer el reparto
en el término perentorio de cinco días (3). Con fe-
cha 12 del mismo mes se mandó suspender todos
los pagos de deudas atrasadas, sin excepción; se
autorizó á las familias de los militares que se ha-
llaban en servicio á no abonar alquileres, lleván-
dolos á cuenta del Estado con los propietarios. Pa-
ra contener el contrabando se adjudicaron tres par-
tes de los valores ó mercaderías á los delatores ; se
(2) El Consulado de Comercio^ que funcionó hasta laúlti-
mp mitad del siglo xix en que fué abolido, era un Tribunal
electivo de primera instancia comercial, en donde tenían que
registrarse y tomar patente todos los que quisieran comerciar,
y cuyos miembros eran electos cada uno por los mismos pa-
tentados. Procedía por un Código especial conocido con el
nombre de Ordenatisas de Bilbao, análogo ó idéntico á las
conocidas en Francia por Ordenanzas de Valin.
(3) Gaceta del 20 de enero de i(Si6.
298 EFECTOS POLÍTICOS
ordenó una expulsión general de todos los españo-
les que no tuvieran carta de ciudadano, señalán-
doles la frontera de la Guardia de Lujan por resi-
dencia forzosa ; y lo que es de suyo más curioso y
singular, el director Alvarez, que por su elección
no tenía carácter alguno nacional, ni más que el de
mero delegado ó suplente en la provincia de Bue-
nos Aires, funcionaba de hecho como Poder Eje-
cutivo General y decretaba medidas que debían
cumplir los intendentes, los Ayuntamientos y de-
más autoridades provinciales (4). Nadie reclamó,
sin embargo, y todo se cumplía como se ordenaba :
tan sincero y tan resuelto era el sentimiento que
animaba á todos por contribuir á la salvación de
la patria. Los sacrificios y suministros de valores
que hizo Tucumán desde el primer momento fueron
enormes. Su gobernador don Bernabé Araoz re-
mitió á toda prisa al ejército 1,300 muías mansas;
preparó otras mil en potreros por si fueran nece-
sarias, remitió monturas, tejidos de lana, aparejos,
y cuanto podía dar la provincia en cosas de esta
especie que pudieran servir á la retirada y á las
penurias de los fugitivos (5). En la Rioja, en Ca-
tamarca y en Córdoba se hacían iguales requisi-
ciones (6). San Martín, aunque lejos por lo pronto
del peligro inmediato, se aprovechaba de la alarma
general del país para tomar hombres con que au-
mentar sus regimientos, y para acumular á su vez
los equipos y medios necesarios á su completa or-
(4) Gaceta del 10 de febrero de 1816.
(5) Gaceta Extraordinaria del 21 de enero de 1816.
(6) Gaceta del 27 de enero, pág. 162.
DEL DESASTRE DE SIPE-SIPE 299
ganización. La heroica provincia de Salta se había
levantado como un solo hombre, toda entera, lo
mismo el vecindario de la ciudad que el del campo,
á la voz de su ínclito caudillo don Martín Güemes,
que bien advertido del terrible conflicto que iba á
caer pro.nto sobre su provincia hacía retirar los ga-
nados de los caminos y de los lugares que podían
quedar al alcance de los invasores, reunía gran nú-
mero de buenos caballos que eran el elemento ca-
pital de la defensa y la principal fuerza de sus gau-
chos (7) y los tenía reservados á potrero en lugares
inaccesibles para los enemigos. La energía vital
del país era tal que no se perdió un momento; y á
fe que era necesario obrar así; pues Rondeau, sin
capacidad siquiera para tomar providencias que de-
tuvieran al enemigo ni aun después de estar por
incorporársele los mil y tantos veteranos que lle-
vaba French, se retiraba siempre deshecho, y lo
que es peor, despreciado y desobedecido por los
jefes'de cuerpo (8).
Mas, cuando la capital se daba con pasión al
empeño de aglomerar recursos y fuerzas al Oeste
y al Norte con que apoyar y robustecer el enérgico
patriotismo y la iniciativa de las provincias más
inmediatamente amenazadas por el enemigo, su-
cesos de otro orden, aunque propios del estado fe-
bril y revolucionario en que se agitaban los pue-
blos, vinieron á complicar la situación interna de
los partidos y del gobierno con incidentes mezqui-
(7) Llamábanse gauchos de Güemes no sólo los cam-
pesinos, sino todos los jóvenes y mocetones de la ciudad.
(8) Memorias del general Paz, tomo I.
30Ü EFECTOS políticos
nos quizás, efímeros y triviales al menos, pero que
asumieron entonces un ruidosísimo influjo.
Habíase propagado un rumor, sordo y falaz al
principio pero atrevido y agresor
1816 después, de que el gobierno tra-
Febrero 1 1 taba de entregar el país á Fernan-
do VII, decían unos; á uno de
sus hermanos, decían otros ; al rey de Portugal
estos ; á la Gran Bretaña aquellos ; á un rey cual-
quiera, en fin, que viniese con fuerzas extranjeras
á ponerlo en orden y subyugarlo. Poco á poco cre-
cieron las alarmas ; y se aducían datos con antece-
dentes tales que parecían no dejar duda de la cosa,
cuando acertó á llegar el general don Manuel Bel-
grano de regreso de la famosa misión que había
llevado á Europa con Rivadavia á fines de 1814.
El general no era hombre de reservas ni de un es-
píritu cauto ó transcendental en sus actos ó en sus
ideas. Todo en él era pura ingenuidad y sincera
convicción. Venía preocupadísimo, moralmente en-
fermo, con la manía de la monarquía, y aterrado
con el espíritu reaccionario que había visto predo-
minante y omnipotente en Europa. Creía que era
tal el odio con que las potencias miraban los mo-
vimientos democráticos, revolucionarios y republi-
canos de América, que muy pronto todos ellos iban
á ajustarse con Fernando VII para derramar sus
ejércitos y sus escuadras en las tierras y por las
aguas del Río de la Plata como lo habían hecho
contra Napoleón. No había, pues, más salvación
que echarse pronto en brazos de una de esas coro-
nas cualquiera ; que hacerse monarquía para quitar
del medio ese monstruoso escándalo de la Repú-
ui-:l desastre de .sipe-sii'e 301
blica, que iba sin remedio, y pronto ya, á provocar
un levantamiento general de escudos y de espadas
en el mundo político y civilizado contra nosotros.
Rodeado á su llegada por los hombres distin-
guidos de todos los partidos como era consiguiente
á su elevada posición social é ilustre nombre, á to-
dos les predicaba esta necesidad, los incitaba á que
se le uniesen en estos propósitos, y hacía indica-
ciones peligrosas sobre todo aquello que hasta en-
tonces había sido secretos de su misión, y pasos
secretos de sus actos propios ó de los de Rivadavia,
El espíritu popular del país, de la capital sobre
todo, era completamente contrario á esta evolución,
y la erección de un trono ocupado por rama espa-
ñola, borbónica, ó extranjera, se miraba como un
atentado de alta traición para la patria. Y aún
cuando la cosa en sí no fuera tan chocante á los
ojos de la clase más ilustrada y sensata, los hom-
bres de acción que daban el tono á las pasiones po-
líticas y personales del movimiento revolucionario
y callejero, tenían en esto un asidero poderoso para
echar en contra de sus adversarios la violencia de
las acusaciones y la odiosidad peligrosa de las cla-
ses emocionadas. No tardó, pues, el general en ha-
cerse el blanco de las críticas amargas y aiín de las
acusaciones de leso patriotismo por el desempeño
de su misión; comenzó á clamarse que se sacaran
á luz todos los documentos, instrucciones y comu-
nicaciones referentes á ella y á la de don Manuel
García en Río Janeiro. »
Convencido y fanatizado con sus ideas y propó-
sitos, el general no tomaba en gran cuenta las alha-
racas impotentes de los que lo estigmatizaban ; pero
302 EFECTOS POLÍTICOS
el mal no tanto estaba en eso cuanto en el modo
como comprometía al infeliz director Alvarez-Tho-
mas, que no tenía en su persona ni el valimiento,
ni la importancia civil, ni los antecedentes que
hacían incólume y respetable al general, cualquie-
ra que fuese el carácter y las opiniones que se le
antojase asumir.
Por desgracia suya, Alvarez-Thomas, bastante
más joven que el maduro general, era su deudo;
como tal, un miembro subalterno de la familia. Le
debía su carrera ; estaba habituado á mirarlo como
un oráculo; no era capaz de contrariarlo en nada;
y tal era el respeto que le profesaba que puede
decirse que dejaba de ser persona, y mucho más
Director Supremo, delante de la palabra ó de la
majestuosa personalidad del ilustre vencedor de
Salta.
Belgrano, sin la pretensión de abusar de su im-
portancia, sin ocurrírsele siquiera que se imponía,
y por pura ingenuidad ó fuerza de convicción,
arrastraba la condescendencia muda ó respetuosa
(concordante quizás) del pariente Director. De ma-
nera que las fuerzas que se estrellaban sin efecto
mayor contra el grande patriota de 1810 sacudían
por desquite y sin piedad al menguado Director
que nada tenía en sí mismo, ni antecedentes, ni
naturaleza, ni posición, ni prestigio militar con que
dominar la tormenta que se levantaba contra él.
Al favor de una situación sin gobierno como
ésta, la alatma cundía, y los círculos agitados de
los que hacían política inquieta en las calles y en
los cafés azuzaban cada día más la indignación po-
pular V la algazara contra lo que ellos llamaban la
UKL DESASTRE DK SIPK-SIIM-: , 303
intriga y la traición de los monárquicos. En el fon-
do, como lo hemos de ver cuando tratemos de la
diplomacia revolucionaria, no había nada en serio.
Pero existía en ese sentido una opinión, un conato
en el estado de mera teoría ó de lirismo que era
más ó menos acariciado, como deseo al menos, por
una gran parte de los hombres de elevada posición
ó crédito : de aquellos sobre todo que habían to-
mado una parte más directa ó más consciente en la
Revolución de 1810. La anarquía y los desórdenes
subsiguientes habían avivado la idea de que sólo
una monarquía constitucional {X)día armonizar la
independencia nacional con el orden político y je-
rárquico que requiere todo gobierno para ser sólido
V libre. Muchos de ellos, como Rivadavia y Bel-
grano, creían también que era cosa llana y fácil
traer de encomienda y bien evibalado un juego com-
pleto de monarquía con su príncipe, su trono y to-
das las demás piezas necesarias para tornillarlas y
armarlas en el Río de la Plata. Lo singular es que
la idea había cundido por las esferas superiores de
todas las provincias, y que se sabía de una manera
incuestionable que ella predominaba ya en el Con-
greso que en aquellos momentos se estaba reunien-
do en Tucumán. Por supuesto que traído esto á la
práctica, al modo de plantear la presunta monar-
quía, de determinar qué familia sería la llamada al
trono, dónde se tomarían los elementos coherentes
con la deseada forma, cómo se englobarían en ella
los que el país contenía, y cómo se amasaría todo
eso con los partidos militantes, el problema se con-
vertía en algo de ridículo y de grotesco que saltaba
á los ojos del sentido común ; y precisamente eso
I
304 EFECTOS políticos
y la falta cardinal de persona ó de bandera dinás-
tica que pretendiera ó aceptara ese trono, era lo
que le quitaba á la idea toda importancia, lo que
hacía que no pudiera convertirse en partido polí-
tico, sino suponiéndose que se tratara de restable-
cer directa ó indirectamente (con Fernando VII ó
con alguno de sus hermanos) la influencia y él odio-
so predominio de la monarquía española, y por
consiguiente con más ó menos disimulo, el régi-
men colonial.
No diremos, pues, que mejor inspirados, pero
sí que con mejor sentido práctico para sus fines y
sus intereses, los adversarios del gobierno que as-
piraban á volcarlo, ó que siguiendo la índole de
todas las facciones en tiempos revolucionarios, ha-
llaban malo y condenable cuanto ese gobierno ha-
cía, tenían en ese monarquismo insubstancial un
arma tremenda para acusarlo de estar traicionando
á la patria, ya en negociaciones para entregarla á
España, ya para anejarse al Brasil ó coronar su
dinastía en el Río de la Plata. No siempre son co-
sas serias las que levantan hasta el paroxismo las
alarmas de los pueblos ; pero el ruido que los con-
mueve va subiendo de tono como los diapasones
del Aria de la Calumnia, hasta que estalla la nota
aguda como el trueno de la tormenta ; y eso fué
precisamente lo que sucedió en Buenos Aires á me-
diados de febrero.
La Junta de Observación se había modificado
completamente en su personal. Los cinco miem-
bros originarios habían sido todos electos para di-
putados en el Congreso de Tucumán, y habían par-
tido al desempeño de su puesto el 7 de noviembre
DEL DESASTRE DE SIPE-SIPE 305
del año anterior (9). Los reemplazantes tenían más
señalado que aquéllos si es posible, el espíritu lo-
calista que, aunque contenido en límites modera-
dos ó expectantes, estaba bastante alarmado con el
rumor de las intrigas acerca de los negociados mo-
nárquicos, y con la tendencia á esas extravagan-
cias que se daban como predominantes entre los
constituyentes de Tucumán, y que el general Bel-
grano preconizaba abiertamente por cartas é insi-
nuaciones repartidas por todo el país. A eso se agre-
gaba que los más influyentes de los cinco miem-
bros nuevos de la Junta de Observación traían co-
nexiones antiguas con el partido primitivo de Saa-
vedra y conservaban en su ánimo el poco resto ó
la poca estima con que este partido miraba al ge-
neral desde lo acaecido en abril de 181 1 ; lo menos
que decían de él, era clasificarlo de tonto (10).
Fuese alarma verdadera ó sólo un medio de co-
locarse al favor de la corriente popular, el hecho
fué que la nueva Junta de Observación, invocando
el deber de no hacerse responsable de inacción ó
descuido ante las exigencias del pueblo, le dirigió
al Director el 10 de febrero una intimación peren-
toria de que le remitiese inmediatamente, de acuer-
(9) Fueron electos por Buenos Aires : Esteban A. Gaz-
cón, Pedro Medrano, Antonio Sáenz y Tomás Manuel An-
chorena. Por Chuquisaca, Mariano Serrano.
Los reemplazantes fueron: Eduardo R. Anchoris, José
J. Ruiz, Juan José Anchorena, José Miguel Díaz-Vélez,
Pedro Fabián Gómez ; y como suplentes. Antonio José Es-
calada, Felipe Arana, José Gavino Blanco. Miguel Iri-
goyen y Manuel de Aguirre.
(10) Véase la pág. 406 del vol. III.
HIST. DE LA REF. ARGENTINA. TOMO V.— 20
306. EFECTOS POLÍTICOS
do con los artículos 7 y lo áel Estatuto Provincial,
todos los documentos y correspondencias relativas
á las misiones diplomáticas de Sarratea, Belgrano
V Rivadavia, en Europa, y de García en Río Ja-
neiro. Es más que probable que Alvarez-Thomas
no hubiera tenido inconveniente en comprometer
ante la publicidad los actos de Sarratea, de García,
v del mismo Rivadavia quizás. Pero lo muy grave
del caso consistía en que precisamente el general
Belgrano era quien se había engolfado en errores
más desgraciados entregándose inocentemente á un
intrigante de corte y caballero de industria hijo del
conde de Cabarrús, que lo había explotado, bur-
lado y estafado á su gusto como lo veremos des-
pués, y que por esto nada era más delicado y peli-
groso que dar en estos momentos aclaraciones so-
bre esos lamentables incidentes, y sobre la incon-
cebible resolución que de acuerdo con él había to-
mado el señor Rivadavia de ir á Madrid á negociar
el restablecimiento del vasallaje colonial. Mucho de
esto se repetía á voz en cuello por las calles; pero
la publicidad oficial de los detalles no era posible
sin que se levantara un alboroto difícil de sofocar.
Prefirió, pues, el Director salir de la dificultad por
un medio indirecto; y amparándose de la circuns-
tancia de que era imposible gobernar el Estado bajo
la férula de una corporación de cinco miembros
armada en secreto de un veto arbitrario y absoluto
sobre todas las medidas del Poder Ejecutivo (lo
<{ue hasta cierto punto era ya generalmente reco-
nocido como contrario al orden institucional y ad-
ministrativo que correspondía á la situación y á los
principios orgánicos del país), ocurrió directamen-
DEI, DESASTRE DE SIPE-SIPE 307
te al pueblo de la capital, y mandó por medio de
un bando que el gobernador intendente de la ciu-
dad convocase á Cabildo abierto á fin de que el
pueblo mismo, informado de que el gobierno es-
taba obstruido por el carácter que contra él asumía
la Junta de Observación, deliberase si había de re-
formarse ó no el Estatuto Provisional, y principal-
mente los artículos 7 y lo del Capítulo Constitu-
tivo.
Habíase ordenado que la convocación de vecin-
dario (del pueblo si se quiere) tuviese lugar el 12
de febrero en el templo de San Ignacio, local que
después de unas cuantas misas de las primeras ho-
ras de la mañana, quedaba completamente vacío, y
que por su amplitud y por el pulpito que podía
servir de tribuna para las arengas, era á propósito
para los fines de la reunión.
Esta resolución del Director puso en alteradí-
simas condiciones al vecindario y á los partidos po-
líticos que actuaban en aquel momento. Sus direc-
tores comprendieron que aquello tenía que terminar
por un tremendo conflicto, y armaron sus diversos
bandos y secuaces para el caso de irse á las manos,
que no podía dejar de producirse. La Junta de Ob-
servación se indignó de que procediendo ella en el
cumplimiento terminante de artículos expresos con-
sagrados en el Estatuto que era la base y la razón
de ser constitucional de las autoridades públicas
v de sus procedimientos, el Director se sublevase
contra lo estatuido y apelase á una asonada arma-
da; porque al fin y" al cabo, nada menos que eso
era la atentatoria convocación del pueblo á decidir
cojno juez de un caso administrativo y constitucio-
308 EFKCTOS POLÍTICOS
nal para reformar nada menos que las bases orgá-
nicas del gobierno. Reunida en consejo con asis-
tencia de los suplentes se promovió una acalorada
discusión. Los adversarios del gobierno, enardeci-
dos á su vez por la proximidad y por el fuego de
la lucha, le ofrecían á la Junta su audaz coopera-
ción y la seguridad de hacerla triunfar sobre el Di-
rector. Una parte de sus miembros estaban por la
aceptación del conflicto franca y decididamente;
pero otros, más templados, por temor ó por pru-
dencia, hacían esfuerzos desesperados fx>r entrar
en vías conciliatorias que apaciguasen los ánimos
por el momento y diesen tiempo á negociar con
calma y juicio un modus vivendi que evitase los
choques sin agravio ni humillación de los poderes
del Estado. Entre éstos el que más eficazmente se
hacía oír de sus colegas era el doctor don Juan José
Ruiz, cura rector de la parroquia de San Nicolás,
presbítero adornado de virtudes, patriota probado
y respetadísimo por las familias de posición más
culminante en el municipio. Era además amigo ín-
timo del general Belgrano, hombre de palabra te-
naz, pero insinuante, al mismo tiempo que insis-
tente ; y yendo y viniendo durante la tarde y la no-
che del día 1 1 de febrero, consiguió que de parte
de todos los directores de uno y otro lado acordaran
ocupar el día 12 en formular una serie de resolu-
ciones que por el momento llenasen los fines de
la convocación y delegasen las resoluciones y el
dictamen final á dos Comisiones convenidas de an-
temano que serían nombradas en el acto de la Asam-
blea.
El conflicto estaba pues convencionalmente sal-
DEL DKSASTRr-: DK SIPK-SIPE 309
vado por el momento, y era de esperar que la re-
unión tumultuosa del día 13 que se había anuncia-
do como una escena de violencia y de sangre, se
evaporase en ruido y vocinglería, terminando por
la aclamación de las resoluciones que los corifeos
habían acordado y que se presentarían formalmente
redactadas á la Asamblea. A fin de que este acuer-
do tuviese toda la fuerza y las garantías necesarias,
quedó también aceptado que presidiese la Asaviblea
del Pueblo el gobernador intendente de la capital
don Manuel Luis Oliden, hombre de flema y de
formas graves, capaz de dirigir sin sobresaltos ni
excitaciones aquel conjunto incoherente, díscolo }'
travieso si se quiere, pero de ninguna manera feroz
ó fanático.
La reunión popular del día 13 fué numerosísima
en efecto ; pero como todo estaba
1 8 16 ya impulsado en el sentido de elu-
Febrero [3 dir el choque, pronto se vino á
la proposición de los artículos pri-
vadamente acordados, de los cuales el 5.° daba al
Director mayor libertad de acción, en lo diplomá-
tico al menos, que la que se le había concedido an-
tes. I." Que la Junta de Observación debía perma-
necer de presente en la Asamblea; 2° Que ésta tu-
viese por objeto declarar si el Estatuto Provisional
había de ser reformado ó no; 3.° Que la reforma se
haría por una Comisión directamente nombrada en
esta Asamblea por el pueblo soberano; 4.° Que una
vez proyectada la reforma se cortvocase de nuevo
al pueblo soberano para sancionarla ó no, impri-
miéndose el proyecto ocho días antes para que el
pueblo no fuese sorprendido ; 5." Que el Poder Eje-
3 JO EFECTOS políticos
cutivo quedaría en el lleno y extensión de faculta-
des que como á tal le correspondían ; 6.° Que se
nombrase incontinenti tres individuos que velasen
sobre la seguridad individual, para reclamar del
Poder Ejecutivo el cumplimiento de las leyes en el
caso de transgredir los límites que le competían ;
7.° Que se procediese á nombrar cinco miembros
para componer la Junta Reformadora del Estatuto;
8." Que fuesen convocados también los habitantes
de la campaña para el acto de la sanción de las re-
formas; 9.° Que se tuviera al Supremo Director, in-
terino por encargado de cumplir estas resoluciones
del pueblo soberano.
Procedióse en seguida á nombrar los cinco
miembros que debían proyectar la reforma consti-
tucional del Estatuto, y los tres que debían cons-
tituir la Comisión de Vigilancia; y resultaron elec-
tos para lo primero el doctor don Manuel Antonio
Castro, el deán Funes, don Tomás del Valle, don
Luis de Chorroarin, y el presbítero don Domingo
Achega; y para lo segundo, don Miguel Villegas,
don Juan García Cossio, y el gobernador intenden-
te de policía don Manuel Luis Olinden.
El Director consiguió, pues, no quedar entera-
mente desairado; pero los síntomas que prevale-
cieron bastaban para que comprendiese que su po-
der estaba minado ya, expuesto á volcarse al menor
incidente desfavorable que se produjese en el in-
quieto bullir de los ánimos y de los intereses de
partido. Pensandb sacar fuerzas de flaqueza, como
dice el adagio, lanzó una proclama que interesa,
por cuanto pinta bien la situación interna de los ne-
gocios políticos: ((¡Compatriotas! no seamos crue-
DtL DESASTRK DK Sll'K-SIPK T,\ I
les con nosotros mismos. Reconciliémonos de bue-
na fe, volvamos á disfrutar de aquellos días que
hacían alegres las amistades ; y si no dais cabida
en vuesfro corazón á estos consejos, huyamos á los
bosques, ocultemos allí nuestra vergüenza, y no
presentemos á las naciones, á donde llegue la no-
ticia de nuestras cosas, un cuadro tan espantoso de
degradación».
El Director daba gracias al pueblo en seguida
por la demostración de confianza que le había me-
recido al concedérsele el ejercicio de todas las fa-
cultades propias del Poder Ejecutivo, Pero esta
concesión había levantado en la Asamblea podero-
sísimas y violentas voces de oposición que habían
estado á punto de hacer fracasar el acuerdo paci-
ficador de los principales directores, lo que sólo se
evitó con diligencias y con insinuaciones calmantes
llevadas de grupo en grupo para apurar la votación
y la disolución de la Asamblea. vSe argüía con ver-
dad que eso era consagrar un atentado, germen de
abusos y de tropelías que debían ser su forzosa
consecuencia; y muchos habían dejado subsisten-
tes sus protestas con tono amenazante. «No creáis
que yo abuse de ellas (decía el Director en su pro-
clama), NI os DEJÉIS PREOCUPAR DE LOS PELIGROS
Á QUE ALGUNOS suponen que queda expuesta la
LIBERTAD. Yo cspcro quc la comisión reformadora
del Estatuto concluya dentro de muy pocos días
sus tareas. Entonces volverá el soberano pueblo á
reunirse y nada me será más satisfactorio como que
examine mi conducta. Siendo así, ¿puede creer al-
guno que yo dé motivos para que sea condenada?»
Pero después de esto, pasaba el Director á otro
312 EFFXTOS políticos
orden de consideraciones más práctico, que revela-
ban de una manera más sería y profunda el estado
de la opinión popular, y la situación difícil del go-
bierno. ((Hay quienes le inspiran recelos al pueblo
sobre que yo trato de adoptar el sistema del terror
en mi gobierno, si no se perpetúan las trabas im-
pui'stas á mi autoridad en el Estatuto Provisional...
Si se entiende por sistema de terror el perseguir la
virtud y los talentos, el hacer un crimen de cada
palabra, levantar patíbulos para la inocencia, y ex-
terminar la humanidad invocando su santo nom-
bre... no temáis, ciudadanos, que vo, ni otro algu-
no pueda adoptar un plan tan execrable».
Xadie dudará de que el Director repeliese esta
interpretación de lo que era sistema de terror. Véa-
se ahora lo que él entendía que no era sistema de te-
rror, sino uso legítimo de su autoridad: ((Pero si
por sistema de terror se entiende eí contener á los
díscolos y á los perturbadores, á los que no se ocu-
pan sino en sembrar el odio v las desconfianzas, á
los que tí título de igualdad insultan al gobierno, y
á fuer de libres nada juzgan ciue les sea prohibido,
muv INSENSATOS deben ser los que den á este sis-
tema el nombre de terror, y más insensatos aUn los
que crean que por temor de que triunfen los mal-
vados algún día, deje yo de cumplir con los debe-
res de mi penoso oficio». El Director, en conse-
cuencia de estas sutilezas teológicas con que él mis-
mo se hacía tribunal supremo para decidir quiénes
eran los malvados, y quiénes los inocentes en quie-
nes había de respetar los fueros del derecho huma-
nitario, decía : ((Tan lejos estoy de acomodarme á
ser indulgente con los criminales, ni de aprobar
1)i:l desastre de sipe-sipe 313
€Sta vilísima condescendencia, que más bien qui-
siera ser substituido en el acto por otra persona»,
y rogaba que se le exonerase del cargo, pero con-
cluía diciendo : ((Amigos : mi resolución está toma-
da. Yo voy á hacer el último sacrificio en estos
días que me obligáis á ser depositario de vuestro
poder. Se acabó la indulgencia con el criminal:
el atentado no quedará impune. ¿ Creéis vosotros
que en un estado revolucionario se pueda pasar mu-
cho tiempo sin que se cometan delitos? Yo los he
tolerado en el silencio; y me acuso de esta tole-
rancia que no ha producido como pensaba el arre-
pentimiento. Carecía, á más de esto, de poder, pero
ahora que me lo habéis confiado, mis condescen-
dencias no tendrían disculpa. Yo convido con la
paz á todo el que quiera aceptarla; el que obre de
buena fe, y quiera imitar mi franqueza, cualesquie-
ra que hayan sido sus extravíos, puede volar á mis
brazos seguro de encontrar en ellos un olvido eter-
no de los pasados disgustos; pero si yo descubro
acechanzas pérfidas y designios criminales, no es-
tará en mi mano el evitar terribles ejemplos».
i Qué sujeto! decían todos, y se reían á carca-
jadas.
La comisión encargada de proyectar las refor-
mas incidentales del Estatuto avisó que se había
expedido; y el Director, insistiendo en llevar ade-
lante su^propósito con ánimo de emanciparse de la
Junta de Observación, convocó á nuevo Cabildo
abierto para el día 4 de abril é hizo circular el lla-
mamiento á los vecinos de la campaña y de la ciu-
dad. Nada tan imprudente como semejante convo-
catoria en aquellos momentos en que otra serie de
3 «4 EFECTOS POLÍTICOS
lamentables contratiempos se había desatado en
Santafé sobre la extenuada fuerza militar con que
había quedado allí el general Viamonte. Abrir,
pues, un nuevo Cabildo abierto y dar ocasión á que
estallasen en él las pasiones furiosas y despechadas
que se habían exacerbado con el nuevo contratiem-
po, era un acto de verdadera demencia ó de estú-
pida infatuación. El Ayuntamiento se opuso á que
se llevase á cabo ; y dando por razón de que era
irregular y fuera de toda doctrina que el pueblo ó
vecindario de Buenos Aires se ocupase de seme-
jantes materias cuando estaba convocado y á punto
de instalarse en Tucumán un Congreso Nacional
Constituyente, le impuso al Director la revocación
de su llamamiento, quedando así sin resolverse el
conflicto que tanto había apasionado á los partidos
en los días anteriores.
Pero aunque todo parecía haber quedado quieto
no tardaron en producirse nuevas cornplicaciones
que al fin fueron funestas para el Director.
Lo que acababa de pasar en Santafé era doloro-
sísimo y muy grave.
Puede decirse que el sentimiento de la defensa
y de la causa nacional, si no estaba muerto en las
provincias litorales, estaba sofocado al menos por
el instinto animal del separatismo con que se fo-
mentaba el desorden y la anarquía en que se ha-
llaba el gauchaje de los campos; y digo. instinto
animal porque era un fenómeno en el que no ha-
bía idea moral, ni principio político, ni cosa al-
guna que no fuese el instinto que hace que los ani-
males ineducados huyan en conjunto del gobierno
del hombre. En cada una de esas provincias había
DEL DESASTRI-: DE SIPE-SIPE 315
indudablemente una burguesía honorable, que to-
mada en general tenía intereses y profesaba prin-
cipios que la ligaban á la causa de la nación. Pero
no sólo vivía oprimida por el terror, sino sangui-
nariamente perseguida por cabecillas feroces que
movían las indiadas y el gauchaje de mestizos que
pululaban en los desiertos de aquellos campos, y
que dominaban el país aprovechándose de las crue-
les urgencias que ponían al gobierno nacional en
imposibilidad de ocurrir con fuerzas suficientes á
la defensa de la cultura y de las libertades provin-
ciales.
Ha podido, pues, comprenderse desde luego que
el desastre de Sipe-Sipe tenía para Artigas la im-
portancia de una grande victoria. Mucho antes de
que hubiera tenido lugar, Artigas deseaba la de-
rrota de los argentinos en el Perú como una de las
mayores fortunas que podía venirle del cielo (ii).
La catástrofe halagaba pues, por un lado, la saña
con que miraba el poder y la elasticidad virtual del
gobierno argentino ; y por otro, avivaba las espe-
ranzas frenéticas que tenía de devorar á Buenos
Aires ahora que un cúmulo de urgencias aciagas
iba á imponerle la dolorosa necesidad de conmover
los pueblos con levas violentas y exacciones de todo
género, y de hacer marchar á Tucumán y Mendoza
la mejor parte de las fuerzas que cerraban á la mon-
tonera el paso de Santafé, ó que guarnecían la ca-
pital. Su anhelo era ver cuanto antes á Pezuela y
á Osorio reunidos en Córdoba con los dos ejérci-
tos que habían triunfado en Sipe-Sipe v Rancagua,
(11) Pásjí. 187 á 180 de este vol.
3l6 EFECTOS POLÍTICOS
para que la lucha por la indej>endencia se convir-
tiese en alzamiento salvaje y brutal de las masas
del gauchaje y de las indiadas güenoas y guaycu-
rúes que él encabezaba. Así, y sólo así, era que él
encaraba el porvenir de los pueblos del Río de la
Plata; y por eso era que las desgracias de los go-
biernos cultos que mantenían el espíritu y la suerte
de la Revolución de Mayo, hacían subir de suyo el
influjo y las fuerzas relativas del caudillo oriental ;
y como este es el sentimiento, más ó menos velado,
que perdura en el corazón de sus panegiristas, no
hay uno de ellos que no huya de tomar á su proto-
tipo bajo esta faz.
El general Viamonte había sido por seis meses
la salvaguardia del partido burgués, ó mejor dicho
del vecindario constituido de Santafé. Pero acababa
de ordenársele que hiciera una leva de ciento trein-
ta hombres y que los remitiese inmediatamente á
Tucumán con los piquetes veteranos del número lo
y con más el escuadrón de dragones (12).
El general hizo presente que con la fuerza di-
minuta que se le dejaba no podía responder de la
seguridad de la provincia, si, como era más que
probable, se alzaban los indios y el gauchaje mo-
vidos y auxiliados por los caudillejos de Entrerríos
ligados con Artigas. Se le contestó que inmediata-
mente iba á formarse en San Nicolás un nuevo
campamento para apoyarlo, á donde pudiese reple-
garse en ultimo caso ; pues era preferible abando-
nar momentáneamente á Santafé antes que dejar
abiertas á los realistas las fronteras del norte y los
(12) Gaceta del 27 de enero de 1816.
DKL DKSA.STRK DE SIPE-SIPE 317
boquetes de la Cordillera. Y en efecto salió para
San Nicolás el general don Eustoquio Díaz-Vélez
con un batallón de cívicos y con el 4.° escuadrón de
dragones, destinados á servir de plantel á los cuer-
pos de milicias de campaña que se estaban movili-
zando para completar la división encargada de pro-
teger ese punto.
La orden de hacer una leva bastaba para pro-
ducir en Santafé las más funestas consecuencias.
El vecindario y el pueblo entraron en un doloroso
desasosiego; y fué necesario llevarla á cabo con
violencias y hasta con prisión de algunos vecinos
honorables que lamentaron públicamente la suerte
de los infelices condenados á las campañas del Perú
donde tantas víctimas habían caído ya sin vida en
medio de miserias atroces, según la voz pavorosa
de los pueblos.
Lo más grave era que el general Viamonte ha-
bía quedado con un esqueleto de
181 5 ejército después de haberle sepa-
Marzo 13 rado tan grande número de sus
mejores soldados.' Su suerte de-
pendía por completo de la prontitud con que Díaz-
Vélez pudiese formar la división de reserva con
que había de reforzarlo. Pero los anarquistas no le
dieron tiempo. Aprovechando el buen momento,
don Mariano Vera sublevó en 3 de marzo los mon-
taraces y prófugos de que estaban llenos los ma-
torrales del Rincón; y el mismo día Estanislao Ló-
pez se sublevó en Añapiré con los dragones y con
las milicias que el general Viamonte le había dado
para la guardia de esa frontera.
Vera era un joven animoso, de familia muy de-
3l8 EFECTOS POLÍTICOS
cente, pero que por los hábitos de orillero que había
contraído, era uno de esos holgazanes y corre-
aventuras que nuestro idioma popular llama com-
padrones. López tendía más bien al buen tipo del
gaucho honesto pero astuto, con dotes especiales
para manejarse entre las complicaciones políticas
de su esfera, de las cuales no era la menor, por
cierto, un egoísmo clarovidente, moderado y sin
pasiones, que le permitía ejecutar oportuna y natu-
ralmente todos los cambios de detalle que conve-
nían á su interés personal, sin salir de la órbita ar-
gentina, ó mejor dicho santafecina, ni hacerse in-
coherente con la integridad nacional.
La plebe de Santafé, tanto en la ciudad como en
la campaña, se adhirió en masa á este pronuncia-
miento de armas contra las fuerzas de Buenos Ai-
res. Los revoltosos sorprendieron las caballadas, y
momento tras momento redujeron á Viamonte á
fortificarse en la parte central del pueblo, cortán-
dole de ese modo todo medio de comunicarse con
las autoridades de Buenos Aires. A pocas horas
pasó de Entrerfíos un tal Francisco Rodríguez, que
se titulaba comandante de Artigas, con doscientos
y tantos montoneros; y el 31 de marzo, sin que el
gobierno de Buenos Aires hubiera tenido la menor
noticia de lo que pasaba, más de mil enemigos cir-
cunvalaban la plaza de Santafé, robaban é incen-
diaban las casas de sus adversarios, mataban sin
piedad á los que agarraban, y la causa del orden
estaba vencida.
La situación del enérgico general era desespe-
rada : pero su ánimo no decayó, y supo mantenerse
á la altura del peligro. Los enemigos le dieron un
niCL DESASTRE DE SIPE-SII'E 319
furioso asalto en masa. Los rechazó causándoles
pérdidas enormes, dándoles á entender con esto
ruán cara debía costarles la victoria ; y Vera le pro-
puso entonces que capitulase á condición jurada
de entregar las armas y de que se retirase á la pro-
vincia de Buenos Aires con toda la oficialidad y los
soldados que le acompañaban. El honrado general
aceptó, confiado en la lealtad y en la honra de su
onemigo, Pero el teniente artigueño se opuso re-
dondamente á que Vera cumpliese lo que había
pactado. De autoridad propia se apoderó del ge-
neral Viamonte y lo remitió inmediatamente al cam-
pamento, ó mejor dicho al aduar que Artigas tenía
en el Hervidero, llamado la Purificación, donde el
ilustre patriota tuvo que pasar, como era de regla
allí, por la purificación de los tormentos y de las
más crueles miserias.
1.0 que siguió en Santafé no tiene nombre: fué
horrible. Los bandoleros de Vera y de Rodríguez
corrían las calles matando, saqueando almacenes y
violando casas de familias: «en la de don Jorge
Zamborain no dejaron clavo ni estaca en pared»,
dice el mismo Iriondo (13).
Este vandálico desorden terminó al fin, como
sucede siempre, con la entrega del gobierno arbi-
trario hecha por la turbamulta al cabecilla que más
sr)bresalía del populacho. Vera fué, pues, procla-
mado gobernador de Santafé y jefe del partido se-
paratista que había triunfado. La vocinglería de
la informe masa se declaró por él y le dio el poder.
Su cooperador Estanislao López, disimulando cxj-
(13) Apuntes, pág. 28.
320 EFECTOS POLÍTICOS
mo el gato doméstico que camina de soslayo con
patas de seda sin quitar el ojo de la presa que co-
dicia, se replegó haciendo lomos á la cercana y so-
litaria frontera con los dragones y con grupos nu-
merosos de gauchos que seguían su fortuna.
Natural era que Artigas procurara sacar ventaja
de los sucesos para introducir y asegurar su do-
minación en Santafé. Muy poco le había compla-
cido, por supuesto, que el resultado de aquel alza-
miento popular hubiese sido el de coronar un cau-
dillo local, con partido propio provincial y con ín-
fulas naturales de soberano independiente, igual á
él á lo menos, caudillo que, si bien aceptaba por
lo pronto su alianza, por la conveniencia cqmún
del momento, no era al fin teniente ni subalterno
suyo, por lo cual podía resistirse á entrar en su ser-
vicio, y llegado el caso de que se le empeñase á
acatarla, era de temer que buscase protección adhi-
riéndose á la capital. El caudillo oriental procuró
aclarar la situación; y el 5 de mayo -(1816) apa-
reció en el puerto de Santafé como llovido de im-
proviso un oficial suyo llamado Toribio Fernández
con una fuerte escolta al mando del capitán Za-
pata. Así que desembarcó ocupó con su tropa una
casa situada á inmediaciones de la plaza y le pidió
á Vera una entrevista para informarle de los obje-
tos y de la comisión que le había encomendado «el
general Artigas». Vera concurrió inmediatamente;
pero como las exigencias que le hizo Fernández
eran tales que lo reducían á ser un agente ciego de
Artigas, las rechazó de una manera terminante.
Convencido Fernández de que. el nuevo goberna-
dor de Santafé no era artiguista sino santafecino,
DEL DESASTRE DE SIPE-SIPE 32 1
y nada más que santafecino, trató de llenar la se-
gunda parte del plan que traía, é insistió en que
repitieran la conferencia á las ocho de la noche en
la casa que ocupaba con su escolta. Después de
discutir largamente y viendo Fernández que Vera
era intransigente, le declaró que allí mismo lo to-
maba preso; y en efecto, se apoderó de él con los
soldados de la escolta y lo hizo meter en una canoa
que lo trasladó al Paraná. Como se ve, los proce-
deres del Patriarca de la Federación Uruguaya,
Protector de los Pueblos Libres, eran más análo-
gos á los del doctor Francia y á los de Fernan-
do VII que á los de Washington; porque las pa-
labras no son siempre lo que dicen, sino' lo que son
las cosas á que se aplican. Federación en la boca
de un montaraz malvado como Artigas era un or-
ganismo de libertades de que podían dar testimo-
nio Perugorría, gobernador de Corrientes, Bernar-
do Planes, gobernador de Misiones, Bauza, Vera»
y muchísimos otros de los protegidos por ese pa-
triarca.
No bien se corrió lo que acababa de suceder
cuando estalló un grande alboroto en el pueblo.
Las gentes se reunieron y se armaron en diversos
puntos : numerosas partidas de caballería se apo-
deraron de los alrededores, de las barrancas y del
puerto. Apenas amaneció el día lo, los grupos ar-
mados, y hasta las mujeres entre ellos, rompieron
de todas partes en un estado de excitación violen-
ta. Ocupada la plaza, abocaron un cañón cargado
á metralla á la casa en que Fernández estaba alo-
jado. Las fuerzas entrerrianas que habían pasado
antes se habían desgranado, llevándose el botín que
HIST. DE LA REP. ARGENTINA. TOMO V.— 21
322 EFECTOS POLÍTICOS
cada uno había podido agarrar: la escolta era di-
minuta para el caso y andaba embriagándose y ro-
bando ; de manera que Fernández tuvo que ren-
dirse y que firmar una orden para que Vera fuese
devuelto, quedando en rehenes con algunos de los
suyos hasta que se cumpliese lo pactado. Partió al
instante una comisión encargada de recibir y de
conducir al gobernador, que algunas horas más
tarde desembarcó entre los vivas y aclamaciones
del populacho. Se creía que don Estanislao López
no había sido extraño al rapto de Vera. Que le con-
venía en efecto deshacerse por mano ajena de un
rival adelantado á su camino, no hay duda. Pero
también es cierto que cuando vio la actitud impo-
nente en que se había manifestado el pueblo de
Santafé, se abstrajo y se quedó esquivo en la fron-
tera.
Apenas reinstalado. Vera arrojó de su provin-
cia al agente de Artigas, y como las cosas se po-
nían así en peligro de un rompimiento, al mismo
tiempo que el gobierno de Buenos Aires reunía
fuerzas en el Arroyo del Medio y en San Nicolás,
vino del Paraná el caudillejo Hereñú, que hasta
entonces seguía las banderas de Artigas, y logró
arreglarse amistosamente con Vera. Algo de se-
creto pasó allí, porque como lo veremos, Hereñú
trató también de sacudir un poco más tarde el yugo
de Artigas y acudió á la protección del gobierno
de Buenos Aires. Así es que Artigas, que había
invocado el derecho de la insurrección local contra
la integridad y soberanía del gobierno nacional,
comenzaba á sentir un momento después que la
fuerza dé su principio obraba también eficacísima-
DEL DESASTRE DE SlPE-SIPE 323
mente contra su pretensión á substituir con su per-
sona ej imperio de las autoridades políticas y ci-
viles que tenían su centro en la capital.
Pero el gobierno nacional no estaba resignado
tampoco á contemporizar con el desquiciamiento
moral que amenazaba envolver el orden político de
la nación. Creía que era menester que el país en^
tero concurriese á contener á los realistas que ven-
cedores y poderosos se aprontaban á entrar ya por
Jujuy. Al saber pues el contratiempo sufrido ^en
Santafé, temió que las bandas de Artigáis pasasen
el río Paraná y viniesen á convulsionar no sólo las
fronteras sino las campañas también de Buenos Ai-
res, removiendo los elementos incultos y semibár-
baros que no escaseaban por allí. Para prevenir
ese peligro se dio al general Belgrano el mando en
jefe del ejército que á toda prisa se mandó reunir
en el Arroyo del Medio sobre la división de Díaz-
Vélez, quedando éste como segundo general. Se
ordenó que se incorporasen al campamento las
guardias de la frontera que mandaba el coronel don
Francisco Pico, y que un numeroso regimiento de
milicias de caballería compuesto de los chacareros
y labriegos inmediatos á la capital, marchase á las
órdenes del comandante Conejo y Amores, jefe
obscuro, simple lugareño que no era apto ni se-
guró tampoco para semejante campaña.
Como era de esperar en una situación semejan-
te, habían comenzado á agitarse de nuevo dentro
de la ciudad los elementos personales y políticos
que mal avenidos ó sinceramente alarmados por
los propósitos monárquicos que con verdad ó no
se atribuían al Director, al general Belgrano, y al
324 EFKCTOS POLÍTICOS
partido que los apoyaba, proclamaban la, nec^sir
dad de hacer un cambio inmediato que fuera vio^
lento. El general Belgrano estaba mal mirado y
mal obedecido en el ejército. Las acusaciones que
se le hacían con verdad, no de estar vendido, sino
de estar fanatizad<j con la idea de una evolución
monárquica, habían cundido entre la oficialidad, y
desmoralizado el respeto y la obediencia* que se le
debía. A eso se agregaba que su segundo el gene-
ral don Eustoquio Díaz-Vélez era hermano del doc-
tor don José Miguel Díaz-Vélez, miembro impor-
tante é influyente de la Junta de Observación, que
nptoriamente indispuesta con el Director y con su
círculo, se mostraba alarmada también con la pré-
dica monárquica del general Belgrano, y con los
propósitos análogos que se atribuían á los miem-
bros del Congreso próximo á reunirse en Tucumán.
Un cuidado no menos grave inquietaba mucho
también al Director del lado de los Cívicos, en
cuya organización y espíritu tenía raíces profun-
das y naturales el partido local y provincialista de
la capital. Los dos cuerpos veteranos que manda-
ban los coroneles Dorrego y Pintos se mantenían
en perfecta disciplina y orden; pero no era lo mis>-
mo en los cuarteles urbanos donde algunos jóvenes
de genio díscolo y travieso hacían por primera vez
el ensayo de su influjo, y tenían conmovido el áni-
mo de los cívicos. Por las noches la ciudad que-
daba envuelta en una lobreguez absoluta á causa
de las condiciones escasísimas y primitivas del
alumbrado que al menor viento se apagaba. Cen-
tenares de cívicos, unos en grupos, otros sueltos,
pero todos con fusil y con las cartucheras" bien pro-
DEL DESASTRE DE SU'E-SIPE 325
vikas, atravesaban las calles obscuras y solitarias
con aire alzado y demagógico, ó pasaban la noche
de su cuenta en la casa de algún compañero, de
algún oficial, prontos á acudir en el momento ne-
cesario á donde los llamase el partido ó el bando
en que estaban enrolados. De aq(uí y de allí par-
tían tiros cóntifiuos, y el silbido estridente de las
balas que atravesaban por encima de los tejados,-
aumentaba la pavorosa inquietud del vecindario,
dando á las tinieblas de la ciudad ese aspecto fiero
y sombrío de los momentos que preceden á las mar
tanzas humanas (14).
A toda esta gente se le hacía creer que el go-
bierno estaba vendiendo el país á un rey extranje-
ra', f con este rumor se producía una indignación
que tomaba por días el carácter de un violento sa-
cudimiento próximo á estallar. «No falta quienes
me imputen (decía el Director en una proclama en
que procuraba sincerarse) el proyecto de desarmar
las; milicias cívicas con el objeto de hacer sospecho-
sas mis intenciones... ¡Infame imputación!... El
establecimiento de las Brigadas Cívicas lo he con-
siderado siempre como uno de los prirneros ele-
mentos de la pública felicidad; los ciudadanos alis-
tados en los- TERCIOS han sido por este solo título
el objeto de mis distinciones ; he consultado siem-
pre don particular esmero sus adelantamientos; mi
Conducta y mis expresiones, han sido notorias,
¿y hay aún quien se atreva á calumniarme?»
(14) ISÍo había en toda la ciudad sino diez y seis casas
de altos, bastante mezquinos por cierto, y de treinta á cua-
renta casas de azotea en el centro.
326 EFECTOS POLÍTICOS
El exceso de la lisonja basta para comprender
el grado de la alarma que la producía.
El general Belgrano podía afrontar el efímero
enojo de la opinión, porque no había quien no res-
petara su ilustre persona. Todos reconocían la ino-
cencia de su alma y la lealtad de su patriotismo, al
mismo tiempo que lamentaban, sin rencor, la ex-
travagancia insubstancial de sus nuevas ideas. Pero
no era lo mismo tratándose de Alvarez-Thomas, que
ya era objeto de menosprecio público más acabado
y de apodos que rebajaban hasta su propia virili-
dad, con pretexto de la voz poco eufónica que le
había concedido la naturaleza. La Junta de Obser-
vación en la capital, y el general Díaz-Vélez en el
ejército, estaban entendidos y resueltos á desti-
tuirlo.
Díaz-Vélez había resuelto hacer con Alvarez-
Thomas lo que Alvarez-Thomas había hecho con
el general Alvear : lo que, por otra parte, no podía
tener las desastrosas consecuencias del atentado co-
metido entonces por el actual Director.
El primer síntoma de la próxima descomposi-
ción se produjo en el regimiento de milicias que
mandaba Conejo y Amores. Apenas reunidos en
Santos Lugares (15) hubo ya motivos para cono-
cer la mala voluntad con que esos milicianos se
resignaban al servicio que se les imponía. Había
sido menester fusilar desertores ; y aunque en aquel
tiempo las ejecuciones capitales eran en todas par-
tes un medio ordinario de disciplina, entre nosotros
se provocaba siempre con ellas un sentimiento re-
(15) Hoy pueblo San Martin.
DKL DESASTRE DE SIPE-SIPE 327
pulsivo contra esas saciedades del poder ó de las
leyes que exigen la efusión de sangre como castigo.
Todas estas causas formaban en derredor del go-
bierno una atmósfera pesada y sofocante en que se
asfixiaba la autoridad harto endémica ya del Di-
rector.
Conejo y Amores trató poco después de suble-
var su regimiento y de pasarse al enemigo. Pero
la gente se desbandó y regresó á sus hogares, te-
niendo él que asilarse al lado de Díaz-Vélez, que
no sólo lo amparó, sino que lo hizo absolver de
culpas abusando de la débil hombría de bien del
general Belgrano y acarreándole al Director una
rehabilitación que solamente un poder perdido y hu-
millado podía conceder en semejante caso (16).
(16) Este comandante, próximo ya al teatro de los su-
cesos, reunió los oficiales de su cuerpo y les exigió que fir-
masen un papel subversivo en el que decía «que había lle-
gado el momento de que se hicieran justicia ellos mismos
con la espada; que todas las provincias marchaban unidas
contra el gobierno de la ciudad, y que ellos debían hacer lo
mismo. La ocasión era favorable para defender los dere-
chos de la campaña, y el regimiento debía ilustrarse cas-
tigando el desprecio que siempre se había hecho de él. El
gobierno (decía) está dirigido por DOCTORES y FRAILES á
quienes se debe recoger y mandar al frente de Pezuela,
pues uno de ellos, fray Ignacio Grela, se había permitido
una vez injuriarlo y decirle que toda la gente de la cam-
■paña no valía nada. Estas ofensas era preciso castigarlas
yéndose al Rosario y juntándose con el coronel Carranza
que ya venía con 300 hombres de la Esquina (Córdoba). De
allí desapareció, comprendiendo que sus incitaciones no
tenían eco. Tal era la declaración que daba en el campa-
mento del general Belgrano don Juan Manuel de la Serna,
uno de los comandantes de escuadrón que en vista de
la dispersión del cuerpo se dirigió á ese campamento.
32<H EFECTOS POLÍTICOS
Hl Director anhelaba que llegara cuanto antes
la noticia de la instalación del
t8i6 Congreso Nacional en Tucumán.
' -Vbril r5'y i6 Forjábase la ilusión de que con
ella los ánimos habían de calmarse
y entrar en orden con la esperanza de que regulari-
zados los medios, volverían los negocios y los in-
Coriejo y Amores se asiló en la vanguardia que man-
daba Díaz-Vélez, y trató de vindicarse con un oficio en que
•decía: ((Habiendo tenido noticias muy malas de V. S., prin-
cipalmente sobre el foco número de tro-pas con que mar-
chaba, y ser aquéllas sin armatnento alguno, he dado este
paso, que lo hubiera advertido antes al Supremo Director,
si ese conocimiento no lo hubiera adquirido después de mi
salida, en Morón. Tenga V. S. la bondad de DISIMULAR
UNA FALTA TAN NOTABLE, persuadido de que la causan MO-
TIVOS QUE HARÉ PRESENTE».
Adulterando visiblemente las fechas, para que el go-
bierno apareciese como instruido de antemaño, y no como
sometido á la imposición de lo ocurrido, se le pasó un ofi-
cio al general Belgrano diciéndole: «El gobierno consi-
dera que la conducta del sargento mayor don Manuel Co-
nejo y Amores en el movimiento de las milicias auxiliares
de las tropas de línea, ha procedido Únicamente de celo
í>OR EL MEJOR SERVICIO; pero presentando este paso un
acto voluntario y subversivo del orden... el gobierno le
manda al señor general que reconvenga al culpable por no
haberle dado aviso».
La proclama que con este motivo expidió el general Bel-
grano, es característica del tiempo y de las circunstancias.
Se percibe bien en ella cuánto había descendido el nivel de
las cosas y dé los hombres, delante de la borrasca que ya
rugía y ensayaba su violencia en el mar profundo de las
masas. ((¡Os habéis cubierto DE gloria! (les decía el
vencedor de los realistas en Tucumán y en Salta, á los
campesinos de Buenos Aires), y sois dignos hijos de la pa-
tria», etc:, etc.
DEL DESASTRE DE SIPE-SIPE 329
tef eses públicos á tomar sus quicios naturales. El
13 de abril se recibió al fin la anhelada noticia: el
Congreso se había instalado con toda soletnnidad
el 24 de marzo. Inmediatamente se publicó un ban-
do convocando á las autoridades civiles, militares,
y religiosas, á'que concurrieran el día 15 de abril
á jurar el reconocimiento del Congreso Nacional
en la Casa del Ayuntamiento. Al día siguiente se
celebró tin solemne Te-Deum y acción de gracias
en la iglesia Catedral, al que asistió el Supremo
Director con el numeroso cortejo de los tres Orde-
nes del Estado, según el rito colonial, y de todos
los empleados que los desempeñaban. Notóse sin
embargo con suma extrañeza que la Junta de Ob-
servación no hubiera concurrido al Juramento del
Congreso ni á la fiesta religiosa con que se cele-
braba su instalación.
Después de la fiesta, regresaba el señor Alvarez-
Thomas al palacio de gobierno acompañado de la
comitiva oficial y del concurso de gente que se ha-
bía aglomerado en derredor suyo, cuando al entrar
en su despacho se le acercó el alcalde de primer
voto don Francisco Antonio de Escalada, y le dio
una fatal noticia entregándole las comunicaciones
que por expreso acababa de recibir de Santafé. He
aquí lo que había sucedido:
El general Belgrano, justamente alarmado con
ia desmoralización de las milicias que formaban,
no diremos el cuerpo, sino el bulto de su división,
había preferido tentar un arreglo pacífico con los
jefes revolucionarios de Santafé y con el coman-
dante artiguista Francisco Rodríguez que había pa-
sado en auxilio de éstos con un número relativa-
330 EFECTOS POLÍTICOS
mente considerable de montoneros aguerridos. Con
este propósito, el general Belgrano había comisio-
nado al jefe de la vanguardia general Díaz-Vélez
que hiciera indicaciones de paz á los jefes enemi-
gos; y como estas indicaciones fueran aceptadas,
se convino que Díaz-Vélez se reuniría en la Capilla
del paso de San Bartolomé con don Cosme Maciel,
autorizado al efecto por la otra parte,
A lo que se ve por el convenio que allí celebra-
ron, Díaz-Vélez concedió de pla-
1816 no «que con el más sincero deseo
Abril 9 de hacer la paz, de consolidar la
unión, y de cortar de raíz la gue-
rra civil en que el despotismo y arbitrariedad del
director de Buenos Aires don Ignacio Alvarez ha-
bía envuelto las dos provincias...» acordaban: i.°»
separar del mando de las tropas al general Belgra-
no; 2.°, que el general Díaz-Vélez fuese reconocido
como general en jefe de los dos ejércitos, ya fuese
para retirarse al otro lado del Carcarañáa, si era
perseguido, ya para marchar con ellas sobre Bue-
nos Aires, á destituir al director mencionado y au-
xiliar al pueblo á fin de que se diese un nuevo go-
bernante (17).
(17) En los años de 1846 á 1848, el señor don Esteban
Echevarría y yo nos ocupábamos en Montevideo en hacer
estudios de la Revolución, recogiendo informes y testimo-
nios de los actores, como puede verse en la Colección de
¿os escritos de Echeverría^ formada y regularizada por el
señor don Juan María Gutiérrez (imprenta de Casavalle).
Encargóse Echeverría de hablar con su amigo el general
Díaz-Vélez sobre el episodio de Sanio Tomé, y éste le di-
j-p que su conducta había procedido de que Vera y Hereñú
DKL DESASTRK DE SIPE-SIPE 33 1
De creer es que al proceder de esta manera el
general Díaz-Vélez estuviese ya anticipadamente de
acuerdo con los oficiales y los jefes de su división ;
pues en el acto de comunicarles lo acordado, die-
ron su conformidad; y el general Belgrano des-
pués de unos momentos de arresto, se puso en ca-
mino para Tucumán en la esperanza de influir so-
bre el Congreso, en cuyo seno tenía antiguos y res-
petuosísimos amigos, así como extensa^ populari-
dad en toda esa provincia y la de Salta, donde po-
día contar con toda la adhesión del mismo Güemes
que las tenía ahora en sus manos.
Al tener conocimiento de todo esto, que el al-
calde de primer voto, con solemne disimulo, pero
visiblemente complacido le comunicaba en voz baja,
Alvarez-Thomas perdió la tranquilidad; y dirigién-
dose al concurso que había entrado con él en el
despacho ó que andaba pK)r las galerías, les comu-
habían acordado secretamente con él emanciparse de Ar-
tigas, y quitarle toda influencia sobre Entremos y Santafé,
si se les hacía las concesiones aparentes de ese tratado,
concesiones que les habían de servir para prepararse con-
tra el usurpador oriental, y para quitarle todo pretexto ó
necesidad de que enviase fuerzas propias á esas provin-
cias. Agregaba el señor Díaz-Vélez que esto no pudo ha-
cerse tan pronto como se había esperado ; pero que al fin
Vera y Hereñtí habían cumplido. Lo cual es verdad, como
lo veremos á su tiempo. Otros creían que Díaz-Vélez había
obrado con la esperanza de calzarse el gobierno de la ca-
pital, y hacerse fuerte en él contra el Congreso con el apo-
yo de Santafé y del poderoso partido localista que se agi-
taba en Bwenos Aires con motivo de la intriga monárquica
que según se decía prevalecía descaradamente en Tucu-
mán, fomentada por el general Belgrano y por sus corres-
ponsales.
332 EFECTOS políticos
nicó que había sido destituido por el ejército ; y
que como él no quería gobernar ni un minuto más,í
sino que se respetase su persona, desde aquel mo-.
mentó renunciaba y se trasladaba á su hogar para
que los circunstantes nombraran su sucesor como
quisieran. En medio de la sorpresa y del asombro,
en que todos quedaron, el Director repetía varias
veces: <(Sí, señores, me voy, me voy: nombren us-
tedes á quien quieran», y hacía ademanes de reco-
ger papeles y otras cosas que le pertenecían. Es-
taba visiblemente con miedo. El presidente del Tri-
bunal de Justicia doctor don Manuel Antonio Cas-
tro, le llamó la atención y le dijo que aquel concur-
so, por numeroso y notoriamente distinguido que
fuese, no tenía el carácter de pueblo, por falta de
convocación legal, y que por consiguiente no ha-
bía allí persona ó corporación alguna que tuviese
facultades para admitirle la renuncia y mucho me-
nos para darle un sucesor. Muchos otros se adhi-
rieron á este parecer, mientras que la parte más
numerosa del concurso se agolpaba más y más á
medida que la novedad circulaba de grupo en gru-
po hasta la plaza y las calles con la rapidez natural
del caso. A las observaciones del doctor Castro,
.Mvarez-Thomas, cada vez más febril y visiblemen-
te más alarmado por la bulla y el alboroto que se
aumentaba por allí, protestaba que él no era ya
nada, que nada quería sino garantías individuales
y que los demás hicieran lo que quisieran. Pero
juntándose el señor Castro, el alcalde de primer
voto, el deán de la Catedral y muchas otras per-
sonas de respeto, le convencieron de que no podía
proceder como decía sin arrostrar serios compromi-
DEL DESASTRE DE SIPE-SIPE ,^33
SOS que le traerían graves responsabilidades, y lo-
graron al fin que accediese á llamar á la Junta de
Observación que era la única autoridad que por el
Estatuto vigente podía aceptar la renuncia, é in-
tegrarse en seguida con el Cabildo para nombrar
el sucesor. Un momento después llegaban uno á
uno los miembros de la Junta de Observación. Pe-
ro, informados de lo que había ocurrido, su presi-
dente en turno don Felipe B. Arana observó que
dudaba si se podía proceder como se les indicaba,
pues la Junta no había prestado juramento al So-
berano Congreso Nacional porque el Director Su-
premo no se había dignado citarla particularmente.
El Director procuró levantar este cargo diciendo
que á ninguna de las otras corporaciones del Es-
tado se le había hecho más citación que la del bando
de fecha 13. A lo que el presidente contestó seca-
mente que no era eso lo regular. Tal era el ánimo
contrariado y hostil en que se hallaban las dos au-
toridades. Pero, como era menester salir de aquél
conflicto se acordó que la Junta prestase el jura-
rpento requerido ante el Director. Hecho así, ad-
mitió la renuncia; é integrada con el Ayuntamien-
to, fué nombrado el general don Antonio Gonzá-
lez Balcarce Director interino del Estado, ó mejor
dicho de la capital, pues con respecto á la nación
su carácter era completamente indeterminado, even-
tual y subsidiario apenas.
Así naufragó la ambición impotente y dañina
del fautor de la sublevación de Fonteztielas (18).
(18) El señor Arana, que ejercía la presidencia en el
turno de tres meses, de acuerdo con el Estatuto Provisio-
334 EFECTOS políticos
Durante el período de AIvarez-Thomas tuvo lu-
gar el audaz crucero del almirante Brown por los
puertos y costas del mar Pacífico, desde el Sur de
Chile hasta Colombia ; crucero que á la vez que
fué uno de los episodios de nuestra Revolución de
más vivo interés, nos da la primacía, de tiempo al
nal, era entonces un hombre de 33 años, á quien se le su-
ponía dotado de talento é instrucción ; pero como carecía
completamente de instrucción literaria y científica, era aje-
no á toda curiosidad ó inclinación de aquellas que extien-
den los horizontes del espíritu y que dan elevación y ame-
nidad á sus manifestaciones sociales. Había estudiado bien
el idioma latino ; pero en vez de servirse de él como me-
dio de pulir su talento con el trato de los clásicos, había
dejado enmohecer ese precioso instrumento en la jerga teo-
lógica y pseudo-metafísica del padre Altieri, y en las ex-
posiciones pálidas y ramplonas de los Instituta de Sala,
de Vinnios y de Heinecio. Era por consiguiente un hombre
bien informado dentro de ciertos límites ; pero de tenden-
cias atrasadas, y que por su propia inferioridad, quizás,
miraba con antipatía todo lo que era movimiento expan-
sivo y moderno en la filosofía y en la sociabilidad del si-
glo. A pesar de su índole empecinada y renitente, es de
presumir que carecía de carácter, porque nunca pudo ni
trató de hacerse valer por sí mismo, sino amparándose
siempre entre personas de posición más fuerte y de temple
más predominante que el suyo. Ya por esto, ya por paren-
tesco, ó más bien por una y otra cosa, anduvo siempre á
remolque de los hermanos Anchorena, aunque muy esti-
mado y respetado entre ellos como hombre importante de
su partido, hasta que por ese camino cayó en manos del
atroz y bárbaro tirano Juan Manuel Ro^as, que lo hizo ob-
jeto material de su servicio en uno de sus • f arsáicos mi-
nisterios reduciéndolo al sumiso papel de simple firmante
de documentos oficiales que se le daban hechos. Pero no
es poco decir en honra suya, que aún en esta triste y des-
airada posición conservó íntegras todas las condiciones de-
DEL DESASTRE DE SIPE-SIPE 335
menos, y de no menos arrojo, sobre las mentadas
hazañas que lord Cochrane realizó algunos años
después, con medios mucho más poderosos. No
sólo por eso merece contarse, sino porque es tam-
bién una prueba palpitante de la vigorosa elasti-
cidad que la Revolución había comunicado al mo-
viinrento social y á los hombres envueltos en su
fortuna.
Un crucero en el mar Pacífico con un pequeño
•grupo de tropas que pudiera hacer desembarcos y
ataques parciales en las costas del Perú," combi-
nado con 'la "invasión del ejército que había de
abrirse camino por Oruro y por él Cuzco, era uno
de -los proyectos que más habían' preocupado lá
centes de un hombre de bien. No hizo ni procuró hacer
mal á nadie. No creemos tampoco, como alguno ha dicho,
que hiciera servicio alguno á los perseguidos por' el tirano,
porque en el fondo era egoísta y tímido, y porque es más
probable que se mantuviera en el papel inútil y secunda-
íio que ese tirano le había impuesto, sin permitirse inicia-
tiva en nad^, ni hacerse valer. Por el contrario, su. cui-
dado fué esconder y anular su talento: tal vez para evitar
que se le infamara, ó por miedo de dar ocasión á inciden-
tes que' pudieran enojar al amo que lo tenía supeditado.
Sus costumbres privadas fueron siempre puras é intacha-
bles como su honradez : nunca faltó á la estricta decencia
de la conducta personal, corno algún detractor poco escru-
puloso ha querido imputárselo ; y en los afectos del hogar
fué un modelo de delicadeza y dé ternura. Blasonaba con
razón de ser nieto del noble Andonáeguí, gobernador del
Río de I la Plata en 1745, cuyas ideas liberales y antijesuí-
tas no cultivó sin embargo, porque era beato : beato más
que creyente ; y de ahí el apodo de Cajnpanillero que le
valió él manejo de esa sonaja en su asidua asistenciaá las
procesiones de los santos. ' ' '
2S^ EFECTOS POLÍTICOS
atención del general Alvear y los trabajos de su
hábil ministro de Hacienda el señor Larrea. No
sólo era de importancia estratégica y política, sino
que se creía con razón que se tomarían caudales
considerables que sirvieran para compensar y sos-
tener los gastos de la guerra, pues el Perú conti-
nuaba con España un comercio de bastante valor
en artículos de guerra, armas, mercaderías, y re-
torno de metales preciosos. En 1814 la marina de
guerra española estaba en tal decadencia que se
puede decir con estricta verdad que no existía. Una
gran parte de sus viejos buques le habían sido usur-
pados por Napoleón ; otra se hallaba en manos de
los ingleses, y lo que quedaba armado y disponible
en las costas de Sud-América no era como para
imponer respeto á un marino experto y atrevido
como Brown, capaz de moverse y de caer por sor-
presa en donde más conviniera á las armas argen-
tinas^ que por el lado de tierra debían llamar toda
la atención de las autoridades realistas en momentos
de pavor para ellas. Débese á los señores Rondeau
y Alvarez-Thomas (no hablemos de Artigas que
estaba en su papel) la triste gloria de haber hechp
fracasar estos propósitos que, como dice el gene-
ral Paz, estaban en el camino de su fácil é inme-
diata realización (19).
Desbaratados en abril los medios que se iban
reuniendo con este fin, quedó sin embargo la idea ;
y algunos particulares trataron de ver si les era po-
sible reorganizar la correría como empresa parti-
(19) Véase la cita textual en la página. 150 de este vo-
lumen. .íOÍJ'.'V. í-.ol il'.
DEL DESASTRE DE SIPE-SIPE 337
cular. El doctor don Vicente Anastasio Echevarría,
hombre rico, de genio tranquilo, como dado al pla-
cer de aventurar su fortuna en especulaciones de
proporciones indefinidas, se hallaba emparentado
de cerca con el marino francés don Hipólito Bou-
chard, á quien le sonreía la esperanza de hacer un
corso reproductivo en el mar Pacífko, cerrado has-
ta entonces á las marinas de las demás naciones, y
donde sin peligro de ser contenido podía entregar-
se á todos los excesos de ese género de guerra (20) .
Aunque demasiado decente para caer en el ni-
vel de un simple pirata, Bouchard era todo un cor-
sario de pies á cabeza á la manera de su tiempo.
Armado en guerra y pudiendo levantar una ban-
dera legítima, se permitía todos los excesos que esa
guerra irregular autorizaba, con un carácter duro
y desapiadado, hasta los límites, harto vagos en
verdad, que separaban el corso de la piratería. No
buscaba como Brown el combate legítimo y glo-
rioso por las emociones del combate mismo , ni ser-
vía la causa argentina, como éste, por amor á la
patria adoptiva, sino con aspiraciones á la opulenr
cia material más que á la gloria, y midiendo el es-
fuerzo por el provecho pecuniario que pudiera pro-
ducirle. Brown, por el contrario, amaba la hazaña
por la hazaña misma, y se tenía por compensado
con los aplausos de Buenos Aires y de sus hijos,
sin que haya variado jamás de móviles ni de reso-
(20) Es el mismo que hemos visto figurar como marino
en el combate naval de San Nicolás, tomo III, pág. 339 y
341 ; y como capitán de granaderos á caballo en el de San
Lorenzo, tomo IV, pág. 250,
HIST. DE LA REP. ARGENTINA. TOMO V. — 22 '
33^^ EFECTOS POLÍTICOS
luciones desde que pisó en su juventud -el suelo de
su segunda, más bien dicho, de la única patria que
tuvo desde entonces, hasta que murió en su última
vej-ez, siempre honrado y siempre querido en ella.
Habíanse unido en un mismo deseo el doctor
Echevarría, el capitán Bouchard, y el presbítero
Uribe, emigrado chileno y ardoroso patriota que
quería aventurar también los recursos pecuniarios
con que contaba en la expedición marítima á ias
costas del Pacífico. Entre ellos y algunos otros es-
peculadores habían reunido los fondos necesarios
para aparejar los buques y tripularlos; pero nece-
sitaban armas y cañones ; y sobre todo una guar-
nición de infantería nacional para cada buque, que
les diese un medio efectiva y seguro de contener
bajo la autoridad de cada capitán la tripulación co-
lecticia y desalmada de extranjeros que habían de
tomar y que habían de emplear en sorprender al-
gunos puntos de la costa. En solicitud de esto y
de la autorización para llevar la bandera legal ocu-
rrieron al gobierno. El director Alvarez-Thomas
aceptó la idea, proporcionó dos buques más, pero
puso por precisa condición que la expedición fuese
á las órdenes de Brown y no con el simple carác-
ter de un corso, sino con el de un crucero regular,
conviniendo también que la fuerza de infantería
que había de dar, fuese á las órdenes del teniente
coronel de Chile don Ramón Freiré, joven de ele-
vado carácter, de notoria probidad, de valor no me-
nos notorio, y que fué algo después uno de los
hombres más señalados en la historia de 5U país.
Hallábase muy adelantado el armamento de la
expedición, y embarcada alguna tropa, en número
DEL DESASTRE DE SIPE-SIPE 33^)
de cerca de 300 cazadores, cuando llegó á Buenos
Aires la noticia de que el general Morillo había
zarpado de Cádiz con rumbo reservado, pero que
se suponía ser el del Río de la Plata. Con la alarma
consiguiente á este temor, se le ordenó á Brown que
se mantuviese en la rada hasta tener un conocimien-
to exacto de los sucesos que se preparaban. Pero
Brown y sus compañeros, provistos ya de los pa-
peles y patentes que autorizaban su carácter pú-
blico en ese crucero, desestimaron la prudencia del
gobierno, y el 15 de octubre (18 15) se hicieron á la
vela con dirección á los mares del Sur.
Componíase la escuadrilla de cuatro buques : la
fragata Hércules y el bergantín Trinidad, pertene-
cientes al gobierno; el bergantín Halcón, armado
por Echevarría y Bouchard, bajo el mando de éste,
y el queche Uribe, armado por el presbítero del
mismo nombre que hemos mencionado, y que no
contento con aventurar su dinero se embarcó en él
V aventuró también su persona.
El punto de reunión era la isla de la Mocha, al
otro lado del Cabo de Hornos enfrente de la costa
de Arauco. Brown con el Hércules y con la Trini-
dad llegó á la isla con aquella felicidad habitual de
todas sus operaciones, que era quizá un efecto de
su pericia y de su admirable talento. Pero Bou-
chard, que no tuvo igual suerte, arribó con bas-
tantes días de retardo, trayendo al Halcón con se-
rias averías, y habiendo sucumbido la goleta Uribe
con toda su tripulación bajo la bravura de las olas.
Que fuese ó no por no haber sabido conducirse con
la debida previsión, le sucedió también encontrarse
con la fragata norteamericana Indus, que no bien
340 EFFXTOS POLÍTICOS
llegó á Valparaíso dio noticia de su aparición en
aquellos parajes, y fué causa de que Valparaíso
y las costas de Chile no hubiesen sido sorpren-
didos.
A costa pues de algunos días preciosos y per-
didos, se recompuso el Halcón y
1815 pudieron hacerse á la vela los tres
Diciembre 6 buques. Con la mira de aumentar
y reforzar las tripulaciones, Brown
ordenó al capitán Freiré que fuese con el Trinidad
á la isla de Juan Fernández y levantase todos los
patriotas chilenos que los realistas habían confina-
do en ese islote solitario, é hizo rumbo inmediata-
mente hacia el Callao con el Hércules y con el HaU
con. En ese camino apresaron la goleta Mercedes,
que echaron á pique, reduciendo á servicio la tri-
pulación, compuesta de algunos marineros chile-
nos, y se pusieron á cruzar en seguida detrás de la
isla de las Hormigas sin que nadie los hubiera sen-
tido en el Callao.
Allí se les incorporó el bergantín Trinidad con
algunos oficiales y soldados saca-
18 16 dos de Juan Fernández; apresaron
Enero 20 á 28 dos preciosas fragatas, la Conse-
cuencia y la Gobernadora. En la
primera hicieron la importante captura del general
Mendiburu que iba á Guayaquil con el carácter de
presidente y gobernador de la provincia, acompa-
ñado de varios edecanes de graduación con muchos
otros empleados civiles. Y como el buque era muy
fino y bastante velero lo armaron en guerra con el
nombre de la Argentina. En la segunda tomaron
mercaderías evaluadas en cerca de un millón de pe-
DEL DESASTRE DE SIPE-SIPE 34 1
SOS y lo llevaron consigo hasta tomar un puerto en
que pudieran venderla como buena presa.
Sabe Dios todo lo demás que habrían conse-
guido si uno de aquellos descuidos que no se pue-
den prever, no hubiera venido á poner en noticia
de las autoridades de Lima la proximidad del cru-
cero. Habían apresado también un bergantín de
poca importancia, que siendo- aparente para pon-
tón fué desarbolado, embicado á la costa de la isla
de las Hormigas y destinado á depósito de prisio-
neros comunes que no podían ni convenía man-
tener á bordo. Entre éstos se hallaba el carpintero
del dicho bergantín, que seriamente alarmado por
el abandono en que los habían dejado, se decidió
á todo antes que permanecer allí, y se puso á res-
taurar un bote despedazado que había quedado en
la ribera. El hecho fué que logró ponerlo en estado
de flotar, y que con alguno de sus compañeros atra-
vesó con felicidad las siete leguas que lo separaban
de Chancay. «Si Dios no le inspira este heroico
arrojo (decía la Gaceta oficial de Lima) hubiera
sobrevenido una gran ruina, pues estaban para sa-
lir gran número de buques para España y para
otros destinos... Luego que el malvado Brown supo
la fuga de los prisioneros entró en furor y tomó la
descabellada resolución de atacar el Callao. El 20
de enero por la noche entraron hasta la inmedia-
ción de los buques que estaban dentro de la bahía
tirando balas que cayeron dentro de la población,
y se retiraron. El 21 cuatro de sus buques (*) fon-
(*) Hércules, Halcón, Argentina (ó Gobernadora) y
Trinidad.
342 ■ EFECTOS POLÍTICOS
dearon con toda impavidez en la misma bahía, ti-
raron cañonazos como por burla, se les contestó
desde los Castillos y anduvieron bordeando hasta
la media noche, hora en que volvieron á entrar en
el puerto y lograron echar á pique la fragata Fuen-
te Hermosa. Siguieron en estas tentativas y ama-
gos hasta que el 27 por la noche desembarcaron en
la isla de Los Barcos, hicieron grandes fogatas y
tuvieron el insolente arrojo de echar cinco botes
dentro del puerto por sotavento de nuestros buques
y de abordar una lancha de guerra en que por for-
tuna se encontraron con 50 soldados del batallón de
.Extremadura recientemente llegado de España: que
si no es eso se la llevan. El 28 apresaron, la fragata
Candelaria y desaparecieron, suponiéndose que hu-
bieran tomado para las costas de Chile. Pero se
supo después que se habían dirigido á Guayaquil».
Brown esperaba tener mayor fortuna en Guaya-
quil, cuyo gobernador y cortejo llevaba prisioneros
á bordo, ya para obtener un valioso rescate, ya otra
ventaja de grande consideración.
El 8 de febrero entró de sorpresa por la ría y se
ocultó en la isla de la Puna, donde habría conse-
guido tomar los buques que estaban de salida, si el
pailebot Correo de Panamá no hubiese descubierto
los buques argentinos á tiempo para virar y poner-
se en salvo por su buen andar y poco calado.
El aviso comunicado á la ciudad por este inci-
dente llegó á las once y media de la noche. Se apo-
deró de la población un tremendo pavor. Las fa-
milias abandonaban sus casas en desnudez buscan-
do salvarse en las campañas y cerros vecinos. Todo
era desorden cuando el día 9 por la mañana se sin-
DKI. DESASTRE DE SIPE-SIPE 343
tió un nutrido cañoneo y fuego de fusilería que
puso el colmo al espanto del vecindario. Era que
el bravo comandante Freiré, echado á tierra, ata-
caba el Castillo de las Piedras al mismo tiempo que
Brown con el Hércules puesto á medio tiro de fusil
lo abrumaba con su artillería, hasta lograr que la
guarnición lo abandonara y que flameara en sus
almenas la bandera argentina. Enardecido con este
triunfo y animado además con la incontrastable bra-
vura de Freiré, creyó el almirante que aquél era
el momento de entrar hacia adelante y de posesio-
narse de Guayacjuil. Pero á pesar de c^ue la ría se
presentaba crecida y con bastante agua, de los bu-
ques que tenía, el único aparente para la operación
era el Halcón, que como hemos dicho le pertenecía
á Bouchard. El almirante solicitó que éste se lo ce-
diera, pero Bouchard se negó, sosteniendo que era
una locura arriesgarse en un riacho expuesto á mu-
danzas de fondo repentinas. Brown le ofreció com-
pensación; pero no había tiempo ni medios de tras-
bordar los armamentos y pertrechos que el buque
contenía, antes de cederlo; y como el tiempo fuera
precioso, Brown se trasbordó al Trinidad y entró
á correr de su cuenta la aventura.
El fuerte de San Carlos defendía el puerto.
Brown fué audazmente hacia él, y puesto á medio
tiro de fusil rompió el fuego de cañón sobre él. Si
en ese momento hubiera tenido el apoyo del Hal-
cón el fuerte se hubiera rendido como el de las Pie-
dras, y la ciudad hubiera capitulado, pues quedaba
completamente dominada por la artillería del Tri-
nidad. Pero de pronto el buque comenzó á tocar en
el fondo, y un cuarto de hora después se tumbó,
344 EFECTOS POLÍTICOS
quedando la artillería imposibilitada de continuar
sus tiros. Las multitudes que por diferentes luga-
res de la ciudad veían el combate advirtieron al ins-
tante el descalabro, y se lanzaron con algazara y
furor á la playa en donde el Trinidad estaba tum-
bado. Sin perder su ánimo Brown toma un lanza
fuego y les grita que va á hacer volar el buque,
precipitándose á la santabárbara al mismo tiempo
que la multitud hacía irrupción en él. Un alarido
de terror y el grito de «el buque salta, el buque
salta» pone en desorden y en fuga á los asaltantes.
El almirante vuelve á presentarse, sin abandonar
la terrible tea, toma y hace flotar un pañuelo blan-
co pidiendo la aproximación de personas capaces
y habilitadas para capitular. Pocos momentos tar-
dó en presentarse el coronel Meléndez, hombre de
años, con cinco ó seis personas de distinción. Brown
comenzó por declararles que no teniendo medios
de defensa ni de retirada se consideraba prisionero,
pero que no pedía cuartel, porque él también tenía
prisioneros en los buques que le quedabart afuera :
el general Mendiburu con un crecido número de
personajes y empleados, los que habían de ser fu-
silados, según las órdenes que había dejado, si él
no regresara en libertad al entrar la noche ; y que
como sabía que ejecutado esto á él no le quedaba
más suerte que ésta misma, estaba resuelto á hacer
volar el buque y morir con más honra, como marino
y como militar. Añadió que si querían cerciorarse
de la verdad, les daría un pasavante para ir á con-
ferenciar con Mendiburu.
Después de las verificaciones y diligencias con-
siguientes, Brown obtuvo su libertad y la de los
DEL DESASTRE DE SIPE-SIPE 345
suyos, canjeándola por la de Mendiburu y la de
todos sus empleados. Pero además de esto el al-
mirante conservó bastante energía para imponer
otras ventajosísimas condiciones, como fueron: i.*,
retirar la bandera argentina del Trinidad, que que-
daba perdido; 2.^, recibir 22,000 pesos por la fra-
gata Candelaria y devolverla á su armador el señor
Jado por gratitud de que en el primer asalto hu-
biera cubierto con su persona la de Brown que la
multitud quería sacrificar, y 130,000 pesos por la
devolución de la fragata Gobernadora.
El 20 volvió Brown al Hércules, y se dirigió
con la escuadrilla á la isla de Galápagos.
Sobrevino allí un rompimiento con Bouchard
que venía preparándose de largo tiempo. El uno
entendía el crucero de una manera muy distinta del
otro ; y no siendo posible que pudieran marchar de
acuerdo, resolvieron separarse. Brown le cedió á
Bouchard la fragata Argentina (antes Consecuen-
cia), diez mil pesos en efectivo y una proporción
convencional en los demás valores. Bouchard cedió
el Halcón, y regresó de allí con rumbo á Buenos
Aires á donde llegó el 23 de junio de 1816. Brown
siguió hacia el Norte con ánimo de recorrer las
costas occidentales de México. Pero como el Halcón
mostró necesitar serias reparaciones antes de em-
prender esa larga correría, Brown tomó puerto en
San Buenaventura, provincia de Chucú en la Nue-
va Granada, que estaba en poder de los patriotas.
Allí se hizo de víveres, y envió al doctor Hamp-
ford, cirujano del Hércules, á negociar que el go-
bierno de Popayan lo reforzase con dos ó tres bu-
ques más y alguna tropa con que volver sobre el
34Í> EFECTOS POLÍTICOS
Callao. Mientras se trataba de esto, se hizi) de fon-
dos y tumbó el bergantín Halcón para componer-
lo. Pero en esos días las tropas de Morillo habían
trasmontado la cordillera y ocupado victoriosamen-
te á Bogotá. El general Pía entró en> Chucen; y
Brown se vio obligado á incendiar á toda prisa el
Halcón y á tomar con el Hércules la vuelta del Sur
para volver á Buenos Aires (21).
Es menester también que antes de cerrar este
período le hagamos la debida justicia al director
Alvarez-Thomas por la constante decisión con que
cooperó, á costa de muchos disgustos y sacrificios,
á poner en manos del general San Martín las fuer-
zas, los recursos, y cuanto demás necesitaba para
j>on€r el ejército de Mendoza en estado de tras-
montar los Andes y de pasar á Chile á disputar la
posesión de aquel país á los realistas que lo habían
reconquistado en Rancagua; y esto sin olvidar los
refuerzos de que el ejército de Tucumán necesitaba
para detener las fuerzas de Pezuela que, triunfado-
ras en Viluma, se preparaban á abrir una nueva y
formidable campaña sobre Salta y Tucumán con
las tropas y los jefes que acababan de llegar de
España, y que traían un orgullo militar tan elevado
de su propio mérito como despreciativo de los sol-
dados y jefes argentinos con quienes tenían que
combatir.
(21) Las demás contingencias no son, estrictamente ha-
blando, asunto de la Historia política de la República Ar-
gentina. Pero son de suyo muy interesantes bajo su aspecto
jurídico por el pleito á que dio lugar él arribo y la cap-
tura del Hércules en las Barbadas por un buque de guerra
inglés, y por la magistral sentencia con que lo falló á fa-
vor de Brown el famoso jurisconsulto Sir O. W. Scott.
Todo lo cual puede verse en el Apéndice respectivo.
CAPITULO X
EL CONGJIESO DE TUCUMÁN Y EL ESTADO GENERAL
DE LAS PROVINCIAS
Sumario: La misión del Congreso de Tucumán. — La Re-
pública Patricia. — Lo que entendía Jefferson por demo-
cracia.— El Contrato Social y el Esfiritu de las Leyes. —
Vida y muerte del Congreso de Tucumán. — Su instala-
ción.— Situación difícil de sus miembros. — Problenías
complicados de su misión. — El primer estallido de los
antagonismos de la situación.— Rondeau y Güemes. —
TemoresJ precauciones y desconfianzas recíprocas. — Ca-
rácter público de Rondeau. — Patriotismo y resoluciones
de Güemes. — Los explotadores de la situación. — Opinión
de Rondeau sobre Belgrano.— Medidas de Güemes para
la defensa de Salta. — Dudas sobre el verdadero fin de
estas medidas.— Reaparición del nombre y del influjo del
coronel Moldes. — Aparición y pasaje de la columna del
general French. — Alarma y precauciones defensivas de
Güemes. — Acuerdo amistoso. — Renovación de la enemis-
tad.— Influjo maligno de Pagóla. — Motivos respectivos
de una y otra parte. — Los gauchos^ los maturrangos. —
Situación insostenible del ejército de Rondeau. — Su cam-
paña contra Güemes. — La capitulación. — La Mangncha.
—Ef regreso á Jujuy. — Entrega de 300 reclutas al mando
de Zequeira. — El noble patriotismo de Güemes y su nota
de comunicación al gobierno de Buenos Aires. — Opinio-
nes del general San Martín.— Carta de don Tomás Gui-
do.—^Contrariedad é inquietud del coronel Moldes. — Ac-
titud impenetrable y patriótica conducta de Güemes.—
El" doctor Castro Barros. — Su entrevista con Güemes. —
Retrato moral del hombre.— Las consecuencias de su in-
34^ EL CONGRESO DE TUCUMÁN
tervención. — La acusación del Cabildo de la Rioja. — Güe-
mes y Artigas. — Opinión de Güemes sobre Artigas.—
Nuevo rompimiento con Santafé. — Repercusión respec-
tiva de los tumultos de la capital en el interior, y de los
del interior en la capital. — Anuncios de la invasión por-
tuguesa.— Indignación del partido popular. — Incitación
general á la guerra contra Portugal. — Acusación contra
los monárquicos. — Connivencia supuesta del Congreso.—
Conatos de autonomía completa. — Alarma del Congre-
so. — Dos medidas radicales. — Elección de Pueyrredón
para Director Supremo del Estado.
El Congreso de Tucumán fué la única de nues-
tras primeras asambleas que alcanzó á ver resuelto
el arduo problema de los tiempos en que había sido
convocada la consolidación de la Independencia
por la ley y por las armas. Así es que después de
haber vivido en gloria y majestad al lado del gran-
de hombre de Estado á quien puso á la cabeza de
la nación en.iSió, murió de muerte natural en 1819,
cuando terminada su primera evolución, el país se
veía arrastrado por los vicios de su vieja sociabili-
dad á tomar caminos harto diversos de aquellos en
que los patriotas de 1810 habían querido ponerlo.
El gobierno de Mayo había sido concebido por sus
fundadores como república de patricios y para pa-
tricios, á la manera de la que Washington y sus
amigos habían tratado de fundar al Norte ; y al
transformarse, después del triunfo, en democracia
absoluta é inorgánica, las eventualidades del tiem-
po se llevaron consigo la última palabra del espí-
ritu primitivo pronunciada por el Congreso de Tu-
cumán en la Constitución Patricia y Conservadora
de 1819, que no pudo vivir, pero que es la más sen-
sata y la mejor adaptada á nuestras libertades poli-
Y ESTADO GENERAL DE LAS PROVINCIAS 349
ticas de cuantas se han ensayado antes y después
entre nosotros.
No decimos con esto que los fundadores de la
República del Norte y los fundadores de la Repú-
blica del Sur hubiesen concebido esa fórmula de
la República Patricia, en el sentido de crear ó de
consolidar una nobleza de raza; sino que creían
haber adoptado las mejores instituciones para man-
tener en el gobierno el influjo permanente y exclu-
sivo de aquellas clases honorables y distinguidas
((Sobre cuyo carácter y principios morales, jamás
por jamás (decía Jefferson) habían de ejercer in-
flujo los perdularios ni la canalla colecticia que pu-
lulaban dentro de las ciudades europeas» ( i ) .
(i) «La aristocracia natural es á mis ojos el don más
precioso que puede hacernos la naturaleza, tanto para la
enseñanza de la sociedad como para la dirección y el ma-
nejo de los negocios... Tengo por la mejor forma de go-
bierno aquella que consigue con eficacia hacer que las fun-
ciones públicas sean exclusivamente confiadas á estos
aristoi naturales ; y creo que el mejor medio, es dejar á
los ciudadanos el cuidado de separar por elecciones libres
á los aristoi verdaderos de los -pseudo aristoi. Los hombres
de nuestros Estados pueden con seguridad reservarse para
sí mismos un control saludable sobre los negocios públi-
cos y un grado de libertad que en manos de la canalla de
las ciudades europeas, se convertiría muy pronto en ruina
de los intereses públicos». (Papeles y Escritos, tomo II,
pág. 213 á 220). Es asombroso, por cierto, que un hombre
tan ilustre como éste, que además de ser un gran publi-
cista era un político de tradición y de raza inglesa, estu-
viera tan ofuscado sobre el porvenir de su país y sobre el
carácter del régimen gubernativo que había adoptado, que
no comprendiera que esos propósitos á que aspiraba eran
de todo punto imposibles con el simple régimen electoral
.vS<>
KI. CONGRESO DK TUCÜMÁN
El Congreso de Tucumán, que iba á ser en 1816
la expresión genuina del espíritu patricio que en
Buenos Aires y en las otras provincias había he-
cho y cooperado á la Revolución de i8io, recibía
á la patria casi cadáver. La reacción colonial venía
triunfante y poderosa por su frente. Los vencedo-
res de Rancagua y de Viluma se habían dado cita
y fuera del régimen ministerial parlamentario. Verdad es
que allá, como aquí, había que contar con el influjo tatal
que dos libros del siglo xviii— el Contrato Social y el Es-
píritu de las Leyes — han ejercido sobre el organismo cons-
titucional de los pueblos americanos del Norte y al Sur.
Fundado el uno en el falsísimo sofisma de la Soberanía
ficticia del número, y el otro en el sofisma no menos ilu-
sorio de la DÍ7'isiÓ7t de los Poderes en categorías guberna-
tivas, ha dado origen el primero á la impudente mentira
del sufragio universal, que no es en lo práctico sino la co-
rrupción electoral ; y el otro al absolutismo virtual del Po-
der Ejecutivo, que en lo práctico es la obstrucción y el ano-
nadamiento de los influjos de la opinión pública, es decir,
la negación de las libertades políticas. Lo peor en es'to, es
que los vicios del uno se corroboran y se fortifican con Ioí;
vicios del otro ; porque el pretendido sufragio popular se
vuelve propiedad é instrumento venal del poder personal
y arbitrario de los gobernantes, y porque con este instru-
mento, la pretendida y burlesca división de los poderes
excluye á la opinión pública de todo control en la adminis-
tración y en el gobierno de las naciones, que por el acto
mismo quedan sin libertades políticas. Entre el período de
una delegación, y el período de otra delegación, ambus
personales, con que se hace mofa del principio electoral,
no le queda al espíritu público más último término que la
fuerza; pero la fuerza no altera el fondo de la cuestión ni
hace otra cosa que trocar personas, sin remediar el vicio
radical del sistema presidencial ; porque fuera del organis-
mo ministerial parlamentario no hay vida ni acción para
las libertades populares.
Y KSrADt) GKNERAL OK LAS PRO\INCIAS 35 1
para ahogar la independencia argentina en el te-
rreao que la nación había escogido para procla-
marla. El alzamiento tumultuario de las masas in-
cultas y menesterosas en el litoral, amenazaba en-
volverlo todo en el desafuero de la barbarie ; y no
sólo comprimía la energía de la capital obligándola
á precaverse de tan tremendo peligro, sino que
substrayendo esas fuerzas populares al conjunto de
los esfuerzos comunes, privaba al gobierno de gran
parte de los recursoí que se necesitaban para de-
fender y salvar la causa nacional. Contra todo eso,
la misión del Congreso era reincorporar el país,
reanimar sus fuerzas exhaustas, quemar las na-
ves (2), armar de prisa sus brazos extenuados, y
volverlos á los campos de batalla contra el tirano
brutal que ocupaba el trono de España y que ade-
más del triunfo de sus bravos soldados contaba con
las decididas simpatías de la Santa Alianza, para
aglomerar todo el peso de sus armas sobre la re-
belde capital del Río de la Plata, único centro po-
lítico y administrativo que tenía vida propia y enér-
gica iniciativa al Sur del Ecuador.
¡ Un año después todo había cambiado!... Cuan-
do San Martín libertaba á Chile, cuando Güemes
arrojaba del patrio suelo los soberbios soldados del
Gerona, del Extremadura, del Talaveras, que co-
mandaban l>aserna, Canterac, Espartero, Valdés,
Tacón ; cuando más tarde se aprontaba en los puer-
tos de Chile la escuadra y la expedición que iban
á desprender á Lima de la regia corona de Fer-
(2) Palábias del Manifiesto con que el Congreso de-
claró la [ndependencia.
352 EL CONGRESO DE TUCUMÁN
nando VII, la guerra de la Independencia había
terminado para el Río de la Plata. (cEl carro de
Marte, como decía Rivadavia, se había hundido en
el Océano» ; el organismo republicano estaba con-
solidado por la ley y por las armas; y el Congreso
de Tucumán, que había contribuido á consumar la
obra para que había sido convocado, podía morir
á la sombra de los laureles cosechados en Salta, en
Chile y en el Perú. Que aunque abandonado en
1820 por los hijos que le daban la espalda, tiempo
había de venir en que las futuras generaciones re-
habilitaran su memoria con la gratitud de la pa-
tria.
Saludemos, pues, su glorioso pasaje sobre nues-
tra tierra, y entremos á estudiar su época y sus he-
chos.
Una vez instalado, sus miembros se hallaron en
una de las situaciones más raras en que puede ha-
llarse una colectividad de su especie. Todos ellos
pertenecían indudablemente á la clase más cono-
cida y mejor relacionada de la nación. Tenían el
mismo espíritu patrio, iguales propósitos, iguales
intereses generales. Pero acababan de salir, uno á
uno, de sus diversas provincias, y se hallaban en el
lugar designado, sin haberse puesto en contacto ó
de acuerdo en las cuestiones orgánicas del momen-
to, sin conocerlas, sin traer ideas comunes de la in-
tención ó de la marcha á seguir, y sin más criterio
sobre lo interno que el que les había inspirado el
espíritu local de la provincia que los había esco-
gido. Los de las provincias habían sido electos bajo
el espíritu de un sacudimiento como el de abril, que
respondía sin tino ni reflexión al deseo de destruir
Y ESTADO GKXKRAL DE LAS PROVINCIAS 353
-el influjo de Buenos Aires en los negocios nacio-
nales. Los de Buenos Aires, con una tendencia aná-
loga y acentuadísima, aspiraban también á librar
á esta provincia del peso enorme que le imponían
los celos, la pobreza, las rencillas, la incómoda mal-
querencia de las demás. Pero esta analogía era me-
ramente aparente. La intención solapada de domi-
nar á la capital que ocultaban los hombres de las
provincias, y la de rechazar esa dominación que te-
nían los de la capital, hacía imposible encontrar
una forma orgánica y práctica que los conciliase en
un terreno común ; y sólo quedaba la de la fuerza
bruta y material del caudillaje representado enton-
ces por Artigas que pudiera lograrlo, haciendo im-
posible el ejercicio de todo derecho político, de toda
función gubernamental de parte de los ciudadanos
porteños. Nihil novum sub solé.
Ante esta situación, el primer problema práctico
que inquietaba el espíritu reservado y poco sincero
con que los miembros del Congreso se trataban en
los primeros días, era bastante grave. — ¿Dónde es-
tablecer el centro del organismo administrativo y
del poder gubernativo de la nación ? Restablecerlo
en Buenos Aires era reproducir, contra ambas ten-
dencias, las causas mismas del desquiciamiento an-
terior. Para los unos eso era devolver á Buenos Ai-
res el predominio que le daban sus recursos mili-
tares, económicos y políticos. Para los otros era
volver á imponerle el enorme peso de la causa co-
mún, que no sólo le era odioso por los celos y la
malquerencia que le suscitaba, sino por las rencillas
y los conflictos con que á cada paso lo envolvían los
intereses anárquicos de cada provincia. Los unos no
HIST. DE LA REP. ARGENTINA. TOMO V. — 23
334 EL CONGRESO DE TUCTMAN
encontraban cómo resolver el problema sino impo-
niendo un hombre, un gobernante enemigo noto-
rio de Buenos AireSj que la usase en el sentido de
los intereses y de los hombres de las demás provin-
cias. A eso llamaban nacionalismo, sin ver que era
por el contrario la forma más inicua del ajeno pro-
Aincialismo. Los otros rechazaban por consiguien-
te esta fórmula y decían que salvarían su autono-
mía, abstrayéndose, dándose autoridades propias,
y abandonando el resto á la suerte de cada uno sin
más obligación que la de dar sus contingentes res-
pectivos al gobierno que se estableciera en cual-
quiera otra parte.
El primer problema producía, pues, este otro:
,/ de dónde ha de ser, y á qué condiciones locales ha
de responder el hombre público á quien el Congre-
so ha de encargar el Poder Ejecutivo como Direc-
tor Supremo de las Provincias Unidas del Río de
la Plata ? Si este hombre era hostil y ajeno á la opi-
nión pública de Buenos Aires, era indispensable
conquistarle la capital por la fuerza ó prescindir de
ella. Para lo primero era menester adoptar las ban-
aderas de Artigas como las había adoptado Córdoba,
y barbarizar el país. Lo segundo era perder la ca-
pital v precipitar en su ruina á la nación.
Otros á quien abrumaba el peso de estos dos
problemas creían candorosamente que reducido
Buenos Aires á no ser más que una provincia como
las otras, quedaban completamente resueltos los
conflictos de la política y de la sociabilidad revolu-
cionaria, sin prever que en esa situación negativa,
de mera entidad provincial, Buenos Aires quedaba
inhabilitada para llevar la dirección de la causa de
V ESTADO GENERAL DE LAS PROVINCIAS 355
la independencia, y que suprimir su iniciativa era
poner á la nación en la imposibilidad de hacer fren-
te á los realistas.
El primer estallido en que se manifestó este
complicadísimo conflicto de intereses y de pasiones,
, fué la gravísima disidencia que de antemano se ve-
nía preparando entre Güemes y Rondeau. Güemes
se había separado del ejército, como antes dijimos,
en el Puesto del Marqués. Al pasar por Potosí y
Jujuy echó mano de las armas, de las municiones
y de los repuestos que Rondeau había dejado allí
como innecesarios y que ya no podían servir al
ejército porque no era posible transportarlos á la
enorme distancia que había avanzado. Provisto de
ese armamento que en sus manos debía ser precio-
so, retrocedió hasta Salta preocupadísimo de que
muy pronto iba á verse obligado á defenderla de
los enemigos. No es exacto que al llegar Güemes
hubiese usurpado el poder político de la provincia,
pues hacía más de un año que era gobernador in-
tendente y cabeza del Ayuntamiento en ella. Así
es que lo que hizo fué reasumir ese puesto que du-
rante su ausencia había quedado interinamente en
manos del alcalde de segundo voto don Miguel
Francisco Araoz (3).
Como en su regreso á Salta Güemes no había
hecho otra cosa que reinstalarse en su puesto sin
perturbar el orden interno de la provincia ni sus
relaciones administrativas con el gobierno general,
nadie reclamó contra él, ni él tuvo por qué ponerse
de punta ó en entredicho con ese gobierno. Siguió
(3) Gaceta de Buenos Aires de 10 de junio de 181 5.
350 ' EL CONGRESO DE TUCIMAK
pues,'' aparentemente al menos, la buena armonía.
Pero la toma del armamento y del parque de Jujuy,
sobre lo que se guardaba un silencio sospechoso,
pertu'rbaba un poco la conciencia de Güemes v le
sugería desconfianzas de que los amigos de Ron-
deau, á quienes por allá se llamaba los porteños,
anduviesen premeditando y preparando algo con-
tra éí. ;
Su temor no era del todo infundado. Rondeau
venía resuelto á mantenerse en el mando absoluto
del ejército y de las provincias del norte, aunque
fuera contrariando á las autoridades de la capital.
Esta era, al menos, la resolución con que regresa-
ban los jefes amigos de Rondeau que explotaban
su nulidad, mientras él, naturaleza de corcho, se
dejaba flotar cómodamente en el interés de ellos.
Aunque impotentes contra el enemigo común,
traían todavía fuerzas que por su niimero y su ca-
lidad podían ejercer un poderoso influjo en una pro-
vincia que para defenderse no contaba sino con su
propio vecindario. Rondeau y sus afiliados estaban
al cabo del lamentable estado en que se hallaba la
capital. Sabían que el gobierno se mantenía allí va-
cilante; que no tenía autoridad ni medios para ha-
cerse obedecer en el ejército ó en las provincias que
éste ocupara. Rondeau se tenía además por único
y legítimo Director Supremo de las Provincias Uni-
das del Río de la Plata, en razón de haber sido
elevado á ese puesto por el plebiscito de abril, y de
haber sido reconocido por los Cabildos y por los.
gobernadores intendentes de todas las provincias,
inclusos San Martín y Güemes mismo. Venía tan
infaiitado con la autoridad que se atribuía que no
V ESTAD*) GEXKRAL DK LAS PROXINCIAS
oD/
se. le ocurría siquiera pensar en el desprecio de que
se hizo digno por el modo con que había respon-
dido, no diremos á la confianza pública, sino á la
usurpación atentatoria con que se había apoderado
de una autoridad que no merecía ni era capaz de
ejercer en ventaja del país.
El Congreso no le inspiraba respeto ni ciiida-
dos. Sus miembros habían sido electos en ausencia
del ejército, v estaban llegando recientemente al lu-
gar de su convocación. El cuerpo mismo se presen-
taba como una colectividad híbrida sin ninguna
autoridad moral ó positiva sobre los sucesos ó so-
bre los intereses del momento. Se decía que Bel-
grano llegaría muv pronto á Tucumán ; que á su
sombra se iba á organizar un nuevo orden de cosas ;
y aunque no dejaba de hacer cierto ruido el renom-
bre del ilustre patriota, ((Belgrano, en el concepto
de Rondeau, no era sino un abogado, que de se-
cretario del Consulado de Comercio había pegado
un salto al generalato de los ejércitos argenti-
»nos)) {4). San Martín no era de contarse, porque
fuera de que jamás había querido disputarle, á na-
die el mando supremo, estaba consagrado á otros
fines. De- modo que no había quien estorbara la
inepta y vanidosa ambición del general José.I^iieno
ó Mamita, como le decía Forest (5), sino el ani-
moso caudillo de Salta, que se había propuesto ex-
pulsar de la escena á «este posma amigo de.me^
{4) Palabras de Rondeau mismo on su Biografía',' tV-
lección Lamas, pág. 94.
(5) General Paz, Memorias, tomo 1, pág. 210. . ,
358 EL CONGRESO DE TUCUMÁN
terse en lo que no sabía, para echarlo todo á per-
der» (6).
Si todos habían tenido antes una opinión tan
triste de Rondeau, fácil es deducir la que tendría
Güemes después que se recibió la noticia de la ver-
gonzosa derrota de Sipe-Sipe. Toda la responsabi-
lidad directa é indirecta del desastre recaía sobre
el general. Por un acto subversivo, que no tenía
el derecho de condenar en otros, Rondeau había
autorizado la sublevación del ejército contra el go-
bierno nacional, y no sólo había repelido sino man-
dado prender al general Alvear, que iba legítima-
mente nombrado para substituirlo en el mando.
Aquel hecho que habría sido escandaloso bajo cual-
quier aspecto que se mirase, no habría podido jus-
tificarse sino con una espléndida victoria, Pero,
traer la derrota y la humillación de nuestras armas
después de semejante atentado, era un crimen im-
perdonable en un hombre de juicio, que debió ha-
ber conocido que sus fuerzas y sus aptitudes no
eran para tomar por asalto tan elevada posición.
Güemes, que había regresado á Salta conven-
cido de que tendría que defender la provincia con-
tra los realistas, tenía no pocas sospechas también
de que tendría que aventar á Rondeau ; y se con-
sagró día y noche á organizar y disciplinar todos
los habitantes de su jurisdicción capaces de mon-
tar á caballo y de tomar armas. Reunió excelentes
caballadas y preparó potreros donde mantenerlas
con vigor ; organizó la población viril en grupos de
veinte hombres mandados por dos oficiales, y cada
(6) Carta de Güemes al señor Puche, su suegro.
Y ESTADO GEXIÍRAL DE LAS PROVINCIAS 359
cuatro grupos bajo un jefe de los más expertos que
había en cada distrito ; les distribuyó armas de fue-
go, y les hacía hacer evoluciones rápidas, sorpre-
sas, correrías dentro de los bosques, acorazados con
guardamontes que producían un ruido atronador al
golpear de las azotaderas : unas veces tiraban el
lazo á carrera, otras hacían fuego sin desmontarse^
ó echaban pie á tierra según la ocasión para ma-
niobrar como infantería.
El les aseguraba á todos en sus proclamas, en
sus cartas, en sus conversaciones, que aquello te-
nía por objeto defender la patria; porque estaba se-
guro de que Rondeau no tardaría en venir deshe-
cho, ó en saberse que había quedado totalmente
perdido en el Perú. Pero muchos otros sospecha-
ban que trataba también de hacerse independiente,
y que ambos fines se correlacionaban. La verdad
es que sin que él lo autorizara de una manera fran-
ca, el partido localista que le rodeaba, tenía gran-
des esi>eranzas de que Güemes se hiciera el Artigas
de Salta y del Norte. El que sobre todo se le insi-
nuaba constantemente en este sentido procurando
darle datos, informes, pruebas históricas, y razo-
nes de todo género con que estrecharlo y lanzarlo
á que se tomara ese papel, era el coronel Moldes,
que á la vez elaboraba su candidatura á la Suprema
Dirección, haciendo continuos viajes á Tucumán.
y á las demás provincias con la mira de captarse la
adhesión del Congreso que había de hacer la elec-
ción.
Moldes era ya en efecto el candidato de la ma-
yoría antiporteña del Congreso. Hombre de pasio-
nes violentas; altivo y ennoblecido, aspirante, pero
360 EL CONGRESO DE TUCl'MÁN
mediocre; teniéndose él mismo por el primex genio
militar y político de la nación, sin más fundamento
que su orgullo exorbitante, se había dado á una
enemistad bulliciosa y frenética contra Buenos Ai-
res, contra sus intereses y sus hombres, sin más
motivo que el haber sido expulsado de la Asamblea
General Constituyente en 1814, por haberse levan-
tado en el paroxismo de la rabia y haber tomado
del cuello al diputado Agrelo sacudiéndolo hasta
arrojarlo al suelo en plena sesión, por haberse tra-
bado de palabras.
Por esto V por otros accesos de furia agresiva,
era Moldes odiado en Buenos Aires, siéndolo ésta
á su vez por .él, de tal modo que los adversarios de
la influencia de la capital lo tenían en su interior
por el San Miguel de la espada flamígera venido á
la tierra con la misión de destrozar á la hidra. En
las elecciones de los diputados al Congreso había
andado excitando tumultos en Salta y en otras pro-
vincias al grito de (i:?^ hieran los porteños!» (7).
(7) Para que se comprenda lo que era Moldes en el
concepto de los hombres más moderados y templados de
Buenos Aires, transcribimos este soneto de fray Cayetano
Rodríguez, de escasísimo mérito literario por cierto,, pero
de bastante valor histórico y de grande exactitud en lo que
toca á los rasgos morales del personaje.
Moldes, joven procaz, desvanecido,
Narciso de ti mismo enamorado;
Joven mordaz, de labio envenenado,
Enemigo del hombre decidido.
Caco desvergonzado y atrevido :
Ladrón de famas ; genio preparado
Y KSTADO GENERAL DE LAS PROVÍNOLAS 36 1
Sin embargo, por más que Moldes y los pará-
sitos que le rodeaban habían hecho por lanzar á
Güemes abiertamente en el mismo camino que ellos,
nada habían conseguido sino una tolerancia ambi-
gua, que parecía expectante más bien que militan-
te; aunque por la resolución en que .se le veía de
restituir á Rondeau, jefe oficial y jerárquico del
porteñismo, dominaba la convicción de qu£ Güe-
mes estaba real y positivamente sublevado. Mol-
des, sobre todo, llevado de su fatuidad, lo conside-
raba ya el brazo fuerte de su candidatura.
En esto súpose de improviso en Salta que había
pasado va de Tucumán, en vía hacia arriba bus-
cando la incorporación de Rondeau, la fuerte di-
visión de tropas que en niímero de mil quinientos
hombres de las tres armas marchaba- á las órdenes
del coronel mavor don Domingo French, y que á
retaguardia de esta respetable fuerza seguían al
mismo destino dos escuadrones de dragones.
French era amigo íntimo y partidario de Rondeau ,
y ya por esto, ya por las desconfianzas y las alar-
mas que en estos casos ofuscan la conciencia de los
partidos, circuló al momento la noticia de que Ron-
A tirar piedras al mejor tejado,
Siendo el tuyo de vidrio percudido.
Víbora de morder nunca cansada :
Sanguijuela de sangre humana henchida :
Espada para herir siempre afilada:
Sabe que una cuestión hay muy reñida
(De tu alma negra claro testimonio)
Cuál de los dos es peor: tú ó el demonio.
Véase apéndice.
S62 EL CONGRESO DE TUCUMÁN
deau le había ordenado que al pasar por Salta pren-
diese á Güemes, se apoderase de la dudad y lo es-
perase allí para reorganizar las fuerzas patriotas;
pues el enemigo se había apoderado ya de Potosí y
parecía dispuesto á continuar adelantando (8).
Graves debieron ser los datos que tuvo Güe-
mes sobre esta amenaza cuando sin vacilar dio la
orden de reunión á todas las milicias de campaña
en sus respectivos puntos. Sacó las de la ciudad,
hizo retirar del camino que debía transitar French,
las caballadas y los ganados, tomando todo el país
el aspecto de una situación de guerra declarada. Si
hubiéramos de juzgar de este incidente por la con-
ducta subsiguiente de Rondeau, debiéramos creer
que la alarma de Güemes tenía fundamentos ver-
daderos, y que Rondeau había querido apoderarse
de él por sorpresa al pasar la tropa de French. Pero
éste, que vio frustrada la ocasión por la actitud de
Güemes, ó que midió con juicio todo el daño que
podía venir de aquel atentado, supo traer las cosas
á un terreno conciliatorio en el que se encontró des-
de el primer momento con el noble patriotismo y
con el religioso respeto que el caudillo de Salta tri-
butaba á la causa de la Independencia y de la inte-
gridad sacrosanta de la nación.
(8) La división de French había inspirado las mismas
alarmas por todo el camino. Al tocar en las fronteras de
Córdoba, el gobernador don José Javier Díaz le había in-
timado que se abstuviese de pasar adelante; French, que
lo conocía mucho, y que sabía que no era capaz de nada,
siguió su marcha, campó cerca de la ciudad, y tomó ti ca-
mino de Santiago. Díaz publicó entonces un decreto orde-
nando que se tuviese por no pasada la división de French.
(Mitre, Historia de Belgrano).
Y ESTADO GENERAL DE LAS PROVINCL'^S 363
En efecto, French se dirigió desde su campa-
mento al Cabildo de Salta pidiéndole una conferen-
cia con asistencia de Güemes, y el 8 de enero todo
quedó allanado. La división de Buenos Aires reci-
bió muías, caballos, ganados y víveres para conti-
nuar su camino hasta Jujuy; y Güemes, cediendo
á las insinuaciones y protestas de patriotismo y
amistad que French le hizo, dispuso que dos divi-
siones de las suyas en número de quinientos hom-
bres, marchasen á las órdenes de los comandantes
Regueral y Juan Antonio Rojas á reforzar los res-
tos del ejército con que Rondeau venía perseguido
de cerca por las avanzadas del enemigo.
Parece que con esto, Rondeau debiera haber
aceptado francamente la valiosísima cooperación
que Güemes estaba dispuesto á darle en la provin-
cia de Salta y en las posiciones avanzadas de Ju-
juy. Pero nuevos motivos vinieron á renovar la in-
compatibilidad incorregible que existía entre ellos.
Con la misma ineptitud y desorden de siempre,
Rondeau dio tal colocación á una de las divisiones
de Salta, que fué sorprendida por los enemigos y
casi exterminada en Saló. La otra división, obede-
ciendo á la iniciativa de su jefe el comandante Juan
Antonio Rojas, y contra las órdenes del cuartel ge-
neral, obtuvo á pocos días un señalado triunfo.
Rondeau sentía que la influencia directa de Güe-
mes privaba por allí sobre sus propias disposicio-
nes; y cuando quiso hacerse obedecer ordenándo-
les que se situasen en tal ó cual parte, los sáltenos
se separaron, y con sus oficiales á la cabeza retro-
cedieron al centro de su provincia donde Güemes
364 EL CONGRESO DE TUCUMÁN
tenía arreglada .una gruesa concentración de grupos
y de partidas ligeras. »
A la vez que Güemes hablaba sin embozo y con
indignación de Rondeau por el sacrificio que había
dado, Rondeau acusaba á Güemes de que estaba
protegiendo y amparando la deserción de las tro-
pas con el interés de aumentar el número de sus
Gauchos, nombre que Güemes había dado oficial-
mente á su ejército de partidarios, porque era su-
mamente simpático á los criollos; no tanto porque
sus soldados fueran campesinos y montaraces, pues
una gran parte, y los oficiales sobre todo, eran gen-
tes cultas de la ciudad y de las villas, sino por el
sentido popular y libre que tenía contra el de ma-
turrangos con que se designaba á los españoles.
Que pudiera haber algo de cierto en las quejas
de Rondeau, es de creerse ; porque Güemes que no
sentía por él, aprecio, ni respeto, ni confianza, de-
bía tener el deseo de atraer á su servicio el mayor
número de soldados que pudiera adquirir. Pero lo
fundamental de la situación entre ambos dependía
de causas mucho más serias. La actitud que Güe-
mes había tomado en Salta ponía á Rondeau es-
trictamente confinado en una posición insostenible,
entre Humahuaca y Jujuy. Por la espalda, es decir
hacia el sur, Güemes le impedía el ejercicio de toda
autoridad ; y ni víveres, ni caballos, ni otros recur-
sos cualesquiera podía colectar ó recibir sino los que
Güemes quisiera concederle. Por el frente le ame-
nazaban los realistas cuyas avanzadas ligeras al
mando del comandante Olañeta se hacían sentir ya
por Llavi (ó Yavi). El ejército argentino en-tre tan-
to, cada día más desorganizado, no se hallaba en
Y ESTADO GENERAL DE LAS PROVIXCLAS 365
estado de sostenerse en esas posiciones. Era menes-
ter, indispensable, retrogradar hasta Salta. Pero
Güemes no consentía en ponerse á las órdenes de
Rondeau. Creía que la coexistencia de las tropas
desorganizadas de Rondeau con las suyas era im-
posible V dañosísima, dada la indisciplina, el des-
orden y las rencillas miserables que prevalecían en
el cuartel general. En consecuencia, exigía de una
manera indeclinable y perentoria que Rondeau re-
trocediese con sus tropas hasta Tucumán, deján-
dole á él solo todo el peso y las responsabilidades
de la defensa de Salta. Mas como esto era poner á
Rondeau en un vergonzoso receso, y hacer no sólo
facilísima sino necesaria é inmediata su destitución,
no tanto éste mismo cuanto los caporales y amigos
personales que explotaban su inepta ambición y su
debilidad, preferían marchar contra Güemes y so-
meter militarmente la provincia de Salta que mira-
ban como un centro adecuado para mantenerse en
el poder v para resistir cualquier tentativa de des-
titución, mientras rehacían las fuerzas que hubieran
de oponer á los realistas.
A pesar de las violentas instigaciones de Pago-
la, habituado á imponerse al general en jefe con
una voluntad y con unas maneras predorninantes
que le quitaban á éste hasta la tentación de tener
criterio propio, y á pesar de que French opinaba
como Pagóla, Rondeau vacilaba y oía también con
respeto al coronel don Celestino Vidal, oficial mo-
desto y de buen juicio que miraba como muy aven-
turada y peligrosa una operación que cuando me-
nos iba á encender la guerra civil en las provincias
mismas que el enemigo se preparaba á ocupar. Pe-
366 EL CON'GRl-:Sf) DE TUCl MAN
ro, demas¡a"do tímido y cauto para tomar una acti-
tud decisiva, Vidal no se atrevía á aconsejar la re-
tirada á Tucumán, porque comprendía que era la
ruina de la ambición y de las posiciones personales
que los otros jefes querían conservar, y pensaba
que Rondeau debía celebrar antes un consejo de
guerra á fin de que las responsabilidades recayesen
sobre la mayoría de los jefes en uno ú otro caso.
Rondeau adoptó al fin este último parecer. Mas
como después de explorar las opiniones que se ver-
tían en el campamento se pudo sospechar que ha-
bía muchos comandantes y oficiales de crédito que
no teniendo interés ninguno en sostener á Rondeau
ó á sus amigos, creían que su separación era más
bien de desearse, y que el retroceso hasta Tucumán
convenía por esta y por otras razones, Rondeau y
su círculo inmediato circunscribieron la reunión á
pocos jefes : Pagóla, French, Rojas (J. R.), Vidal,
Cruz, y en ella prevalecieron los primeros, aun-
que es cierto que delante de la violencia y brío
que éstos desplegaron, los otros dos — Cruz y Vi-
dal— se limitaron á simples observaciones de pru-
dencia sin hacer una oposición acentuada. Resol-
vióse, pues, dejar en Humahuaca el cuerpo de dra-
gones en observación del enemigo, y poner en mo-
vimiento todo lo demás del ejército sobre Salta.
«Aún en esta vez manifestó el general Rondeau una
falta de previsión que nada puede disculpar, y á fe
que por ahora no puede disculparse con la des-
obediencia de los jefes ó con la indisciplina (9).
(9) Forest había sido destituido y despedido en Jujuy,
así que incorporado French, Rondeau, ó más bien Pagóla,
se creyó fuerte para ese acto de autoridad.
V ESTADO GENERAL DE LAS PROVINCIAS 367
Nada se había preparado, nada se había previsto
para un movimiento tan importante... y en vista
del resultado no puedo dar otra explicación sino que
el general se equivocó en cuanto á las aptitudes de
Güemes y al prestigio de que gozaba entre el pai-
sanaje de Salta» ( lo) .
La campaña fué tan breve como vergonzosa. A
los cinco días Rondeau se veía en
1886 los Cerrillos, tres leguas al sur
Marzo 22 de la ciudad de Salta, cercado y en
absoluta imposibilidad de mover-
se ni hacia atrás, ni hacia adelante, ni hacia ningún
lado. En la noche del 20 de marzo Güemes le había
hecho arrebatar algunos caballos y veinte vacas que
era todo lo que aquella sombra nebulosa de gene-
ral, y de Director, había podido reunir para su tro-
pa. A pie y sin más alimento que los racimos de
una viña en que se había metido, tuvo que pedir
alafia; y á este fin, mandó á la ciudad, bajo un sal-
voconducto, al brillante comandante de los grana-
deros á caballo, don Juan Ramón Rojas, que go-
zaba del aprecio de doña Magdalena Güemes de
Tejada, hermana del habilidoso caudillo, con el en-
cargo de que mediase en favor de las infelices tro-
pas que habían sido comprometidas en tan misera-
ble trance.
La Macacha era una mujer superior y célebre
en Salta con este diminutivo popular de su nombre.
La belleza y los clarísimos talentos con que había
tomado parte activísima en la política provincial,
(10) General José María Paz, Memorias, tomo I, pá-
gina 271-75.
308 KL CONGRESO DE TUCUMÁN
la habían constituido en un verdadero personaje.
Su hermano, sobre todo, la idolatraba y la tenía por
oráculo en todo aquello que le interesaba resolver
con madurez y acierto. Y es de notarse que la ri-
validad permanente con que se hostilizaban Güe-
mes del lado de los patriotas, y Olañeta del lado de
los realistas, coincidía ó había tenido origen en la
rivalidad de Macacha con la Pepita Marquiegui,
no menos bella y no menos diestra también en el
manejo de sus gracias y de su ingenio.
Recibido como un amigo á quien es dulce obli-
gar y encadenar con los lazos del cariño, Rojas se
echó en los brazos de doña Magdalena. No le costó
quizás arrojarse también á sus pies é implorar gra-
cia y perdón para su pobre general y sus míseros
soldados. Y de ese modo, todo quedó arreglado en
un momento; aunque como era natural Rondeau
tuvo que pasar por las horcas candínas. <(El ejér-
cito, dice el general Paz, volvió á Jujuy, de donde
había salido muy ufano pocos días antes, con todos
los honores de una derrota y se acantonó allí. Los
españoles, por su parte, guardaron la mayor inmo-
vilidad en sus posiciones de Mojos, Suipacha, et-
cétera» ( ii) .
Lejos de abusar de su triunfo traspasando los
límites del patriotismo y del interés nacional en pro-
(ii) Paz, Memorias, tomo I, pág. 275. En cuanto á
esto último el autor está equivocado. Lo que hubo fué que
la insurrección general de las provincias orientales del
Alto Perú y limítrofes del Chaco, obligó á los realistas á
emplear fuerzas numerosas y largo tiempo antes de aven-
turarse á invadir ó tentar algo serio sobre la frontera de
Humahuaca y Jujuy, como lo vamos á ver.
Y ESTADO GENERAL DE LAS PROVINCIAS 369
vecho propio, Güemes auxilió al ejército con cuanto
podía darle para que se remontara y defendiera sus
posiciones en Jujuy : le devolvió los prisioneros que
tenía, y como no podía hacer entrega de los deser-
tores sin sacrificarlos al castigo que merecían, los
reemplazó con doble número de reclutas y entregó
trescientos de éstos que al mando del sargento ma-
yor don Severo García Zequeira (el héroe de la ba-
talla de Maipú en 1818) ingresaron en el batallón
de cazadores que mandaba el comandante enton-
ces, y después general don Rudecindo de Alvara-
do. Realzada así su conciencia de intachable pa-
triota, Güemes comunicó al gobierno de Buenos
Aires el ajuste conciliatorio que acababa de cele-
brar con estas nobles y sanas palabras: «El 22 del
corriente se han terminado felizmente las desave-
nencias que desunían á la benemérita provincia de
Salta con el señor general de nuestro ejército auxi-
liar. El error, la ignorancia y algunos hombres dís-
colos enemigos del orden han sido en mi concepto
los agentes de estas inquietudes (12). Pero gracias
al cielo que en el día ya se han disipado enteramente
las desconfianzas y los recelos que agitaban nues-
tros espíritus ; y desde estos dichosos momentos se
ha fijado ya una unión y fraternidad tan estrecha,
que no serán capaces de separarnos los ataques más
vivos de nuestros enemigos. Viva firmemente per-
suadido Vuestra Excelencia de que le hablo con toda
la sinceridad de mi corazón, y de que estoy dis-
puesto á sacrificarme antes que permitir nada que
nos separe. Vuestra Excelencia como el primer ma-
(12) ¿Pagóla? ¿Moldes?... probablemente ambos.
HIST. DE LA REP. ARGENTINA. TOMO V. — 24
370 EL CONGRESO DE TUCl MAN
gistrado del Estado debe complacerse de este hecho
tan feliz, y celebrarlo ya como un triunfo que han
ganado nuestras armas contra el enemigo».
En esta nota llama la atención que el goberna-
dor intendente de Salta se dirija á Alvarez-Thomas
dándole el título de primer magistrado del Estado
cuando no era sino un suplente local de Rondeau.
Pero este título, salido así como el eco natural de
la verdad, prueba que Güemes no tomaba á Ron-
deau como entidad seria , y que en su ánimo era
Buenos Aires el único centro legítimo v permanente
de la causa }• del gobierno nacional que él aceptaba.
A nadie podía causarle mayor júbilo este arre-
glo que al general San Martín cuyas operaciones
sobre Chile dependían exclusivamente de que no
se dejase al ejército de Pezuela penetrar por Salta
hasta Tucumán. Si hubiéramos de creer lo que
sus íntimos amigos y corresponsales pensaban y
escribían de Rondeau, no había cómo dudar que
San Martín lo tenía también por completamente
inepto para hacer la ardua y difícil defensa de las
fronteras del norte, hasta darle tiempo á él para es-
calar los Andes, caer sobre Chile, y poner á Pe-
zuela en la necesidad de retroceder en defensa del
Perú. Aún no había tenido lugar el desastre de Si-
pe-Sipe cuando don Tomás Guido, confidente de
San Martín, escribía al diputado Darregueira en
estos términos : «Usted lamenta justamente los ma-
les de la insubordinación militar; y yo coincido en
sus dudas sobre la suerte futura del ejército auxi-
liar del Perú, á pesar de todos los sacrificios, mien-
tras aquella fuerza no se monte en un pie riguroso
de disciplina. Pero podemos asegurar con dolor
Y ESTADO GENRRAL DE LAS PROVINCIAS 37 1
que Rondeau no es capas de fijar este orden... Se
le despachan inmediatamente 2,300 fusiles más y
algunos repuestos de parque; pero el corazón se
me parte al ver tantos recursos que en manos útiles
habrían concluido la guerra mucho tiempo hau, et-
cétera, etc.
Como se ve, sin que pueda suponerse acuerdo
ni previo conocimiento, el señor Guido confirma
como de notoria verdad todas las revelaciones y jui-
cios ernitidos después por el señor Paz, y de los
cuales apenas unos pocos son los que aquí hemos
transcrito. Que el general San Martín pensaba lo
mismo es incuestionable. El señor Guido era en-
tonces oficial mayor del ministerio de Guerra en
íntima relación con él, y no sólo con los demás hom-
bres políticos del gobierno sino con todos los que
gozaban de una posición social señalada; así es que
en esa carta confidencial expresa la opinión que
todo el país tenía de Rondeau.
Pero, á quien esta reconciliación causó vivísima
y dolorosa inquietud, fué al coronel Moldes : no
por Rondeau, que ya nada significaba en el caso,
sino porque en realidad era una reconciliación, ó
un principio de armonía alarmante con la política
y con la preponderancia de la capital. Moldes, que
se consideraba con razón apoyado por los malos
resabios de la mayoría del Congreso, más que por
ninguna otra condición que pudiera darle mérito
ó posición para subir al puesto de Director Supre-
mo, había bregado en el ánimo de Güemes por con-
vencerlo de que debían apoderarse del ejército y
manipularlo de modo que fuese el cimiento de la
nueva organización que debía darse á las cosas.
372 EL CONGRESO DE TUCUMAN
Pero Güemes, que tenía miras más elevadas para
el caso en que pudiera desenvolverse de las dificul-
tades que le rodeaban, guardaba una impenetrable
reserva, y seguía sus propias inspiraciones sin des-
cubrirse ni como adversario ni como favorecedor
de Moldes, dejando al tiempo la solución de los
problemas políticos y orgánicos que el Congreso
había de resolver, ó mejor dicho, que se habían de
resolver por acuerdos con los grandes patriotas,
que llenos de virtudes, de altas condiciones y de
maduros talentos, eran respetados y oídos en el
Congreso.
Los anarquistas del litoral miraban á Moldes
como el complemento de sus esperanzas : lo aplau-
dían de todo corazón porque representaba la des-
composición y el derrumbamiento de los esfuerzos
que se hacían por la reorganización nacional. Si
Güemes se decidía por hacer de Moldes el espan-
tajo de su prepotencia militar en el interior, Buenos
Aires daba la espalda á la causa de la nacionalidad ;
el Congreso se disolvía; de Córdoba á Salta se
amontonaban los elementos de una republiqueta
mediterránea y efímera ; la insurrección de las ma-
sas, es decir la barbarie en acción era el único me-
dio supremo que se podía oponer á los realistas ; las
tropas de Rondeau, harto desorganizadas ya, se
desbandaban ; San Martín en Mendoza tenía que
abandonar las suyas al desorden, ó que levantarlas
y atravesar con ellas hasta la capital para salvarla
y salvarse ; Belgrano no cabía en el lugar de sus
victorias; la barbarie litoral y la barbarie medite-
rránea quedaban, pues, señoras de las provincias
argentinas, haciendo de la Revolución de Mayo un
Y ESTADO GENERAL DE LAS PROVINCIAS 373
algo absurdo y monstruoso... ¡ Qué cuadro para Ar-
tigas !
Corrióse entonces (y puede asegurarse que era
verdad) que en esos momentos, más ó menos, había
venido de Tucumán á Salta un sacerdote, que á no
haber nacido con una alma naturalmente inspirada
por ese espíritu de benevolencia y de caridad que
hace al cristiano verdadero, habría sido un terrible
fanático político y religioso, por la virilidad y la
pertinacia de su idolatría católica, por su asombrosa
erudición en todas las materias de su estado, por la
unción y la violencia torrentosa de su palabra ple-
beya conocida en todos los pulpitos de la Repúbli-
ca, y por la pasión con que había tomado á pecho,
con el mismo fuego, la defensa de la independen-
cia, de las libertades políticas y de la integridad
gubernativa de la nación. Pero por uno de esos mis-
terios portentosos de la naturaleza humana, era á
la vez un santo tan insinuante y tan manso en su
trato y en sus actos personales, como fulguroso
cuando subiendo de un brinco al pulpito asomaba
su pálida cabeza, y con un crucifijo blandido en las
manos á manera de espada, tronaba en defensa de
su religión y de su patria contra Satanás el rey del
infierno y contra su digno representante en la tie-
rra, Fernando VII el rey de España.
El doctor don Pedro Ignacio Castro Barros, que
así se llamaba este grande patriota nacido en la
Rioja, había venido privadamente á Salta, decíase
á instancias de Pueyrredón y del doctor Sáenz, di-
putados como él, en el Congreso, á verse con Güe-
mes (de cuya adhesión á la candidatura de Moldes
se tenía en el Congreso una idea exagerada é in-
374 EL CONGRESO DE TUCLMÁN
exacta) . Los unos daban á Güemes como entera-
mente suyo ; los otros lo miraban como el más pe-
ligroso de los influjos que podían tener contra sí.
Sin embargo, acababa de dar una prueba tan noble
de su amor á la causa del orden y de la integridad
nacional, que se comenzaba á tener esperanzas de
que pudiera cooperar á una solución feliz de las di-
ficultades que parecían fatales. Después de algunos
días el diputado Castro Barros predicó un sermón
en Salta con motivo de la bendición de una ban-
dera de las nuevas tropas, y regresó á Tucumán vi-
siblemente satisfecho. Con este motivo público, en-
cubrió los resultados reservados de su viaje. En
sus conferencias con Güemes le aseguró sobre su
honra y su conciencia sacerdotal, que el general
Belgrano había sido llamado con urgencia á Tucu-
mán, y que se había resuelto que así que llegase se-
ría nombrado general en jefe del ejército en reem-
plazo de Rondeau. Esto era colmar los deseos de
Güemes. Satisfecho con esta seguridad, había decla-
rado al venerable emisario que él no tenía compro-
miso ninguno con el coronel Moldes : que por el
contrario, lo consideraba hombre inadecuado, é in-
admisible del todo, para ocupar el gobierno de la
nación en aquellas circunstancias, y que haría cuan-
to de él dependiera por atraer los diputados de su
amistad á que fijaran su voto en el general Puey-
rredón, que en su opinión era ciertamente el más
indicado para acallar los celos provinciales, apaci-
guar las alarmas de la capital, ó imponerle en caso
necesario el respeto y la obediencia que todos de-
bían prestar á las autoridades nacionales encarga-
das de reconcentrar en sus manos el poder público
Y ESTADO GKNKRAL DK LAS PROVINCIAS 375
y la representación genuina de la integridad nacio-
nal, dentro y fuera del país. La verdad y la eficacia
de la intervención del señor Castro Barros en este
incidente produjo contra él un grande escándalo
en su provincia. Derrocado el gobernador Brizuela
y Doria, predominaban en la Rioja los Villafañe,
familia de noble tradición en la conquista, grandes
propietarios, enemigos acérrimos de los porteños ó
nacionalistas, que estaban estrechamente ligados
con la candidatura de Moldes, con sus propósitos,
y con el gobernador de Córdoba don José Javier
Díaz, de noble cuna también, pero anarquista, aun-
que más bullanguero que peligroso. Bajo el influjo
de los Villafañe y de Moldes, el Cabildo de la Rio-
ja, informado de la visita que el diputado Castro
Barros había hecho á Güemes, se dirigió al Con-
greso acusándolo de faccioso, de venal y de ser re-
presentante clandestino, á fin de que se tuviese por
nula su elección y fuese separado, pero sin apun-
tar los motivos verdaderos. 'El enérgico sacerdote
renunció en el acto su diputación protestando que
lo hacía para defenderse ante el Congreso y ante el
país. Mas como sus compañeros lo conocían, vo-
taron todos rechazando la renuncia y pidiéndole que
con ese alto testimonio apaciguase su enojo. Fué
en vano : pidió la comparecencia de los acusadores
ante .el Congreso para que se ratificasen y justifi-
casen los cargos que contra él habían formulado.
El Congreso tuvo que acceder, y los mandó com-
parecer. Pero ellos se apresuraron á retractarse hu-
mildemente y retiraron por oficio sus imputaciones.
No ha faltado quien hablando de las cosas ar-
gentinas, ó escribiendo su historia con escasísimo
3/6 EL CONGRESO DE TUCUMÁN
criterio de los caracteres y de los hechos, se haya
dejado llevar del vago título de Caudillo con que
se ha designado entre nosotros lo mismo á los jefes
patriotas que á los mandones desalmados de nues-
tras provincias, y haya tratado de poner en un mis-
mo nivel la noble figura de Güemes con la de Arti-
gas, parangonando así el egoísmo brutal é indómito
de un bandolero, sin fe ni ley, con el tipo más eleva-
do y enérgico del patriotismo á que puede levantarse
un ciudadano inspirado por el amor de su naciona-
lidad y del gobierno libre de su país... Salvo sea
para el que quiera llevar el lujo de sus tergiversa-
ciones morales y políticas hasta admirar á Artigas
y hasta compararlo, no digo con Güemes, sino con
Cario Magno, como no ha faltado loco que lo haya
hecho. De eso nada tenemos que decir; pero, en
cuanto á Güemes mismo, he aquí lo que él pensaba
del hombre funesto con quien se ha querido empa-
rejarlo: «Con respecto á Artigas (le escribía al ge-
neral Belgrano) estoy en lo mismo que dije á us-
ted : que todos los jefes debemos invitarlo á la
unión ; y que si pertinaz en su empeño, la resiste,
lo ataquemos entre todos, pues de lo contrario nos
ha de ir quitando gente ese vialvado» (13).
Estos tumultos é intranquilidad de las provin-
cias del interior repercutían de un modo lamentable
en el desasosiego febril de Buenos Aires. Los anun-
cios de que la candidatura del coronel Moldes pre-
(I3) Transcribimos este precioso documento de la His-
toria de Belgrano por el general Mitre, tomo II, pág. 223,
que lo da como de su archivo con fecha 13 de febrero
de 1818.
Y ESTADO GENERAL DE LAS PROVINCIAS 377
valecía en el Congreso, transmitidos por los mis-
mos diputados porteños, levantaban los furores del
enojo popular ; y todos estaban predispuestos á
romper ruidosamente con el Congreso antes que
prestar acatamiento á un hombre odiosísimo y des-
nudo de calidades, ó más bien dicho con calidades
inadmisibles para la primer magistratura de un pue-
blo acostumbrado á hacer grandes sacrificios, de
un pueblo á quien ni el lujo, ni la tiranía habían
enervado aún, y que sabía ser poderoso por la per-
tinaz energía con que se había defendido de ingle-
ses, de españoles, de portugueses, y de los mismos
poderes internos que habían incurrido en su des-
agrado. El sacrificio de la fortuna, del egoísmo y
de la sangre eran de moral corriente y de sentido
común aquellos días. En lo político como en lo fí-
sico cambian con frecuencia' las fuerzas preponde-
rantes de una á otra época cuando las cosas no se
asientan sobre la honra y la legalidad de los proce-
deres.
Este cúmulo de males que hoy se lee apenas
como una reseña fría de presunciones y de fútiles
temores, propios de las imaginaciones enfermizas
de aquel tiempo, era entonces un embate de acci-
dentes febriles y apasionados que hora por hora, y
día por día, conmovían los pueblos, sobre todo á
la burguesía alta y media de la capital, constituida
la una en el municipio patricio, y la otra en la mi-
licia armada de los cívicos. La voz pública exacer-
bada por el estertor de los partidos clamaba que el
pueblo estaba traicionado, y minada la capital por
las intrigas de los monárquicos, de los demagogos,
y de enemigos ocultos por todas partes. La vocería
378 EL CONGRESO DE TUCUMÁN
siniestra de los partidos sacudía á cada instante
este conjunto de naturalezas nerviosas que había
perdido su aplomo moral, y que veía, ó creía ver
desplomarse en horrible ruina esa grande entidad
del corazón humano que se llama la patria, y que
es tanto más querida cuanto más amenazada se pre-
senta á los terrores insensatos de sus hijos.
Desde que los alborotos de febrero y abril die-
ron en tierra con Alvarez-Thomas, se había orga-
nizado en la capital un fuerte partido popular que
se agitaba con el deseo de que Buenos Aires se lla-
mase á sí misma, y se constituyese autonómicamen-
te dentro de su propio territorio, como las demás
provincias. En el fondo de esta aspiración había un
fin honrado y sincero, que era dar la espalda para
siempre á las rencillas y miserables rivalidades que
se habían hecho ya un lugar común acerca del es-
píritu de opresión y de tiranía que las demás pro-
vincias le atribuían á Buenos Aires. Pero debajo
de ese fin se encubría también la intención de evi-
tar que á título de capital vinieran á gobernarla
hombres obscuros salidos de la demagogia provin-
cial que por cualquiera intriga feliz lograsen usur-
par una mayoría dañina en el Congreso ó en las
renovaciones á que su personal estaba expuesto.
Sin embargo, Buenos Aires se exageraba sus pe-
ligros ; porque si era indudable que una porción de
intrigantes trataban de usurpar el gobierno por con-
fabulación y con abstracción de la opinión pública,
también lo era que en el Congreso había patriotas
eminentes y grandes caracteres, que animados por
un pensamiento más práctico, y mejor inspirados,
se habían agrupado al fin para ponerse de frente
Y ESTADO GH:XERAL DE LAS PROVINCIAS 379
contra esos intrigantes y salvar el decoro del país,
los derechos de la opinión, y las jerarquías legíti-
mas que los pueblos acataban.
Convencidos con altura y con honradez, á la luz
del mismo espectáculo que la situación les ofrecía,
comprendieron que no era posible salvar la inde-
pendencia ni reorganizar la nación, sin que se to-
mase por punto de partida la recapitulación de Bue-
nos Aires, ó mejor dicho, del restablecimiento del
organismo unitario y concentrado en el gobierno de
la capital, rehabilitándola así en la jerarquía pro-
pia de que había sido depuesta po'r los funestos
acontecimientos de 1815.
Por lo pronto, el partido popular y autonomista
de Buenos Aires tomaba por arma contra este fin
y contra el Congreso, una multitud de motivos que
podían concretarse así : la candidatura amenazante
del coronel Moldes; la antipatía; el odio con que
las provincias miraban á Buenos Aires; la preten-
sión que pregonaban de humillarla y de someterla
al influjo de hombres vulgares y charlatanes sin
mérito ninguno; y más que todo, la horrible con-
fabulación con que los peruanos y arribeños pre-
tendían entregar el país á un monarca para repar-
tirse entre ellos los grandes puestos de aquella ima-
ginaria corte. Despojada esa confabulación, decían,
de toda su hojarasca sobre salvación del orden y
solidez del gobierno, lo que quedaba en claro era el
criminal complot de ir preparando la ruina de las
libertades del pueblo y la de Buenos Aires para en-
tenderse al fin con Fernando VII, y restablecer el
régimen colonial mediante grandes sumas de di-
nero y marquesados que se habían de crear en Es-
380 EL CONGRESO DE TUCUMÁN
paña á favor de los traidores. En un estado avizo-
rado de los ánimos como éste todo toma las formas
de fantasmas colosales.
Para colmo de confusión y de amarguras, llega
también á últimos de abril la no-
1816 ticia de que el gobierno de Río
Junio 7 Janeiro había hecho venir de Por-
tugal cinco mil veteranos de sus
mejores tropas. De Santa Catalina ese ejército ha-
bía pasado á Río Grande de San Pedro, y combi-
nando sus movimientos marchaba sobre las fronte-
ras de la Banda Oriental con la evidente resolución
de aproximarse á Montevideo. La noticia era casi
oficial y no cabía duda ninguna de su verdad. Pero
lo grave era, que según se aseguraba, la operación
se hacía de acuerdo con el enviado argentino en
Río Janeiro y con los hombres más encopetados del
Congreso, cuyo plan era que la ocupación de Mon-
tevideo sirviese de base á la reunión de fuerzas por-
tuguesas y españolas, para que combinadas subdi-
vidiesen el Río de la Plata entre las dos coronas y
consolidasen así la restauración monárquica y co-
lonial en las provincias argentinas.
Agitadísima la ciudad de Buenos Aires con tan-
tos y tan azarosos motivos de alarma que en resu-
midas cuentas tenían algo de cierto, aunque de ca-
rácter distinto al que se les daba, comenzaron á le-
vantarse cargos furiosos y tremendas acriminacio-
nes contra el Director suplente general don Anto-
nio G. Balcarce, por la indolencia y la sosp^echosa
apatía con que veía y dejaba acumularse tantos pe-
ligros y tantas amenazas, sin tomar ninguna reso-
lución enérgica contra los traidores del Congreso
Y ESTADO GENERAL DE LAS PROVÍNOLAS 38 1
ni contra sus afiliados de capital. Según ellos era
menester ya, y sin demora, declararle la guerra al
rey de Portugal y remitir poderosos auxilios de
tropas, armas y pertrechos á Artigas para que re-
chazase la invasión de esos nuevos enemigos.
Fueron tales las noticias que llegaron al Con-
greso acerca del estado de efervescencia y de locura
en que se hallaba la capital, amenazada día más ó
menos de caer en la más terrible demagogia, que
los diputados no pudieron cerrar los ojos á la gra-
vedad suprema del caso, y que cediendo á las in-
sinuaciones del buen sentido, á los consejos y á las
instancias de San Martín, de Belgrano y de Güe-
mes también, que se había puesto todo entero de
ese lado, resolvieron fijar irrevocablemente la si-
tuación y sobreponerse á todos los inconvenientes
tomando desde luego dos grandes medidas : elegir
Director Supremo de las Provincias Unidas del
Río de la Plata á don Juan Martín Pueyrredón y
declarar la Independencia Nacional.
Nada más acertado. Eso era tomar al toro por
las astas y encarar de frente los dos grandes pro-
blemas de aquel solemne momento ; era resolverlos
recup>erando por un solo golpe el favor de la opi-
nión, y todo el poder moral y material con que era
necesario acogotar las dos demagogias, la de las
orillas del Plata y la del interior. Con la declara-
ción de la independencia se tranquilizaba á los pue-
blos y se hacía bajar sus banderas á los que preten-
dían medrar echando á vuelo calumnias de que se
traicionaba á la patria. Con la elección de Puey-
rredón se le daba á la capital un gobernante que
además de ser nacido en su propio suelo, era ya un
382 KL CONGRESO DE TUCLMÁX
procer histórico desde 1806, que había dado prue-
bas relevantes de su amor á la nación y de su ex-
clusiva dedicación al servicio de los intereses gene-
rales. Hombre de Estado en todo el sentido de la
palabra, leal y serio, de espíritu erguido y de vo-
luntad indomable, Pueyrredón era el único ciuda-
dano capaz de dominar con sensatez y con genio
el desorden confuso en que todos los intereses pú-
blicos parecían envueltos y próximos á ser devo-
rados en aquel terrible incendio de pasiones y de
anarquía.
CAPITULO XI
RESTABLECIMIENTO DEL CAPITALISMO V
DEL SISTEMA UNITARIO
SUMARIO: Pueyrredón entre los partidos de la capital y de
las provincias. — Vacilaciones del Congreso. — La sedición
de la Rioja. — Caparros y el gobernador de Córdoba.—
Complicidad de Rondeau. — Llegada de Belgrano á Tu-
curaán. ^Destitución de Rondeau. — Güeiues y los gau-
chos.— Anarquía y oposición en Buenos Aires. — Resolu-
ción de Pueyrredón. — La declaración de la Independen-
cia.— Primeras manifestaciones en favor de la monar-
quía incásica. — Opinión pública en favor y en contra de
esta solución. — Indiferencia y abstención de San Martín
y de Pueyrredón. — Influjo de estos dos personajes sobre
el Cabildo y la Junta de Observación. — Efervescencia
provincial en Buenos .Aires. — Las peticiones populares
contra el capitalismo. — Vacilaciones del general Balear-
ce.— El Cabildo abierto.— Desorden de la asamblea po-
pular.— Conflicto de las autoridades locales con el gene-
ral Balcarce.— Las disidencias de la prensa. — Anuncios
de la invasión portuguesa. ^Agravación de los desórde-
nes.—Golpe de Estado.— Destitución del general Balcar-
ce.— Nombramiento de una Comisión gubernativa. — Res-
tablecimiento del régimen unitario directorial. — Movili-
zación de las milicias. — Inquietudes y alarmas en el Con-
greso.—Partida de Pueyrredón para la capital. — Su con-
ferencia con San Martín.— Rápida prosecución de su ca-
mino. — Su llegada á Buenos Aires. — Su recibimiento
triunfal.— La miciativa y los trabajos del Congreso de
384 RESTABLECIMIENTO DEL CAPITALISMO
Tucumán. — El restablecimiento del gobierno concentra-
do y unitario en la capital de Buenos Aires. — Sus opo-
sitores.
Singular situación : á los ojos de los demagogos
del provincialismo mediterráneo, Pueyrredón apa-
recía como el restaurador amenazante del aborre-
cible capitalismo y de la tiranía tradicional de Bue-
nos Aires; mientras que los provincialistas de
Buenos Aires lo acriminaban de haberse hecho el
instrumento servil de los parásitos del país de aden-
tro, que trataban de apoderarse otra vez de una pro-
vincia cuyo pueblo no quería aceptarlos ni desem-
peñar otro papel que el de una simple soberanía lo-
cal, como las otras provincias, aliada para la de-
fensa de la independencia común y nada .más. Los
de adentro miraban á Pueyrredón como un por-
teño ante quien el Congreso había abdicado, trai-
cionando sus deberes de una manera criminal (i).
Para los porteños, era un agente servil, que rodea-
do de provincianos tomaba el mando con el fin de
poner á Buenos Aires bajo la tiranía absorbente de
un Congreso en que se habían agrupado con sus
malignos instintos las oligarquías aldeaneras del
anterior. Y fué tal el enojo que el nombramiento
(i) «Estos individuos del Congreso han dado crueles
puñaladas á las entrañas de la patria, cometiendo horren-
dos delitos, pues abusando de su encargo, de hecho han
producido odios y rencores muy grandes, que han de oca-
sionar estragos, sediciones y convulsiones en descrédito del
mismo Congreso y del pueblo de Salta igualmente que en
los demás que lo han elegido, ante cuyos electores deben
ser y serán acusados como reos y monstruo? de la huma-
nidad». (Carta de Moldes).
Y DEL SISTEMA UNITARIO 385
produjo en una y otra parte, que ambos partidos
se mostraron decididos á resistirlo hasta echar ma-
no de la revuelta.
Conociendo la mala disposición de las provin-
cias del interior, y el peligro que el país corría de
caer en una completa disolución, el señor Molina,
personaje de Tucumán que poco después fué obis-
po, le escribía á fray Cayetano Rodríguez hacién-
dole presente todos los inconvenientes que ofrecía
la reunión del Congreso en una provincia; á lo que
el patriota franciscano le contestaba : «Ahora en-
cuentras tú mil escollos para que el Congreso sea
en Tucumán. ¿Y dónde quieres que sea? ¿No sa-
bes que todos se excusan de venir á un pueblo á
quien miran como un opresor de sus derechos que
aspira á subyugarlos? ¿ No sabes que aquí las bayo-
netas imponen la ley y aterran hasta los pensamien-
tos ? ¿ No sabes que el nombre porteño está odiado
en las Provincias Unidas ó desunidas del Río de
la Plata ? ¿ Qué avanzaríamos con un Congreso en
donde no haya de presidir la confianza y la buena
fe? ¿ Te parece que aquí mismo se desea la reunión
en este pueblo? Pues te engañas... ¿Dices que no
hay talentos? Sobran. Yo quisiera mejores cora-
zones, buena fe, amor al bien común, unión, vir-
tudes. Esto subroga muy bien á los talentos subli-
mes, á los grandes ingenios, y reniego de éstos
cuando faltan aquéllos».
Pero cambia el carácter de los sucesos : la des-
titución de la ciudad de Buenos Aires del puesto
de capital no produce como se esperaba la unión
de los pueblos, ni sana la descomposición orgánica
de la nacionalidad. Buenos Aires ha sido generosa
HIST. DE LA REP. ARGENTINA. TOMO V. — 25
386 RESTABLECIMIENTO DEL CAPITALISMO
en vano ; y entonces, dilacerada por el dolor el al-
ma patriótica del virtuoso fraile, exclama :
((No se puede abrir el libro de nuestra Revolu-
ción sin llorar á gritos en cada página. ¡Qué pue-
blos tan estúpidos, tan tontos, tan exóticos en sus
pensamientos! Ya ves las ideas liberales que ha
desplegado Buenos Aires, en consecuencia del sa-
cudiiliiento último de los tiranos (2). Pues á pesar
de esto se duda, se ataca vergonzosamente su buena
fe y se hace sistema de rechazar sus ideas por la
unión y por la consolidación de las fuerzas para
ñjar nuestro destino. El inconstante Artigas, que
acaba de arengar en la proclama impresa que va
junto con el manifiesto de este Cabildo, dándonos
las mejores esperanzas de unión, ha vuelto á sus
antiguas mañas. Ha hecho un Congreso en la Ban-
da Oriental; y la gran Córdoba y la sucia Santafé
se han dignado mandar á él sus diputados para
trazar el modo de separarse enteramente de esta ca-
pital. ¿ Se creerá esto? La consecuencia ha sido que
Artigas intime á Buenos Aires que le mande dos-
cientos mil pesos, tres mil fusiles, cuanto se sacó
de Montevideo en su rendición. Ve aquí ya armada
la cosa otra vez, y descubierto el plan hostil de este
hombre terco.
))Me alegro que hayas borrado de los cascos de
Laguna la idea del federalismo extemporáneo que
nos conduciría á nuestra ruina.
))¡ Qué buenos pueblos para contar con ellos en
caso necesario! Además de que el gobierno federa-
tivo es débil por su propia constitución, lo es más
en nosotros por nuestras ningunas virtudes.
(2) .Alude al trastorno de abril.
Y DEL SISTEMA UNITARIO 387
))Así estamos, pues, con el sentimiento de ver
la falta de razón de algunos pueblos que no quieren
entrar en los racionales partidos que adoptamos.
Córdoba y Santafé se han enloquecido como sa-
brás. Quieren hacer República aparte como el Pa-
raguay. Por momentos me parece que no somos
dignos de constituirnos, ni de ser gente.
» Discuten mucho si ha de rolar la capitalía
entre los pueblos de las Provincias Unidas, ó si
ha de fijarse capital. No sé lo que harán».
Al ver la gravedad que asumía este conñicto,
todos los diputados, sin más excepción que los de
Córdoba, desistieron de sus miras particulares y
se estrecharon con patriotismo á sostener el nuevo
orden de cosas que se instauraba y al Supremo Di-
rector á cuya energía y claro talento acababan de
confiar la reconstrucción de la integridad política
y territorial de la nación : sociorum virtus coit oninis
in unum.
La primera tentativa contra la reconstrucción
del capitalismo asomó en la Rioja. El partido na-
cionalista que imperaba allí al tiempo de hacerse
la elección de los diputados al Congreso, se hallaba
encabezado por el gobernador don Ramón Brizue-
la y Doria, descendiente de familia que tenía títu-
los de grandeza en la conquista, y que por lo mis-
mo rivalizaba de orgullo y de influjo con otros ve-
cinos, y en especial con los Villafañe, partidarios
declarados del coronel Moldes. Irritados éstos por
la derrota electoral, apelaron á los actos subversi-
vos; derrocaron á Doria á mediados de abril y pu-
sieron en el gobierno á don Domingo Villafañe.
El principal interés de la revuelta era hacer saltar
388 RESTABLECIMIENTO DEL CAPITALISMO
del Congreso al sacerdote Castro Barros, cuya po-
derosa influencia les hacía mucho daño, v dar su
lugar á otros diputados que les asegurasen mavor
número de votos en favor del coronel Moldes. Mas
como este golpe les fallara, entraron en proyectos
más atrevidos: se confabularon con el gobernador
de Córdoba, con los anarquistas de Santafé y con
Artigas para provocar un alzamiento general, di-
solver el Congreso, y darse un jefe dictatorial que
emancipase las provincias de todo vínculo, cual-
quiera que fuese, con el pasado capitalismo que se
pretendía restablecer. Entró con ellos en este cri-
minal propósito el sargento mayor don José Capa-
rros, que se hallaba en la Rioja completando el re-
clutamiento y organización de un escuadrón de hú-
sares. El atentado sorprendió mucho y produjo bas-
tante sensación en el Congreso ; no tanto por el he-
cho en sí mismo, limitado á un lugar de segundo
orden, cuanto por las ramificaciones que tenía con
el artiguismo, y con los separatistas que en Buenos
Aires se agitaban en el mismo sentido, aunque con
causas y con miras muy diversas. Se ordenó, pues,
que una fuerza suficiente marchase á restablecer en
la Rioja el orden legal. Caparros abandonó la pro-
vincia protestando que se retiraba á Buenos Aires,
de cuyo gobierno había recibido la comisión mili-
tar que desempeñaba. Pero en vez de eso, se diri-
gió á Córdoba con la fuerza y con los anarquistas
que se marcharon con él.
Aunque sin pruebas concluyentes, no faltaron
poderosísimos indicios que hicieran sospechar en
el Congreso la connivencia de Rondeau, ó mejor
dicho de los que explotaban su necia vanidad, con
Y DEL SISTEMA UNITARIO 389
estos intentos subversivos. El hecho es que el nue-
vo Director marchó á Jujuy, pocos días después de
electo, y que regresó algo inquieto á activar la lle-
gada del general Belgrano, por haber recogido da-
tos fidedignos de que los coroneles French, Pagóla
y otros, conspiraban para sublevar las tropas y man-
tener á Rondeau contra cualquier medida que se
tomase para destituirlo. Y lo peor era que los de-
mócratas ó separatistas de Buenos Aires, alarma-
dos con los propósitos monárquicos que se atri-
buían al Congreso, al Director y á Belgrano, ha-
cían caso omiso de la ineptitud y de las vergonzosas
derrotas de Rondeau, y comenzaban á mirar su
permanencia á la cabeza del ejército, como una ga-
rantía del sistema republicano y de la autonomía de
la provincia.
Por aquel tiempo se sospechó, aunque no se
tuvo prueba plena, de la criminal pertinacia con
que Rondeau pretendía mantenerse á toda costa
en un puesto del que no era digno, y que había
usurpado poniendo al país en las amarguras de
una derrota vergonzosa v á dos dedos del abismo
de su ruina. Pero el tiempo y las revelaciones pos-
tumas se han encargado de darnos esas pruebas con
un carácter irrecusable. ((Ya entonces se extendía
la voz (dice el general Paz) de que el general Ron-
deau iba á ser relevado por el general Belgrano,
que había vuelto de Europa y había sido llamado
á Tucumán. Con este motivo los jefes partidarios
de Rondeau, encabezados por los coroneles French
y Pagóla, pensaron en un movimiento sedicioso
semejante al que se hizo en Jujuy para resistir al
general Alvear (7 de diciembre 1814) ; exploraron
390 RESTABLECIMIENTO DEL CAPITALISMO
el campo, sondearon los ánimos, y aun se atrevie-
ron á tantearnos, al coronel don Diego Balcarce y
á mí. Si el fruto que sacaron de otros fué como el
que obtuvieron de mi regimiento, debieron tener
un terrible desengaño» (3).
El testimonio es, pues, de hecho propio é irre-
cusable.
En efecto, el general Belgrano llegó á Tucumán
el 5 de julio, y el 10 se publicó el
1816 decreto nombrándolo general en
Agosto 3 jefe del ejército acantonado en Ju-
juy. Dándose por hecho el retiro
inmediato de Rondeau, se le encargó á French el
mando interino, mientras el nombrado iba á tomar
su puesto. Lo más curioso es que Rondeau, sospe-
chando que se trataba de destituirlo, se había ade-
lantado á presentar su renuncia convencido de que
el Director Supremo no había de atreverse á acep-
tarla, pues había podido comprobar por sí mismo
la decisión de sostenerlo á todo trance en que se ha-
llaban los principales jefes de los cuerpos, y espe-
raba que, por el contrario, su renuncia había de
contener tan inaudito atrevimiento, y hacer no sólo
que se le diesen satisfacciones sino que se le con-
firmase en su cargo. Por supuesto que en esto el
pobre hombre mostraba no tener idea de lo que era
el general Pueyrredón, quien conociendo, ó no co-
nociendo la renuncia, había ya decretado esa y
otras destituciones, seguro de que había de hacerse
obedecer. Sorprendido de tanta irreverencia, y sin
¡dea ninguna del menosprecio y descrédito en que
(3) Memorias del general Paz, tomo I. pág. 282.
Y DEL SISTEMA UNITARIO 3ljl
había caído, Rondeau puso el grito en el cielo y se
dirigió al Supremo Director acriminándolo por su
irrespetuoso proceder y augurándole que de ese
modo ((iba á levantar tal efervescencia que desga-
rraría con furia el agonizante corazón de la patria».
El pobre hombre contaba con los avisos que le da-
ban los anarquistas de Córdoba, de Santiago, y con
las noticias que le venían de Buenos Aires ; pero
no contaba con Pueyrredón.
Este incidente produjo sin embargo tanta alar-
ma en el Congreso, que se trató de él en sesiones se-
cretas y se le recomendó á Belgrano que tomase to-
das las precauciones necesarias para desbaratar el
atentado que al parecer querían repetir en Jujuy los
jefes del ejército. Pero todo pasó sin novedad : los
sediciosos, según hemos visto en las Memorias del
general Paz, no encontraron adhesiones, y Ron-
deau salió al fin del terreno de sus vergonzosos y
funestos desaciertos.
A principios de agosto se ordenó que el ejército
retrocediese á reorganizarse y remontarse en Tu-
cumán. El general Belgrano salió á recibirlo y lo
proclamó en las Trancas : hizo acantonar la infan-
tería y artillería en la Cindadela (4) y la caballería
en los Lules, desde donde podía hacer movimien-
tos rápidos sin que el enemigo pudiese vigilarla.
El ejército contaba entonces con 2,500 hombres y
12 piezas, inclusas las tropas con que Buenos Aires
lo había reforzado después de la derrota.
Fueron separados del ejército, ó puestos en el
caso de que se separasen ellos mismos, los corone-
(4) Véase este vol. V, pág. 44.
302 RESTABLECIMIENTO DEL CAPITALISMO
les French. Pagóla, Juan Ramón Rojas, Hortigue-
ra, Celestino Vidal, algunos ayudantes y varios ofi-
ciales de los que habían formado en el círculo de
parásitos sin méritos ni condiciones al lado de Ron-
deau . y quedó encomendada al general Güemes la
defensa de Salta y de Jujuy, en que tan heroica y
justa nombradía adquirió con sus famosos gau-
chos, no sólo entre los patriotas, sino señaladamen-
te entre las filas enemigas, donde brillaban los sol-
dados aguerridos y sólidos que acababan de venir
de España, y con quienes las milicias de Salta dis-
putaron el terreno brazo á brazo en una porfía ven-
cedora (5) .
Con el acantonamiento del ejército en Tucumán
á las órdenes del general Belgrano, el Congreso
había dado va un gran paso hacia la consolidación
de su legítima autoridad sobre las provincias del
norte. Pero el peligro no era tan grande por ese
lado como el que ofrecía la situación anárquica y
desquiciada en que se hallaba Buenos Aires. Pre-
valecía allí con inaudita violencia la idea de no ad-
mitir eji su seno la persona ni la autoridad concen-
trada del Director Supremo, y de mantener á toda
costa la autonomía absoluta en que se hallaba la
provincia después de la caída del general Alvear y
(5) El sentido de la palabra gauchos no era el de cam-
pesinos cerriles que tiene directamente tomada, sino un
nombre de guerra adoptado para halagar el orgullo popu-
lar, como el de cosacos, cántabros, zuavos, etc., dados á
ciertos cuerpos con el mismo fin en otras naciones. Al ha-
blar de la terrible nombradía que adquirieron en las filas
españolas, aludimos á lo que dice de ellos el general Gar-
cía Camba en sus Memorias, vol. I. pág. 231 y 240.
Y DEL SISTEMA UNITARIO 393
del plebiscito de 1815. Desde 181 2 existía en Bue-
nos Aires un partido inquieto, argumentador é im-
buido en ideas democráticas, que miraba á Puey-
rredón como un ricacho orgulloso y de grandes ma-
neras, naturalmente mandón y harto capaz de go-
bernar con excesiva energía si se le dejaba tomar
pie en la ciudad. Con este partido se había combi-
nado el movimiento autonómico que por el mo-
mento era la bandera de casi toda la provincia; y
no sólo el pueblo ó la parte de él que por su propia
agitación usurpaba este nombre y su carácter po-
lítico, se había desatado contra el nuevo Director,
sino que las personas de mayor nota social creían
que por lo menos era imprudentísimo que el Con-
greso se obstinara en imponerlo, contra la voluntad
manifiesta del pueblo, del Cabildo y de la Junta
de Observación, como lo prueban documentos irre-
cusables firmados por personas de la más alta y
respetable posición en aquellos días (6).
(6) El doctor don Manuel Antonio Castro, presidente
del Alto Tribunal de Justicia y uno de los jurisconsultos
que más nombradía ha dejado en nuestros fastos jurídicos,
le escribía al diputado Darregueira en estos términos, que
muestran al vivo la situación en 18 de mayo de 1816, es
decir, dos días después de saberse en Buenos Aires la elec-
ción de Pueyrredón : «Compañero amado: Antes de ayer
llegó á ésta la noticia de la elección que ha hecho el Con-
greso en la persona de Pueyrredón para la Suprema Direc-
ción del Estado. Yo personalmente la he celebrado mucho.
Encuentro en él calidades muy oportunas para el mando ;
pero he visto con mucho dolor un general descontento y
un peligro manifiesto para el respeto debida al Congreso.
Esto lo atribuyen á la" causa de considerarlo hombro de
partido, y rivalizado con jefes de importancia. Yo. poi mi
394 RESTABLECIMIENTO DEL CAPITALISMO
Una de las ocurrencias que mayor irritación
iiabía causado á los pueblos de la ciudad era una
nota del Congreso comunicada por el Supremo Di-
rector al Director suplente de Buenos Aires gene-
ral Balcarce, en que se le decía que se limitase á
hacer cumplir las resoluciones que se le comunica-
parte, siguiendo mi propósito de sostener á toda costa la
autoridad del Congreso, como imico centro de nuestro po-
der, y punto de conciliación de nuestras funestas divisio-
nes, he aconsejado activamente que se defiera á su elec-
ción, manifestando cuan peligrosos resultados acarrearía
un ejemplo de desobediencia. Sé que el Cabildo, en quien
yo no influyo, pensaba reclamar de la elección. Temo que
lo haga según lo estimulan, y también la Observadora.
Los jefes militares Dorrego y Pinto se manejan con pru-
dencia, y observo que no quieren ingerirse en nada, para
que no se diga que obraron ó causaron la discordia. El
Director Provincial don Antonio Balcarce había sido hom-
bre de mucho juicio. Se ha conducido en el mes de su go-
bierno con pulso, con política, y con entereza en medio de
los partidos. Ha sabido contentar á los del Cabildo, á la
Junta de Observación y á los del gobierno de Alvarez. Lue-
go que supo el nombramiento del señor Pueyrredón le pres-
tó ciego obedecimiento, publicó el bando de estilo, y empezó
á obrar como un delegado suyo. Le doy á usted estas fieles
y puntuales noticias para que le sirvan de gobierno en cir-
cunstancias tan delicadas. Necesito hablarle claramente
por nuestra amistad, y por lo que valga para el bien de la
patria. Temo que el Congreso encuentre la opinión en re-
sistencia del Director nombrado. No quisiera ver que la
representación de los pueblos perdiera un grado de su res-
peto, y de la ilusión. Si acaso el Cabildo y la Junta de Ob-
servación han representado, y si pesando los diputados las
reclamaciones con la conveniencia del nombramiento, ha-
llaren por bien reformarlo, ó él renunciare, le advierto á
usted que Balcarce ó San Martín contentarán lo general
del pueblo, y difícilmente otro militar».
Y DKL SISTEMA UNITARIO 395
sen sin excederse á tomar medidas de gobierno ge-
neral en los asuntos propios del orden nacional.
Esto y declarar al gobierno de Buenos Aires sim-
ple agente provincial del Congreso y del Director
Supremo que él había elegido, era una misma cosa,
é hizo por consiguiente el efecto de un atentado au-
daz que amenazaba la existencia misma de la pro-
vincia. La supremacía de un Poder Ejecutivo re-
sidente en Tucumán bajo la presión de un Congre-
so monárquico, cuya idea era llevar la guerra al
Perú para establecer la capital argentina en Chu-
quisaca ó en el Cuzco, mientras Buenos Aires de-
bía ser gobernada por un mero delegado de aquel
centralismo, indignaba al pueblo. A Pueyrredón se
le tenía como perulero (7), por sus pasadas cone-
xiones con aquellas provincias, y en el fondo era
verdad que su elección había nacido como una can-
didatura repentina y de transigencia, que sólo en
aquel sentido había inspirado confianza á los di-
putados del interior. No llenaba, pues, los deseos
de las pasiones locales. Se habría querido un hom-
bre más porteño, que fuese mejor garantía del lo-
calismo de la capital y del mantenimiento de la pa-
tria, unificada en la pasión popular con la forma
republicana.
Entre tanto era de todo punto imposible gober-
nar la nación, remontar los ejércitos y hacerlos ope-
rar sin que las autoridades nacionales ejerciesen en
Buenos Aires el lleno de las facultades políticas y
administrativas de un gobierno general; y esta ne-
cesidad apremiante hacía indispensable que se ten-
(7) Inclinado á los intereses peruanos.
3g6 RESTABLECIMIENTO DEL CAPITALISMO
tase la prueba definitiva y que el Supremo Director
se trasladase á restaurar el capitalismo en el único
centro positivo y natural que tenía.
Querían algunos que el Director Supremo mar-
chase con suficientes tropas para someter á Buenos
Aires. Pero él se negó diciendo que tenía plena
confianza en que había de ser obedecido sin más
fuerza que el prestigio que le daban sus calidades,
sus servicios desde 1806 y el influjo que su hon-
rado patriotismo ejercía allí sobre la opinión pú-
blica. Si su autoridad había de tener por base la
tiranía militar y el sojuzgamiento de sus paisa-
nos (8), prefería ser sacrificado y quedar sin que
le alcanzara responsabilidad alguna en el desenfre-
no de las calamidades que debían seguirse. Por con-
siguiente, iría á Buenos Aires sin más apoyo que
la legalidad de su elección y la seguridad que tenía
de que todos habían de sentir y comprender que su
persona era necesaria. Pero, para corroborar su
honradez v la autoridad moral con que pensaba
allanar todas las dificultades, era indispensable que
ante todo el Congreso declarase inmediatamente la
Independencia. Con esto solo, él destruiría todas
las intrigas y las calumnias contra el Congreso, y
contra él mismo, de que andaban en acuerdo con
Fernando VII ó con otros reyes para entregarles el
país. No porque creyese que con una simple decla-
ración escrita en un papel habían de disminuirse
las fuerzas y las ventajas que el enemigo había ob-
tenido en Rancagua y en Sipe-Sipe, sino por el in-
(8) Este término tenía entonces el significado de com-
fatriotas y aún el de sztdamericanos.
Y DEL SISTEMA UNITARIO 397
flujo político que el hecho mismo debía producir
en el seno de los pueblos, sobre todo en el de Bue-
nos Aires, para desarmar á los demagogos que lo
agitaban, y levantar el espíritu público por el su-
blime sentimiento de una patria propia, libre é in-
dependiente.
Sin ernbargo, una gran parte de los diputados
hacían oposición á las indicaciones del Director.
«No quieren todavía declarar la independencia, es-
cribía fray Cayetano, porque dicen que no es tiem-
po y que es muy peligroso. Aun les parece corto
el tiempo de nuestra esclavitud, y mucho rango
para un pueblo americano el ser libre. Vamos, pues,
fernandeando por activa y por pasiva, casados con
nuestras malditas habitudes». Pero el general Bel-
grano insistía de tiempo atrás en que se diese ese
decisivo paso; San Martín lo reclamaba de todos
sus amigos; y á uno de ellos que le decía en estilo
vulgar que el hacerlo no era soplar y hacer botellas,
le contestaba que era mucho más fácil declarar la
independencia que encontrar un solo argentino que
hiciera una botella.
Al fin las cartas del general San Martín, la ore-
sencia del general Belgrano y las exigencias del
nuevo Director, acabaron por vencer esas tímidas
vacilaciones.
Y una vez puestos en la pendiente, los dipu-
tados más avanzados en el influjo
1816 de la mayoría tuvieron una rv-
Julio8y9 • unión privada el 8 de julio por
la tarde, que entonces comenzaba
convencionalmente á la una p. m. Discutieron el
asunto: la vehemencia de los que ya tenían hecha
39<^ RESTABLECIMIENTO DEL CAPITALISMO
la resolución arrastró á los demás ; y todos queda-
ron comprometidos en que al día siguiente se hi-
ciera moción de tratar sobre la Independencia. Una
votación general apoyó la proposición. El presi-
dente del Congreso don Narciso Laprida, diputado
por San Juan, formuló el proyecto con estas pala-
bras : ((¿ Quiere el Congreso que las Provincias Uni-
das del Río de la Plata formen una sola nación
libre é independiente de los reyes de España?» Una
aclamación general respondió por la afirmativa, po-
niéndose toda la sala de pie, hasta que restablecido
el silencio y los calurosos aplausos en que pro-
rrumpió la multitud de ciudadanos que habían ocu-
rrido á la barra y á los patios de la casa, el presi-
dente tomó el voto individual de cada uno, y se
extendió el acta consignando y declarando que las
Provincias Unidas de Sud-América rompían todos
los vínculos que las ligaban á los reyes de España,
que recuperaban sus derechos é investían el alto
carácter de nación libre é independiente, quedando
de hecho y de derecho con amplio y pleno poder
para darse las formas que exigiere la patria y la
justicia.
El Supremo Director y los demás funcionarios
concurrieron el 21 del mismo mes á jurar la Inde-
pendencia en la sala del Congreso. El diputado
Medrano hizo notar entonces que donde el acta del
9 decía «independiente de los reyes de España, sus
sucesores y metrópoli» debía agregarse y de toda
otra dominación extranjera, hastacon la vida, ha-
beres y fortuna, para desautorizar así las calumnias
que se propalaban de que se estaba negociando la
entrega del país al rey de Portugal. El Congreso
Y DEL SISTEMA UNITARIO 399
adoptó la indicación, porque aunque había muchos
diputados (la mayor parte) decididos á seguir las
insinuaciones del general Belgrano en favor de la
monarquía incana, se creyó que esa adición no
contrariaba el proyecto de erigir como casa reinan-
te á la familia de los incas, de la que se decía que
andaba por el Perú un indio viejo que era vastago
genuino y notorio de Tupac-Amarú, aquel que en
1782 había sido destrozado á cuatro caballos en el
Cuzco.
A pesar de todo, nada bastaba para restablecer
la quietud y la confianza en Buenos Aires. A pre-
texto de que se trataba de humillarlo bajo el do-
minio de los arribeños, y de radicar este dominio
en una monarquía de indios y de cuícos sentada
en el Cuzco, en Chuquisaca ó en la Paz, las fibras
de los porteños vibraban hasta reventar. Lo curioso
es que por absurda que hoy nos parezca esa indig-
nación bulliciosa levantada por tan efímera cues-
tión, los unos y los otros creían posible que se con-
solidase con ella un fuerte gobierno allá en el centro
del Alto Perú, afianzado en el apoyo de las razas
conquistadas cuyos antiguos reyes ó incas se les
prometía rehabilitar. Los unos temían la ruina, la
humillación, la desaparición de Buenos Aires en
cuanto se entronizase este monstruoso sistema; y
los otros se lisonjeaban con la perspectiva de que
ellos eran los que desde su cuna natal iban á go-
bernar esa grande y arqueológica monarquía, po-
niendo sus manos al fin sobre los díscolos de las
riberas del Plata. Parece fábula, pero era verdad;
y no sólo eran los espíritus vulgares é inconscien-
tes los que lo creían hacedero, sino personajes de
400 RESTABLECIMIENTO DEL CAPITALISMO
primera línea en el Congreso y en el país. Oigamos
á uno de los más respetables : «Se dice por aquí
que el Congreso piensa seriamente en una monar-
quía constitucional con la mira de fijar la dinastía
en la familia de los incas. ¡ Compañero estimadísi-
mo! Si esto es verdad, yo respetaré á cada uno de
esos honorables diputados, como á un Dios de la
patria : yo los llamaré salvadores del país, yo los
tendré siempre por autores de nuestra felicidad ; v
usted sabe mi opinión en este gran negocio. Mu-
chas veces hablamos con la cordialidad y confianza
más ingenua sobre esto, y concordábamos en que
este gobierno sería el único capaz de terminar la
Revolución. Yo no he dejado desde entonces de
propagar mi opinión : soy entusiasta por ella. Mo-
narquía, compañero; monarquía nuestra, bajo de
una Constitución liberal ; y cesarán de un golpe las
divergencias de las opiniones, la incertidumbre de
nuestra suerte, y los males de la anarquía. A más
de los argumentos que el más vulgar político de-
ducirá de las circunstancias de nuestra América,
de su localidad, de sus intereses, de sus hábitos, et-
cétera, en favor de una monarquía temperada, la
experiencia nos ha supeditado el más ineluctable,
después de haber probado todas las formas repu-
blicanas infructuosamente. Todos los patriotas de
juicio están decididos por esta opinión. He oído al
deán Funes, al doctor Valle, al provisor, al doctor
Chorroarin, al coronel Pinto, á todos nuestros com-
pañeros : ella es la más conforme al sistema gene-
ral de Europa, á las ideas del gabinete de San
James que mira hoy como una de las mayores glo-
rias haber introducido en todas las naciones (á ex-
Y DEL SISTEMA UNITARIO 4OI
cepción de España) su forma de gobierno : ella
hará tomar á la masa general de los indios el inte-
rés que no han tomado hasta aquí por la Revolu-
ción. Yo voy á sostener un periódico con la im-
prenta que ha traído el clérigo Pasos de Londres ;
quiero empezar por los gobiernos, y quiero que
usted me diga cuanto sea decible, y convenga dis-
currirse según las intenciones del Congreso. Le
pido á usted perdón, y á mí compañero Passo por
el concepto de tímidos en que los tenía. ¡Cáspita!
Ahora los tengo por héroes, cuando los he visto
atacarse los calzones, y decir: ¡Somos indepen-
dientes!»
No faltaba pues en Buenos Aires, como se ve,
quienes preconizaran la idea monárquica, ni espí-
ritus timoratos que hastiados de la anarquía, y ate-
rrados de sus consecuencias inevitables, creían que
un trono era un remedio soberano. Pero al mismo
tiempo, las masas, los cívicos y los corifeos popu-
lares, la gente aquella que no piensa, pero que pre-
siente, era toda demócrata. Arrancarles la repúbli-
ca era arrancarles el alma : poco comprendían lo
que era una república, si se quiere; pero para ellos
la república se llamaba patria, y no comprendían
que pudiera haber patria con reyes y monarcas;
porque si la patria era enemiga de los reyes de Es-
paña, tenía que se'rlo también de todos los otros
reyes del mundo. Así razonaba el pueblo con esa
lógica suya especial, algo enmarañada quizás, pero
clara y concluyente en su sentido.
De cierto que la parte popular y libre que hacía
sentir y prevalecer sus opiniones en aquel momen-
to, no pensaba como el señor Castro ni como los
HIST. DE LA REP. ARGENTINA. TOMO V. — 26
402 RESTABLECIMIENTO DEL ( APITALISMO
personajes cuya opinión invocaba él con verdad.
Por el contrario, este ridículo movimiento que te-
nía en el general Belgrano su más fanático é ino-
cente instigador, chocaba con el sentido común y
con las propensiones de todos los pueblos de la Re-
pública, tanto como con el de Buenos Aires donde
sus adversarios no guardaban ya miramiento con-
tra el Congreso, ni contra Pueyrredón, á quienes
suponían conniventes en esta malhadada tentativa.
Las odiosidades personales tenían una ancha en-
trada en este juego que en mucha parte era desleal
á causa de ellas; y los partidos, cada vez más exal-
tados, proclamaban la conveniencia de que se sos-
tuviera la autonomía absoluta de la provincia de
Buenos Aires, haciéndola aparecer á los ojos del
pueblo y de la masa impresionable como la garan-
tía más eficaz contra la insensata pretensión de eri-
gir una monarquía incásica según los unos, ó de
imponer el imperio de la casa portuguesa, que era
el proyecto verdadero según los otros.
Por fortuna Puevrredón y San Martín eran hom-
bres de noble sensatez y de muy alto criterio para
que pudiesen caer en esos errores. Y aunque no
habían contrariado abiertamente el candoroso y vo-
luble entusiasmo del general Belgrano, por no mor-
tificarlo y por estar convencidos de que esta velei-
dad había de reducirse á la nada, habían declarado
por cartas, insinuaciones y protestas personales,
su adhesión al régimen republicano, y su conven-
cimiento de que era menester sostenerlo mientras
se daba una vigorosa impulsión á la guerra de la
Independencia, sin perturbar el criterio ni las afec-
ciones nn^rales del país con una cuestión que no
y DEL SISTEMA UNITARIO 403
ofrecía medio alguno de ser resuelta prácticamente
en aquellos momentos. Con esto, Pueyrredón ha-
bía conseguido tranquilizar el ánimo de los dipu-
tados de Buenos Aires, sobre todo de los señores
Sáenz y Tomás Manuel de Anchorena, que por pa-
rentesco y por relaciones de íntima amistad con-
servaban un influjo decisivo sobre la Junta de Ob-
servación. Kl general San Martín, estrechamente
emparentado con don Francisco Antonio Escalada,
y tan querido como respetado en esa numerosa y
pudiente familia del municipio, propició también
la buena voluntad del Cabildo en favor del Direc-
tor (9).
Estaban va las cosas en esta vía saludable cuan-
do el diputado señor Sáenz llegó enviado á dar ex-
plicaciones, y hacer sentir la suprema necesidad
de que Buenos Aires salvara la patria y se salvase
ella misma adhiriéndose a! gobierno instituido por
el Congreso, Desde ese momento, el Cabildo y la
Junta de Observación comenzaron á separarse del
terreno en que antes se habían colocado, y acabaron
por decidirse contra el autonomismo anárquico que
pretendía dominarlos. Pusieron todo su influjo del
(9) En la Junta de Observación predominaban don
Juan José Crist<5bal de Anchorena, don Felipe B. Arana,
don José Antonio Escalada y don Eduardo Anchoris. Dos
de ellos estrechamente ligados por parentesco con el doctor
Anchorena, diputado en Tucumán ; Anchoris ligado desde
la infancia con el diputado Sáenz ; Escalada, pariente y
admirador de San Martín. En el Cabildo predominaba de
una manera absoluta el altivo y honorable patricio don
Francisco Antonio Escalada, suegro del general San Mar-
tín ; y los demás miembros no tenían voz sino para mos-
trarle la más respetuosa obsecuencia.
404 RESTABLECIMIENTO DEL CAPITALISMO
lado de Pueyrredón, y dejaron al Director local,
general Balcarce, en una situación flotante en me-
dio de la efervescencia popular.
Pero lejos de que los partidos locales se apaci-
guasen con el nuevo giro de aquellas do^ corpora-
ciones, acreció su exaltación y creyeron ver en eso
una nueva prueba del horrible camino que hacían
las traiciones y las perfidias contra la existencia y
la dignidad de la provincia de Buenos Aires.
Corrióse entonces que el Director Supremo se
preparaba á dejar á Tucumán para instalarse en
Buenos Aires ; y fué tal la alarma y el alboroto pro-
ducido por este rumor, que en la ciudad y en la
campaña se levantaron manifiestos y peticiones sus-
critas por numerosas y conocidas firmas en que el
pueblo le pedía al gobernador intendente don Ma-
nuel Luis Oliden que elevase sus súplicas al Di-
rector local de la provincia, general Balcarce, á fin
de que reclamara de cualesquiera medidas que al-
teraran la autonomía legítima y soberana de que
ya se gozaba. Después de hacerse en esos papeles
una reseña de los desórdenes y rivalidades á que
habían dado lugar los ensayos de centralismo ad-
ministrativo que desde 1810 se habían hecho para
establecer gobiernos generales, decían que la causa
era el haber sido Buenos Aires la silla del gobierno
supremo de las provincias, pues la habían acusado
por eso del despotismo que con la reunión de todas
las autoridades superiores había pretendido ejercer
en los pueblos... resultando la disolución social, y
la impotencia del gobierno sentado en Buenos Ai-
res para regir todo el Estado. En consecuencia de
estos V de otros antecedentes que los peticionarios
Y DEL SISTEMA UNITARIO 4O5
detallaban con precisión y verdad, declaraban «que
el pueblo de Buenos Aires quiere y desea pública y
notoriamente reducirse á una provincia como las
demás; que rehusa ser capital, y quiere como to-
das han querido y quieren, reducirse á ser una sola
PROVINCIA para gobernarse como tal con su admi-
nistración INTERIOR : que reconoce y obedece al
Supremo Poder Ejecutivo nombrado por el Sobe-
rano Congreso, en cualquier parte en que fije su
residencia, siempre que él reconozca esta delibe-
ración y el Reglamento de gobierno que ha de for-
marse para el Régimen de la Provincia... que
ésta es la expresa voluntad de la campaña y pue-
blos de Buenos Aires manifestada por los peticio-
narios al intendente como jefe de la provincia para
que la eleve al Excelentísimo Director (es decir,
al director Balcarce, que era el de Buenos Aires) á
fin de que el pueblo sea convocado, como también
las corpKoraciones y los jefes militares para que oi-
gan su voluntad».
Presentados estos manifiestos el día 14 de junio,
el intendente puso un decreto al
18 16 pie ordenando que todos los al-
Junio 14 caldes de barrio concurriesen á su
casa el mismo día á las cinco de
la tarde, á fin de inquirir la opinión y la voluntad
del pueblo. Reunidos al efecto, se levantó una acta
á las seis de la tarde en la que todos los alcaldes de-
clararon unánimemente que las opiniones del ma-
nifiesto eran el pensamiento fiel y general de todo
el vecindario de la capital. Llegaron también á ma-
nos del intendente iguales manifestaciones de la
villa y de la Guardia de Lujan, de Areco y otros
40t) RESTABLECIMIENTO DEL CAPITALISMO
pueblos del norte. De manera que la ciudad, los
cívicos y los pueblos de la campaña estaban com-
pletamente alborotados con estas novedades que
imprimían á la situación aquella vivacidad febril
y efímera que hace tan hermosa, y tan lamentable
al mismo tiempo, la historia de las ciudades grie-
gas. Nuestro país pasaba por uno de esos períodos
de confusión general que preceden á las grandes
tormentas.
...furit cBstus arenas. -
Trabóse entonces una acalorada discusión sobre
la forma en que debía ser oído el pueblo que hacía
estas manifestaciones. Si en Cabildo abierto, como
se había hecho en los conflictos anteriores desde
la época de las invasiones inglesas, ó bien organi-
zando con urgencia oficinas receptoras de votos
para que el pueblo eligiese representantes que, co-
mo apoderados suyos, examinasen, discutiesen y
resolviesen sobre el grave negocio de la erección de
la provincia con separación fundamental entre su
régimen interno y el régimen nacional.
Los que pedían Cabildo abierto buscaban como
hacer presión por medio de los cívicos del 2." ter-
cio (10) V del tumulto popular. Los que pedían que
se nombrasen representantes para discutir y resol-
ver el asunto buscaban dilaciones, con una manera
de obrar en que los influjos personales de la gente
decente pudieran predominar y procurar una solu-
ción tranquila y acertada. Por lo demás, la cuestión
no era de fondo, porque no podía negarse que en
(10) Compuesto de la infantería de los arrabales.
Y DKL SISTEMA UNITARIO 407
uno ó en otro caso, era claro que el triunfo había
de ser siempre de la misma mayoría, ya fuese que
obrara directamente, ya en forma electoral; pues
era evidente que en este último caso había de nom-
brar apoderados que pensasen como ella.
El general Balcarce, tan moderado cuanto, in-
capaz de iniciativa política, vacilaba al influjo di-
verso de los jefes de cada facción que á cada mo-
mento entraban á informarle de los peligros, de las
traiciones, de los complots, de las intrigas que se
estaban urdiendo, v de los males' espantosos que
parecían prontos á desatarse sobre el país. Hombre
de bien, pero sin energía ni criterio político, du-
daba fatalmente de cuál sería el modo de acertar.
El general Balcarce no sabía cómo resolver con
acierto esta divergencia, que si no
18 1 6 era superior á sus alcances, con-
junio 17 turbaba su juicio con dudas sin-
ceras acerca del modo en que con-
venía resolverla para conservar la paz pública, ó
por lo menos, de acuerdo con el mejor derecho.
Perplejo entre la pasión y los argumentos que de
una y otra parte se hacían valer para arrastrarlo,
decidió tener una conferencia privada en su domi-
cilio con el alcalde de primer voto don Francisco
A. Escalada, con don Juan José Cristóbal Ancho-
rena, doctor Anchoris y dos ó tres miembros más
del Cabildo y de la Junta de Observación. En esta
conferencia parece que el general Balcarce com-
prendió que ésta era una emergencia y una cues-
tión demasiado grave para que se resolviese bien en
un tumulto popular. Las personas consultadas se
retiraron, pues, en la creencia de que al día siguien-
408 RESTABLECIMIENTO DEL CAPITALISMO
te se proclamaría por bando la elección de apode-
rados en un término prudencial, para que tomasen
en consideración las peticiones populares y dicta-
minasen sobre si se había de resistir ó no la reins-
talación del Poder Ejecutivo nacional en la provin-
cia de Buenos Aires, ó mejor dicho, el restableci-
miento del régimen unitario centralizado en la an-
tigua capital.
Algunos contemporáneos acusaban al doctor
Tagle, ministro predominante, de que era él quien
movido por intereses de su particular ambición,
había conseguido que el general Balcarce cambiase
de resolución esa misma noche y se decidiese al fin
por la reunión de un Cabildo abierto que dejara al
pueblo el derecho de fijar su voluntad en un nuevo
plebiscito. Es difícil de creer que un hombre tan ex-
perto y tan práctico como Tagle fuese ajeno á las
resoluciones del general Balcarce que muy poco ó
nada alcanzaba de estas intrincadas cuestiones. En-
tre tanto, la situación que el mismo Tagle supo
granjearse en las administraciones subsiguientes
serían un motivo para que se creyese en su absten-
ción, si no fuera de sospecharse también que había
jugado diestramente á la suerte de lo que prevale-
ciese.
El hecho es que el i8 de junio amaneció un ban-
do proclamado y fijado en las pa-
1816 redes de la ciudad, en el que se
Junio 19 convocaba al pueblo soberano, á
todas las corporaciones del Esta-
do, y á los notables vecinos del municipio á que
concurriesen al Cabildo abierto que debía tener lu-
gar el 19 en el templo de San Ignacio. Se ordenaba
Y DEL SISTEMA UNITARIO 4O9
también que al efecto se cerraran las tiendas, alma-
cenes, talleres y que se suspendieran todos los tra-
bajos «á fin de que todo el pueblo asistiese y se pro-
nunciase, pues el gobierno quería oir la libre ma-
nifestación de los ciudadanos, sin estorbos ni tra-
bas en el uso de su sagrado derecho». Semejante
proceder indignó á la Junta y al Cabildo. Los
miembros de este último cuerpo preguntaron por
un oficio á los de la Junta si pensaban asistir á esa
asamblea; y éstos les respondieron que habiéndose
convenido otra cosa con el Director en la noche del
17, no se daban por convocados.
A las cinco de la tarde, protestando la Junta
contra el Poder Ejecutivo por el atentado que había
cometido, dijo de nulidad de todo lo que se obra-
se, porque era de ningún valor lo que se hiciese
en nombre de la provincia faltando los poderes y
representantes de la campaña : que en consecuen-
cia, la Junta creía que haría traición á sus sagrados
deberes si enmudeciera ante los riesgos que ofrecía
una medida tan desacertada como la que el Direc-
tor había tomado.
El bando se llevó á efecto sin embargo ; y abier-
ta la asamblea popular se formuló
1816 como cuestión previa, si había de
Junio 20 ordenarse ó no que se presentasen
en ella el Director y las demás
corporaciones. El pueblo ordenó que se presenta-
sen, nombrando al provisor y gobernador del obis-
pado doctor Achega y á don Diego Barros (ii)
(11) Rentista y emigrado chileno, casado recientemen-
te en la familia de Arana.
4iO RESTABLECIMIENTO DEL CAPITALISMO
para que fuesen á comunicar el mandato del pueblo
al director Balcarce, á la Junta de Observación y
al Cabildo.
A pesar de la orden, sólo dos miembros del Ca-
bildo, Barreda y Romero, y otros dos de la Junta
de Observación, don Felipe B. Arana y don Miguel
Irigoyen le prestaron obediencia.
Aquello fué una verdadera batahola.
Los. diversos oradores asaltaban la escalerilla del
pulpito para arengar al pueblo : se estropeaban en
ella en medio de la algazara que reinaba en el cen-
tro y de las voces que partían de los otros puntos
de la iglesia. Comprendiendo al fin que era impo-
sible que de aquello resultase una resolución cual-
quiera, don Juan Pedro de Aguirre, hombre enér-
gico y de una voz estentórea, que gozaba de bas-
tante respetabilidad por su fortuna y por sus cone-
xiones con los Anchorena, logró llamar la aten-
ción, y que la multitud le oyese. Hizo ver entonces
que aquello era vergonzoso, y que no había más
remedio que ordenarle al Director, al Cabildo y á
la Junta de Observación, que se pusiesen de acuer-
do en formar urgentemente un Reglamento de vo-
tación, á fin de que el pueblo soberano, ejerciendo
sus sagrados derechos bajo definidas reglas, dijese
v resolviese si quería erigirse en provincia, renun-
ciando á ser capital, para tener un gobierno pro-
pio; ó si quería continuar en la forma en que se
hallaba, con un Director Delegado por las auto-
ridades que residían en Tucumán.
Al oir esto se levantaron numerosas protestas
contra esta proposición, siguiéndose mayor bulla
y mayor confusión. Unos vociferaban que si y otros
Y DEL SISTKMA UNITARIO 4I I
que no : hasta que el mismo orador, logrando otra
vez que se le oyera, dijo que había expresado mal
sus ideas y que lo que convenía era que las tres au-
toridades del Estado hicieran de concierto el Regla-
mento de votación que antes había dicho, para que
el pueblo de la ciudad y de la campaña dijese si
quería ser oído en Cabildo abierto ó por represen-
tantes, debiéndose hacer ese Reglamento al día si-
guiente 20 de junio, para que inmediatamexite fue-
se proclamado por bando.
Esto fué al fin lo que se resolvió , y se mandó
labrar acta notariada que firmaron el intendente go-
bernador don Manuel Luis de Oliden, v su secre-
tario don Bernardo Vélez Gutiérrez.
En ese mismo día se reunieron el Director de-
legado y sus ministros con los miembros de la Jun-
ta de Observación y del Cabildo. De prisa, pero de
acuerdo todos en que dada la situación era menes-
ter dar una juiciosa cohesión á la Asamblea y al
voto que se pretendía emitir, formaron el Regla-
mento que se les había encargado. Por su prólogo
se conoce' bien lo azaroso de las circunstancias en
que se hallaba la provincia. Se pide allí madurez y
serenidad para un asunto de tanta gravedad como
el que se iba á tratar, para alejar el torrente de ma-
les que amagaban la vida de la patria y conseguir
la armonía de las tres autoridades que mandaban en
la ciudad. En seguida se procedió á reglamentar
así la votación : «i.° Se nombrará una comisión com-
puesta del coronel Gazcón (por el Poder Ejecuti-
vo), de don Felipe Arana (por la Junta) y de don
Esteban Romero (por el Cabildo) para recoger los
votos de la ciudad en la Sala Capitular. 2.° Se for-
412 RESTABLECIMIENTO DEL CAPITALISMO
marán dos registros foliados y rubricados para que
en uno se escriba así : voto porque se oiga al pue-
blo soberano en Cabildo abierto; y en el otro, así:
voto etc., etc., por representantes. 3.° Que al efecto,
desde el día 22 á las nueve de la mañana ocurran
los alcaldes de barrio con sus tenientes y con todos
los ciudadanos de sii cuartel, trayendo el padrón
(sic) para que se vote nominalmente. 4.° Que en
la campaña se haga lo mismo, presidiendo el acto
el juez del partido, el cura, un teniente y dos veci-
nos ; y que estos registros, sellados y lacrados, se
remitan, para que abiertos por las tres autoridades
del Estado, ellas mismas hagan el escrutinio».
En el Estatuto formado después de la caída del
general Alvear para que sirviese de pacto provisio-
nal constitutivo, se había establecido que el Estado
costease un periódico con el nombre de Gaceta en
que se explicase al pueblo los asuntos del gobier-
no; y que el Cabildo, ó^gano del pueblo, costease
otro periódico con el nombre de Censor, que cri-
ticase al gobierno y debatiese los asuntos con la
Gaceta, á fin de que las nociones y resoluciones
del pueblo pudieran formarse con previo examen
de las materias debatidas. En este conflicto de si
había de resolverse por Cabildo abierto 6 por repre-
sentación, la Gaceta expresaba la opinión del go-
bierno, y defendía lo primero. El Censor, que de-
bía criticar al gobierno, s-e decidió naturalmente
por lo segundo. Poco mérito se nota en los escritos
de uno y otro papel ; no pasan de ser lugares co-
munes harto manoseados y vagos como teoría y
destituidos de toda importancia positiva; pero pue-
den servir para mostrar las pasiones y el alboroto
Y DEL SISTEMA UNITARIO 413
en que se agitaban las calles próximas á la plaza,
los portales del Cabildo y los cafés, donde la mu-
chedumbre bullía y voceaba desde las primeras ho-
ras del día hasta la noche, al mismo tiempo que las
gentes pacíficas se encerraban apenas descendía el
sol, quedando la ciudad en una lobreguez y en un
desamparo verdaderamente caótico.
Recogido el voto popular en la ciudad, resultó
que la gran cuestión orgánica de
1 8 16 que se trataba, debía resolverse
Junio 22 por una Junta Electiva de apo-
derados nombrados por el pueblo.
Con este resultado', el Director se consideró ven-
cido , al mismo tiempo que la oligarquía de los Es-
caladas y Anchorena, que dominaba en el Cabildo
y en la Junta de Observación, sintiéndose vence-
dora, comenzó á manifestar ideas decididas de que
era indispensable destituir al general Balcarce, cu-
yas vacilaciones y debilidades ponían en gran ries-
go la causa pública, autorizando los desmanes de
una demagogia desenfrenada y agresiva.
El doctor Castro, inclinado en favor del gene-
ral Balcarce, á quien reputaba con justicia hombre
sano y de paz, decía con este motivo: «El Cabildo,
que parecía deber ser una autoridad ó representa-
ción media, que con su intervención concillase es-
tas desavenencias, no es á propósito en la actuali-
dad, antes parece todo inclinado á una sola parte
for los enlaces de familia, que son siempre tan per-
judiciales en los cuerpos que deben mantener el
equilibrio: pues un Anchoris en la Junta debía ser
seguido de un Anchoris en el Cabildo, un Esca-
414 RKSTABLECIMIKNTO DHL CAPITALISMO
lada debía ser seguido de un Escalada en el Ca-
bildo».
La Gaceta también, en un artículo melancólico
del 6 de julio, muestra que el gobierno del gene-
ral Balcarce se creía perdido , y pedía ansiosamente
una reconciliación general, cuyo ejemplo debían dar
las PRIMERAS AUTORIDADES de. la provincia, á fin
de que todos las imitasen. ((El gobierno, la hono-
rable Junta de Observación y Excelentísimo Ca-
bildo deben unirse de buena fe, para tratar con toda
preferencia de una reconciliación general. El pro-
yecto no es tan extravagante como lo creen algunos.
En las disensiones domésticas, la falta de comuni-
cación entre personas de diferentes opiniones es
causa de que se crean irreconciliables con sus prin-
cipios... Representantes, Cabildos abiertos. Uni-
dad, Federación: ¿Pretextos!!!... El mal está en
el corazón de nosotros mismos». Y para que se vea
la insubsistencia de las ideas y de las opiniones
acerca del sentido político de los partidos, y en com-
probación de lo que antes hemos dicho sobre su
carácter puramente personal, y faccioso, léase este
otro trozo del mismo periódico oficial en el que se
confiesa esto con toda sinceridad: ((Cuando antes
de ahora he escrito sobre federación, ha sido por-
que yo la creía contraria á los intereses de los mis-
mos pueblos que la han proclamado : entonces he
dado mis razones buenas ó malas, v ahora me li-
mito á repetir las que aparecen en la pluma del Cen-
sof, á saber: Que siendo especialmente Buenos Ai-
res el único paraje de que ha procedido hasta ahora
la DEFENSA ORDENADA del territorio del Estado, se-
ría probable que con aquella novedad, esa sombra
Y DEL SISTEMA UNITARIO 413
de orden con que contábatnos desapareciese. Pues
más imposible era entonces organizar leyes gene-
rales entre todos los pueblos, para establecer el fe-
deralismo, que el que las diese el Congreso Sobe-
rano después de adoptarlo Buenos Aires sin su pre-
vio consentimiento. Pero ahora, que han variado
notablemente las circunstancias en que se hallaban
no hace mucho tiempo los pueblos, y que el mismo
Censor ha cooperado con sus escritos á familiari-
zar la idea de la Federación, juzgo yo que han he-
cho bien los autores de las presentaciones en pro-
curar con este medio un orden fijo, que ocupe el lu-
gar de esa sombra de orden con que no podemos
salvarnos».
En medio de esta profunda y lamentable anar-
c|uía, y pendiente todavía la situación de las elec-
ciones de apoderados que se había mandado hacer
para que en una junta ó congreso provincial deci-
diesen el conflicto entre el director Balcarce y la
Junta de Observación unida contra él con el Ca-
bildo, llega el 7 de junio por la noche la noticia in-
dudable de que los portugueses habían puesto en
marcha sobre el Río de la Plata una grande expe-
dición marítima v terrestre. Nadie sabía si esta
agresión era el resultado de un acuerdo con Es-
paña, ó un acto que tenía por objeto apoderarse
de Montevideo antes que llegaran allí fuerzas es-
pañolas. El director Balcarce lanzó el 8 una pro-
clama angustiosa, implorando la reconciliación en
vista de tan amargos momentos. Pero no tuvo aco-
gida. El Cabildo y la Junta estaban resueltos á de-
rrocarlo como incapaz de superar los peligros en
(jue s<^ hallaban el orden público y la seguridad de
4l6 RESTABLECIMIENTO DEL CAPITALISMO
la patria. El primero de estos cuerpos lanzó otra
proclama incendiaria con fecha lo de julio, diri-
gida á los argentinos, «porque quería hacerse oir
de ellos, dice, en medio del conflicto á que le redu-
cía la gravedad de los tiempos y sus complicadas
circunstancias». Habla en seguida «del furor de la
malicia, empeñado con indomable tenacidad en la
disolución del Estado. Todos los resortes de la ini-
quidad se han puesto en juego para seducir el can-
dor é inocencia de la virtud». Agrega que la odio-
sidad y el despecho han llegado á su colmo, y que
hubieran consumado «su depravación» si no hubie-
se sido la fuerza invulnerable de la opinión. «Vos-
otros sois los que habéis eludido los embates de la
malicia y de la perfidia... Habéis visto promover
un provincialismo extemporáneo... (12) y los que
se comprometieron en idea tan ajena á las circuns-
tancias, conocen que fueron sorprendidos por un
rapto de irreflexión... Convencida la malicia de que
su intento se frustraba, ha tratado de introducir la
DESUNIÓN EN EL CENTRO DE UNIDAD quC forman loS
cuerpos cívicos, para reentronizarse con este ho-
rrendo medio y bajo pretextos capciosos... y se os
ha conocido el noble rubor con que veíais introdu-
cirse la maldad á roer vuestro mismo seno... Estos
sucesos en que forcejea la intriga, si son temibles
en todo tiempo, lo son mucho más cuando se apro-
xima una fuerza extranjera cuyas miras ignoramos,
pero que son hostiles, pues que emprende sus mar-
chas con dirección á vuestra misma posición... En
(12) Expedición portuguesa sobre la Banda Oriental.
Y DEL SISTEMA UNITARIO 417
momentos tan exigentes, la patria reclama nuestra
unión estrecha para estar preparados contra toda
agresión externa, y para eludir cualquiera maqui-
nación que tenga por fin la disolución del Estado...
Si la perfidia trabajare para desuniros, nuestra
unión la confundirá muy pronto; v la patria res-
pirará llena de heroísmo y de gratitud á sus inmor-
tales hijos los ciudadanos de Buenos Aires».
La agitación había llegado á sus extremos. Algo
definitivo tenía que estallar. En la
1816 noche del lo, los cívicos del i .° y
Junio 10 3." tercio se habían puesto espon-
táneamente sobre las armas y ha-
bían salido de sus cuarteles á guarnecer la plaza
municipal. Los batallones de cazadores y de arti-
llería que mandaban los coroneles Dorrego y Pinto
parecían decididos á no tomar parte en la lucha
sangrienta que se preparaba. Se creía que el 2.° ter-
cio de cívicos, gente de los suburbios, estaba ani-
mado más bien del rencor separatista y que obede-
cería al director Balcarce si se le daba la voz de ve-
nir en su apoyo : lo que habjía sido tremendo por-
que los soldados de ese tercio tenían acreditada su
bravura temeraria con hábitos inveterados de las
revueltas. Pero el general Balcarce, tan indeciso y
apático siempre en las cuestiones de política inter-
na como bravo en los combates de la causa nacio-
nal, carecía en aquel momento de ideas precisas
sobre lo que le incumbía hacer; y llevado de su áni-
mo bondadoso, honesto y moderado, antes que
acudir á las armas prefirió esperar al día siguiente
para negociar un arreglo conciliatorio.
HIST. DE LA REP. ARGENTINA. TOMO V.— 27
41 8 RESTABLECIMIENTO DEL CAPITALISMO
Entre tanto, el Cabildo y la Junta de Observa-
ción se habían resuelto á dar un
1816 golpe de Estado, y poner fin á las
Junio II resistencias que el partido provin-
cialista levantaba contra la reins-
talación del Poder Ejecutivo Nacional en la antigua
capital que nunca era más necesaria que ahora, pa-
ra la salvación del orden público y de la indepen-
dencia. El 1 1 amaneció fijado por las calles y en los
lugares públicos un bando en el que la Junta de
Observación y el Cabildo declaraban destituido al
general Balcarce, y nombraban á don Francisco An-
tonio de Escalada y don Miguel de Irigoyen (miem-
bros ambos de la nobleza vecinal) con el encargo
de ejercer el gobierno ínterin se comunicaba lo acae-
cido al señor Pueyrredón, apremiándole que cuan-
to antes viniese á instalarse en Buenos Aires (13).
El bando estaba concebido contra el general
Balcarce con una violencia de conceptos que no se
explica ni estaba justificada; y la proclama mani-
festaba una enérgica decisión de restablecer el ca-
pitalismo y el régimen unitario de parte de aquellos
mismos hombres que un año antes lo habían des-
quiciado con enorme perjuicio de la causa del país
y del orden político, cuyos quebrantos y tremendos
peligros de la actualidad venían todos evidentemen-
te de la funesta convulsión del año 1815 que echó
por tierra la Asamblea General Constituyente y el
directorio del señor Posadas. Ahora esos mismos
(13) El señor Irigoyen era cuñado del general Concha,
y tío por consiguiente del marqués de la Habana. No te-
nía parentesco, según creemos, con el doctor don Bernardo
Irigoyen.
Y DEL SISTEMA UNITARIO 4I9
hombres proclamaban á voz en cuello la necesidad
de la reorganización en un bando solemne que iba
á ser el origen del mismo orden que habían conde-
nado en 15 de abril de aquel año (14).
(14) La honorable junta de observación y el ex-
celentísimo CABILDO: Por cuanto la falta de cumplimien-
to del Director interino del Estado, brigadier don Antonio
González Balcarce, á los artículos que juró al recibirse del
mando, las inconsecuencias repetidas con que irregular-
mente se ha regido para con la honorable Junta de Obser-
vación y Excmo. Cabildo, el disimulo que le han mere-
cido los arbitrios que en estos días se han visto suscitar,
y la- apatía, inacción y ningiín calor observados- para pre-
parar la defensa del país en el peligro que amenaza la
vida de la patria, son otros tantos motivos imperiosos por
que reclama la salud del pueblo, y constituyen la imposi-
bilidad de poderse conservar el mando interino en manos
del expresado brigadier don Antonio González Balcarce.
Por tanto, anhelosos la honorable Junta de Observación
y el Excmo. Cabildo de calmar la inquietud del pueblo
justamente desconfiado por la indiferencia de un gober-
nante, en la adopción de providencias capaces de salvar
al país satisfaciendo á sus angustias y zozobras, han inti-
mado el cese en el mando interino de Director al mismo .
brigadier don Antonio González Balcarce ; y en su conse-
cuencia han nombrado para correr con el despacho del go-
bierno una Comisión Gubernativa de la dirección del Es-
tado compuesta de los señores don Francisco Antonio de
Escalada y don Miguel de Irigoyen, durante llega el ex-
celentísimo señor Director propietario, etc., etc.
La proclama le decía á los pueblos de la provincia: ((El
estado imperioso de la necesidad es el que nos obliga á la
mutación que veis. No se crea absolutamente que Buenos
Aires ha mudado de gobierno. Muy al contrario: el ansia
de sostener su gobierno nacional le induce á dar este paso
puramente local después de haber apurado todos los me-
dios de evitarlo. Nuestras circunstancias son las más apu-
radas. El Congreso Nacional á enorme distancia; el Di-
420 RESTABLECIMIENTO DEL CAPITALISMO
Llegan en esto noticias de que las tropas p>or-
tuguesas entraban va por diver-
1816 sos puntos de la Banda Oriental.
Julio 16 El gobierno sabia de algún tiem-
po atrás que la diplomacia argen-
tina en Río Janeiro era connivente de esta invasión
cuyo fin principal era perseguir y anonadar á Ar-
tigas, para consolidar el orden en la margen Occi-
dental del Uruguay. Pero desconfiando de que eso
fuera un mero pretexto para ulteriores usurpacio-
nes y careciendo de autoridad propia para tomar
medidas decisivas, procuró ponerse en armonía con
el sentimiento popular, y decretó una movilización
V armamento general de las milicias, con la segu-
ridad de que ((el pueblo de Buenos Aires sabría re-
incorporarse con su acostumbrado heroísmo y ocu-
rrir á la defensa sagrada de la patria».
Desde fines de junio habían llegado noticias á
Tucumán del estado peligroso en que se hallaba
Buenos Aires. El riesgo de un desquiciamiento ge-
neral era inmenso é inminente. No había que va-
cilar; y el Supremo Director, antes de saber la des-
titución del general Balcarce y la erección de la
rector Supremo ausente de la capital ; una fuerza extran-
jera en dirección á nosotros; la (iepravación en activo ejer-
cicio; todo reclama una medida vigorosa... Reunámonos
todos bajo el influjo augusto de la unión, que así seremos
invencibles. Respetemos escrupulosamente la majestad del
gobierno nacional, y nuestra armonía se restablecerá... Es-
ta Comisión Gubernativa pondrá en práctica laí medidas
más eficaces para hacer respetar la seguridad y la digni-
da(? nacional, entre tanto que el cielo permite que llegue
á ponerse á nuestro frente el Supremo Director nombrado
por el Congreso».
V DEL SISTEMA UNITARIO 42 1
Comisión Gubernativa que le había sucedido, re-
solvió trasladarse á la antigua capital, llevando en
sus manos el glorioso pasavante de la Declaración
de la Independencia hecha el 9 de julio.
El 10 de julio por la noche salió el señor Puey-
rredón de Tucumán : el 15 se avis-
18 16 tó con el general San Martín en
Julio 10 el punto Cruz del Eje de la cam-
paña de Córdoba según habían
convenido para preparar y realizar la expedición
sobre Chile y la organización de una logia masó-
nica gubernativa. El 17 se separaron. San Martín
regresó á Mendoza, y Pueyrredón continuó su mar-
cha hacia Buenos Aires. El 28 llegó á la posta de
la Figurita (hoy Ramos Mejia). Súpose en la ciu-
dad su próxima llegada. El Cabildo, la Junta de
Observación, las corporaciones militares y los tri-
bunales, el mismo general Balcarce, y un concurso
numerosísimo que corría á pie por el camino de
San José de Flores, salieron á recibirlo, y lo entra-
ron como en triunfo. Los signos de la alegría y de
la confianza parecía que hubieran extendido su in-
flujo sobre todas las clases del pueblo. El buen
sentido general del país reaccionaba visiblemente,
poniendo á la espalda los disgustos y las querellas
de los días anteriores. Algo de profético y de glo-
rioso se cernía en el cielo de la Comuna : había
reconquistado su preponderancia; volvía á reinar;
volvía á tomar en sus manos la causa de la Inde-
pendencia V el manejo de los grandes intereses de
la nación ; podía esperar ahora á los soldados de
España segura de que sólo triunfos, y no más de-
rrotas, inscribiría en sus banderas.
42 2 RESTABLECIMIENTO DEL CAPITALISMO
«(Llegó por fin Pueyrredón (escribía el doctor
Castro, con fecha 3 de agosto) y llegó como un án-
gel mandado por el cielo para librar á este pueblo
de la más horrorosa anarquía. Jamás había llegado
el furor de las pasiones á términos tan extremos. No
son de referirse los sucesos acaecidos. Basta decir,
que no había autoridad con autoridad, hombre con
hombre, ni amigo con amigo; que la calumnia ha-
bía sentado entre nosotros su trono; que los unos
eran traidores respecto de los otros; que se sugirió
á los cuerpos cívicos la más perjudicial enemistad
con los veteranos; que la Junta Observadora v el
Cabildo sostenían la más funesta oligarquía con
designios ulteriores, á excepción de Anchorena (15)
y Pérez, hombres de bien y de juicio; que el tal
Censor ó demonio jugaba perfectamente las intri-
gas, como que cada pelotera le vale doscientos fuer-
tes de sueldo por la venta de su pluma (16) has-
ta haber llegado á mil y doscientos, y la inviola-
bilidad, á manera de diputado nacional, ó del ma-
gistrado censorio de Roma, cuando Sarratea es-
cribe de Londres al gobierno que contengan la
pluma antipolítica y pedante de este hombre. Yo
me he llevado un chasco muy grande con su amis-
tad, pues habiendo querido convencerlo de la ne-
cesidad de escribir en favor de la opinión del Con-
greso, empecé, y él no quiso continuar ; hablando
pestes de la elección de Pueyrredón, y después ha
hecho jugar la autoridad del Congreso para sus
maniobras. Por fin, la presencia del Director lo
(15) Don Juan José Cristóbal de Anchorena.
(lí) Era el redactor un habanero doctor Valdés.
Y DEL SISTEMA UNITARIO 423
HA CALMADO TODO. Los jcfes militares lo sosten-
drán, como se lo han prometido.»
Vigorosa y eficaz fué, como se ve, la primera
de las grandes soluciones con que el Congreso de
Tucumán reinstaló la integridad política de la na-
ción. Después de esto, que hará siempre su precia-
da gloria en la historia argentina, contrajo también
muchos otros méritos que revelan verdadera eleva-
ción de espíritu y de sentido práctico á la vez. In-
trodujo en las provincias un régimen administra-
tivo sentado y adaptado á las valiosísimas tradicio-
nes que nos había dejado el régimen colonial v que
harto mal hemos hecho en olvidar después. Ese
régimen escalonaba el servicio gubernativo, con
actividad propia en cada parte, por medio de re-
sortes limitados en lo bajo, y ascendentes hacia la
cumbre en orden jerárquico y firme contra los em-
bates de la licencia y del desorden. Ningún hom-
bre pensador y sano podía escapar entonces á los
recuerdos de orden y honorabilidad administrativa
que ese sistema había dejado en el país. Los exce-
sos anárquicos y las usurpaciones del movimiento
revolucionario habían inspirado á todos el deseo
de hermanar las ventajas de la soberanía nacional
con las condiciones regladas y regulares del tiempo
pasado.
Los primeros pasos que el Congreso de Tucu-
mán dio en este sentido fueron acertadísimos y fe-
lices. Transigió la peligrosa disidencia de Güemes
con Rondeau, separando á este hombre inútil y des-
acreditado, para dejar sobre Güemes el arduo en-
cargo de contener á los realistas, encargo que des-
empeñó con gloria y con éxito cumplido. Creó re-
424 RESTABLECIMIENTO DEL CAPITALISMO
cursos para remontar, pertrechar, y reorganizar el
ejército de Belgrano, que Rondeau dejaba aniqui-
lado, desmoralizado y vencido. Sometió por las ar-
mas la sublevación de la Rioja, y castigó con du-
reza al cabecilla Caparros. Envió una comisión de
paz y de persuasión cerca de Artigas, que escolló
como era natural. Pero aún así, teniendo centrali-
zadas bajo su dirección y obediencia todas las pro-
vincias del lado derecho del Paraná, de Buenos Ai-
res á Salta, tenía ya lo que ha constituido siempre
una de las partes eficientes de la nacionalidad ar-
gentina. Trajo á estudio el régimen constitutivo en
que debían funcionar las autoridades públicas del
Estado; reglamentó el corso; trató de regularizar
las deudas del Estado por medio de una caja de
amortizaciones ; dio forma adecuada á las opera-
ciones de la Aduana. Llamó la atención del país
á las cuestiones entre una y otra provincia y de sus
límites respectivos ; presentó una serie de cuestio-
nes orgánicas que libró á la opinión pública para
inspirarse en ella antes de tratarlas y resolverlas ,
y por último, cooperó con una armonía y unifor-
midad digna del mayor elogio á la pronta y cabal
organización del glorioso ejército con que el ge-
neral San Martín barrió de Chile á los vencedores
de Rancagua.
Así comenzó el Congreso de Tucumán. Pero
sometido en seguida á la fuerza fatal de las cosas,
tuvo que desprenderse del Poder Ejecutivo para
rendirlo á la atracción irresistible con que Buenos
Aires lo arrastraba á su seno; y muy poco después,
obligado él también á seguir el mismo camino se
dejó absorber, porque sólo así podía dejar cum-
Y DEL SISTEMA UNITARIO 425
plido SU destino, que era salvar con la Victoria la
Independencia y el orden que había consagrado
con la Palabra y con la Ley.
Por desgracia, con el pueril antojo de las ideas
monárquicas, y con el exceso de la centralización
política que le impusieron las circunstancias fata-
les de su tiempo, el Congreso de Tucumán, tras-
ladado á Buenos Aires, debía caer, como vamos á
verlo, en la misma corriente en que había sucum-
bido la Asamblea General Constituyente de 1814.
Como ella tuvo que sostener una lucha desesperada
contra la democracia inorgánica que el movimiento
revolucionario había puesto en agitación, y sucum-
bió también cuando ese mismo movimiento, trans-
portado por las armas á las regiones y á las costas
del mar Pacífico, le privó de los brazos que él ha-
bía armado para repeler á los realistas y para sos-
tener su obra orgánica en el suelo de la patria.
Tres hombres le esperaban en ese fatal camino:
dos de ellos tenían un valor verdadero y capital :
Dorrego y Moreno (don Manuel) ; el otro, don Pe-
dro José de Agrelo, tenía cierta importancia como
opositor, por su carácter impetuoso y locuaz ; pero
era de poca consistencia y poco simpático en la
lucha.
CAPITULO XII
EL RÉGIMEN DIRECTORIAL Y LAS PROVINCL4S
DISIDENTES
Sumario: Nueva situación de Santafé. — Elección del señor
Seguí para integrar el Congreso. — Oposición y enojo de
Artigas. — Desacierto del Congreso en esta emergencia. —
Rompimiento y nueva invasión. — Campaña terrestre de
Díaz-Vélez. — Campaña marítima del general Irigoyen.^
Orden categórica del Supremo Director para que las
fuerzas invasoras desalojasen á Santafé.— Dificultades de
la retirada. — Contratiempos de la escuadrilla y de su
jefe. — Insurrección del gobernador Díaz en Córdoba. —
Campaña de don Juan Pablo Bulnes. — Actitud del Con-
greso. — Derrota y captura de Bulnes. — El gobernador
don Ambrosio Funes. — Evasión de Bulnes. — Su nuevo
alzamiento. — Su nueva caída. — Insurrección del teniente
coronel Borges en Santiago del Estero. — Su fracaso y
su fin trágico.
Puesto en posesión de Buenos Aires, Pueyrre-
dón había resuelto el más importante y decisivo de
los problemas de la situación, Pero quedábanle to-
davía serios cuidados por el estado en que al pasar
había dejado las provincias de Córdoba y de San-
tafé, evidentemente ligadas contra el gobierno na-
cional con las del litoral dominadas por Artigas.
Por el tratado de Santo-Tomé y por los demás arre-
glos que se continuaron para darle efectos positi-
vos, Santafé debía haber quedado reconocida como
LAS PROVINCIAS DISIDENTES 427
provincia enteramente autonómica y desagregada
de Buenos Aires á cuyo territorio había pertene-
cido siempre como distrito subalterno : y bajo esta
condición, su gobierno se había comprometido á
integrar el Congreso con un diputado, con lo cual
ingresaba al seno de la nación. En esta virtud, fué
electo para ese puesto don Juan Francisco Seguí,
hombre despierto, aunque de instrucción liviana,
sumamente locuaz, pero que por estar completa-
mente desprovisto de carácter, deslucía su mérito
real con ciertos rasgos de charlatanismo que lo ha-
cían poco coherente en el seno de los partidos se-
rios. De cualquier modo que hubiese sido, su intro-
ducción en el Congreso hubiera tenido excelentes
consecuencias. Pero como con esa actitud la pro-
vincia de Santafé habría entrado en la comunión
de las que formaban la integridad política y terri-
torial de las Provincias Unidas del Sur, Artigas
miró esos tratados como contrarios y atentatorios
á su poder y á la jerarquía de protector de los pue-
blos litorales que él se había dado; y no sólo rehu-
só dar su consentimiento, sino que ordenó al go-
bierno de Santafé que hostilizase las fuerzas de
Buenos Aires que se hallaban acampadas todavía
en el Arroyo del Medio á las órdenes de Díaz-Vé-
lez. Esta tentativa y la orden' violenta de romper
las hostilidades hubieran quizás producido el rom-
pimiento de Santafé con Artigas á no haber coin-
cidido una fatal complicación. El general Balcarce,
Director suplementario en Buenos Aires, acababa
de recibir, como antes dijimos, una nota del Con-
greso en que se le ordenaba que limitase sus actos
de gobierno al régimen administrativo interno, sin
propasarse á cosa alguna que pudiera alterar las
428 EL RÉGIMEN DIRECTORIAL
condiciones substanciales de la provincia de Bue-
nos Aires. El verdadero objeto de esta nota era es-
torbar ó prohibir que se tomase medida alguna ten-
dente á segregar la capital de la obediencia en que
debía mantenerse respecto del Congreso. Pero, da-
do su tenor general, celebrar, ratificar y cumplir
un tratado que desmembraba la provincia y que
reconocía la misma categoría política en una frac-
ción que no la había tenido, era faltar indudable-
mente á lo ordenado-; y después de meditada y con-
sultada la duda, el general Balcarce defirió el caso
á la resolución del Congreso. Allí la mayor parte
de los diputados representaban provincias íntegras
en cuyo seno había también partes discrepantes que
querían segregarse y elevarse á la misma categoría
que los centros de que antes habían dependido, x^l-
gunas de ellas lo habían conseguido, y en otras se
mostraban aspiraciones resueltas á conseguirlo. De
modo, que con el interés de evitar que el caso de
Santafé sirviera de antecedente legal á este frac-
cionamiento inminente de las antiguas entidades
provinciales del virreinato (demasiado extensas y
diseminadas), el Congreso negó su consentimiento
á la erección de la provincia de Santafé, cometien-
do una injusticia y un error. Desconocido así el
derecho de Santafé á integrar el Congreso de Tu-
cumán, volvió á quedar en estado de guerra con
Buenos Aires.
Cumpliendo, pues, implícitamente la resolución
del Congreso, el general Balcar-
1816 ce le ordenó al general Díaz-Vé-
Julio 4 lez que tomase posesión de San-
tafé en los momentos mismos en
que sus adversarios se preparabap á retirarle el go-
Y LAS PROVINCIAS DIS!i:)E.\TES 429
bierno de la ciudad. A ese fin ordenó que el gene-
ral de Marina don Matías Irigoyen (i) remontara
el Paraná y combinase sus operaciones con las
fuerzas de tierra.
El 12 de julio de 1816 apareció repentinamente
en la boca del riacho á cuyas riberas está la ciudad
de Santafé, la escuadrilla sutil de Buenos Aires,
compuesta de los bergantines el Belén y el Aran-
sasú, dos cañoneras, cuatro faluchos y algunos bo-
tes. Absteniéndose por lo pronto de emprender hos-
tilidades directas, su jefe se manifestó más bien
con disposiciones amistosas, limitándose á una ac-
titud de mera observación sobre la costa de En-
trerríos. Era su mira probablemente que el gobier-
no de Santafé concentrase sus milicias alrededor
de la ciudad, para que la división de Díaz-Vélez
pudiese penetrar fácilmente y sorprender las entra-
das de la provincia. Pero alarmado Vera con las
incursiones que lafe partidas de Díaz-Vélez habían
comenzado á hacer por el lado del Rosario, había
puesto allí al comandante don Mariano Espeleta,
con una gruesa división de milicias de caballería.
Así fué que cuando Díaz-Vél^z efectuó su entrada,
Espeleta pudo darle pronto aviso á Vera ; y mien-
tras se retiraba delante de las fuerzas de los porte-
ños, la provincia entera se iba poniendo en armas :
es decir, montaban á caballo todas sus montoneras,
y retiraban del paso y del alcance de los invasores
todos los ganados, los caballos, y los recursos de
todo género. Díaz-Vélez tuvo, pues, que marchar
(l) Que como alférez de navio había asistido al com-
bate de Trafalgar á bordo del navio Trinidad.
4.^f^ EL REGLMEX DIRECTORIAL
por un país asolado y verdaderamente desierto. El
ejército porteño ocupó la aldea (pobrísima enton-
ces) del Rosario, sin oposición ninguna porque la
encontró abandonada. Sus habitantes se habían re-
tirado con sus haciendas y familias ; y á medida
que Díaz-Vélez marchaba hacia adelante, las mon-
toneras del Norte, unidas á las indiadas, se con-
centraban en las fronteras del Chaco, contando con
que la pobreza y la carencia absoluta de todo, hasta
de pastos y forrajes, había de obligar á los porte-
ños á abandonar en derrota el terreno que venían
ganando.
El 26 de julio se hallaba Díaz-Vélez á cinco le-
guas de la ciudad de Santafé; y
1816 como llevara intención de atrave-
Julio 26 sar el río para tomarla, había or-
denado que las dos lanchas caño-
neras con cuatro faluchos entraran en el riacho an-
tes de amanecer, á reconocer y asegurar el paso de
Santo-Tomé. El día amaneció con una de aquellas
fuertes neblinas de nuestro clima que impiden dis-
tinguir los objetos aún á cortísimas distancias. Na-
die había advertido en el pueblo el movimiento ni
la situación de la escuadrilla. Pero cuando las la-
vanderas, al bajar á la playa de San Francisco, se
dieron cuenta con estupor del grupo de barquichue-
los que estaban confusamente reunidos en la boca
del arroyo de Fray Atanasio, abandonando despa-
voridas la ribera y las ropas que iban á lavar, con-
turbaron la ciudad á gritos dando la voz de alarma
por el ataque inesperado que se les preparaba. En
el acto se tocó á generala ; las mujeres se asilaron
en la iglesia, llevando en sus m.anos las alhajas, las
Y LAS PROVINCIAS DISIDENTES 43 1
ropas y los utensilios de más valor. Los hombres,
sin distinción de edades, se reunían y se armaban
en la plaza, montaban á caballo y corrían al lugar
del peligro capitaneados por el gobernador Ma-
riano Vera y apoyados en una compañía de dra-
gones que mandaba el capitán Estanislao López.
Este formó su compañía en el Campito, frente al
arroyo, decidido á impedir que los porteños des-
embarcasen, mientras el gobernador, seguido de
grupos populares en tumulto, atravesó el río, en
canoas los unos, á nado y aun á pie otros, llevando
por los frenos los caballos. Caminando al través
del monte y del maciegal de la isla, se colocó con
su gente sobre la barranca á cuyo pie estaba la es-
cuadrilla.
Hallábase ésta en la más arriesgada y difícil si-
tuación. Dos lanchas cañoneras dirigidas por hom-
bres sin práctica ni conocimiento de los lugares,
estaban encalladas ; y como el agua había bajado,
se habían tumbado de costado, quedando solamen-
te á flote las dos falúas. Desde que los grupos de
santafecinos dominaron la barranca, levantaron
una gritería atronadora y salvaje, amenizada por
el continuo tiroteo de las armas de fuego, y con los
tiros de cañón ó de fusilería que las cañoneras re-
petían inútilmente, pues no tenían cómo ofender
las alturas de la barranca. Alentados los santafeci-
nos con la mala posición de la escuadrilla, descen-
dieron animosamente en tumulto, y perdieron toda
esperanza de salvarse ; la oficialidad y las tripula-
ciones se arrojaron al agua, para ganar el lado
opuesto de la isla, con el fin de atravesarla y de lle-
gar hasta la boca del arroyo que desagua en el Pa-
432 EL RÉGIMEN DIRECTORIAL
rana, donde habían quedado los buques de mayor
calado , pero casi todos estos fugitivos fueron to-
mados ó muertos. Los cuatro faluchos abandonaron
entonces el empeño de desembarazar las dos caño-
ñeras y se pusieron en fuga aguas abajo hacia la
boca, mientras los santafecinos con una algazara
infernal, enlazaban uno de los faluchos, saqueaban
las dos cañoneras, y mataban á los rezagados que
se habían quedado ocultos en ellas. Ganaron en
esta jornada, además de algún dinero, plata labra-
da, víveres y pertrechos, trescientos fusiles, mil y
tantas lanzas, municiones de guerra y diez y seis
cañones entre chicos y de calibre, que sacaron á
tierra echando á pique los cascos de las presas.
Díaz-Vélez, seguido entre tanto por los grupos
del gobernador de Santafé, que se había ya reunido
con Espeleta y con las milicias de Coronda, se ade-
lantó hasta el paso de Aguirre, entre nubes de
montoneros, manteniendo su caballería, con sus es-
casas caballadas y el parque, al amparo de los ba-
tallones de infantería. Viendo Vera que sus medios
no eran bastantes para oponerse á este orden de
marcha, mandó que todas las familias, las gentes
de la ciudad, y las demás que venían emigrando
delante de los porteños, desde el Rosario y Coron-
da, pasasen al norte en las carretas y carros que
les había preparado á situarse en la Chácara de
Andino, donde formaron un extraño campamento
á la manera de las razas emigrantes de Asia. Pre-
cisamente en esos momentos pasaba Pueyrredón
por la frontera de Santafé hacia Buenos Aires. Pro-
fundamente disgustado de que se hubiese acome-
tido aquella invasión, le dirigió orden terminante
Y LAS PROVINCIAS DISIDENTES 433
á Díaz-Vélez que se retirase inmediatamente, v co-
misionó al doctor don Alejo Castex, hacendado res-
petable del norte y miembro del Poder Judicial,
q-ue marchase á Santafé á negociar un restableci-
miento sincero de la paz, ó cuando menos de la
tranquilidad en ambas provincias.
La orden de retirarse delante de un enemigo
que lo seguía con saña, puso á Díaz-Vélez en la ne-
cesidad de tomar todas aquellas precauciones con
que al mismo tiempo debía asegurar su retirada, é
imponer respeto á sus adversarios. En la mañana
del 3 de agosto vadeó el Paso de Aguirre. Pero al
salir del Monte de Noguera tuvo que resistir y que
arrollar grupos de montoneros que servidos por la
artillería que antes habían tomado, hacían fuego
de cañón sobre las columnas del ejército de Buenos
Aires. Conociendo Díaz-Vélez que los santafecinos
estaban resueltos á atacarlo, apoyó sus fuerzas so-
bre los montes del Río Salado, y los rechazó con
tal vigor que se dispersaron al caer la noche, reti-
rándose eñ grande confusión y desorden á la Chá-
cara de Andino, donde estaban las familias. Que
fuera por acaso ó intencionalmente, se incendiaron
unos grandes galpones, que dominaban por su vo-
lumen y posición todo el paisaje, y pudo verse en-
tonces que el camino había quedado libre : aprove-
chándose de este incidente, Díaz-Vélez se puso in-
mediatamente en marcha sobre la ciudad y la ocu-
pó en la madrugada del día 4. Allí dio descanso á
sus tropas atrincherándolas en medio de aquel país^
que, como un mar tormentoso, estaba todo suble-
vado y conturbado en derredor suyo. Los santafe-
cinos no podían intentar nada contra la infantería
HIST. DE LA REP. ARGENTINA. TOMO V.— 28
434
EL RÉGIMEN DIRECTORIAL
que guarnecía la ciudad; pero divididos en nume-
rosas partidas y grupos de á caballo, tenían en con-
tinua alarma las tropas de la plaza, y acechaban las
comunicaciones entre la ciudad y los buques que
estaban estacionados en ía boca del riacho ; de ma-
nera que aun los mismos botes y faluchos que en-
traban con víveres y comunicaciones á las orillas
de la ciudad, corrían grande riesgo de ser tomados.
El día 9 de agosto de 1816 al notar que un lan-
chón de la escuadrilla se desliza-
1816 ba ocultándose á ras del bosque
Agosto 9 de la ribera, los montoneros pre-
sumieron que trataba de acercar-
se á la ciudad, y pusieron una emboscada de 25
hombres en el Arroyo Negro. El lanchón entró, en
efecto, en el riachuelo creyendo no ser visto; pero
al pasar por frente de la emboscada, recibió á que-
marropa una descarga, que hiriendo á muchos de
los que venían á bordo, y matando á otros, causó
una sorpresa pavorosa en los demás. Gran parte de
la tripulación se echó al agua, el lanchón quedó sin
manejo, y tuvieron que rendirse los de á bordo, en-
tre los cuales se hallaba nada menos que el mismo
jefe de la escuadrilla don Matías Irigoyen con el
teniente gobernador de Santafé don Juan Francisco
Tarragona, natural de esta provincia y jefe, como
antes vimos, del partido nacionalista de ella.
En la necesidad de abrirse camino y de asegu-
rar su retaguardia, Díaz-Vélez re-
1816 solvió atacar la Chácara de An-
Agosto 30 diño donde estaba reconcentrado
el cuartel general de los montone-
ros ; y aunque no llevó á cabo su ataque, consiguió
V LAS PROVINCIAS DISIDENTES 435
que con una simple demostración la multitud de
gente y familias que allí estaba aglomerada se dis-
persase con pavorosa rapidez, de lo cual se aprove-
chó para pasar sus tropas á la Isla y tomar el ca-
mino de la costa hasta San Nicolás de los Arroyos.
Los santafecinos se consideraron vencedores: Vera
hizo coronel á Estanislao López; pero muy poco
tardó en caer del poder empujado por este aspirante
sagaz que desde entonces se hizo, no diremos go-
bernador, sino gobierno vitalicio de su provincia.
Las mojitoneras de Santafé tenían conexiones
estrechas y compromisos formados de alianza y
mutua protección con el gobernador de Córdoba
don José Javier Díaz, y con el comandante de las
milicias de campaña don Juan Pablo Bulnes, cabe-
cillas del partido local, que aspiraban á sacudir co-
mo los de Santafé la obediencia debida á las auto-
ridades nacionales. Cuando Vera se vio invadido,
envió inmediatamente sus emisarios á Córdoba pi-
diendo que le mandaran auxilio de tropas. Díaz,
que era más bullicioso de palabras que firme y re-
suelto en los hechos, vaciló delante de las responsa-
bilidades que debía imponerle una sublevación ar-
mada, teniendo por un lado al Congreso con el ge-
neral Belgrano, por el otro á San Martín, y al Su-
premo Director posesionado ya de los recursos de
la capital. Tergiversando, pues, con los compro-
misos que había tomado y sin atreverse á proceder
de frente, cometió el error de dejarle toda la inicia-
tiva á Bulnes, que, aunque enteramente desprovis-
to de capacidades, era atrevido, atrabiliario y terco.
vSin tomar en gran cuenta las vacilaciones del go-
bernador, Bulnes reunió de suyo como 500 hom-
436 EL RÉGIMEN DIRECTORIAL
bres y marchó inmediatamente á Santafé en abierta
rebelión contra el Congreso y contra el Director.
Pero en el intermedio se supo que Díaz-Vélez ha-
bía evacuado el litoral, v que Santafé no necesitaba
de los auxilios que había pedido á Córdoba. Esta
solución inesperada dejaba al gobernador artiguis-
ta de Córdoba solo y aislado en medio de las auto-
ridades y fuerzas de que el Congreso podía dispK)-
ner contra él, y procuró entonces eximirse de res-
ponsabilidades, condenando los procederes de Bul-
nes como actos de insubordinación que estaba dis-
puesto á castigar. Pero Bulnes, que se veía armado
y que contaba con el apoyo de su hermano el duc-
tor don Eduardo Bulnes y del doctor don Miguel
del Corro, artiguistas declarados, jefes de familias
influyentes en la ciudad y en la campaña, v cabe-
zas del partido anárquico ó separatista, ambicio-
naba también el puesto de gobernador independien-
te y absoluto de su provincia á la manera en que
Artigas V Vera lo eran en la Banda Oriental y en
Santafé; y tomando pretexto de la nueva actitud
en que Díaz trataba de colocarse, regresó desde el
Tío en armas contra éste. El gobernador reunió
gente, pero al momento se sintió en mala situación.
De los dos partidos fuertes que figuraban en la pro-
vincia, el de los Funes era nacionalista á todo tran-
ce y contaba no sólo con el apoyo del Congreso,
sino con el del Supremo Director, que al pasar por
Córdoba había quedado de acuerdo con el señor
don Ambrosio Funes sobre los hechos ulteriores
con que había de afirmarse allí la autoridad nacio-
nal. El otro partido era el de los artiguistas, enca-
bezado por los Corros y los Bulnes, que se habrá
Y LAS PROVINCIAS DISIDENTES 437
divorciado de Díaz, para traer el poder á sus ma-
nos con más estrechez y firmeza que la que tenía
en manos de este gobernador.
Bulnes cayó, pues, sobre Córdoba en pocos días
y se calzó el gobierno. Pero el Congreso no se hizo
esperar : le ordenó al general Belgrano que pusiese
en marcha una buena división de tropas, y nombró
gobernador intendente de Córdoba á don Ambrosio
Funes, hermano del deán Funes, pero otra cosa
como hombre político y de acción, pues todo lo que
el sabio sacerdote tenía de flexible y de sumiso al
éxito en el poder, tenía su hermano de viril y de
consistente en sus ideas y en sus compromisos. Lo
más singular era que este nacionalista en quien el
Congreso de Tucumán depositaba ahora toda su
confianza (con justicia y acierto) era nada menos
que padre político del mismo Bulnes que se había
alzado contra las autoridades, y á quien se le daba
el encargo de someter.
El general Belgrano aprestó y despachó con to-
da rapidez la división de tropas que se le había pe-
dido, á las órdenes del sargento mayor don Fran-
cisco Sayos.
No esperó el señor Funes el apoyo de la fuerza
que se le enviaba para tomar la
1816 actitud que le daba su nombra-
Xoviembre 4 miento. Pero procuró primero ver
si podía persuadir á su yerno que
le obedeciese y le entregase el mando. Le hizo pre-
sente con este motivo que no se hiciese ilusiones,
pues si no oía sus consejos y no obedecía su auto-
ridad, estaba resuelto á armar la provincia y á em-
plear las fuerzas veteranas que esperaba hasta re-
43^ EL RÉGIMEN DIRECTORIAL
ducirlo, costase lo que costase. Todo fué en vano.
Bulnes era recio é indómito. Conocía el carácter
viril de su suegro, la influencia que tenía en la ciu-
dad y en la campaña, la persistencia de sus ideas
políticas en favor de las autoridades nacionales, y
como con todo esto estaba bien advertido del peli-
gro que corrían sus partidarios, su causa v su per-
sona, echó mano del terror para sostener la autori-
dad que había usurpado. Impuso contribuciones,
redujo á prisión á los amigos del gobernador, azotó
y fusiló también en la campaña del norte de Cór-
doba á los que no se mostraban solícitos en tomar
las armas por él, á términos que el gobernador Fu-
nes, aferrado también en no derogar su nombra-
miento, ni tergiversar con sus deberes para con el
Congreso y con el Director Supremo, tuvo que elu-
dir la saña de su yerno y ocultarse, sin desistir por
esto de mantener continua comunicación con el co-
mandante Sayos, con el comandante de las milicias
de Rio Seco don Francisco Bedoya (i) y con los
comandantes de las fuerzas que guarnecían la fron-
tera del Chaco, para que marchasen á incorporarse
bajo las órdenes del primero, como en efecto lo ve-
rificaron el día 4 de noviembre á 20 leguas hacia el
norte de la ciudad de Córdoba. El comandante Be-
doya era sin duda el más importante contingente
para el jefe de la expedición, por su probada bra-
vura no rhenos que por su carácter elevado y clara
inteligencia, como lo probó entonces, y después en
la famosa campaña contra José Miguel Carrera.
(2) Véase el suplemento de la Gaceta del 7 de diciem-
bre de 1 8 16.
Y LAS PROVINCIAS DISIDENTES 439
Bedoya pertenecía además á una de las familias
más justamente distinguida y aristocrática de Cór-
doba. Manejado el Cabildo por Bulnes, intentó pa-
ralizar la marcha de Sayos, para darle tiempo al
caudillo de caer de sorpresa sobre las fuerzas na-
cionales. Pero su comandante, advertido á tiempo
por el gobernador Funes, marchó en la noche ha-
ciendo un rodeo sobre la ciudad, al mismo tiempo
que Bulnes, creyendo sorprenderlo, se lanzaba de
prisa sobre el campamento abandonado donde le
suponía.
De modo ciue quedaron invertidas las posicio-
nes. La ciudad, protegida por la
1816 fuerza legal, se puso pues á las
Noviembre 8 órdenes acertadas y activísimas
del gobernador Funes, mientras
que Bulnes, alejado de su centro, se vio en la difí-
cil necesidad de venir á'estrellarse contra el terreno
ventajoso en que Sayos y Bedoya habían colocado
sus fuerzas. Dueño ya del éxito, el gobernador in-
fluyó con los dos jefes que habían venido á soste-
nerlo para que tentasen un último esfuerzo y per-
suadieran á su yerno, antes de llegar á un choque
de armas y de tener que imponerle el castigo de sus
atentados. ((Pero este joven inconsiderado (dice
aquél en su parte oficial), sin consultar más que á
los fogosos sentimientos de su orgullo, despreció
las proposiciones, y se avanzó á intimar al coman-
dante, por un oficio impávido, que se le entregase
todo á discreción con todas sus armas. Remitir este
oficio y presentarse con toda su tropa en el campo
de batalla, fué un acto casi indivisible». Bulnes
traía cuatro cañones, y colocándose en el Bajo de.
440 EL RÉGIMEN DIRECTORIAL
Santa Ana, rompió el fuego sobre la línea de wSayós;
éste lanzó sobre los insurrectos un batallón vetera-
no de cazadores, «que marchando por entre los ár-
boles y tapiales de las quintas, cayeron con velo-
cidad, llenos de alegría y de entusiasmo, sobre la
artillería de los montoneros. Todo fué tan acertado
y tan rápido, que en ocho minutos tomaron la po-
sición, poniéndolos en completa fuga, y persiguién-
dolos en todas direcciones».
Este hecho militar, que por su insignificancia
debería haber sido mirado como de poquísima im-
portancia, fué recibido por el Congreso y por el Di-
rector como uno de los acontecimientos más faus-
tos y meritorios que hubieran podido ocurrir, tal
era el cuidado que inspiraba á todos el estado ge-
neral de las provincias. Y en efecto, si el desorden
se hubiese radicado, la nación habría quedado he-
cha pedazos. Las provincias del Norte y del Oeste
hubieran respondido al movimiento de dislocación,
porque indudablemente estaban inoculadas del mis-
mo mal, como se vio un momento después. Sayos
fué el héroe del momento. El Supremo Director ex-
pidió un decreto encomiástico recomendando d la
memoria y á la gratitud del país el mérito de la jor-
nada. «El eminente servicio hecho á la patria por
la tropa de línea y por las milicias bajo el mando
del sargento mayor graduado don Francisco Sayos,
que ha contribuido con heroica intrepidez y fir-
meza á la destrucción de los perturbadores del or-
den... obliga al gobierno á que señale y apremie tan
relevante mérito para con los pueblos de la Unión,
condecorando á los oficiales y tropa con un escudo
de honor en paño celeste que deberán llevar sobre
Y LAS PROVINCIAS DISIDENTES 441
el brazo, con esta inscripción en letras de oro: Ho-
nor Á LOS Restauradores del Orden».
La perturbación producida en la provincia de
Córdoba por la rebelión de Bulnes no pudo ser más
grande ni más profunda. El parte mismo decía: ((La
campaña se halla desolada por la multitud de mal-
hechores á quienes ha favorecido mucho el tras-
torno de la Revolución. Actualmente estamos toda-
vía sin los abastos, porque los unos huyen de la
ciudad á la campaña, otros de la campaña á la ciu-
dad, y según avisos frecuentes que tengo de aqué-
lla, innumerables se esconden en los montes». El
gobernador Funes publicó una amplia amnistía des-
pués de la victoria. Las fuerzas de Sayos y de Be-
doya salieron á recorrer la campaña para reponer
las autoridades locales y restablecer la tranquilidad.
L na de estas partidas tomó á Bulnes, que traído
á la ciudad de Córdoba fué puesto en prisión, aun-
que no muy rigurosa.
Por grande fortuna para el orden nacional ha-
bía fallado la armonía de tiempo y de conformidad
con que se habían tramado todas estas conspiracio-
nes que respondían al artiguismo y á las aspira-
ciones de Moldes contra la elección de Pueyrredón.
La insurrección de Córdoba estaba combinada con
la que debía encabezar el teniente coronel don Juan
Francisco Borges en Santiago del Estero. Era Bor-
ges un oficial de bastante mérito, de carácter entero
y de juicio firme, que desgraciadamente se había
ligado con Moldes después de haber pertenecido al
partido de Rondeau. Se habían confabulado con él
otros oficiales del mismo lugar con el deseo de que
Santiago del Estero se constituyese en provincia;
442 EL RÉGIMEN DIRECTORIAL
y entre ellos figuraban Gonzebat v don Lorenzo
Lugones, capitán de línea y joven de bastante ins-
trucción y mérito. La sujeción y derrota de Juan
Pablo Bulnes, los coatuvo.
Pero los miembros de las familias de Corro y de
Bulnes, con otros influjos de sus
1816 partidarios, habían logrado sedu-
Noviembre 15 cir al oficial Quintana, español
y prisionero de Montevideo que
había tomado servicio en el piquete urbano de Cór-
doba con algunos otros de sus compatriotas perte-
necientes á la misma clase. Los conjurados habían
conseguido que Quintana diese guardia el 14 en la
cárcel donde Bulnes se hallaba preso; y el 15 por
la madrugada salieron armados por las calles; pren-
dieron al gobernador Funes y al sargento mayor
Sayos que acababa de regresar á la ciudad, y man-
daron avisos á Santiago del Estero para que Bor-
ges cooperase á la insurrección á fin de darles tiem-
po de recuperar toda la provincia, deteniendo la
marcha de las tropas que pudieran enviarse contra
ellos de Tucumán.
Esta nueva tentativa fracasó en muy pocos días.
Quintana se pusO' en disidencia con Bulnes: el des-
orden se produjo de tal manera entre ellos, que
aquél destituyó á éste, y colocó en el gobierno á un
hombre sumamente secundario llamado don Fran-
cisco Urtubey. Sayos y Funes se aprovecharon de
esta confusión para evadirse é incorporarse con el
comandante Bedoya que ya marchaba sobre la ciu-
dad á restablecer el orden. Al aproximarse las fuer-
zas nacionales se sublevó la población ; y aterrados
con esto los anarquistas se sometieron : entregaron
Y LAS PROVINCIAS DISIDENTES 443
las armas al vecino don Juan Andrés Pueyrredón,
hermano del Supremo Director, y huyeron en di-
rección á Santafé. Pero alcanzados y presos,
Quintana fué fusilado en Buenos Aires en los pri-
meros días de 1817, y Bulnes fué amnistiado, ó
puesto en olvido si se quiere, después de unos me-
ses de prisión, volviendo la autoridad á manos del
señor don Ambrosio Funes, que la retuvo el tiempo
necesario para restablecer el orden y nada más, por-
que á pesar de su gran carácter no era hombre ami-
go de figurar en política ni de gobernar.
Entré tanto, contando con que la nueva insu-
rrección de Córdoba se haría se-
t8t6 ria y fuerte, Borges, Lugones,
Diciembre 4 Gonzebat, y los demás que esta-
ban con ellos en la misma conju-
ración, se sublevaron en Santiago del Estero. Al
saberlo, el general Belgrano desprendió de Tucu-
mán una división de las tres armas al mando del
coronel don Juan Bautista Bustos y del mayor
Araoz de Lamadrid. Borges pudo haber comple-
tado el armamento de que harto necesitaba apode-
rándose de un convoy de carretas cargadas con ar-
tículos de guerra y dinero que el Supremo Direc-
tor remitía al ejército de Tucumán. Pero ya fuese
por escrúpulos de delicadeza, por no privar á las
tropas á que pertenecía de aquellos socorros y bien-
estar, va por no hacer el papel de ladrón público,
se abstuvo de tocar el convoy, y lo dejó pasar á su
destino, á pesar de que ya venía en marcha la di-
visión destinada á batirlo, y de que él la esperaba
con 500 V tantos hombres que había reunido. Se le
tenía por un oficial sumamente bravo; pero opri-
444 EL RÉGIMEN DIRECTORIAL
mido quizás por remordimientos y falto de convic-
ción en lo que había hecho, se puede decir que no
trató de resistir á la fuerza nacional. Se dejó arro-
llar por una guerrilla de 25 hombres que Lamadrid
lanzó sobre él, y huyó á la frontera solitaria y sel-
vática del Río Salado. Traicionado allí, según se
dijo, por un pariente en cuya estancia se había asi-
lado, fué entregado al brazo militar del general Bel-
grano, y pasado por las armas inmediatamente, en
cumplimiento de la l?y dictada para estos casos el
3 de agosto de aquel mismo año. Grandes fueron
los empeños que el vecindario de Tucumán y los
mismos jefes del ejército hicieron por salvar á Bor-
ges ; pero el general Belgrano fué inexorable é hizo
que la ley se cumpliera. Lugones y Gonzebat fue-
ron amnistiados por empeños del comandante don
José María Paz, según dice él mismo. El primero
se hizo acreedor después á una grande estimación
pública por la sensatez y espíritu de orden de que
dio pruebas durante su vida como militar y como
ciudadano. Es casi cierto que el coronel Borges hu-
biera dado el mismo ejemplo ; pero el general Bel-
grano, frío y resignado siempre á la letra de la ley,
creyó que las exigencias del orden, de la disciplina
y las costumbres de la época, le imponían ese sa-
crificio, que debió ser muy duro para su corazón.
CAPITULO XIII
LA OPOSICIÓN Y LA PRENSA ÜE LA CAPITAL
Sumario: Vinculación espontánea de los disturbios de la
capital y del interior. — Vacilaciones del criterio público.
— Dilema entre la organización unitaria ó la reforma fe-
deral.— Imposibilidad de hacer una clasificación sistemá-
tica de los partidos. — Unitarios federales y federales uni-
tairios. — Individualidad política de Buenos Aires. — EL
Censor. — La Gaceta. — Alternativas de situación y de in-
tereses en las provincias. — La guerra contra España,
vínculo de unión. — Prevenciones provinciales del Con-
greso de Tucumán. — Unitarismo real de sus miembros. —
El extravío de la Revolución de Mayo y pretensión de
que volviera á sus bases monárquicas. — El general Bel-
grano y la rehabilitación de la dinastía de los incas. —
La adhesión de la mayoría del Congreso. — Diversidad
de espíritu popular entre los pueblos del Perú y los del
Plata.— La moción del diputado Acevedo. — índole repu-
blicana de los pueblos argentinos.— Contrasentido de la
monarquía incásica. — Causas efímeras de su favor. — La
tradición y la leyenda épica.— Divergencias de situación
social y de raza. — Prestigios de la enseñanza y del fausto
universitario. — Aristocracia de togados y profesores.—
Las abjuraciones.— Las masas indígenas como elemento
militar. — La discusión en el Congreso. — Las convulsio-
nes provinciales. — Aplazamiento de la discusión. — Insis-
tencia del general Belgrano.^Las proclamas. — Opinión
de Rivadavia. — La Crónica Argentina. — Sus principios
republicanos y democráticos. — Don Manuel Moreno. — Su
enemistad con Pueyrredón. — Incompatibilidad de las ra-
zas y de los tiempos. — La invasión portuguesa. — Sitúa-
446 LA OPOSICIÓN
ción difícil del Director. — Ataques de la Crónica Argen-
tina.— Propaganda contra la expedición á Chile y en pro
de la giierra con Portugal. — Inclinación del pueblo en
este sentido. — Extravío de la Crónica Argentina. — Los
peligros y las condiciones de la prensa libre. — De cómo
el mucho número de los periódicos influye en el despres-
tigio de la prensa. — De cómo la prensa libre sólo tiene
valor é influjo en el régimen ministerial parlamentario. —
Síntomas de represión y de autoridad. — La Gaceta ofi-
cial.— Ataque de la Crónica Argentina al Supremo Di-
rector.— Alternativa fatal entre la represión y la revo-
lución.
¿ Qué vínculos ó qué relaciones secretas tenían
estos aciagos sucesos del interior con el estado in-
quietante á que los partidos de la capital habían
vuelto después de los primeros días de la instala-
ción del nuevo Director Supremo? Esta es una
duda que hoy no tiene solución satisfactoria. Qui-
zás aparezca resuelta algún día por los papeles ol-
vidados en poder de algimas familias ; aunque á
nuestro modo de ver, quedará por cierto que los
movimientos convulsivos de las provincias y los
conatos sediciosos que el gobierno atribuía á los
partidarios de la capital, carecían de toda cone-
xión, y eran simples manifestaciones del estado so-
cial en una y en otra parte.
El criterio político de los hombres, aún de aque-
llos que figuraban en lo más graneado de la bur-
guesía gubernamental, flotaba por lo mismo en un
mar de incertidumbres, donde la confusión y la in-
coherencia de los hechos hacía sumamente difícil,
si no imposible, asirse de un principio inconcuso
cualquiera que pudiese servir de guía en medio de
aquel embate de propósitos y de pasiones que se
\ LA PRENSA ÜE LA CAPITAL 447
excluían y se hostilizaban invocando unos contra
otros el mismo interés público ( i ) .
La caída de la Asamblea General Constituyen-
te, y el plebiscito de 1815 eran pues, como se ha
visto, los dos sucesos que habían puesto á la opi-
nión pública y al Congreso de Tucumán frente á
frente con el gravísimo problema de resolver si la
reconstrucción de la nacionalidad argentina había
de hacerse sobre la base federal ó rehacerse sobre
la base unitaria.
Pero cuando se da una mirada atenta á las alte-
raciones políticas que forman la historia social de
las provincias argentinas en la primera década de
la Revolución, se encuentran dificultades insupera-
bles para formarse una idea precisa de lo que que-
ría decir ejitonces la Unidad ó la Federación en
boca de los partidos que se combatían , y no es fá-
cil por cierto discernir cuál era la doctrina orgánica
en que cada uno de esos partidos concretaba sus in-
tereses. Si se analizan los sucesos y los móviles que
los provocaban, parece que no hubiera habido en
ellos otra cosa que instintos disolventes unas veces,
absorbentes otras, por espíritu local en ambos ca-
sos. Unos mismos hombres eran federales ó eran
unitarios alternativamente según cambiaban las fa-
ses de la cuestión capitalismo. Siempre que las ne-
(i) Puede calcularse el desorden de las ideas por es-
tos curiosísimos conceptos que encontramos en una carta
de fray Cayetano Rodríguez: (¡Corre la noticia, y ha sido
publicada en la Gaceta, que Bonaparte está en la isla de
Santa Elena. Ya se nos viene allegando. De repente ha de
aparecer en .\mérica. ¡ Quién sabe si no es el genio que
nos prepara la suerte para fijar nuestro destino!»
448 LA OPOSICIÓN
cesidades de cada momento, ó que el triunfo de
cada bando concretaba el poder en manos de los
elementos dominantes de la ciudad de Buenos Ai-
res, la organización aparente se convertía en un go-
bierno concentrado y de pura supremacía de hecho,
que invocaba las doctrinas de la centralización uni-
taria como un derecho, ó como una necesidad del
m.omento impuesta por el apremio de las circuns-
tancias. Pero, como los malos efectos de este régi-
men irregular y pasajero, traían al instante las pro-
testas y la insurrección de los partidos locales, ó
mejor dicho de los caudillos que les daban direc-
ción, producíase un movimiento de reacción que
venía á disolver ese vínculo ficticio en que no esta-
ban representadas las ambiciones, ni las esperan-
zas, ni los derechos de los demás pueblos á la par-
ticipación orgánica de que debe dar garantías todo
gobierno libre. Y entonces, después de una época
moralmente insubsistente y más ó menos vaga, bro-
taba de todas partes la guerra civil, postrando al
país entero en una situación enfermiza é intolera-
ble. Los gobiernos mismos que salían de esos mo-
vimientos tumultuarios y desordenados de las pa-
siones del día, nacían con las necesidades fatales
del egoísmo político. Su primer anhelo era orga-
nizar su propio poder, con medios tanto más exa-
gerados para consolidarse, cuanto mayor era el com-
paginamiento de los ánimos y la complicación de
los peligros que les rodeaban ; y estrechándose en
círculos puramente personales, por lo mismo (|ue
carecían de una base de orden general y amplia
para todos, provocaban en derredor suyo la repro-
bación de la opinión piiblica y la animosidad de las
Y LA PRENSA DE LA CAPITAL 449
facciones que se hallab*an suplantadas. Nada de es-
table era posible obtener como hecho ni como doc-
trina, que pudiese servir de ley común para enca-
rrilar la descomposición social.
Cuando la dominación ficticia de los partidos
de la capital, resistida de esta manera por el loca-
lismo renitente de las provincias, y minada tam-
bién por las facciones de los descontentos internos,
se derrumbaba sobre sus propios resortes, las apa-
riencias del poder personal 3^ predominante emigra-
ban, por decirlo así, á colocarse bajo la égida y el
prestigio de los caudillos provinciales ; y entonces,
el partido mismo que había invocado como una ley
de moral y de justicia política la necesidad de salvar
al país y de llevar adelante la guerra d*e la Inde-
pendencia bajo un orden de poderes concentrados
en sus manos, se apoderaba de las doctrinas defen-
sivas del régimen federal, y tomando por bandera
la independencia orgánica, ó la entidad autonómica
de la provincia de Buenos Aires, repelía como un
atentado la pretensión de someterla á influencias
formadas y confabuladas fuera de su recinto, y se
convertía en federal, como medio de resistencia.
Pero lejos de que las provincias pudiesen cons-
tituir entre sí un conjunto homogéneo de intereses
y de propósitos, que fuese apto para recibir y man-
tener la forma del gobierno federal, con leyes efec-
tivas, y con atribuciones propias en la esfera co-
mún, cada una aspiraba á tener un poder propio
desembarazado de toda obediencia recíproca ; y
aquellas en donde un caudillo dominante había traí-
do á su poder personal y despótico el contingente
de todas las fuerzas populares, no entendían otra
HIST. DE LA REP. ARGENTINA. TOMO V. — 29
45" LA OPOSICIÓN
cosa, ni aspiraban á otro resultado que á reatar en
su persona, y en su poder, los elementos bélicos y
gubernativos que le proporcionaban las victorias
de la guerra civil. De modo que dependiendo en
apariencia las libertades federales para combatir el
predominio de la capital, trataban sólo de impo-
ner el despotismo de sus caudillos, para concentrar
el poder militar en una forma esencialmente uni-
taria y depresiva de las otras individualidades que
constituían la nación. Dada esta tendencia, y á cau-
sa de ella misma, las diversas provincias carecían
de cohesión. FA caudillo y los intereses anárquicos
del momento eran divergentes entre ellas ; y el mal
gobierno á que cada una quedaba así entregada, le-
vantaba naturalmente en su interior el enojo de los
oprimidos, que para emanciparse del mal presente
buscaban el apoyo de los partidos de la capital, ha-
ciéndose centralistas, capitalistas ó separatistas, al
viento vario de esos mismos móviles eventuales que
sólo representaban los intereses bastardos del des-
orden en cada emergencia.
Bajo semejantes influjos no podía haber unita-
rios ni federales, sino simplemente bandos de ca-
pitalistas y de separatistas. Así es que las victorias
de la guerra civil y de la anarquía interna, hacían
que los centralistas de a}'er fuesen separatistas de
hoy, y viceversa, de acuerdo sólo con el propósito
mudable de la desesperación, de la ambición ó de
las pasiones de cada día. En el fondo no se trataba
de otra cosa que del predominio alternativo de las
facciones personales puestas bajo el influjo disol-
vente del espíritu local y de la anarquía de cada
una de las partes del Estado.
V LA PRENSA DK LA CAPITAL 45J
Nadie ignoraba sin embargo entonces, como
ahora se cree, cuáles eran las condiciones verdade-
ras y legítimas del régimen unitario ó del régimen
federal. El mal consistía en la fatal combinación
y anarquía de los partidos, en la constitución des-
graciada de los elementos sociales, en los intereses
personales, que hacían impropio el momento y el
suelo del país, para que pudiese construirse algo
que en uno ó en otro sentido pudiese tener consis-
tencia.
Era sabido que un régimen unitario requería la
concentración de todas las fuerzas políticas en una
capital que fuese no sólo ajena al patriotismo local
de su propia individualidad, sino que fuese la pro-
piedad EXCLUSIVA de todas las otras partes del país,
para que allí ellas pudiesen gobernar de una ma-
nera efectiva y directa, por la representación de los
intereses generales, sin que nada interno ó perso-
nal fuese obstáculo al ejercicio de la nacionalidad
en su más alta y pura expresión.
Pero Buenos Aires, con el sentimiento local que
le distinguía como á las demás provincias, con ese
patriotismo interno y propio que les daba á todas
ellas una individualidad divergente, y que las ha-
cía celosísimas en alto grado de la posesión de sí
mismas, se resistía por un lado á enajenarse en pro-
vecho de la nacionalidad al mismo tiempo que por
otro lado era incapaz de dejarse absorber y de con-
vertirse ^n un mero accesorio del organismo na-
cional.
El poder general se concentraba, pues, en las
pequeñas oligarquías que salían del triunfo violen-
to de los partidos; y cuando cada una de las agre-
452 LA OPOSICIÓN
gaciones que lo constituían se desgranaba v caía,
cada provincia, y la capital lo mismo que las de-
más, echaba la mano al pedazo que más le intere-
saba y lo defendía como herencia propia. Resulta-
ban, por consiguiente, unas veces poderes y auto-
ridades de pura confabulación, organizados sobre
un personalismo audaz que por medio de las armas
y del poder oficial oprimían la vida provincial y las
otras facciones internas ; ó bien autoridades y po-
deres disidentes y anárquicos, que encastillándose
en su recinto, se emancipaban de todo vínculo efec-
tivo, para oprimir y gobernar á su vez sin emba-
razos en sus respectivos pueblos. La vida provin-
cial, cuyo derecho legítimo á su propia autonomía
es incuestionable, era pues oprimida, hollada, des-
trozada por el centralismo unas veces y por el cau-
dillo local otras. Y como esta misma violencia de
la acción unitaria ó de la opresión local tenía su ra-
zón de ser en las tropelías y en el desorden que los
caudillos y los partidos internos hacían prevalecer
en cada provincia, cuando éstos triunfaban apoya-
dos por el sentimiento y por el patriotismo instin-
tivo de las masas que defendían su suelo y su dere-
cho, aparecía una capa de barbarie pronta á des-
membrar el país entero, y venía de suyo una reac-
ción favorable al centralismo.
El Censor, órgano del Cabildo, que se inclinaba
durante el período de Alvarez-Thomas á sustraer
á Buenos Aires de las influencias provincialistas
del Congreso de Tucumán, insinuaba con fecha 13
de enero de 18 16 que debía aceptarse la pretensión
de los pueblos á emanciparse de la tiranía de una
capital. Con esta doctrina, defendida al parecer en
Y LA PRENSA DE LA CAPITAL 453
nombre de los intereses de las provincias, lo que
se buscaba realmente era que desligándose Buenos
Aires de las cargas y de las responsabilidades que
le imponía la gerencia común, que tanto lo compli-
caban con las perturbaciones y con los partidos de
cada una de las otras provincias, pudiese concen-
trarse en sí mismo y aprovechar solo de todas las
ventajas de su situación y de sus recursos. El punto
de partida que este pveriódico daba al derecho fede-
ral merece tenerse presente para apreciar el fondo
mismo de la cuestión práctica, tal cual entonces se
ventilaba. «No se diga nunca que queremos arrojar
el vugo abominable que caracterizó al dominio es-
pañol, y que queremos al mismo tiempo imponer
ese mismo yugo á nuestros hermanos ; eso sería
querer un sistema contradictorio y querer una in-
justicia». En el fondo el razonamiento podía ser
justo v verdadero. Si en una nación libre ha de ha-
ber una metrópoli cuyas oligarquías y partidos in-
ternos han de tener el poder de imponer su yugo
y su anarquía á todas las otras- partes vivas de un
vasto territorio, tanto vale para estas partes, que
esa metrópoli ó tirano-ciudad, esté colocada dentro
como fuera de su mismo territorio. El centralismo
despótico de Roma no era menos opresivo y tiran-
te para los pueblos de Italia que para los pueblos
de España, de las Gallas, de África ó de Asia. Lo
mismo podríamos decir de Atenas.
La Gaceta, órgano del gobierno y del partido
político que procuraba centralizar de nuevo ¡os tro-
zos del poder que había dejado en tierra la caída
de Alvear, esquivaba la cuestión, ya fuera porque
no comprendiera su verdadera naturaleza, ya por-
454 LA OPOSICIÓN
que comprendiéndola quisiera evitar con un sofis-
ma las dificultades insuperables que ofrecía, y con-
testaba : ((Conque ó no es justo, según el Censor,
que las Américas se declaren independientes de Es-
paña, ó ES INJUSTO PRETENDER QUE LAS PROVINCIAS
DEPENDAN DE UNA CAPITAL, Ó cs yugo el que nos
imponía el despotismo peninsular, ó es yugo la de-
pendencia que los demás pueblos tengan de Buenos
Aires. Si esto es así, ¿ qué es lo que se reserva para
las resoluciones del Congreso Soberano? Confieso
que me asombra ver alegada como poderosa esta
razón. Sin embargo, es ¡a razón favorita de los
afectos á la Federación.
))¿ Qué es lo que se puede hacer ? — ^agregaba la
Gaceta. — ¿ Se pretende que Buenos Aires haga una
distribución de su puerto sobre el Océano entre
todos los pueblos ? ¿ Con esta sola ventaja hará que
redunde en su beneficio la prosperidad, el engran-
decimiento y la dicha de las demás provincias in-
teriores?... Por más variaciones que sucedan en lo
político, nadie le quitará jamás su posición local».
Descendía entonces la Gaceta á la cuestión de si los
empleos y las explotaciones del poder se daban úni-
camente á los porteños en la capital y en las pro-
vincias ; y rodeando la dificultad ó el problema,
más bien que abordándola en su verdad, decía: ((De
cuatro Directores Supremos uno solo ha sido de
Buenos Aires. En el gobierno de don Gervasio Po-
sadas, los tres secretarios de Estado eran provin-
ciales : los gobernadores de Cuyo, Córdoba y Tu-
cumán, provinciales: en una palabra, dígase de
buena fe si en Buenos Aires, cuando se confiere al-
gún empleo, se pregunta si es nacida en él, ó en las
provincias, la persona destinada á servirlo».
Y LA PRENSA DE LA CAPITAL 455
Entrando la Gaceta un poco más adentro de la
cuestión, y aludiendo á la dominación de la Asam-
blea y de Alvear, decía : ((Se dirá que bajo la de-
pendencia de esta capital han sufrido los pueblos
vejaciones... Pero, ¿quién se queja con más razón
de ellas que la capital misma? ¿Quién ha vengado
á los pueblos sino la capital? ¿A cuántos hijos
suyos ha arruinado ella misma, en odio á su injusta
administración?... Además de esto: no entraremos
en comparaciones odiosas ; pero, ¿ cuántos pueblos
no se acuerdan ahora con preferencia de aquellos
buenos tiempos en que reconocían por cabeza á
Buenos Aires? No digo yo que el despotismo de
algunos gobernantes no haya sido causa de nues-
tras desgracias, ni que ellos no hayan merecido ser
execrados: mas, en tiempos de revolución, en me-
dio de tantos obstáculos, y en la necesidad de ha-
cer tantos sacrificios, no son siempre los gobiernos
la causa de nuestros males: de muchos podemos
reconocernos autores los mismos gobernados».
Aunque por incidente, y quizás sin propósito,
no hay duda que el escritor ponía aquí el dedo so-
bre la llaga misma. En un país extensísimo, donde
las entidades locales se hallaban diseminadas en
vastos distritos, y afectadas por un patriotismo pro-
vincial arraigado, era imposible que la anarquía y
que las oligarquías de una ciudad capital, tuviesen
tan acentuado influjo sobre la suerte de las provin-
cias, y que provocasen las quejas de despotismo
que el escritor oficial confesaba, sin que la organi-
zación política pecase fundamentalmente por exce-
so de centralismo, y sin que este exceso fuese des-
graciadamente una fuerza de absorción que mante-
456 LA OPOSICIÓN
niendo enfermiza y sin substancia propia la vida
interiía y relativa de cada parte, provocase también
movimientos reaccionarios en cada una de ellas, co-
mo un efecto natural de las leyes del equilibrio que
espontáneamente buscan todos los elementos polí-
ticos y naturales cuando trabajan por combinarse.
Pero este mismo vicio prevalecía á su vez en el ré-
gimen interno de cada provincia. Allí, del mismo
modo que en la esfera nacional, la acción guberna-
tiva se concentraba en círculos más íntimos aun,
encabezados por pillastres de aldeas ó por vagos
de los montes, en quienes, por efecto del mismo
desorden, caía el poder de hacer de los pueblos lo
que querían, apoyados sin embargo en definitiva
por el sentimiento instintivo del patriotismo local,
que todavía los absuelve en sus recuerdos con una
pasión retrospectiva y simpática por su barbarie.
Era evidente que en semejantes circunstancias,
todos los sistemas de organización política, una
vpz ensayados resultaban contradictorios y violen-
tos. La unidad era imposible bajo otro concepto
que el del poder militar y el de la opresión concen-
trada en un sistema puramente personal. La fede-
ración era también imposible sin que se adoptase
como sistema deliberado el abandono del país y del
poder á la anarquía general y multiforme cuyos
gérmenes brotaban en todas partes. Aceptar ese re-
sultado era entregar las riendas de una sociedad
ansiosa de ser libre y de vivir, á los bandoleros y
facinerosos como Artigas, á quienes el mismo des-
orden V la anarquía levantaban á las esferas del po-
der con todas las amenazas de la barbarie. La uni-
dad por medio de la presión militar provocaba en
Y LA PRENSA DE LA CAPITAL 457
la capital sacudimientos de insurrección, que por
un instante buscaban lazos de afinidad con los caii-
diliejos provinciales para atacar al poder. Pero, una
vez caído éste, y destruida la opresión ficticia de
la unidad armada, el atroz y bárbaro despotismo
del desorden y de las tiranías locales, hacía recordar
á los pueblos que habían sido más felices cuando
reconocían á Buenos Aires por cabeza, como decía
la Gaceta con toda verdad ; y entonces los partidos
locales buscaban á su vez afinidades en los partidos
de la capital é invocaban las reacciones del capita-
lismo, para luchar contra los tiranuelos plebeyos
y bárbaros de sus provincias. A donde no alcan-
zaban las fuerzas de la capital, extenuada por estas
reacciones incesantes en el interior y por los esfuer-
zos que le imponía la guerra de la Independencia,
el territorio se fracturaba v comenzaba á girar en
el obscurantismo del caos. Desprendida cada parte
de sU' centro natural, y con un movimiento convul-
sivo que sin ser la vida propia é independiente de
las naciones, asumía todos los vicios de una* nacio-
nalidad raquítica y brutalmente despotizada, osci-
laba, complicando y enfermando el sistema gene-
ral. A cada crisis sé evidenciaba mejor esta triste
•alternativa de las reacciones del centralismo al se-
paratismo y viceversa.
El temor de volver á caer en manos de España,
y la necesidad suprema de luchar contra ella en los
campos de batalla, influía sobre todo el país (con
excepción de Artigas) y era el i'mico elemento de
cohesión que conservaba las fuerzas vitales de la
República. Bajo ese influjo era que en los momen-
tos de angustia, el espíritu público se concentraba,
458 LA OPOSICIÓN
organizaba á la ligera el gobierno general, que por
efímero y mal construido que fuera, daba siempre
buenos resultados, porque era producto de un mo-
vimiento sano y bien intencionado de todas las con-
ciencias, de todos los intereses y de todos los do-
lores. La gran fortuna del país en medio de tantas
desgracias era que la clase militar, obedeciendo al
instante á este freno del peligro supremo de la in-
dependencia, entraba sumisa á cumplir sus debe-
res en el campo de batalla, y se abstenía de com-
plicar con su intervención el mal estado de las co-
sas, evitando así que el desorden se hiciese defini-
tivo. Esta fisonomía peculiar de nuestra historia
militar no ha sido aun bien apreciada. Entre tan-
to, á ella se debió entonces que la anarquía no
tomase los rasgos inmorales y degradados de los
motines y revoluciones de cuartel, que fueron siem-
pre el síntoma más característico de la decadencia
moral de los pueblos. Nuestros campamentos y
nuestros ejércitos no fueron tampoco en aquel tiem-
po guardias pretorianas que levantaran ó decapi-
taran Césares, sino soldados de la independencia
nacional : entidades populares animadas de los ver-
daderos instintos que inspiran á los pueblos libres.
Una ú otra vez que en Buenos Aires ó en las pro-
vincias, tropas veteranas insurreccionadas quisie-
ron usurpar el papel y la importancia de entidades
políticas y gubernativas, su poder fué siempre efí-
mero y tuvo que plegar sus banderas muy pronto
delante de la virilidad civil del pueblo: hasta 1828
en que un grande escándalo y un enorme crimen,
fatalmente divinizados después con la apoteosis de
partidos y de hombres ofuscados, trastornó esta
V LA PRENSA DE LA CAPITAL 459
sana tradición de los primeros tiempos, para traer-
nos la tiranía primero, y después el personalismo
apoyado en la complicidad dé las armas, cuyos ex-^
cesos y desvergüenzas nos llevarán de cierto, más
ó menos tarde, hacia el remedio radical con que sa-
nan los pueblos libres : el régimen ministerial par-
lamentario.
Los espíritus ilustrados nu ignoraban entonces,
como se cree ahora, las condiciones orgánicas de
un buen gobierno. Pero, para construir un régimen
verdaderamente unitario, faltaba una capital sin
INDIVIDUALIDAD PROPIA : y para un régimen verda-
deramente federal, faltaban provincias uniform'es
con bases municipales bastantemente diseminadas
y arraigadas en cada distrito subalterno, que due-
ñas de sus localismos respectivos, tuviesen una vida
de conjunto orgánica y coherente con la política
general. Teóricamente todos lo sabían y todos lo
deseaban. Pero nadie sabía cómo transformar y
adaptar á esas condiciones la materia informe que
les ofrecía el movimiento revolucionario (2).
Al instalarse el Congreso de Tucumán, todos
sus miembros, inclusos los que representaban á
Buenos Aires, llevaban una enorme dosis de des-
confianzas y de antagonismos provinciales. Roto
(2) Por los Principios Constitutivos del Provincialis-
mo insertados en la Gaceta de Buenos Aires del 27 de abril
de 1816, se verá que hoy mismo sería difícil que leyéramos
una teoría más sensata, más congruente ni más sólida sobre
lo que debieran ser nuestros pueblos, desde el municipio
de barrio hasta la organización de las altas esferas del po-
der provincial y del poder federal.
.460 LA OPOSICIÓN
por la caída de Alvear el centralismo político que
había prevalecido desde 18 12 en la Comuna capi-
tal, las provincias querían concentrar el poder na-
cional y la acción política fuera del alcance de la
Comuna absorbente de Buenos Aires, es decir, eran
eminentemente unitarias en su sentido; y como sus
diputados eran órganos fieles, en este conato, de un
unitarismo dislocado, por decirlo así, estaban muy
lejos de ser federales en el sentido de querer des-
agregar el poder general, pues aspiraban más bien
á que la antigua capital se redujese á ser una parte
igual del todo, no predominante como lo había sido
hasta entonces, sino igualmente sometida al go-
bierno general cuyas redes y atribuciones querían
concentrar en un punto que les fuera propio y aje-
no por lo mismo á los influjos anteriores. Pero
Buenos Aires, que con esto se sentía destituida de
la categoría que le daba su posición geográfica, mi-
raba con profunda antipatía semejantes intencio-
nes : se creía amenazada de ser sometida y explo-
tada por poderes antipáticos, foráneos ; y su ins-
tinto comunal por un gobierno bien repartido se
sublevaba con justicia contra una forma que no era
la compartición, sino la exclusión de su persona-
lidad.
Eran pues precisamente sus diputados, los que
por lo mismo que habían sido capitalistas antes,
entrababan ahora al Congreso con espíritu provin-
cial y decididos á tomar sus garantías. Casi todos
ellos habían sido y eran unitarios en Buenos Aires
y para Buenos Aires; pero la necesidad de defen-
der su provincia los hacía ahora autonomistas : del
Y LA PRENSA DE LA CAPITAL 46l-
mismo modo que las provincias se hacían unita-
rias y nacionalistas siempre que se trataba de do-
minar á Buenos Aires, y federales ó separatistas
cuando se trataba de rechazar su influjo. Así es que
la cuestión no era de sistema, sino de capitalismo
comunal á la manera con que Atenas ó Roma ha-
bían dominado á Grecia ó á Italia unas veces, y
otras habían sido dominadas.
Esta situación en que todo se presentaba flo-
tante y anarquizado producía los dos efectos más
funestos de los tiempos revolucionarios: ofuscaba
la conciencia de los hombres de bien, y enloquecía
las pasiones de los partidos. Nace casi siempre en
estos casos un partido que viéndolo todo obscuro
por delante, reacciona en favor de lo pasado ; y fué
así quc'se acreditó poco á poco la opinión de que
la Revolución de 1810 debió haberse limitado á la
defensa de la indepyendencia, sin entrar á derruir
las bases monárquicas en que el régimen colonial
había reposado. Querer, pues, substituirlas por un
organismo democrático, era hacer de ese gran he-
cho el principio y fin de un caos social abominable,
y presentarlo como una criminal empresa á los ojos
de las grandes potencias que llevaban la voz del
orden y de la libertad, precisamente cuando los es-
cándalos de la República Francesa y las usurpa-
ciones de Bonaparte habían patentizado la ignomi-
nia, y pronunciado la condenación de semejantes
delirios.
Mas por otro lado, el movimiento anárquico
que como un torbellino se llevaba rodando á los
partidos, era tal en el sentido contrario, que se ne-
462 LA OPOSICIÓN
cesitaba del valor ¡nocente y de la ciega sinceridad
del general Belgrano, para atreverse á contrariarlo
y tomar la voz en favor de la restauración del or-
ganismo monárquico. Sin él, nadie se habría atre-
vido á tomar esa iniciativa: los unos, porque te-
Jiían bastante criterio de lo que era el país y el tiem-
po en que vivían, para que no comprendieran qlie
esta era una aventura tan imposible como ridicula.
-Los otros, porque aislados y sin títulos para afron-
tar el sentimiento republicano y democrático de to-
dos los partidos que estaban en acción, no tenían
la alta personalidad ni la suficiente firmeza para
cargar con las responsabilidades y las burlas con
que habrían sido recibidos. El general Belgrano
era el único que podía atreverse á ello por muchas
razones ; y entre ellas porque su candor y la inocen-
cia misma de sus actos despojaban su predicación
de todo el carácter dañino ó peligroso que aquel
antojo podía haber tenido en otro país y fomentado
por otros hombres. Así es que el movimiento em-
prendido por é\, con una fe algo cómica, no pudo
convertirse en partido ni en tendencia verdadera-
mente política.
Sin embargo tuvo adhesiones numerosas, y pro-
dujo la suficiente sensación para alborotar la pren-
sa de oposición y servir de pretexto á las maqui-
naciones subversivas contra el Congreso y contra
el Supremo Director, á quienes se acusaba de con-
niventes y de estar continuando las negociacioneá
del año 1814 con las cortes europeas y con la de
Río Janeiro sobre todo.
Verdad es que en la necesidad de contempori-
^ LA PRENSA DK LA CAPITAL 463
zar con el general Belgrano, cuya presencia y man-
do era de toda necesidad en el ejército del norte,
no sólo por su respetable figura sino por el afecto
y la armonía que mantenían con él los pueblos y
las autoridades de Tucumán y de Salta, el señor
Pueyrredón no pudo hacerle desistir de su entu-
siasmo monárquico á pesar de todas las instancias
confidenciales y privadas con que le pidió que pos-
tergara su empeño para tiempos más adecuados á
esa discusión. Y mucho menos pudo hacerse oir
después que el general Belgrano hubo conseguido
fanatizar á muchos de los diputados del Alto Perú,
en donde la vida colonial no se había desenvuelto
dentro del mercantilismo democrático en que se
había formado la 'sociedad de las provincias argen*-
tinas. Allá se conservaba con más amor y respeto
el prestigioso recuerdo de las altas jerarquías cons-
tituidas en el poder oficial, en la riqueza y en la
casta dominante, que son el ambiente en que res-
piran las monarquías.
El general San Martín, saliendo de la estricta
reserva con que se abstenía siempre de ingerirse en
las cuestiones de política interna, había insinuado
muchas veces en su correspondencia con los dipu-
tados, que era completamente extemporáneo y aún
peligroso discutir semejante cuestión, y mucho más
iniciar leyes sobre ella, cuando no se tenía á la
mano medio alguno de darle una existencia efec-
tiva en los hechos. En su opinión la guerra de la
Independencia tenía que llevarse adelante con el
régimen republicano, desde que no había la menor
posibilidad de darle al gobierno otra forma que esa
por el momento.
464 ' LA OPOSICIÓN
Pero mientras estas disidencias se mantenían en
la discreta reserva de la corres-
1816 pondencia particular, el general
Julio 12 Belgrano toma de improviso una
ruidosa iniciativa; y moviendo á
sus amigos hace que el diputado Acevedo, repre-
sentante de Catamarca, lance la moción de que es-
tando declarada la Independencia era de regla que
se decfarase también por una ley; que las Provin-
cias Unidas del Sur adoptaban la monarquía cons-
titucional por régimen constitutivo y permanente
de su gobierno, radicando la dinastía reinante en
la casa del inca Tupac-Amarú, sacrificado por los
españoles treinta y cuatro años antes, con asiento
de la corte en la ciudad del Cuzco.
Este teatral delirio patrocinado por Belgrano y
por muchos otros de los hombres más señalados
en el concepto público, hizo una impresión deplo-
rable en las ideas y en los principios de toda la ju-
ventud ilustrada, y por decirlo así, moderna de Bue-
nos Aires. Para esta clase, que de suyo era audaz
y altanera, el odio contra Fernando VII se aunaba
intrínsecamente con la aversión á los demás monar-
cas y á la forma misma, que tenía por base la hu-
millante ficción de una familia condecorada por
simple nacimiento con el poder soberano.
Esto era, no tomando las cosas sino por el lado
teórico : que en cuanto á lo práctico, el propósito
de construir una monarquía con puras palabras, y
de darle nobleza ó dignatarios hechizos, mezcla de
cholos que ni vestirse á la europea sabían, y de
criollos capaces de alborotar no sólo el Cuzco, sino
la América del Sur toda entera, era algo monstruo-
Y LA PRENSA DK LA CAPITAL 465
SO y cómico á la vez, que excitaba el sarcasmo y el
estupor al mismo tiempo de los partidos populares,
y aun de la juventud liberal pero moderada que
deseaba una organización sensata, adecuada á la
naturaleza social y á las nuevas tendencias políti-
cas en que el país estaba irremisiblemente lanzado.
Y sin embargo no faltaban causas y anteceden-
tes que hasta cierto punto podían cohonestar el ex-
travío de los que fanatizados con la fantasmagoría
de la monarquía incásica no veían sus enormes in-
convenientes ni su chocante incongruencia. Tiem-
po hacía que queriéndose ennoblecer con grandio-
sas y poéticas tradiciones, á imitación de las nacicj-
nes europeas, el patriotismo peculiar de los hijos
de los conquistadores europeos volvía la espalda á
las tradiciones heroicas de su raza, por agravios de
localismo, y se mostraba enamorado, entusiasta de
las opulentas leyendas y recuerdos que había de-
jado en la tierra americana el majestuoso y opu-
lento imperio de los incas. Todos los rencores que
la raza indígena hubiera podido evocar contra la
conquista del siglo xvi (si hubiera reaccionado y
recuperado su suelo) se habían trasladado curiosí-
simamente al corazón y al patriotismo de los hijos
de aquellos conquistadores, que habían hecho su-
yos, de corazón, los agravios que en boca de los
indígenas primitivos habrían sido justos, pero que
en boca de los herederos de la conquista eran sim-
plemente absurdos, si no es que se les justifique
con un sentimiento de caridad y de simpatía fun-
dado en la comunidad del suelo en que habían na-
cido. De cualquier modo que fuere, se había for-
niado en el espíritu de la generación de 1810 un li-
HIST. DE LA REP. ARGENTINA. TOMO V.— 30
466 LA OPOSICIÓN
rismo de pura convención entre la causa actual de
la Independencia y la causa antigua.de la Conquis-
ta. Se le daba á la primera el carácter de una rei-
vindicación del suelo de la patria:
De los nuevos campeones los rostros
Marte mismo parece animar ;
La grandeza se anida en sus pechos
" Y á su marcha todo hacen temblar.
Se conmueven del inca las tumbas,
Y en sus huesos revive el ardor
Cuando ve renovado en sus hijos
De la patria el antiguo esplendor.
Pero lo muy digno de notarse es que estos crio-
llos incanisautes no hacían compañerismo político
ni fraternal con los indígenas procedentes de la
otra raza. Lo que cantaban no tenía nada que ver
con lo que hacían, ni con el modo en que vivían.
No estaban fundidos en el mismo compuesto so-
cial ; V no había familia alguna decente en las pro-
vincias argentinas (de Jujuy hacia abajo) que fue-
ra capaz de consentir el enlace de sus hijas con un
quichua ó con un ayviará, ni joven alguno de cier-
to viso ó posición social, de cara blanca en una pa-
labra, que osara tomar y presentar como legítima
esposa una chola mestiza ó indígena.
Otra circunstancia mejor determinada concurría
á dar apariencias de razón á este efímero extravío
que sufrían los promotores de la monarquía incá-
sica. La mayor parte, si no todos los hombres pú-
blicos del Río de la Plata, es decir, del virreinato,
habían cursado y tomado sus grados en aquellas
solemnes universidades y colegios del Perú. Allí
Y LA PRENSA DE LA CAPITAL 467
estaban y enseñaban los que habían sido sus maes-
tros; allí, los grandes dignatarios de las famosas
escuelas donde á manera de la Salamanca, de la
Sorbona, de los templos egipcios, se discutían todos
los ramos de la ciencia; allí, donde famosos y terri-
bles razonadores manejaban con admirable destre-
za las sutilezas del método aristotélico, y penetra-
ban con lengua ciceroniana en la naturaleza del
hombre, de la sociedad, de Dios y de muchas otras
cosas que ni ellos ni nadie entendió jamás; allí, los
jurisconsultos que hacían doctrina, como Solórza-
no, Evia, Villarruel, Cañete.
Es cierto que al bajar de aquellas alturas, tan
escabrosas en lo físico como en lo moral, los aires
libres de la pampa y del Río de la Plata refresca-
ban la frente de muchos de los discípulos, y que
no pocos arrojaban el manteo que habían agitado
con garbo en las ruidosas mer colinas y sabatinas
del claustro. Pero no era menos cierto también, que
muchos otros, á pesar de su patriotismo y de su
decisión por la independencia, se habían conser-
vado vinculados con amor y con respeto á esas tra-
diciones y á ese magisterio de la vida colonial, que
por sí mismo era algo así como una esfera social,
elevada y aristocrática con respecto al común, que
si bien no tenía los accidentes de una nobleza de
raza, componía al menos un cuerpo homogéneo de
personajes eclesiásticos y civiles, condecorados con
los altos grados de su clase, y considerados como
eminencias inconcusas del estado social. Era entre
éstos donde la idea de constituirse en monarquía
libre tenía sus más fervorosos adeptos; y como no
era posible que el trono que querían erigir fuese
468 LA OPOSICIÓN
aceptado por ninguna de las dinastías extranjeras,
el patriotismo local y el lirismo americano se habían
dado la mano para sugerirles el propósito de unir
los dos extremos de ese patriotismo como una rei-
vindicación y como una evolución que debía poner
á la América del Sur en analogía y concordancia
de naturaleza política, con el organismo de las
grandes potencias de Europa en 1816.
Para estos razonadores (y Belgrano lo era por
excelencia) no sólo era posible la consolidación de
la monarquía incásica en los hechos, sino que era
el medio más eficaz y poderoso de triunfar sobre
España, por lo mismo que ella había hecho pie
fuerte en el Perij. Hacía treinta y cuatro años, y no
más, que las razas conquistadas de los quichuas y
de los aymarás se habían levantado en masa con-
tra España á la voz de don José Gabriel Tupac-
Amarú, vastago genuino de la estirpe de Huayna
Capac. Más de medio millón de hombres amarillos
— de la raza de Japhet — se habían conmovido con-
tra la dominación tiránica de los hombres de cara
blanca y lo habían aclamado su legítimo soberano.
Habían sido sometidos y escarmentados con una
ferocidad aterrante. Pero España había obtenido
esa victoria porque los criollos no habían concu-
rrido al levantamiento: antes bien, aconsejados
cuerdamente por su cara blanca, habían temido la
reacción brutal de los de cara amarilla, que más
que dos caras eran dos banderas, y habían luchado
al lado de los suyos, que era el lado de los conquis-
tados. Ahora se habían trocado las cosas; los aris-
tocráticos personajes de rostro blanco y de fisono-
mía caucásica tenían interés en que los amarillos
Y LA PRENSA DE LA CAPITAL 46/)
trajesen en favor suyo la cooperación de su masa ;
y decimos de su masa, porque fuera del número y
de la multitud inorgánica, los quichuas y aymarás
estaban tan degradados, que carecían de todos los
-elementos substanciales que tienen que entrar en
un cuerpo social orgánico. El arbitrio era pueril y
antojadizo. La masa de los indígenas no podía ser
removida ni utilizada sino después que los inde-
pendientes imperasen y pudiesen modelarla á sus
leyes y á su servicio; y entonces el tal trono incá-
sico era de todo punto absurdo é inexplicable, tan
burlesco como imposible. Pero, el ofuscamiento de
los partidos, al favor del entusiasmo lírico de los
unos, del enojo de los otros, y del interés que la
oposición tenía en levantar cargos y acusaciones
criminales contra el Congreso y contra el Director,
fué causa de que se produjese un alboroto asaz pe-
ligroso y digno de ser conocido.
Como la moción del diputado Acevedo fué apo-
yada por un número considerable
1816 de diputados, se señaló el día 15
Julio 15 para que entrara en discusión. En
á ese día tomó la palabra el reli-
5 de Agosto gioso Santa María de Oro y sos-
tuvo que el Congreso saldría de
sus facultades si tomaba una resolución cualquiera
en este asunto sin consultar antes á los pueblos para
conocer su voluntad; y agregó que si se resolvía
sancionar una ley sin dar este paso previo, pedía
que se le permitiera retirarse y abandonar su asien-
to. El diputado Serrano, con una volubilidad de
ideas que estaba en el carácter inconsistente de sus
talentos y de su dialéctica, dijo que si días antes
4/0 LA OPOSICIÓN
había sido federal, estaba ahora convencido de que
ese sistema era inadecuado al espíritu del país, per-
judicial é incompatible también con el orden públi-
co y su buen gobierno. Había meditado mucho, y
se había convencido al fin de que en la crisis actual
lo único racional y benéfico era adoptar la monar-
quía temperada. Pero que debía constituirse una
monarquía formal y respetable que no se hiciese
el ludibrio de los pueblos : cosa que en sus convic-
ciones era inasequible por medio de un arbitrio tan
raro é inesperado como ese de la dinastía de los in-
cas, que al presente carecía de hombres, de presti-
gios y de influjos c|ue pudieran hacerla aceptable.
Contestóle en defensa de la moción, y con una
afluencia asombrosa de erudición y de ardiente ver-
bosidad el presbítero Castro Barros. Segi'ih él, los
libros sagrados daban claro testimonio de que la
monarquía constitucional (poco le faltó también
para decir (iparlameutaria))) era el modelo de go-
bierno que el Señor había dado al pueblo de Israel
y el que Jesucristo había dado á la Igle'sia, como
el más favorable á la conservación y extensión de
la religión católica. Pero que si lo esencial era fun-
dar una monarquía, la justicia divina y la justicia
humana requerían que ese trono se devolviese á los
sucesores de los incas, que habían sido despoja-
dos de él por la usurpación de los reyes de Es-
paña (3).
(3) Lo singular es que el rey Carlos III había muerto
apenado por iguales escrtípulos pocos años antes, según
se sabe por uñ codicilo que tiene muchísimas circunstan-
cias favorables á su verdad, y que como pieza moral está
en armonía con el carácter de este gran rey.
V LA PRENSA DE LA CAPITAL 47 1
Este discurso hizo mucha impresión por el calor
y por la animada convicción con que fué improvi-
sado. Los partidarios de la idea veían ya como rea-
lizado el próximo alzamiento de quinientos mil
quichuas. Celebraban la entrada triunfal de la vieja
monarc|uía restaurada en el Cuzco y el avasalla-
miento de Buenos Aires ante esa resurrección de
los antiguos y opulentos prestigios de las históricas
leyendas conservadas por Cieza de León, por Gar-
cilaso, y... por el Himno Argentino.
La locura parecía, pues, en camino de contami-
nar los ánimos.
Bastante alarmados algunos de los diputados
de Buenos iVires, y entre ellos el doctor Anchorena,
tomaron á pecho el asunto con ánimo de resistirlo
á todo trance. La discusión comenzaba á tomar un
carácter agrio y violento. Los diputados de Buenos
Aires y de otras provincias protestaban que si la
mayoría se empeñara en llevar adelante su camino,
seguirían la opinión del padre Santa María de Oro
y abandonarían el Congreso. Sobre esto se abulta-
ban los rumores alarmantes que de Tucumán sa-
lían, y se abultaban más al rodar por las otras pro-
vincias. Pueyrredón y San Martín, que miraban
como desatinada la propaganda de Belgrano y que
reprobaban el empeño que hacía por lanzar al Con-
greso en esa vía, trataron de que los diputados ad-
virtiesen de que por ahí marchaban al descrédito
y á la ruina. Y en efecto, si se sancionaba la erec-
ción del orden monárquico, una minoría respetable
se retiraba á sus provincias, y bastaba que lo hi-
ciera la diputación de Buenos Aires para que el
Congreso de Tucumán se disolviese ó. quedase en
47^ LA OPOSICIÓN
la baja categoría del que Artigas había pretendido
reunir en Paysandú. Era, pues, indispensable con-
temporizar con esa oposición y salir, sin desaire de
nadie, de aquel atolladero en que el Congreso acabó
por hallarse completamente embarazado. Coincidie-
ron entonces los alborotos de Catamarca, de San-
tiago del Estero, de Córdoba, de Santafé y de Bue-
nos Aires que hemos referido; y como le fuese in-
dispensable trasladarse á Buenos Aires, el señor
Pueyrredón obtuvo que el Congreso aplazara este
debate para otro momento en que fuese más fácil
conocer el espíritu y la voluntad de la nación. Con-
seguido esto partió para la capital.
Sin embargo, ni aun por esto cedió el general
Belgrano de su capricho, sino que montado en aque-
lla fe ciega que es peculiar de los ilusos y visiona-
rios, intoxicado con su idea fija á medida que más
inconvenientes se le oponían, pero plácidamente
convencido de que estaba encargado de realizar una
revelación divina aunque incomprensible para los
incrédulos del vulgo, se aprovechó de la ausencia
de Pueyrredón ; y apenas salido éste de Tucumán
echó mano de un medio extremo que por su mismo
desacato era incapaz de prevalecer contra la opinión
pública y contra los principios del buen gobierno.
En su carácter de capitán general y de general
en jefe del ejército, convocó las
i8i6 milicias de Tucumán para que
Julio 27 prestasen juramento de sostener
la independencia nacional; y dán-
dose por misteriosamente inspirado les dirigió una
proclama nacia menos que con la inaudita é inco-
rrecta novedad de que el Congreso estaba resuelto
Y LA PRENSA DE LA CAPITAL 473
á constituir el país con el régimen monárquico ra-
dicado en la dinastía de los incas (4).
Empeñado en dar mayor peso y autoridad á sus
ideas, el general Belgrano consi-
1816 guió inducir al coronel Güemes,
Agosto 6 jefe de la vanguardia y de las mi-
licias movilizadas de Salta á que
diese igual paso. Pero este guerrero, más diestro
(4) Compañeros, hermanos y amigos: Un presenti-
miento misterioso me obligó á deciros en septiembre de
1 81 2 que Tucumán iba á ser el sepulcro de la tiranía: en
efecto, el 24 del mismo mes conseguisteis la victoria y
aquel honroso título.
El orden de los sucesos consiguientes ha puesto al So-
berano Congreso de la nación en vuestra ciudad, y éste,
convencido de la injusticia y violencia con que arrancó el
trono de sus padres el sanguinario Fernando, y de la gue-
rra cruel que nos ha declarado sin oírnos, ha jurado su
independencia, de España y de toda dominación extran-
jera, como vosotros lo acabáis de ejecutar.
He sido testigo de las sesiones en que la misma Sobe-
ranía ha discutido acerca de la forma de gobierno con que
s« ha de regir la nación, y he oído discurrir sabiamente en
favor de la monarquía constitucional reconociendo la legi-
timidad de la representación soberana en la casa de los
incas, y situando el asiento del trono en el Cuzco, tanto,
que me parece que se realizará este pensamiento tan racio-
nal, tan noble y tan justo con que aseguraremos la losa
del sepulcro de los tiranos.
Resta ahora que conservéis el orden, que mantengáis
el respeto á las autoridades, y que, reconociéndoos parte
de una nación como lo sois, tratéis con vuestro conocido
empeño, anhelo y confianza, de librarla de sus enemigos,
y conservar el justo renombre que adquirió en Tucumán.
¡ Compañeros, hermanos y amigos míos ! en todas oca-
siones me tendréis á vuestro lado para tan santa empresa,
;)<í romo yo estoy persuadido qiie jamás me abandonaréis
474 LA OPOSICIÓN
y más práctico que el general en jefe, dio á su pro-
clama un sentido mucho menos directo sobre las
provincias argentinas; y la calculó de manera que
su influjo, si alguno había de tener, repercutiese
solamente entre las masas indígenas del Alto Perú
que habían quedado sometidas á las fuerzas victo-
riosas del virrey de Lima después del desastre de
Sipe-Sipe. ((La declaración de la independencia (de-
cía Güemes) hace que de nuestras mismas des-
gracias renazca el orden, la unión y la fraternidad.
El primordial objeto del Congreso es el de crear
fuerzas y recursos capaces de imponer al enemigo,
de salvar la libertad de la patria y de sacudir para
siempre el yugo colonial de España. Los pueblos
todos están armados en masa y enérgicamente re-
sueltos á contener los amagos de esa tiranía irra-
cional, admirada y odiada al mismo, tiempo por las
naciones más cultas... Si éstos son los sentimientos
que á nosotros nos animan, ¿ con cuánta más razón
lo serán cuando restablecida muy en breve la di-
nastía de los incas, veáis sentado en el trono y an-
tigua corte del Cuzco al legítimo sucesor de la co-
rona? Pelead, pues, guerreros intrépidos, anima-
dos de tan santo principio; desplegad todo vuestro
entusiasmo y virtuoso patriotismo, que la provin-
cia de Salta v su jefe velan incesantemente sobre
vuestra existencia y conservación... (5). No os ami-
en sostener el honor y la gloria de las armas, y afianzar
el honor y la gloria nacional que la divina providencia
nos ha concedido. — Tucumán y julio 27 de 1816. — (Fir-
mado), Manuel Belgrano.
(5) Para comprender esta exhortación es menester te-
ner presente que una gran parte de las masas de Cocha-
Y LA PRENSA DE LA CAPITAL 475
lañe la retirada del ejército auxiliar á Tucumán,
porque el único motivo ha sido la necesidad de re-
organizarlo. Yo tengo fuerzas bastantes, y virtudes
esta provincia para destrozar, y aniquilar á cuantos
enemigos intenten hollar los sagrados derechos de
América : sosteneos, que no tardaré en volar como
el rayo con mis valientes legiones á aniquilar, et-
cétera, etc.»
Belgrano había echado á cien voces por todas
partes su propósito de que el país, quisiera ó no
quisiera, entraría por el régimen monárquico. ((Me
escribe el señor Belgrano (decía Rivadavia en una
carta) que se le asegura que muy en breve decla-
rará el Congreso que nuestro gobierno es monár-
quico moderado ó constitucional. Esta parece ser
la opinión general, y no menos la de la represen-
tación soberana, que es que se dé el trono á la di-
nastía de los incas. Lo primero, considerándolo
bajo todos sus aspectos, lo juzgo lo más acertado
y necesario al mejor éxito de la gran causa de ese
país. Mas lo segundo (lo confieso ingenuamente)
cuanto más medito sobre ello, menos lo com-
prendo».
Por una singular anomalía de su carácter, el
general Belgrano pasaba entre sus contemporáneos
por ser de una nulidad política completa y notoria.
Nadie había pensado jamás en él para confiarle el
gobierno; ningún partido lo había creído capaz de
representar sus ideas y sus intereses. El caso es
raro en verdad, pero es histórico; y sus virtudes,
bamba, de Chayanta, de Charcas y de Tarija se mantenían
en viva insurrección contra las fuerzas realistas.
476 LA OPOSICIÓN
-SU genial sumisión á las autoridades era tan cono-
cida, que á nadie se le ocurrió, como en cualquiera
otra parte habría sucedido, tomar como un alza-
miento armado esa proclamación monárquica á la
cabeza de tropas republicanas puestas en pie de
guerra. Se le miró apenas como un simple y anto-
jadizo programa sin intención alguna agresiva ni
consecuencia práctica.
Sin embargo, dado el carácter intransigente é
impetuoso de la facción política y militar que en la
capital hacía cruda y tempestuosa oposición al Con-
greso y al Supremo Director, no podía caer una
chispa más á tiempo para levantar un incendio, que
esta aventura monárquica lanzada en el interior al
mismo tiempo que se descubría que Rivadavia an-
daba negociando ^n Europa un príncipe cualquiera
para el trono de las provincias del Río de la Plata,
que García en Río Janeiro se había confabulado en
intereses políticos con el rey de Portugal, y que el
Congreso de Tucumán contaba con que Pueyrre-
dón cooperaría también á la erección de una mo-
narquía.
((Cuando vimos, decía la Crónica Argentina,
las dos proclamas insertas en el número 55 del Cen-
sor, la una del coronel don Martín Güemes á los
pueblos del interior, y la otra del general don Ma-
nuel Belgrano al ejército, anunciándoles el resta-
blecimiento del trono de los incas, creímos de pron-
to que se hacía uso de una metáfora política para
designar el imperio de nuestra nación ; pero muy
luego tuvimo